Maggie parpadeó para evitar las lágrimas.
– Tener que afrontar una verdad que te has estado ocultando puede ser muy doloroso. Yo tengo parte de culpa. Le dije a Fergal lo que quería oír, y después, cuando él me creyó sin mirar más allá, me sentí engañada. Supongo que dejé que pensara que estaba enamorada de Connor y él de mí, que Dios me perdone.
De modo que Maggie permitió que Fergal pensara que estaba enamorada de Connor. ¿Temía que de hecho fuera Fergal quien le había matado, y que sin quererlo ella hubiera sido responsable? ¿Y ahora le protegía, por ese sentimiento de culpa?
¿O había amado a otro? Si no era Connor, entonces ¿quién?
¿Hasta qué punto Susannah había visto o supuesto todo aquello? ¿Y había dicho la verdad cuando se había proclamado convencida de que Hugo Ross no había estado al corriente de las pasiones y las debilidades de esa gente cuyas vidas, para bien y para mal, estaban tan entremezcladas con la suya?
* * *
El padre Tyndale volvió a visitar a Susannah por la tarde, y se quedó una hora aproximadamente. Emily le acompañó durante casi todo el camino de vuelta a su casa. Soplaban rachas de un viento frío, cargado de humedad del mar, pero a pesar de su violencia, ella descubrió que la sal y el olor a algas poseían una especie de pureza amarga que la complació.
– Me parece que ya no vivirá mucho -dijo con tristeza el padre Tyndale, esforzándose por hacerse oír por encima del viento.
– Lo sé -corroboró Emily-. Espero que no sea antes de Navidad.
Entonces no supo por qué había dicho eso. La cuestión no era Navidad, sino averiguar la verdad sobre Connor Riordan, y fuera cual fuese, convencer a Susannah de que eso tenía un sentido, que beneficiaba a la gente que ella amaba.
– Hábleme más de Hugo, padre -pidió.
El sonrió mientras ambos bajaban entre las malas hierbas, cubiertas todavía con los restos de la tormenta, y llegaban a una franja de playa limpia. No era el camino más corto para llegar a su casa, pero a ambos les apeteció cogerlo.
– Qué difícil es decir algo que dé una idea de cómo son ellos realmente -contestó el sacerdote con aire pensativo-. Era un hombre grande y no solo en un sentido físico, con esa dulzura tan característica, pero tenía un espíritu abierto. Amaba esta tierra y a su gente, ya que su familia había vivido aquí desde tiempos inmemoriales. Ganó dinero con los negocios, pero su verdadero placer era pintar, y si hubiera intentado ganarse la vida con eso, quizá habría llegado a ser realmente bueno. Dios sabe que Susannah nunca exigió riquezas. Le bastaba con estar con él para ser feliz.
– ¿Y su fe? -inquirió ella.
– Nunca se lo pregunté, ¿sabe? -contestó él algo sorprendido-. Por la forma como actuaba, di por sentado que sabía que existía un poder superior al del ser humano, y que era un poder bondadoso. Hay personas que hablan mucho sobre sus creencias, sobre los preceptos que cumplen y las plegarias que hacen. Hugo nunca lo hacía. Asistía a la iglesia casi todos los domingos, pero fueran cuales fuesen sus culpas o sus tribulaciones, las arreglaba directamente con Dios.
– ¿Y eso le parece bien a usted?
– Amaba a sus convecinos, sin juzgarlos -contestó-. Y amaba la tierra y todas sus manifestaciones. Desde mi punto de vista eso significaba que amaba a Dios. Sí, me parece bien.
– ¿No le importó que se casara con una inglesa? -preguntó ella en broma, hasta cierto punto.
Él se echó a reír.
– Sí que me importó. Pero no sirvió de nada. A su familia tampoco le gustó. Ellos habrían querido que encontrara a una buena chica católica, y tuviera muchos hijos. Pero él amaba a Susannah, y nunca le preocupó lo que opinaran los demás.
– Pero ella se convirtió al catolicismo -señaló Emily.
– Oh, sí, pero no porque Hugo se lo pidiera. Ella lo hizo por él, y adquirió la fe con el tiempo.
Emily cambió de tema.
– ¿Qué opinaba Hugo de Connor Riordan? -Debía preguntarlo, pero descubrió que temía la respuesta. Probablemente ese hombre que el padre Tyndale había conocido se había dado cuenta del daño que Connor estaba haciendo, de esos secretos que averiguaba con excesiva facilidad, de los miedos y las ansias que despertaba.
Estaban paseando por la orilla, junto a los restos del naufragio. El padre Tyndale no le respondió.
– ¿Adonde ha ido Brendan Flaherty, padre? -preguntó-. ¿Y por qué? ¿Su padre vivía cuando mataron a Connor?
– ¿Seamus? No, ya había muerto. Pero incluso los muertos tienen secretos. Algunos eran más desagradables de lo que Colleen imaginaba.
– Pero ¿Brendan lo sabe?
– Sí. Y Hugo lo sabía. Creo que por eso intentó que Connor volviera a Galway, pero aquel invierno fue muy duro. No paró de llover, cayó mucha agua y aguanieve. Y Connor estaba demasiado débil para hacer ese viaje. Cinco horas en un carro a la intemperie habrían sido fatales. No era tan fuerte como Daniel. Creo que tragó más agua y estuvo más tiempo en el mar, a la deriva. Y es duro estar tan cerca de la muerte. No creo que sus pulmones llegaran a recuperarse nunca.
– ¿Venía de Galway?
– ¿Connor? No sé dónde había nacido, ni de dónde había partido el barco. Hablaba como la gente de Galway.
– ¿Y Hugo quería que volviera allí?
– Sí. Pero sabía que no podía, no hasta que el tiempo cambiara y él estuviera más fuerte.
– Y entonces ¿fue demasiado tarde?
– Sí. -Su cara se contrajo de dolor-. Que Dios nos perdone.
Eran los primeros que paseaban por la orilla desde el reflujo de la marea. No había ninguna pisada delante de ellos, solo una franja desnuda y firme entre las olas y la línea de la marea.
– ¿Hugo ya tenía miedo entonces de que sucediera algo, padre?
Él no contestó.
– ¿Y usted?
– Dios sabe que debí tenerlo -dijo apesadumbrado-. Esta es mi gente. A la mayoría los conozco de toda la vida. Les he oído en confesión, hablo con ellos a diario, conozco sus pasiones y sus trifulcas, sus enfermedades, sus esperanzas y sus decepciones. ¿Cómo pudo suceder todo eso, sin que lo viera? Que Dios me perdone, porque yo aún no puedo hacerlo. -Dio unos cuantos pasos más en silencio, y luego continuó como si hubiera olvidado que ella estaba allí-. Ni siquiera puedo ayudarlos ahora. Están asustados, uno de ellos carga con el peso de una culpa que le está devorando el alma, y sin embargo nadie acude a mí para que interceda con Dios, como una posibilidad de librarse de la carga que les está destrozando la vida a todos, y de lograr la absolución. ¿Por qué no? ¿Cómo les he fallado de esa forma tan total?
Emily no tenía respuesta. Todo el mundo tiene algo de que avergonzarse, y a veces durante toda una vida. ¿Qué podía haber sido eso que había visto o supuesto Connor Riordan? ¿Amenazaba eso a una de las personas cuya fragilidad conocía, y podía proteger? ¿Incluida Susannah?
Ella no quería oírlo. Deseó no haberse embarcado nunca en la investigación. No estaba preparada para tener éxito, ni para afrontar las inevitables tragedias que aquello traería consigo. Debería haber tenido el coraje y la humildad de decirle eso a Susannah desde el principio. ¡Qué arrogante había sido al imaginar que podía llegar allí, una forastera, y solucionar siete años de dolor!
Miró los hombros abatidos y la cara de tristeza del padre Tyndale, y deseó poder ofrecerle algún consuelo, una mano para agarrarse a la fe que debía haberle mantenido a flote. Él pensaba que había fallado a su gente, y que su falta de confianza en Dios o de comprensión en sus métodos habían provocado también los errores de ellos.
Ella no tenía nada que decir para ayudarle.
* * *
Fue a última hora de la tarde; ya casi había anochecido cuando Emily tomó su decisión. No solo necesitaría la ayuda del padre Tyndale, también la de Maggie O'Bannion, y probablemente la de Fergal además. No tenía sentido contárselo a Susannah hasta que estuviera segura de que el plan funcionaría. Habría sido mejor haber esperado a que su tía estuviera un poco mejor, pero quizá eso no pasaría, y el tiempo podía empeorar y convertirlo en imposible.
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