– Comprendo. Y la muerte de Anni liberó el tercer grupo de recuerdos y la abrió.
– Más o menos. Como te dije, Adamson supo que a Crowley le quedaba poco tiempo. No me preguntes cómo, tiene su propia forma de hacer las cosas y confieso que, en cierto modo, prefiero no saber cómo las hace. He pasado toda mi vida con la razón como guía y siempre me las he arreglado para darle una explicación a todo cuanto he visto. Sospecho que con Adamson me resultaría difícil. Y, francamente, ya soy demasiado mayor para cambiar mis hábitos de pensamiento a estas alturas. En cualquier caso, nuestro amigo fue a la Boca del Infierno y esperó. No tuvo que hacerlo mucho tiempo. Pronto se dio cuenta de que a la… firma energética de Wiggins se le había unido otra. La de Crowley, sin duda. Así que me envió el telegrama que nos trajo aquí. Sin embargo, antes de partir, hice algo, tomé algunas medidas, por si acaso.
– Llamó a su boy scout personal -dije.
Holmes encontró divertida mi forma de referirme a Kent.
– Por qué no -dijo-. Es un modo tan bueno como cualquier otro de describirlo. Un muchacho increíble, ¿no es cierto? -No tuve más remedio que mostrarme de acuerdo con él-. Desde que supe que Nadie y su organización estaban involucrados en esto, me temí la posibilidad de que hicieran acto de presencia. Kent era nuestro seguro contra ellos.
– Y funcionó de maravilla.
– Por los pelos, en realidad. Nadie había sintetizado suficiente… ¿cómo lo llamaremos, William?
– ¿Qué tal «elemento K»?
– Sí, por qué no. Al fin y al cabo, son los restos de la nave que trajo a Kent a la Tierra. Elemento K. Sí. Tiene posibilidades. Como decía, Nadie había sintetizado suficiente elemento K para deshacerse de Kent, tal vez para siempre. Es astuto, tremendamente inteligente y dispone de recursos increíbles. Anticipó la presencia de nuestro boy scout particular, como tan pintorescamente lo has descrito; o quizá, y es lo que me temo, Kent encajaba en otro de sus planes. En cualquier caso, de no haber sido por la rapidez del señor Adamson, las cosas habrían sido muy distintas.
– Pero funcionó, que es lo que importa a la larga.
– Quizá. Supongo que Nadie tenía razón cuando dijo que no tiene sentido darle vueltas a un pasado que no existió nunca. Sí, funcionó y nos salimos con la nuestra.
– Por un momento tuve mis dudas. Cuando Adamson liberó a Anni…
– Lo sé, William, pero las cosas tenían que ser así. Ella tenía derecho a elegir. Yo mismo, al principio, no lo vi nada claro, pero Adamson fue muy… persuasivo al respecto.
– Bueno, se supone que es una de sus mejores habilidades, si hacemos caso de los rumores.
Pareció incómodo por un instante, como si le estuviera obligando a masticar algo que no quería. Ver así a Sherlock Holmes era un raro privilegio del que no pude evitar disfrutar. Lo notó, claro, pero no hizo comentario alguno.
– En cualquier caso -siguió diciendo-, Anni eligió el descanso que la muerte podía proporcionarle. Saltó al abismo. Y, al hacerlo, sus recuerdos, su firma energética, como hemos convenido en llamarla -en realidad era él quien insistía en llamarla así, pero me abstuve de decir nada-, se fusionó con las otros dos que esperaban allí. Sólo que nada pasó al otro lado. Adamson se aseguró de ello. Cree que cuanto menos sepan allí de lo que ha pasado aquí, será mucho mejor para todos nosotros. Por supuesto, hay otras puertas entre nuestra realidad y la suya, y otras formas de entrar en contacto, así que a la larga descubrirán lo que pasó, pero al menos no contarán con la información de primera mano. Confieso que también pienso que, cuanto menos sepan ellos, tanto mejor.
– ¿Cómo lo hizo?
– No conozco el proceso, ni, como te he dicho, estoy al tanto de todas las habilidades del señor Adamson. Digamos que interceptó el patrón de energía que formaban aquellos recuerdos e impidió que atravesara la puerta abierta. Creo que lo absorbió dentro de él, lo cual es un tanto inquietante si lo pienso un poco. Porque, en cierto modo, todo lo que queda ahora mismo de Wiggins está dentro de Adamson. Y esa idea… -Se encogió de hombros, como si no pudiera hacer nada por evitarlo-. En cualquier caso, una vez que desapareció el código que mantenía abierta la puerta, ésta volvió a cerrarse.
– Sin embargo…
– Sí, lo sé. Mi intervención, por supuesto. Mi teatral intervención llamando a Wiggins como un padre herido en busca de su hijo. Una superchería necesaria. -Pero no había sido ninguna superchería, y los dos lo sabíamos-. La determinación de la entidad formada por la fusión de los tres recuerdos era muy fuerte, tanto que ni el propio Adamson por sí solo podía hacerles frente. Así que yo estaba allí para echar una mano. No creo que sea necesario explicarte que la transmisión de información no es algo que tenga lugar en una sola dirección.
– Claro. Los recuerdos de esas… cosas contaminaron y transformaron las mentes de Crowley, Anni y Wiggins, pero sus mentes en cierto modo contaminaron esos recuerdos. Cuando murieron sus portadores, lo que salió en dirección a la Boca del Infierno no fue lo mismo que había surgido de ella. Estaba manchado de humanidad.
Holmes pareció complacido.
– Espléndido, William. Eso es exactamente. Cuando llamé a Wiggins en voz alta, desperté el rastro que había de él dentro de la entidad; quizá no mucho, tal vez la sombra de unos recuerdos, rastros de emociones. -Sonrió con tristeza-. Temo que odio y rencor, principalmente, pero suficiente para lo que nos proponíamos, después de todo. Eso la desequilibró, la hizo vacilar en su determinación el tiempo necesario para que Adamson interviniera. Muy sencillo, como ves.
¿Sencillo? Quizá para Sherlock Holmes. A mí me costaba un poco más de trabajo tragar todo aquello. Y en realidad, me di cuenta, también a él.
– Lo sé -dijo, siguiendo el hilo de mis pensamientos-. Eso no es necesariamente malo; quizá cambiar mis hábitos de pensamiento no sea tan mala idea. Después de todo, es el cambio lo que nos mantiene con vida.
– Pero si cambiamos demasiado, dejamos de ser quienes somos -dije.
– Tienes razón, William. Es un equilibrio difícil de encontrar. Pero lo haremos, ¿no es cierto?
Asentí.
– Es una pena que, en la confusión, Nadie se las apañara para escabullirse, pero al menos hemos conseguido lo que nos proponíamos. Habrá otras batallas, supongo. Aunque ya no serán cosa mía.
Desembarcamos algunas horas más tarde y, poco después, estábamos en Londres. Llamé a Carmen por teléfono y oír su voz fue como recibir un ancla inesperada a un mundo que me estaba resbalando de entre los dedos. Contuve un suspiro de alivio, porque no quería asustarla, y le conté un montón de trivialidades, quitándole importancia a la misión que había compartido con Holmes. Anuncié que volvería a casa en un par de días, en cuanto hubiera arreglado el papeleo.
Al colgar, me sentía enfermo de añoranza. Necesitaba irme de allí, escapar, echar a correr. No detenerme hasta llegar a Sussex, a la casa donde ella estaría esperándome.
Pero no podía hacerlo, aún no.
Tuve que esperar mientras Holmes orquestaba la dimisión de su personalidad de M y lo dejaba todo preparado para que George le sucediera. No llevó mucho tiempo, en realidad.
– Bueno, William, he terminado aquí -me dijo-. Pasaré un par de días en Baker Street recogiendo unas últimas cosas y luego me iré a Sussex.
– Estaré esperándolo.
– Lo sé. Escucha… -Me miró intensamente unos segundos y luego negó con la cabeza-. No, no es necesario. Creo que ya lo sabes.
– ¿Saber qué?
– Esa casa. Y la mujer que hay en ella. Lo importantes que son.
Читать дальше