Pitt pensó en el cartucho con la letra inclinada dentro del círculo, como una efe al revés. Ahora entendía la desdicha de Tellman y por qué no podía dejarla de lado, por mucho que quisiera.
– Entiendo -afirmó.
Tellman abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. No había realmente nada que decir que los dos no supieran ya.
– ¿Qué han averiguado tus hombres de los otros clientes? -preguntó Pitt al cabo de un minuto.
– No mucho -respondió Tellman, adusto-. Gente de toda clase… Prácticamente lo único que tienen en común es dinero y tiempo de sobra para dedicarse a buscar señales de los que ya han muerto. Algunos se encuentran solos, otros se sienten confusos y necesitan creer que su marido o padre sigue al corriente de lo que ocurre y sabe que le quieren. -Su voz fue bajando de tono-. Muchos de ellos solo están ligeramente interesados y buscan un poco de emoción, quieren divertirse. Ninguno tiene un rencor tan grande para hacer algo al respecto.
– ¿Has averiguado algo de los demás clientes que entraban por la puerta del jardín desde Cosmo Place?
– No. -En los ojos de Tellman brilló un destello de resentimiento-. No sabemos cómo encontrarles. ¿Por dónde empezamos?
– ¿Cuánto sacaba aproximadamente Maude Lamont de todo esto?
Tellman abrió mucho los ojos.
– ¡Unas cuatro veces lo que yo gano, incluso después del ascenso!
Pitt sabía exactamente lo que ganaba Tellman. Podía imaginar el dinero que obtenía Maude Lamont si trabajaba cuatro o cinco días a la semana.
– Bastante menos de lo que debía de costarle mantener esa casa y tener un guardarropa como el suyo.
– ¿Chantaje? -preguntó Tellman sin titubear. Apretó la mandíbula para disimular su indignación-. ¿No bastaba con embaucarles? Tenía que hacerles pagar por mantener sus secretos en silencio. -No esperaba ninguna respuesta, sencillamente necesitaba encontrar las palabras para expresar su amargura-. ¡Algunas personas que mueren asesinadas se lo han buscado de tal modo que uno llega a preguntarse cómo han escapado antes!
– Eso no cambia el hecho de que debamos averiguar quién la mató -dijo Pitt en voz baja-. Un asesinato no puede quedar impune. Ojalá pudiera decir que la justicia siempre juzga con imparcialidad cada acción y aplica castigos o muestra clemencia según merece el caso. Pero sé que no es así. Se equivocará haga lo que haga. Sin embargo, permitir una venganza particular o librarse de algo que no sea una amenaza contra la vida, sería una puerta a la anarquía.
– ¡Lo sé! -exclamó Tellman cortante, furioso con Pitt por señalarle una impotencia que comprendía con toda claridad, como si él no hubiera logrado encontrar tan fácilmente las palabras para expresarlo.
– ¿Se sabe algo más de la criada? -Pitt pasó por alto su tono.
– Nada que nos sirva. En general, parece una mujer sensata, pero creo que sabe más de lo que nos ha dicho sobre esas sesiones y cómo se amañaban. Tenía que saberlo. Era la única persona allegada. El resto del personal (la cocinera, la lavandera y el jardinero) venía por el día y se marchaba antes de que empezaran las sesiones privadas.
– A no ser que a ella también la engañara -sugirió Pitt.
– Es una mujer sensata -argüyó Tellman, empleando un tono más áspero al repetirse-. No se dejaría engañar por trucos de pedales, espejos, aceite de fósforo y toda esa clase de cosas.
– Casi todos tenemos tendencia a creer lo que queremos -replicó Pitt-. Sobre todo si es muy importante para nosotros. A veces la necesidad es tan grande que no nos atrevemos a dejar de creer por miedo a que se rompan nuestros sueños, pues sin ellos moriríamos. La sensatez tiene poco que ver con ello. Es cuestión de supervivencia.
Tellman le miró fijamente. Parecía a punto de ponerse a discutir de nuevo, pero cambió de opinión y guardó silencio. Era evidente que no se le había ocurrido que tal vez Lena Forrest también había tenido dudas y amores, personas fallecidas que habían dotado su vida de sentido. Se sonrojó ligeramente ante su olvido, y a Pitt le cayó mejor por ello.
Pitt se levantó despacio.
– Iré a ver al señor Wray -dijo-. ¡Teddington! Supongo que Maude Lamont era lo bastante buena para hacer que alguien fuera desde Teddington hasta Southampton Row.
Tellman no respondió.
* * * * *
Pitt no perdió tiempo pensando en cómo abordar al reverendo Francis Wray cuando se reuniera con él. Iba a ser un asunto desagradable dijera lo que dijese. Era mejor hacerlo antes de que la aprensión le hiciese actuar de un modo más torpe e incluso afectado.
Se dirigió a la estación ferroviaria y preguntó cuál era la mejor ruta para ir a Teddington, y le respondieron que tenía que cambiar de tren, pero le advirtieron que el próximo en hacer ese trayecto salía en diez minutos. Compró un billete, dio las gracias al hombre y fue a comprar un periódico al vendedor de la entrada. Contenía en su mayor parte artículos sobre las elecciones y las habituales tiras cómicas virulentas. Reparó en un anuncio de la próxima exposición ambulante de ponis y burros que iba a tener lugar en el palacio del Pueblo de Mile End Road dentro de un par de semanas.
En el andén había dos señoras mayores y una familia que iba a pasar el día fuera. Los niños estaban tan emocionados que daban brincos, incapaces de estarse callados. Pitt se preguntó si Daniel, Jemima y Edward estarían disfrutando en Devon, si les gustaría el campo o si les parecería extraño, y si echarían de menos a sus amigos de siempre. ¿Le echarían de menos a él? ¿O todo estaba siendo muy excitante? Además, Charlotte estaba con ellos.
Últimamente había estado separado de ellos demasiado a menudo. ¡Primero en Whitechapel y ahora aquello! Casi no había hablado con Daniel o Jemima en los últimos dos meses; al menos no con el tiempo suficiente para tocar los temas delicados y escuchar lo que se callaban, así como los comentarios más evidentes. Cuando se terminara el asunto de Voisey, tanto si sabían quién había matado a Maude Lamont como si no, se aseguraría de tomarse de vez en cuando un par de días libres para estar con ellos. Narraway le debía al menos eso, y él no podía vivir el resto de su vida huyendo de Voisey. Sería como darle la victoria sin haber hecho siquiera el esfuerzo de luchar.
No se atrevía a pensar demasiado en Charlotte; la nostalgia le producía un anhelo demasiado grande para llenarlo con pensamientos o actos. Hasta los sueños le dejaban en un estado de anhelo demasiado doloroso.
El tren llegó en medio del rugido del vapor y el ruido metálico de las ruedas de hierro sobre las vías, arrojando carbonilla a su alrededor, y el olor y el calor que despedía la máquina, y Pitt revivió el momento en que se había separado de Charlotte con tanta intensidad como si se hubiera marchado hacía apenas unos instantes. Tuvo que obligarse a volver al presente, abrir la puerta del vagón y sostenerla para que pasaran dos señoras mayores antes de subir detrás de ellas y buscar asiento.
No fue un trayecto largo. Al cabo de cuarenta minutos estaba en Teddington. Como Tellman había dicho, Udney Road quedaba a solo una manzana de la estación, y en unos minutos estuvo ante la pulcra puerta del número cuatro. Se quedó mirándola unos minutos al sol, inhalando la fragancia de docenas de flores y el agradable olor a limpio de la tierra caliente recién regada. A su mente acudieron tantos recuerdos hogareños que por un momento se sintió abrumado.
A primera vista, el jardín parecía descuidado, casi abandonado, pero Pitt era consciente de los años que se habían invertido en su cuidado y mantenimiento. No había flores marchitas ni malas hierbas, ni nada fuera de lugar. Era un derroche de color donde convivían lo nuevo y lo conocido, lo exótico y lo autóctono. Su simple contemplación le brindó mucha información sobre el hombre que lo había plantado. ¿Había sido el mismo Francis "Wray o un criado remunerado? Si el responsable era el segundo, por mucho que cobrara, su verdadera recompensa era su arte.
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