Anne Perry - El pasado vuelve a Connemara

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El pasado vuelve a Connemara: краткое содержание, описание и аннотация

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Los planes de Emily Radley para Navidad quedan en nada cuando se entera de que su tía Susannah se está muriendo. A pesar de que no tenían mucha relación, Emily decide ir hasta Irlanda para acompañarla en sus últimos días. A su vez, Daniel, el único superviviente de un naufragio a causa de una tormenta, busca cobijo en el hogar de Susannah. Emily acabará irremediablemente envuelta en la investigación de la muerte sin resolver de Connor, otra víctima de un naufragio, varios años atrás, y lo que descubrirá es que algunas personas serán capaces de hacer cualquier cosa para mantener a salvo sus secretos.

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– Lo sé, querida, pero ella le está pidiendo más de lo que usted puede hacer, más de lo que puede hacer nadie.

Ella le apretó el brazo con los dedos.

– ¿Qué, padre? ¿Cómo voy a intentarlo siquiera si no sé qué es?

Él lanzó un profundo suspiro.

– Hace siete años hubo otra tormenta, como esta. Se perdió otro barco en la bahía, que también intentaba abrirse camino hasta Galway. Aquella noche también hubo un único superviviente, un joven llamado Connor Riordan. Llegó a la orilla medio muerto, y nosotros le recogimos y le cuidamos. Fue en esta época del año, un par de semanas antes de Navidad. -Parpadeó con fuerza, como si tuviera el viento en los ojos, salvo que estaba de espaldas a él.

– ¿Sí? -insistió Emily-. ¿Qué sucedió con él?

– Hacía muy mal tiempo -prosiguió el padre Tyndale, que ahora hablaba consigo mismo más que con ella-. Era un joven muy apuesto, parecido a este. Tenía el pelo negro, los ojos oscuros, y aspecto de soñador. Era muy listo, todo le interesaba. Y sabía cantar, oh, cómo cantaba. Canciones tristes, siempre timbradas y armoniosas. Les daba una especie de tono evocador. Hizo amigos. Todo el mundo le apreciaba… al principio.

Emily sintió un escalofrío, pero no le interrumpió.

– Hacía muchas preguntas -continuó el padre Tyndale, en voz más baja-. Preguntas profundas, que te hacían pensar en la moralidad y la fe, y en quién y qué eras realmente. Lo cual no siempre es cómodo. -Levantó la vista hacia el cielo surcado por jirones de nubes-. Despertó tanto sueños como demonios. Hizo que la gente se enfrentara a cosas tenebrosas para las que no estaba preparada.

– ¿Y luego se marchó? -preguntó ella, intentando descifrar la tragedia que veía en su cara-. ¿Por qué? ¿Seguro que pasó algo malo? Debió de volver a casa y probablemente se marchó en otro barco.

– No -dijo el padre Tyndale con una voz tan tenue que el viento casi se tragó sus palabras-. No, no se marchó nunca.

Ella quedó presa del miedo que crecía en su interior.

– ¿Qué quiere decir? ¿Sigue aquí?

– En cierto modo.

– ¿Modo… en qué modo? -Ahora que lo había preguntado, ya no lo quería saber. Pero era demasiado tarde.

– Allí -levantó la mano-, pasado el promontorio, está enterrado su cadáver. Nunca le olvidaremos. Lo hemos intentado, y no podemos.

– ¿Su familia no… no vino a llevarse el cuerpo?

– Nadie sabía que estaba aquí -dijo sencillamente el padre Tyndale-. Llegó del mar una noche, cuando todas las demás las almas que iban en su barco habían desaparecido. Durante aquellas semanas no llegó al pueblo ningún forastero, y nosotros no sabíamos nada de él, excepto su nombre.

El frío interno que ella sentía era cada vez más intenso, desagradable y doloroso.

– ¿Cómo murió, padre?

– Se ahogó -repuso él, y la miró como si reconociera algo tan terrible que no era capaz de decirlo en voz alta.

A Emily solo se le ocurrió pensar una cosa, pero ella tampoco iba a decirla. Connor Riordan había sido asesinado. El pueblo lo sabía, y el secreto había estado envenenándolo durante todos estos años.

– ¿Quién? -dijo ella en voz baja.

El viento que soplaba sobre la hierba impidió que él oyera su voz. Leyó sus labios, y su mente. Era la pregunta que cualquiera habría hecho.

– No lo sé -respondió, impotente-. Yo soy el padre espiritual de esta gente. Debo quererlos y apoyarlos, aliviar sus penas y curar sus heridas, y absolver sus pecados. ¡Y no lo sé! -dijo en un tono más bajo, ronco, casi inaudible-. Me lo he preguntado a mí mismo todas las noches desde entonces; ¿cómo puedo haber estado frente a tanta pasión y tanta ceguera sin darme cuenta?

Emily ansiaba poder contestar. Ella conocía los entresijos sutiles y terribles del asesinato, y cuan a menudo nada es lo que parece. Tiempo atrás su propia hermana mayor había sido una víctima, y sin embargo cuando se supo la verdad, ella había sentido más lástima que ira hacia alguien tan torturado, que había asesinado una y otra vez, movido por un dolor interior en el que nadie podía influir.

– No podemos -dijo ella con amabilidad y soltó por fin el brazo del padre Tyndale-. Una vez conocí bastante bien a alguien que cometió varios asesinatos. Y cuando al final se aclaró todo, lo comprendí.

– ¡Pero esta es mi gente! -protestó él con voz temblorosa-. Yo oigo sus confesiones y, por encima de todo, conozco sus temores y sus sueños. ¿Cómo puedo escucharles, y sin embargo no tener ni idea de quién ha hecho esto? ¡Fuera lo que fuese, podían haber acudido a mí, deberían haber sabido que podían hacerlo! -Extendió las manos-. No le salvé la vida de Connor, y algo infinitamente peor que eso: no salvé el alma de quienquiera que le mató. O de quien le protege aún ahora. El pueblo entero se muere por culpa de esto, y yo no sirvo de nada. No tengo ni la fe ni la fortaleza para ayudar.

A ella no se le ocurrió decir nada que no fuera un lugar común y que habría sonado como si no hubiera entendido su dolor.

Él bajó la mirada hacía las ráfagas de arena que revoloteaban a sus pies.

– Y ahora ha llegado este nuevo joven, como si la muerte regresara, como si todo fuera a ocurrir otra vez. Y yo sigo siendo incapaz.

Emily sintió lástima por él, por todos ellos. Ahora entendía qué era lo que Susannah quería resolver antes de morir. ¿Creía que Emily era capaz de hacerlo por las ocasiones en que Charlotte y ella se habían implicado en los casos de Pitt? Ambas habían descubierto hechos, pero ella no tenía ni idea de cómo empezar a investigar, ni discernir qué era importante y qué no, ni colocar cada cosa en su lugar para construir una historia. Una historia que siempre era trágica.

Hugo Ross estaba vivo cuando Connor Riordan estuvo allí. ¿Qué había averiguado? ¿Temía Susannah que hubiera estado involucrado de algún modo y se lo hubiera ocultado a la ley, porque aquella era su gente? ¿O temía que culparan a Hugo en cuanto ella falleciera y ya no pudiera proteger su memoria?

Emily quería ayudar, con una fiereza que la consumía y la sorprendía, pero no tenía ni idea de cómo.

El padre Tyndale lo vio en su cara. Meneó la cabeza.

– Usted no puede, querida. Ya se lo he dicho. No se culpe a sí misma. Yo conozco a esta gente de toda la vida, y no lo sé. Usted llegó hace apenas un par de días de tierras extrañas; ¿cómo va a saberlo?

Pero mientras Emily dejaba la compra sobre la mesa de la cocina para que Maggie la colocara, pensó que eso no era un consuelo.

Entró en el salón y descubrió a Daniel levantado y vestido con una ropa que le iba muy ancha, pero que al menos no le quedaba corta. Debía de haber sido de Hugo, algo que se confirmó en cuanto vio la cara de Susannah.

– Gracias por sus cuidados, señora Radley -dijo Daniel con una sonrisa que le confirió una cordialidad repentina, y esa clase de inteligencia aguda pero amable que acompaña al sentido del humor-. Me encuentro bien, aunque me duelen unas cuantas cosas y tengo algunas magulladuras que enorgullecerían a un boxeador profesional. -Se encogió de hombros-. Pero sigo sin recordar casi nada, salvo que tenía frío, me ahogaba y creía que iba a morir.

– ¿Cómo le llamaban los demás hombres? -preguntó Emily intrigada.

Él vaciló y rastreó en su memoria.

– Daniel, supongo. No recuerdo nada más.

– ¿Y usted a ellos? -insistió.

– Había un… Joe, creo. -Frunció el ceño-. Había un hombre grande con muchos tatuajes. Me parece que se llamaba Wat, o algo parecido. ¿Todos han desaparecido? ¿Están seguros?

– No lo sabemos -le contestó Susannah-. Esperamos durante toda la noche, pero las olas no arrastraron a nadie más hasta aquí. Lo siento.

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