Obedeciendo a un impulso, Chen cogió el móvil y llamó a Nube Blanca.
– ¿Conoces a alguna mujer llamada Xia que trabaje en el negocio del entretenimiento? Antes había sido modelo.
– Xia… Xia Ji, posiblemente. No la conozco en persona, pero es muy conocida en esos círculos -explicó Nube Blanca-. Ya no trabaja de modelo. Se dice que tiene acciones en una casa de baños llamada La Época Dorada. Xia es una triunfadora, por eso he oído hablar de ella.
– ¿Una modelo en el negocio de las casas de baños?
– ¿De verdad que no lo sabes? -preguntó Nube Blanca-. En las salas de masajes de estas casas cualquier cosa es posible. Pero ella es copropietaria del negocio.
Chen recordó haber visto a la novia modelo de Jia en alguna parte. Lo recordó por su nombre, Xiaji, que en chino también significaba «verano». De hecho, Chen la había conocido en el panel de un concurso llamado «Tres bellas competiciones: Corazón, Cuerpo y Mente», patrocinado por la Corporación Nuevo Mundo. Chen participó en el jurado por deferencia a Gu. Como poeta con obra publicada, se suponía que sería «capaz de juzgar lo que es poético». Xia también era miembro del jurado. No hablaron demasiado durante el concurso, ni tampoco después.
– Gracias, Nube Blanca. Te llamo luego -dijo Chen, poniendo fin a la conversación al ver que Fan volvía con un sobre en la mano-. Camarada Fan, ¿puede decirme de nuevo el nombre del chico?
– ¿Por qué? Xiaozheng, o Zheng, así que debería de ser Ming Zheng, o Ming Xiaozheng. No recuerdo qué carácter escrito en particular para «zheng». En cuanto a «Xiao», el carácter podría haberse añadido al nombre del niño como expresión de cariño, ya sabe.
– Sí, a veces mi madre aún me llama «Xiao Cao» también.
– ¿A qué se refiere?
– Los nombres chinos pueden tener distintos significados. Por ejemplo, Jia Ming puede significar «nombre ficticio», mientras que Ming Zheng, al menos en cuanto a su pronunciación, puede significar «nombre real».
– ¿Adonde quiere ir a parar, inspector jefe Chen?
– Si ese niño se hubiera cambiado el nombre a algo como Jia Ming, «nombre falso del descendiente de la ilustre Mansión Ming», ¿le parece que tendría sentido?
– En la cultura china, muy poca gente se cambiaría el apellido, pero creo que es posible que el hijo de Mei lo hiciera. Puede que su pasado fuera demasiado doloroso para él. Y el seudónimo podría llevar un mensaje implícito. Es como si le estuviera diciendo al mundo que el que lleva ese nombre es «ficticio», y oculta su identidad real del escrutinio público. Pero ¿quién es Jia Ming?
– De momento es sólo una suposición. -Chen decidió no entrar en detalles y cambió de tema-. Ah, ha traído las fotos.
Fan sacó un puñado de fotografías en blanco y negro no demasiado buenas, tomadas desde distintas perspectivas. Algunos primeros planos estaban borrosos y desenfocados.
Con todo, eran unas imágenes espantosas: distintos ángulos de una mujer muerta, abandonada, que yacía desnuda sobre el suelo de cemento gris. Mientras las observaba, Chen las yuxtapuso mentalmente a las fotografías de Mei vestida con el qipao, cogiendo de la mano a su hijo…
En la poesía, cuando dos imágenes se yuxtaponen es posible que emerja un nuevo significado. Chen no había conseguido captarlo todavía, pero sabía que existía.
– Nunca podré agradecérselo bastante, camarada Fan.
– Saqué las fotos cuando era policía -explicó Fan sintiéndose de repente incómodo-, pero no tardé en darme cuenta de que no se llevaría a cabo ninguna investigación. ¿Quién se iba a molestar por una mujer tan «negra»? Y yo no soportaba la idea de que las fotografías de su cuerpo desnudo pasaran de mano en mano. No me refiero a la investigación, sino a… ya sabe a lo que me refiero.
– Usted es un hombre de principios -afirmó Chen-. Me alegra haberlo conocido.
– Después de la Revolución Cultural, pensé en reabrir el caso. Sin embargo, el Gobierno quería que la gente mirara hacia delante. ¿Qué podía hacer yo sin pruebas ni testigos? Además, puede que Mei muriera por culpa de Tian, pero, estrictamente hablando, ni siquiera era un caso de asesinato.
– Tiene razón -dijo Chen, preguntándose a qué venía el discurso de Fan.
– Tal vez no se equivoque y el hijo se haya cambiado de nombre. Querrá olvidarse del pasado, y por eso vendió la Antigua Mansión y nunca volvió por aquí. -Fan hizo una breve pausa antes de continuar, y luego agregó-: Nunca he hecho nada por ella, y si lo que le he dicho se usa en contra de su hijo…
– De momento sólo tengo una teoría. Nada de lo que me ha contado se usará contra él -aseguró Chen. Le pareció que su promesa era sincera, pero sólo hasta cierto punto-. En aquella época, el que un niño sufriera no se consideraba un delito.
– Gracias por explicármelo, inspector jefe Chen.
– Tengo que pedirle un favor. ¿Puedo llevarme estas fotos unos días? No se las enseñaré a nadie ajeno al caso. Se las devolveré tan pronto como haya acabado.
– Por supuesto que puede llevárselas.
– Gracias, camarada Fan. Me ha sido de gran ayuda.
– No, no tiene que agradecerme nada -respondió Fan-. Es que tendría que haber hecho yo. En todo caso, soy yo el tiene que darle las gracias a usted.
Por primera vez, Chen pensó que iba por buen camino.
Después de despedirse de Fan, llamó a la oficina de Jia. La secretaria que contestó al teléfono le dijo que Jia había salido de la ciudad, y que no volvería hasta la tarde. Quizá fuera mejor así, pensó. Necesitaba tiempo para ordenar sus ideas.
Chen se puso en contacto con la oficina de asignación de viviendas del distrito y pidió los documentos sobre la venta de la Antigua Mansión. Le interesaba saber sobre todo el nombre auténtico del vendedor y su relación con los propietarios originales de la mansión. El funcionario que lo atendió prometió proporcionarle la información solicitada lo antes posible. Chen decidió no llamar por el momento al director Zhong para pedirle más información sobre el pasado de Jia.
Pero, entretanto, pensó que tendría que hacer algo más. Hasta entonces sólo había descubierto datos sobre el pasado de Jia, cosas que habían sucedido más de veinte años atrás. Ahora debía investigar su vida presente. Mucho estaba en juego aquella noche, y Chen no podía permitirse ningún error.
El inspector jefe marcó el número de Pequeño Zhou y le pidió que se reuniera con él frente a la Antigua Mansión.
Chen llegó andando al restaurante, que tenía un aspecto muy distinto por la mañana. Sin luces de neón ni guapas camareras esperando fuera, parecía más bien un edificio de viviendas.
Después de fumarse un cigarrillo, pensó en llamar al Chino de Ultramar Lu, pero entonces llegó Pequeño Zhou en el coche del Departamento.
– ¿Conoces La Época Dorada? -preguntó Chen.
– La casa de baños en la calle Puming -respondió Pequeño Zhou-. He oído hablar del sitio.
– Vayamos hasta allí. ¡Ah!, de camino para en algún banco. Necesito sacar dinero.
– Sí, puede costar una auténtica fortuna -comentó Pequeño Zhou, arrancando sin mirar hacia atrás.
Chen era consciente de que el conductor del Departamento lo observaba por el espejo retrovisor. Un viaje matinal a una casa de baños era algo bastante inusual, por no mencionar su misteriosa desaparición de la semana anterior.
El tráfico era terrible. Tardaron unos cuarenta y cinco minutos en llegar a la casa de baños, que parecía un majestuoso palacio imperial. Ya había un gran número de coches estacionados en el aparcamiento.
– Quizá necesite el coche todo el día, Pequeño Zhou. ¿Puedes esperarme aquí?
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