Qiu Xiaolong - Seda Roja

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Un asesino en serie acecha a las jóvenes de Shanghai. Sus crímenes han creado gran expectación y alarma en la prensa y entre los ciudadanos, sobre todo porque suele abandonar a los cadáveres enfundados en un vestido muy llamativo, rojo y de estilo mandarín. Cuando el caso comienza a complicarse, el inspector jefe Chen Cao está de permiso: acaba de matricularse en un máster sobre literatura clásica china en la Universidad de Shanghai. Pero en el momento en que el asesino ataca directamente al equipo de investigadores del Departamento, a Chen no le queda más remedio que volver al trabajo y ponerse al frente de la investigación. Mientras intenta dar con el asesino antes de que se cobre nuevas víctimas, irá descubriendo que la raíz de estos asesinatos se remonta al trágico y tumultuoso pasado reciente del país.

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– Por supuesto -respondió de buena gana Pequeño Zhou-. Se trata de algo importante, ya lo sé.

Chen preguntó por Xia en la entrada de la casa de baños.

– Sí, Xia está aquí -le contestó una muchacha, mirando su reloj-. En el restaurante de la tercera planta.

Como creía Nube Blanca, Xia resultó ser la copropietaria de la casa de baños. Se encargaba de las relaciones públicas y de los espectáculos, incluyendo los desfiles de modelos celebrados entre la comida y la cena.

Antes de subir a la tercera planta, Chen tuvo que comprar una entrada y ponerse un pijama y zapatillas de plástico. Lo prefirió antes que revelar que era policía.

Cuando la puerta del ascensor se abrió al llegar a la tercera planta, Chen pudo ver a Xia sentada a una mesa frente a un escenario situado cerca del restaurante, vestida con un pijama idéntico al suyo. Estaba rodeada de chicas, a las que daba órdenes con aires de empresaria de éxito.

Naturalmente, no todas las chicas acabarían teniendo la suerte de Xia, como rezaba aquel verso de un poema de la dinastía Tang: «Un general triunfador deja atrás los esqueletos de diez mil soldados». Chen pensó en las víctimas del caso de los asesinatos en serie.

En lugar de acercarse a la mesa, Chen le pidió a una de las chicas que le entregara su tarjeta a Xia, quien se levantó de inmediato y se dirigió hacia Chen.

– Lo he visto entrar, como una grulla blanca que sobresale entre los gallos, incluso antes de haberlo reconocido -dijo Xia cordialmente. Después lo tomó de la mano y lo condujo hasta otra mesa-. He visto su foto en los periódicos, inspector jefe Chen. Así que hoy tiene que ser nuestro invitado especial.

– Seguro que yo he visto más fotos de usted, y también la he visto en la televisión -repuso Chen-. Siento haberme presentado sin avisar, pero necesito hablar con usted.

– ¿Quiere hablar conmigo, inspector jefe Chen? -Xia parecía sorprendida.

– Sí. Ahora.

– Me temo que ahora no es buen momento. Tengo que encargarme del desfile de modelos para nuestra fiesta de aniversario. Va a empezar pronto.

Más que prendas modernas, en el desfile se exhibirían cuerpos apenas cubiertos de ropa. Pero Xia tenía que ocuparse también de los invitados especiales a la fiesta de aniversario.

– ¿Usted también va a desfilar por la pasarela?

– No, no necesariamente.

– Si no se tratara de algo importante, no habría venido hasta aquí sin llamarla antes -se disculpó Chen, mirando hacia el escenario-. Quizá podamos hablar durante el desfile.

Xia se mostró algo indecisa. Las chicas mantenían una distancia respetuosa y aguardaban sus instrucciones. La banda ya había empezado a ensayar una melodía ligera. Quizá no era el lugar más indicado para hablar.

– No ha venido a ver el desfile, supongo -dijo Xia-. ¿Qué le parece si se toma un descanso en una sala VIP?, yo me uniré a usted tan pronto como haya empezado el desfile.

– De acuerdo, la esperaré allí.

Una chica muy joven bajó con él a la segunda planta y lo condujo hasta una suite. En la habitación, iluminada por una luz tenue, había dos sofás cubiertos con toallas blancas y una mesita de centro situada entre ambos. De un perchero de pie colgaban dos albornoces de toalla. Era una habitación sencilla, pero acogedora. La chica cerró la puerta al marcharse.

En la habitación hacía bastante calor y, tras sentarse en el sofá, Chen empezó a adormilarse. Le vendría bien refrescarse un poco, pensó, así que se quitó el pijama y se metió bajo la ducha.

Sin embargo la ducha no le hizo sentirse mejor. Al salir del cuarto de baño se sintió débil y un poco mareado. Le dejó un mensaje a Yu pidiéndole que se reuniera con él en La Época Dorada cuando hubiera finalizado sus pesquisas en la fábrica de acero.

Chen se tumbó en el sofá. Le llegó el débil sonido de una música suave, como los cánticos del templo que escuchaba en su infancia. Intentó mantenerse despierto, pero no lo consiguió.

Al cabo de un rato se despertó, se percató de que alguien se movía por la habitación. Era Xia, andando descalza por la mullida alfombra envuelta en un albornoz de toalla blanco. También se había duchado, y aún tenía el pelo mojado. Se sentó en el borde del sofá en el que descansaba Chen y le puso la mano en el hombro.

– Parece cansado -comentó Xia-. Déjeme que le dé un buen masaje en los hombros.

– Lo siento, yo no… -Chen se interrumpió a media frase. No tenía sentido explicarle que no había dormido la noche anterior.

– Su amigo el señor Gu habla mucho de usted -dijo ella, masajeándole los hombros con suavidad- y de la valiosa ayuda que le presta en sus negocios.

Ahora entendía mejor su hospitalidad. Chen no había aclarado el propósito de su visita, por lo que Xia debió de dar por sentado que guardaba relación con su negocio. Un policía podría complicarles mucho las cosas a los propietarios de una casa de baños, con todas esas habitaciones privadas y todas esas masajistas. Por otra parte, puede que Chen decidiera proporcionarle «su valiosa ayuda», parafraseando a Gu.

– El señor Gu siempre exagera -afirmó Chen-. No se tome al pie de la letra lo que le diga.

– ¿Y qué hay de lo mucho que usted contribuyó al Proyecto para el Nuevo Mundo del señor Gu?

Las historias de su amistad con un «bolsillos llenos» podrían ser perjudiciales, pero por el momento debía dejar que Xia se las creyera. Chen no podía obligarla a cooperar si ella se negaba.

– Gracias por el masaje -dijo Chen-. Resulta insoportable recibir los favores de una beldad que además es empresaria y modelo.

– Un poeta romántico con uniforme de policía -dijo Xia, soltando una risita-, pero es imposible ser modelo toda la vida. «Arranca una flor mientras puedas, / o sólo te quedarán los tallos desnudos.»

Estos versos pertenecían a un poema de la dinastía Tang. Era sorprendente que los citara así, refiriéndose a su propia belleza como a algo que era preciso arrancar.

A continuación le dio la vuelta, mientras ella se arrodillaba y se sentaba sobre sus pantorrillas. A Chen le pareció ver fugazmente uno de los pechos de Xia a través de la abertura de su albornoz. Entretanto, Xia empezó a masajearle la espalda.

– Tiene muchos nudos en la espalda -afirmó ella, centrándose en su zona lumbar. Llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo, en atractivo contraste con el albornoz blanco.

Chen recordó el comentario del erudito Zhang sobre la mujer fatal en «La historia de Yingying». Le pareció un recuerdo oportuno mientras yacía en el sofá, débil y a merced de Xia, pero le extrañó que se le hubiera ocurrido en aquel preciso momento.

– Gracias, Xia. No cabe duda de que tiene magia en los dedos. Tendré que volver. -Chen la interrumpió y se incorporó en el sofá-. Pero hoy debo hablar con usted sobre otra cosa.

– Sí, podemos hablar de lo que usted quiera -repuso ella, dirigiéndose al otro sofá. Se sentó apoyándose contra el respaldo, cruzó las piernas y le mostró sus muslos desnudos. Como Chen había sospechado, Xia no llevaba nada debajo del albornoz-. Aquí nadie nos molestará. El siguiente desfile no empieza hasta las seis. Tenemos toda la tarde.

– No me andaré por las ramas. Se trata de Jia, su ex novio.

– ¿De Jia? ¿Por qué? -Luego añadió apresuradamente-: Rompí con él hace mucho tiempo.

– Tenemos razones para creer que está involucrado en un caso muy grave.

– Sea lo que sea en lo que esté involucrado -dijo Xia incorporándose- yo no sé más que lo que ha salido publicado en los periódicos oficiales. Ese caso del complejo residencial debe de ser un auténtico quebradero de cabeza para algunas personas importantes.

Era evidente que Xia pensaba que Chen había venido para interrogarla sobre el otro caso.

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