Anne Perry - El pasado vuelve a Connemara

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Los planes de Emily Radley para Navidad quedan en nada cuando se entera de que su tía Susannah se está muriendo. A pesar de que no tenían mucha relación, Emily decide ir hasta Irlanda para acompañarla en sus últimos días. A su vez, Daniel, el único superviviente de un naufragio a causa de una tormenta, busca cobijo en el hogar de Susannah. Emily acabará irremediablemente envuelta en la investigación de la muerte sin resolver de Connor, otra víctima de un naufragio, varios años atrás, y lo que descubrirá es que algunas personas serán capaces de hacer cualquier cosa para mantener a salvo sus secretos.

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Anne Perry El pasado vuelve a Connemara 6º Historias de Navidad Dedicado a - фото 1

Anne Perry

El pasado vuelve a Connemara

6º Historias de Navidad

Dedicado a todos aquellos que ansían una segunda oportunidad.

Emily Radley estaba de pie en el centro de su magnífico salón, pensando dónde debía colocar el árbol de Navidad para sacarle el máximo partido. Los adornos ya los tenía decididos: lazos, bolas de colores, espumillón, pequeñas lágrimas de cristal y pajarillos relucientes de color rojo y verde. Al pie colocaría brillantes paquetes con los regalos para su marido y sus hijos.

Habría velas, coronas y guirnaldas de acebo y de hiedra por toda la casa. Habría boles de fruta escarchada y platos de porcelana con nueces, jarras de ponche, bandejas con tartaletas de fruta, castañas asadas y, naturalmente, enormes fuegos con leños de manzano en las chimeneas, para que perfumaran al arder.

1895 no había sido un año fácil, y se alegraba bastante de que llegara a su fin. Como ellos se quedaban en Londres en lugar de irse al campo, acudirían a veladas y a cenas de gala, incluida la de la duquesa de Warwick, a la que asistirían todos sus conocidos. Y a fiestas donde pasarían la noche entera bailando. Ya había elegido el vestido: un modelo verde muy pálido con bordados de oro. E irían al teatro, naturalmente. Sin una obra de Oscar Wilde no sería lo mismo, pero sería divertido ver She Stoops to Conquer de Goldsmith.

Seguía pensando en eso cuando entró Jack. Parecía un poco cansado, no obstante conservaba la misma elegancia natural de siempre. Llevaba una carta en la mano.

– ¿Correo? -preguntó, sorprendida-, ¿a esta hora de la tarde? -Y se le cayó el alma a los pies-. No será un asunto del gobierno, ¿verdad? No pueden reclamarte ahora, menos de tres semanas antes de Navidad.

– Es para ti -contestó él, y se la entregó-. Acaban de traerla. Me parece que es la letra de Thomas.

Thomas Pitt, el cuñado de Emily, era policía. Su hermana Charlotte se había casado con alguien con una posición social bastante inferior, y aunque había perdido el bienestar social y económico al que estaba acostumbrada, no se había arrepentido ni por un segundo. Era Emily, por el contrario, quien envidiaba las oportunidades que Charlotte había tenido de implicarse en alguno de sus casos. Emily tenía la sensación de que hacía mucho que no había compartido una aventura, el peligro, la emoción, la rabia y la pena. Eso hacía que en cierto modo se sintiera menos viva.

Rasgó el sobre y leyó el papel que había dentro.

Querida Emily,

Lamento mucho tener que contarte que Charlotte ha recibido hoy una carta del padre Tyndale, un sacerdote cat ó lico que vive en Connemara, un pueblecito al oeste de Irlanda. Es el p á rroco de Susannah Ross, la hermana menor de tu padre, quien ha enviudado de nuevo; el padre Tyndale dice que ahora est á muy enferma. De hecho es muy probable que esta sea su ú ltima Navidad.

S é que ella se distanci ó de la familia en unas circunstancias bastante tristes, pero no deber í amos permitir que pase estas fechas sola. Tu madre est á en Italia, y desgraciadamente Charlotte tiene una bronquitis muy severa; por eso te escribo, para preguntarte si podr í as ir t ú a Irlanda para estar con Susannah. Me doy cuenta de que ello supone un gran sacrificio; sin embargo, no hay nadie m á s.

El padre Tyndale dice que no ser á por mucho tiempo, y que ser í as bienvenida en casa de Susannah. Si le contestas a la direcci ó n adjunta, é l ir á a recogerte a la estaci ó n de Galway, a la hora que le digas. Por favor, no tardes m á s de un par de d í as. No hay tiempo para vacilaciones.

Yo te lo agradezco por adelantado, y Charlotte te manda cari ñ osos recuerdos. Te escribir á en cuanto se recupere.

Con toda mi gratitud,

Thomas

Emily levantó la vista y se encontró con los ojos de Jack.

– ¡Esto es absurdo! -exclamó-. Ha perdido la cabeza.

Jack parpadeó.

– ¿De veras? ¿Qué dice?

Ella le dio la carta sin decir palabra.

Él la leyó con el ceño fruncido y luego se la devolvió.

– Lo siento. Sé que te hacía mucha ilusión pasar las Navidades en casa, pero ya habrá otras el año que viene.

– ¡No voy a ir! -replicó ella, sin dar crédito.

Él no dijo nada, solo la miró fijamente.

– Es ridículo -protestó ella-. Yo no puedo ir a Connemara, por Dios santo. Y menos aún en Navidad. Eso debe de ser el fin del mundo. Es el fin del mundo, de hecho. No es más que una ciénaga helada, Jack.

– En realidad, tengo entendido que la costa oeste de Irlanda es bastante templada -apuntó él-. Aunque húmeda, por supuesto -añadió con una sonrisa.

Ella lanzó un suspiro de alivio. Su sonrisa seguía resultándole fascinante y no quería que él supiera hasta qué punto. Si lo descubría, sería imposible manejarle. Se volvió para dejar la carta sobre la mesa.

– Mañana escribiré a Thomas y se lo explicaré.

– ¿Qué le dirás? -preguntó él.

Ella se sorprendió.

– Que es impensable, por supuesto. Pero lo expondré con tacto.

– ¿Cómo se puede exponer con tacto que vas a dejar que tu tía muera sola en Navidad, porque no te gusta el clima irlandés? -preguntó él con una dulzura sorprendente, teniendo en cuenta sus palabras.

Emily se quedó helada. Se dio la vuelta para mirarle y supo que, a pesar de la sonrisa, quería decir justo lo que había dicho.

– ¿De verdad quieres que me marche a Irlanda durante las Navidades? -preguntó-. Susannah solo tiene cincuenta años y todavía puede vivir mucho. ¡Thomas ni siquiera dice qué le ocurre!

– La muerte puede llegar a cualquier edad -señaló Jack-, y lo que yo quiera no tiene nada que ver con el deber.

– ¿Y los niños? -Emily jugó su mejor baza-. ¿Qué pensarán si los dejo en Navidad? Es una época para estar en familia. -Le devolvió la sonrisa.

– Pues escribe a tu tía y dile que se muera sola, que tú quieres estar con tu familia -replicó él-. Pensándolo bien, tendrás que decírselo al sacerdote y que él se lo comunique a ella.

Una evidencia atroz la impactó.

– ¡Tú quieres que me vaya! -le acusó.

– No, no quiero -negó él-. Pero tampoco quiero vivir contigo todos esos años posteriores a la muerte de Susannah, cuando lamentes no haber ido. La culpa puede destruir incluso lo que más queremos. Sobre todo lo que más queremos, de hecho. -Se le acercó y le acarició la mejilla con cariño-. Yo no quiero perderte.

– ¡No me perderás! -dijo ella al instante-. Tú no me perderás nunca.

– Muchas parejas se pierden -contestó él meneando la cabeza-; hay quien incluso se pierde a sí mismo.

Ella bajó la mirada a la alfombra.

– ¡Pero estamos en Navidad!

Él no contestó.

Pasaron unos segundos. El fuego chisporroteó en la chimenea.

– ¿Crees que en Irlanda existen los telegramas? -preguntó Emily finalmente.

– No tengo ni idea. ¿Qué puedes decir en un telegrama para responder a esto?

Ella inspiró profundamente.

– A qué hora llega mi tren a Galway. Y qué día, supongo.

Jack se inclinó hacia delante y la besó con mucha ternura, y ella se dio cuenta de que estaba llorando por todo lo que iba a echar de menos durante las próximas semanas, y por lo todo que en su opinión debían ser las Navidades.

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