Anne Perry - El pasado vuelve a Connemara

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Los planes de Emily Radley para Navidad quedan en nada cuando se entera de que su tía Susannah se está muriendo. A pesar de que no tenían mucha relación, Emily decide ir hasta Irlanda para acompañarla en sus últimos días. A su vez, Daniel, el único superviviente de un naufragio a causa de una tormenta, busca cobijo en el hogar de Susannah. Emily acabará irremediablemente envuelta en la investigación de la muerte sin resolver de Connor, otra víctima de un naufragio, varios años atrás, y lo que descubrirá es que algunas personas serán capaces de hacer cualquier cosa para mantener a salvo sus secretos.

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Le habló con un tono amable pero le escrutó la cara con los ojos. ¿Qué buscaba, indicios de una mentira? ¿El recuerdo de alguna otra cosa? ¿O veía en él al fantasma de Connor Riordan y de la tragedia que suscitó?

– ¿Qué día es hoy? -preguntó Daniel de pronto, mirando primero a Susannah, después a Emily, y luego a la inversa.

– Sábado -contestó Emily.

– Aquí debe de haber una iglesia. Yo vi a un sacerdote. Me gustaría ir a misa mañana. Debo dar gracias a Dios por haberme salvado y, sobre todo, debo rezar por las almas de mis amigos. Tal vez Dios me conceda que recupere la memoria. Ningún hombre debería morir solo, hasta el punto de que ninguno de los supervivientes pronuncie su nombre.

– Sí, por supuesto -dijo Susannah inmediatamente-. Yo le acompañaré. No está muy lejos.

Emily sintió un nudo en el estómago.

– ¿Estás segura de que te encuentras suficientemente bien?

Quería encontrar algún modo, alguna excusa para que ella no fuera. Era natural que Daniel deseara asistir a una misa en honor de sus compañeros, como cualquier hombre decente. Era prácticamente seguro que él nunca había oído hablar de Connor Riordan, cuya muerte no tenía nada que ver con aquella tormenta, ni con aquella tragedia. Pero quizá el pueblo vería fantasmas en su cara y al menos una persona se sentiría culpable.

– Sí, claro -afirmó Susannah con cierta rudeza-. Mañana todos nos encontraremos mejor.

Pero a la mañana siguiente Susannah estaba tan débil que cuando entró en la cocina tuvo que agarrarse al respaldo de una silla para no perder el equilibrio y caerse.

Emily se levantó de un salto y la sujetó, la aguantó con los dos brazos y la ayudó a sentarse.

– ¡Estoy bien! -dijo ella voz débil-. Solo necesito desayunar algo. ¿Habéis visto a Daniel esta mañana?

– Aún no, pero le oído arriba. Susannah, por favor, vuelve a la cama. No estás lo bastante bien para ir andando hasta la iglesia. El viento sigue siendo fuerte.

– Ya te lo he dicho -replicó Susannah con firmeza-, me encontraré mejor cuando haya tomado una taza de té y coma algo…

– Susannah -Emily la interrumpió, para obligarla a escucharla-, no puedes ir a la iglesia así. Incomodarás a todo el mundo y sobre todo a ti. Nosotros debemos ir a dar gracias a Dios por haber salvado a Daniel y homenajear a los que desaparecieron, fueran quienes fueran.

– Daniel no puede ir solo… -empezó a decir Susannah.

– Yo iré con él. No debe de ser difícil encontrar la iglesia.

– Tú no eres católica -señaló Susannah. Había una leve sonrisa en sus ojos-. Sé que ni siquiera lo apruebas, y que por supuesto no tienes fe.

– ¿Tú sí? ¿O era por Hugo?

Susannah sonrió sin ganas.

– Al principio fue por Hugo. Pero después, por mí misma. -Se le quebró la voz-. Sobre todo después de su muerte. Tenía fe porque él la había tenido. Me recordaba todo lo que él era.

Emily sintió una pena inmensa por Susannah, y se dio cuenta con una desagradable punzada de remordimiento de que ella conocía al detalle la política de Jack. Le había ayudado en todo tipo de proyectos y batallas, y estaba orgullosa de lo que él había conseguido. Pero no tenía ni idea de cuáles eran sus creencias religiosas. Iban juntos a la iglesia casi todos los domingos, pero lo mismo hacía todo el mundo. Ellos nunca habían comentado el motivo.

– Este podría ser un buen momento para que vaya a ver -dijo en voz alta-. La ignorancia no es razón para no creer en algo.

– Pero tú no sabes…

Emily terminó la frase por ella:

– ¿Por qué quieres ir tú? Sí, lo sé. El padre Tyndale me lo contó.

Susannah parecía confusa.

– ¿Te contó el qué? ¿Algo sobre la iglesia?

– No, sobre Connor Riordan… hace siete años.

– ¡Oh! Te contó…

– ¿No es eso por lo que querías que viniera? -insistió Emily-. ¿Para ayudarte a descubrir la verdad?

– Yo no sabía que habría una tormenta tan fuerte -dijo Susannah en voz baja, con la cara pálida-. Y nadie podía saber de antemano que Daniel vendría.

– Claro que no. Pero aun así, tú necesitabas saber quién mató a Connor y convencerte en el fondo de tu corazón de que Hugo no estaba protegiendo a alguien a quien apreciaba por lealtad, o por lástima.

Susannah estaba tan pálida que parecía que no le quedaba sangre bajo la piel. Emily sintió un espasmo de culpa, pero si cedía entonces dejaría el tema sobre la mesa, pero todavía sin resolver, y eso era peor que no haberlo planteado.

– Yo acompañaré a Daniel a la iglesia -repitió-. Observaré y te contaré lo que pasa. No te preocupes por el almuerzo. Hay carne fría y un poco de verdura que estará lista enseguida.

Recorrió el sendero acompañada de Daniel, que llevaba uno de los mejores trajes de Hugo. Le quedaba ancho, pero él no hizo ningún comentario, solo sonrió para sí y palpó la textura de la tela con aprecio.

Hablaron poco. Daniel todavía estaba débil y magullado y, con el viento en contra, le costaba tanto esfuerzo como autodisciplina moverse con fingida agilidad y mantener un paso razonable.

Emily pensó en su familia en casa y, burlándose un poco de sí misma, se preguntó qué pensaría Jack si la viera avanzando con energía por el sendero angosto de un pueblo que no conocía, acompañada de un joven que el mar había arrojado a la orilla. Y para rematarlo, le estaba acompañando a una iglesia católica. ¡Seguro que no era eso lo que él había pretendido cuando la había forzado a abandonar a sus hijos en Navidad!

Entonces, mientras las ráfagas del viento le removían las faldas casi hasta el punto de hacerle perder el equilibrio, pensó en Susannah y en su matrimonio con Hugo Ross, y se preguntó si su padre había llegado a conocer a Hugo, o si se había distanciado de Susannah sin saber qué había elegido ella en lugar de un matrimonio convencional que él habría aprobado y que ella habría odiado. Ella ya lo había hecho una vez en su juventud: había obedecido. La muerte de su primer marido la había liberado. Se había casado con Hugo por amor. Al perderle, también perdió el puntal de su vida. Ahora caminaba sola hacia el horizonte, más allá del cual ambos volverían a estar juntos.

Emily y Daniel llegaron a la pequeña iglesia de piedra y entraron. Solo estaba medio llena, como si se hubiera construido para una congregación más numerosa. Captó una mirada de sobresalto en la cara del padre Tyndale, y quizá fue eso lo que hizo que varias personas se dieran la vuelta para mirar, mientras Daniel y ella encontraban asiento en la parte de atrás. Reconoció a las mujeres de la tienda, sentadas con unos hombres y unos niños que debían de ser sus familias. Vio también a Fergal y a Maggie O'Bannion, y a la señora Flaherty y a Brendan a su lado, con la cabeza gacha. Lo conoció por su cabello denso y rizado. Pensó en la cabeza canosa y despeinada de Padraic Yorke.

Daniel, a su lado, no dijo nada, solo se arrodilló despacio para orar en silencio. Emily se preguntó si habría recuperado algún recuerdo de los compañeros del barco que había perdido, y le dolió que estuviera tan confuso y la acuciante soledad que debía de sentir.

La ceremonia religiosa le pareció extraña, y tuvo la sensación de ir siempre un paso atrás respecto a los demás, pero tuvo que reconocer de mala gana cierta belleza y cierta familiaridad peculiar, como si la hubiera conocido en otro tiempo. Al observar al padre Tyndale, que bendecía con una solemnidad casi mística el pan y el vino, lo vio bajo un prisma distinto, más bien como un hombre honrado que hacía lo que podía por sus vecinos. Durante ese lapso breve era el pastor de su gente, y Emily distinguió el dolor en su rostro con una claridad espantosa.

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