El nuevo canal Wash se inauguró a finales de mes con una gran celebración. El tiempo era perfecto, el duque de Denver leyó un discurso precioso y la regata fue un éxito rotundo. Tres personas cayeron al río, tuvieron que echar a cuatro hombres y una mujer por desorden público y por estar borrachos, un coche chocó contra el carro de un comerciante y el hijo de Harry Gotobed ganó el primer premio en la sección de deportes de motos decoradas.
Y el río Wale, que avanzaba plácidamente en medio de todo esto, empezó a correr por el nuevo canal hasta el mar. Wimsey, que estaba apoyado en la pared al principio del canal, observaba cómo el agua salada se mezclaba con la marea de agua dulce, dejando barro e invadiendo la nueva cama. A su izquierda, el viejo canal estaba vacío y sólo se veía una extensión enorme de barro.
– Funciona -dijo una voz detrás de él.
Se giró y vio que era uno de los ingenieros.
– ¿Cuántos metros más lo han rebajado?
– Pocos, pero el río hará lo demás. El único problema con este río es el lodo de la desembocadura y esta curva de aquí abajo. Hemos recortado el curso unos tres kilómetros y hemos abierto un canal directo al Wash más allá de los pantanos. Ahora, si sigue su curso natural, creará su propia desembocadura. Esperamos que las aguas rebajen el canal de dos a tres metros, quizá más. La ciudad lo va a notar mucho. Es escandaloso cómo han dejado que esto se deteriorara. Tal como estaba, el agua apenas llegaba a la presa Van Leyden. Después de esto, posiblemente llegue al Great Leam. El secreto de estas tierras es devolver el máximo de agua posible a su curso natural. Los holandeses se equivocaron al dispersarla en canales dejando que inundara toda la zona. Cuanto más plano es un terreno, más profundo tiene que ser el canal. Parece obvio, ¿verdad? Pero hemos tardado siglos en entenderlo.
– Sí -dijo Wimsey-. Y supongo que toda esta agua de más irá a parar al dique de los diez metros, ¿no?
– Exacto. Ahora hemos abierto un camino prácticamente recto entre la presa Oíd Bank y la desembocadura del nuevo canal; treinta y cinco kilómetros. Este canal recogerá gran parte del agua de Leamholt y Lympsey. Hasta ahora el Great Leam tenía que trabajar más de lo que debería; siempre han tenido miedo de dejar que el dique de los diez metros llevara su proporción de agua en invierno porque, verá, cuando llegaba a este punto desbordaba la antigua cama del río e inundaba la ciudad. Sin embargo, ahora el nuevo canal podrá asumir todo ese caudal y eso dará un descanso al Great Leam y evitará las inundaciones de Frogglesham, Mere Wash y Lympsey Fen.
– ¡Oh! -dijo Wimsey-. Supongo que el dique de los diez metros soportará la presión, ¿verdad?
– Sí, claro -respondió el ingeniero sonriendo-. Desde un principio se construyó con ese objetivo. De hecho, una vez ya tuvo que soportarla. En los últimos cien años, el Wale sólo se ha desbordado una vez. El Wash ha experimentado muchos cambios, básicamente por las mareas y el canal Nene, y eso contribuyó a que se creara la obstrucción. Pero, en los viejos tiempos, el dique de los diez metros funcionó a la perfección.
– Supongo que fue en tiempos del Señor Protector -dijo Wimsey-. Además, ahora que han limpiado la desembocadura del Wale, sin duda la obstrucción se desplazará a otro lugar.
– Posiblemente -contestó el ingeniero, con una sonrisa de oreja a oreja-. Este terreno sufre cambios constantes. Pero, me atrevería a decir que con el tiempo lo limpiarán todo, a menos que realmente insistan en drenar el Wash y empiecen las obras.
– Exacto -dijo Wimsey.
– Pero, por el momento -añadió el ingeniero-, esto está muy bien. Esperemos que la presa soporte la presión. Si viera la erosión que provocan estos ríos aparentemente tranquilos, se sorprendería. De todos modos, este muro de contención funcionará, me apostaría lo que fuera. Mire las marcas del nivel del agua. Hemos marcado el antiguo mínimo nivel y el antiguo máximo nivel; si dentro de unos meses el caudal no está por encima del máximo, puede llamarme… holandés. Perdóneme un minuto, quiero comprobar que lo estén haciendo todo bien.
El ingeniero se marchó para supervisar que la presa en el antiguo curso del río funcionara correctamente.
– ¿Y qué hay de mis viejas compuertas?
– ¡Ah! -exclamó Wimsey al volverse-. Es usted.
– ¡Ah! -dijo el vigilante de la presa, escupiendo en el agua-. Soy yo. Mire todo el dinero que se han gastado. Miles de libras. Pero en cuanto a mis compuertas, estoy seguro de que ni se acuerdan.
– ¿No ha habido respuesta de Ginebra?
– ¿Eh? -dijo el hombre-. ¡Ah! Se refiere a lo que le dije. Fue buena, ¿eh? ¿Por qué no lo remiten a la Liga de las Naciones? ¿Por qué no? Mire todo ese caudal de agua. ¿Dónde va a ir a parar? Tiene que ir a algún sitio, ¿no?
– Claro. Me han dicho que irá por el dique de los diez metros.
– ¡Ah! Siempre se meten en todo.
– Menos en sus compuertas.
– No, y ésa es la cuestión. Una vez empiezas a meterte en cosas, tienes que seguir. Una cosa lleva a la otra.
Sólo digo que tienen que esperar el momento oportuno. No pueden empezar a cavar y alterarlo todo. Si cavas una cosa, tienes que cavar otra.
– Según esa teoría -dijo Wimsey-, los pueblos de los pantanos todavía estarían bajo el agua.
– Bueno, en cierto modo, sí -admitió el vigilante-. Eso es cierto. Pero no tienen derecho a venir a inundarnos a nosotros. Si hablan de soltar el agua en la presa Oíd Bank, ¿dónde irá a parar? Sube y tiene que ir a algún sitio, y baja y tiene que ir a algún sitio, ¿no?
– Por lo que he entendido, ahora suele inundar Mere Wash, Frogglesham y los alrededores.
– Bueno, es su agua, ¿no es cierto? -dijo el vigilante-. No tienen ningún derecho a enviarla hacia aquí abajo.
– Cierto -convino Wimsey reconociendo el espíritu que había pervivido en esa zona durante los últimos siglos-. Pero, como usted bien dice, tiene que ir a algún sitio.
– Es su agua -contestó el hombre, obstinado-. Que se la queden. A nosotros no nos hace ningún bien.
– Parece que en Walbeach la quieren.
– Los de Walbeach no saben lo que quieren -repuso, y escupió-. Siempre quieren cosas que no sirven para nada. Y siempre hay algún tonto que viene y se lo da. Todo lo que pido es un equipo de compuertas nuevas, pero parece que nadie me hace caso. Se lo he pedido una y otra vez. Se lo he pedido a ese joven de allí. Le he dicho. «Señor, ¿qué tal unas compuertas nuevas para la presa?». «Eso no consta en nuestro contrato», me ha respondido. «Ya, y supongo que inundar media parroquia tampoco consta en su contrato», le he dicho yo. Pero no lo ha querido entender.
– Bueno, anímese. Tómese un trago.
Sin embargo, estaba lo suficientemente interesado en el tema como para comentarlo con el ingeniero cuando volvió a verlo.
– Oh, no creo que pase nada -dijo el hombre-. De hecho, recomendamos que se repararan las compuertas y se reforzaran, pero se ve que hay muchos problemas legales. Y la realidad es que, una vez que se empieza un trabajo como éste, nunca sabes cómo va a terminar. Es un trabajo que implica muchas piezas distintas. Arreglas un extremo y se te rompe el otro. Aunque no creo que deba preocuparse por la presa. Lo que sí necesita una revisión es la presa Oíd Bank, pero está bajo otra jurisdicción. Además, ya han empezado a levantar un muro de contención y a poner piedras nuevas. Si no lo hacen tendrán problemas, pero no pueden decir que no les avisamos.
«Cava una cosa -pensó Wimsey-, y tendrás que cavar otra. Ojalá nunca hubiéramos cavado para descubrir el cadáver de Deacon. Una vez abiertas las compuertas, el agua tiene que ir a algún sitio».
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