– Y también porque no sabía lo que usted busca en realidad -siguió diciendo Fan-. No quería que el recuerdo de Mei fuera arrastrado de nuevo por el lodo de la humillación, posiblemente en vano.
– Lo comprendo -respondió Chen, recordando un comentario similar del profesor Xiang.
– Creo que ya he mencionado a Tofu Zhang.
– Sí, antes lo mencionó. Zhang es el vecino que vaciló y cerró la puerta sin prestarle ayuda a Mei.
– Antes de cerrar la puerta, Zhang vio a alguien que salía a hurtadillas de la habitación de Mei. Zhang creyó que era Tian, pero no estaba del todo seguro.
– Tian, el miembro de la Escuadra de Mao que trabajaba en la fábrica de acero.
– Sí, el mismo Tian que usted quería que su compañero investigara.
– ¿Alguien le preguntó a Tian lo que pasó aquella tarde?
– Según él, tenía pensado hablar con Mei, pero le pareció que estaba demasiado trastornada, así que se marchó -explicó Fan-. Sin embargo, ese argumento no se tenía en pie. Zhang lo vio irse después del accidente, no antes. En aquella época, sin embargo, ¿quién iba a cuestionar la palabra de un miembro de una Escuadra de Mao? De todos modos, Mei murió en un accidente. Nadie tuvo la culpa.
– ¿La comisaría del distrito no hizo nada al respecto?
– Yo tenía entonces más o menos su edad, inspector jefe Chen -dijo Fan, sorbiendo una cucharada de sopa en lugar de responder directamente-. Todavía quería hacer algo como policía. Cuando me enteré de la tragedia fui corriendo hasta la casa. Allí saqué fotos y hablé con algunos de los vecinos de Mei, también con Zhang. Según otro vecino, dos o tres noches antes oyó ruidos extraños procedentes de la habitación de Mei. Como dice un viejo proverbio, los problemas se agolpan frente a la puerta de una viuda, por no mencionar a una viuda tan «negra». Nadie había informado acerca del ruido, y creí que merecía la pena investigarlo. No fue una coincidencia que Tian entrara y saliera de la habitación de Mei. Es más, si Mei pensó en pedirme ayuda a mí, es muy posible que también se la hubiera pedido a Tian. La pobre mujer estaba desesperada, dispuesta a hacer cualquier cosa por su hijo. Y Tian, a diferencia de mí, tenía poder suficiente para ayudarla.
– Sí, parece raro que Tian se uniera a la Escuadra de Mao destinada en la escuela de Mei -señaló Chen-, por no mencionar el hecho de que luego se uniera al grupo de investigación que actuaba en este barrio.
– La puesta en libertad del chico fue repentina y sospechosa. También hablé con un miembro del comité vecinal sobre ello. Fue Tian quien tomó la decisión, aunque no especificó cuándo se produciría la liberación. El niño estaba enfermo y tenía una fiebre muy alta, por lo que Mei pensó que Tian podría dejarlo marchar aquella tarde.
– Eso explica la reacción del chico a su regreso. Ya puede imaginarse la escena con la que se topó.
– Exactamente. Fue demasiado para él, y por eso Mei salió corriendo en su busca. Ella sabía que ver a su madre en esa situación habría supuesto un auténtica conmoción para el niño. Se olvidó de su desnudez, resbaló y se cayó.
– Y eso también explica por qué el chico, que tanto quería a su madre, huyera sin siquiera mirar atrás -añadió Chen-. Todos los detalles parecen encajar.
– Era una época en la que incluso las comisarías se consideraban instituciones burguesas. Sólo los Guardias Rojos y los Rebeldes Obreros tenían poder. Cuando le hablé de iniciar una investigación, mi jefe desechó la idea.
– Una pregunta más. ¿Aún guarda las fotografías, camarada Fan? Las fotografías tomadas en el escenario de la muerte, quiero decir.
– Sí, las tengo en casa, aunque podría tardar algún tiempo en encontrarlas.
– Si pudiera enseñármelas hoy se lo agradecería muchísimo.
– Espéreme unos minutos entonces.
Fan se levantó y salió a buen paso del restaurante.
Chen se quedó solo en la mesa, esperando, cuando el camarero trajo la cuenta. Como había imaginado, el dinero para taxis que aún le quedaba en el bolsillo fue más que suficiente para pagar la comida: costó menos de siete yuanes por persona. Por la misma cantidad que se había gastado en el club nocturno la noche anterior, podría desayunar aquí cada mañana durante tres meses.
En Sueño de la habitación roja, una muchacha calcula que una cena a base de cangrejos en el Jardín Gran Vista cuesta más que los alimentos que consume un agricultor durante todo un año. Esa misma brecha había aparecido en la sociedad actual.
Chen se levantó para ir a pagar la cuenta en el mostrador. Mientras cogía el cambio, echó otra mirada al pareado de la puerta. Estaba escrito con trazo firme, en contraste con el aspecto destartalado del restaurante. El comentario horizontal «Auténtico en su boca» parecía humorístico, si bien invitaba a la reflexión.
– No se refiere únicamente a la comida -explicó el propieta rio del restaurante con una sonrisa-. El carácter «boca» se puede asociar a la comida, pero también al lenguaje. Todas las palabras salen de la boca, verdaderas o falsas.
– Es cierto. Este pareado me recuerda otro que aparecía en el Sueño de la habitación roja, en un palacio celestial…
– Sé a cuál se refiere: en el arco del Palacio de la Ilusión que Despierta, donde Jia Baoyu lee el pareado y se pierde, pero no puedo recordar los versos exactos.
– El pareado dice: «Cuando lo ficticio es real, lo real es ficticio; donde no hay nada, hay de todo». Jia zuo zhenshi zhen jijia, wu wei youchu you yi wu.
– Exacto. Usted debe de ser un intelectual rico. Un abogado próspero o algo así -conjeturó el propietario, echando un vistazo al maletín que descansaba sobre la mesa.
El maletín de cuero italiano era un regalo de Gu, quien insistió en que resultaba muy apropiado para el inspector jefe Chen. Irónicamente, también podría haber resultado apropiado a ojos de Jade Verde, quien lo tomó por un próspero abogado «o algo por el estilo» la noche anterior.
– El autor de Sueño de la habitación roja era muy bueno ideando juegos de palabras -afirmó el propietario del restaurante-, incluso con los nombres de los personajes. El nombre Jia Baoyu, el héroe de la saga, podía significar «piedra preciosa ficticia», y en el libro sale otra familia apellidada Zheng, que quiere decir «auténtico…».
Al oír aquella palabra, a Chen le dio un vuelco el corazón.
El inspector jefe interrumpió abruptamente la conversación, volvió a la mesa y cogió su maletín. Antes de marcharse al complejo de vacaciones, había metido a toda prisa en el maletín los expedientes sobre los casos del complejo residencial y del vestido mandarín rojo, aunque no tenía pensado repasar ningún documento allí. Debido a su apresurado retorno a Shanghai, Chen aún no había tenido tiempo de echarles un vistazo.
Chen sacó la carpeta con el expediente del caso del complejo residencial y empezó a leer la parte referente a Jia.
El informe, demasiado breve y simplista, se centraba en los posibles motivos de Jia para enfrentarse al Gobierno. Proporcionaba escasa información sólida: sólo un par de líneas sobre su infancia infeliz durante la Revolución Cultural, en la que había perdido a sus padres. Ni siquiera mencionaba los nombres de éstos.
Sin embargo, bastó para que el director Zhong concluyera que Jia aceptó el caso para vengarse por lo sucedido durante la Revolución Cultural.
Chen leyó la parte sobre la vida personal de Jia en los últimos años.
De nuevo, la información era escasa. Puede que ello se debiera a que Jia siempre había procurado no llamar la atención, pese a defender casos muy polémicos. Se decía que las acciones estadounidenses que había heredado de su abuelo valían millones, lo que convertía a Jia en uno de los mejores partidos de la ciudad. Por consiguiente, su soltería despertaba suspicacias. Algunos incluso albergaban sospechas acerca de su orientación sexual, aunque carecían de pruebas que confirmaran sus suposiciones. De hecho, Jia había tenido novia, una modelo, pero pusieron fin a su relación. La chica se apellidaba Xia, y tenía unos quince años menos que él.
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