Pero yo lo había sentido. Wiggins y los otros dos, reunidos en uno solo, habían estado dentro de mi mente, y los había oído aullar su dolor, su odio, su hambre.
Era real. Eran reales.
Los había sentido y eran reales.
Ya nos acercábamos a Inglaterra cuando Holmes decidió romper el silencio.
– Sé que aún no estabas preparado para esto, William -dijo-. Pero no siempre podemos elegir el momento adecuado. Á menudo éste nos elige a nosotros.
No respondí. Seguramente mi rostro era en aquellos momentos una máscara inescrutable. O habría sido inescrutable de no tener enfrente a Sherlock Holmes.
– No siempre podemos pedir que el mundo venga a nosotros en el momento adecuado, cuando todo está en orden y podemos hacerle frente. Lo siento. Sé que aún tienes mucho que arreglar, pero tendrás que apañártelas. Es lo que hacemos todos.
Todos. Y qué demonios me importaba a mí lo que hacían los demás. Vi el rostro de Carmen frente a mí. Sentí de nuevo su dolor ante la monstruosidad que había salido de su vientre. Apreté la mandíbula y me negué a decir nada.
Holmes asintió con tristeza, como si mi reacción fuera exactamente la que estaba esperando.
– Mi tiempo se acaba -dijo de pronto-. Me quedan aún algunos años, pero quiero pasarlos con tranquilidad. Tengo mi libro y mis abejas y ésa debería ser ocupación suficiente. Eso y la familia, por supuesto.
Parpadeé y fue como si volviera de la otra punta del mundo. Miré al viejo detective, perplejo. No comprendía lo que me estaba diciendo.
– Me retiro, William, lo dejo. Abandono. He cumplido con creces lo que se esperaba de mí. Y es hora de que me retire de escena. Cuando lleguemos a Londres, M dimitirá. George se quedará al cargo del Servicio. Hará un buen trabajo, aunque no creo que me lo agradezca. Y yo me iré. En silencio y discretamente, sin alharacas. Compré la casa de Sussex hace casi cuarenta y cinco años, y apenas he podido disfrutar de ella. Es hora de que lo haga.
– Pero…
– Te dejo al cargo de todo. Como te dije, George será la cabeza visible, pero hay muchas cosas que él no sabe y que no puede aceptar. Hay una zona del Servicio Secreto de Su Majestad a la que él no tiene acceso. Es tuya.
– No…
– Sí. No puede ser de otro modo. Sé que no es eso lo que quieres oír ahora. Que quieres huir y dejarlo todo detrás. Pero sabes que no te puedes dejar atrás a ti mismo. Espero haberte sabido hacer comprender eso, al menos. Puedes huir de todo, pero no de ti y de lo que eres.
– ¿Y qué es lo que soy? -pregunté, ceñudo.
– Un hombre, por supuesto. Qué otra cosa.
– ¿Qué otra cosa? ¿Cómo se atreve?
¿Acaso no me había visto? ¿No había notado cómo los pensamientos de tres criaturas que no eran humanas entraban en mí y usaban mi cuerpo como vehículo para dar salida a todo cuanto llevaban dentro?
– Eres… sensible, William -dijo Holmes, imperturbable-. Créeme, de haberlo sabido no te habría traído conmigo.
– Lo dudo. Al fin y al cabo, encajaba en sus planes, ¿no?
Negó con la cabeza.
– Ni tu presencia ni tus… capacidades nos eran necesarias, William. Si te soy sincero, fuiste más un engorro que otra cosa. Lo último que necesitábamos en esos momentos era que te comportaras como un poseído.
– Miente.
No dijo nada. No negó mi acusación. Se limitó a quedárseme mirando, tranquilo y en paz, como si todo estuviera bien en el mundo.
Sentí deseos de golpearle, de…
Y de pronto, todo pasó.
Porque no era a él a quien quería golpear, sino a mí.
De pronto, pensé en Anni, y en todo lo que había dicho antes de precipitarse en la Boca del Infierno. A regañadientes, asentí y, ante aquel gesto, el rostro de Holmes se iluminó.
– Lo siento -dije.
Aparté la vista, incapaz de mirarlo a los ojos.
– No hay nada que sentir, William -susurró-. En todo caso, quizá soy yo quien debería sentirlo. Volví a equivocarme. Creí que llevarte conmigo sería un modo de alejarte de tus problemas. Y en lugar de eso… Pero no importa, ha pasado y hemos hecho lo que teníamos que hacer. Quién sabe si mi error se revelará como beneficioso con el tiempo; después de todo, te he estado entrenando para ser mi sucesor y tal vez tu sensibilidad hacia esos… aspectos del mundo sea una ventaja para la tarea que te espera. Quizá, tras la pasada noche, estás mejor preparado para afrontarlo. No del todo, como dije antes. Pero tampoco lo estaba yo del todo cuando inventé la profesión de detective consultor. Fui aprendiendo sobre la marcha. Tú harás lo mismo.
Dentro de mí, algo quemaba. Por primera vez, no opuse resistencia y dejé que me abrasara. El dolor resultó sorprendentemente gratificante, liberador en cierta forma. Noté que mi vista se nublaba y entreví apenas cómo Sherlock Holmes se ponía en pie y me dejaba solo.
Di rienda suelta a mi dolor. No negué mi culpa ni mis deseos de ser castigado. A solas en el camarote, dejé que me convirtiera en un animal herido.
– Echo de menos a Watson -dijo Holmes algún tiempo más tarde, mientras encendía su pipa-, terriblemente. En cierto modo, él fue mi ancla en el mundo durante muchos años. Si él viviera, esperaríamos a llegar a Baker Street, nos sentaríamos frente a la chimenea y cerraría con él los últimos cabos sueltos. Y mientras tanto, él no dejaría de mirarme maravillado y me alentaría a continuar con un simple gesto de admiración. Pero esto es lo que tenemos -señaló el camarote-, y tendré que conformarme con ello. Así que adelante, William, pregúntame lo que quieras saber.
¿Lo que quería saber? ¿Realmente quería saberlo? Pero al mirarlo a los ojos supe que sí, que por encima de todo, quería saber.
– ¿Quién es Nadie? -pregunté, con voz vacilante.
– Ah, sí, claro. Empecemos por los pecados de juventud, por qué no. La historia completa la averiguarás por ti mismo algún día. Está en Sussex, a buen recaudo, y no dudo que la leerás tarde o temprano. Entre tanto, debería bastarte saber que nos conocimos siendo yo joven y testarudo… Un actor en ciernes que no sabía hacia dónde dirigir su vida. Él era… no importa ahora mismo. Era admirable, en muchos aspectos; no tanto en otros. Era lo que los demás habían hecho de él, cosa que se puede decir de cualquiera. Y también era lo que él mismo había decidido ser, lleno de odio y amargura. Pudo convertirse en un gran hombre; era el heredero espiritual de grandes hombres y él mismo pudo haberlo sido. En cierto modo, un modo retorcido y oscuro, lo es; o lo era. Hacía tanto tiempo que no sabía de él que tenía la esperanza de que hubiera muerto. Veo que no. Ha construido su imperio secreto durante estos años. Y creo que pronto estará listo para dar el paso definitivo.
Enarqué una ceja.
– El mundo, William, quiere el mundo para sí, como si alguien pudiera poseerlo. Tarde o temprano volverás a encontrarte con él, estoy seguro. Ten cuidado.
– Lo tendré.
– Sí, lo sé. Y Kent deberá tenerlo también, me temo.
– El resto es sencillo. Adamson supo que a Crowley no le quedaba mucho tiempo de vida y contactó conmigo. Sospechaba que Anni, por su propia voluntad u obligada por otros, iría entonces a la Boca del Infierno para reunirse con él y con Wiggins.
– Eso no lo entiendo, Holmes. Por lo que me ha contado, no son realmente criaturas venidas de otro mundo, sólo sus recuerdos. Al morir sus… «portadores», deberían haberse desvanecido.
– Parece lógico pensarlo, muchacho. Pero, al fin y al cabo, ¿qué son los recuerdos? Información. Que puede ser transmitida y almacenada.
Fruncí el ceño.
– Energía. Radiación de algún tipo.
– Quizá. Hay muchas cosas que no sabemos. Adamson las conoce, seguramente, si bien no es muy dado a compartir según qué cosas. Pero probablemente tengas razón. A la muerte de sus anfitriones, la información que eran esos recuerdos quedó libre y fue atraída como un imán por la Boca del Infierno. Querían volver a casa, en cierto modo. Pero la puerta estaba cerrada. Sólo los tres conjuntamente tenían fuerza suficiente para abrirla. Podríamos pensar en ello como en una clave criptográfica, en cierto, modo, una suerte de firma energética. Sólo la firma completa abre la cerradura codificada, no parte de ella.
Читать дальше