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Funeral: 12 de enero de 1998,11.00
Lawn Memorial Cemetery, Woodingdean
Volvió a leer la hoja. Y luego una vez más, petrificado. Con la mente había retrocedido de golpe doce años. Hasta un cuerpo calcinado en una camilla del tanatorio de Brighton y Hove. Una viejecita, cuyos restos habían sido hallados, incinerados, en la carcasa de una furgoneta Ford Transit incendiada, y que nunca había podido ser identificada. Como era de rigor, se había conservado el cuerpo dos años y luego se había enterrado en el cementerio de Woodvale, en un funeral pagado con fondos públicos.
Durante sus años de servicio había visto muchas cosas horrendas, pero la mayoría había podido apartarlas de la mente. Había solo unas pocas -y podía contarlas con los dedos de una mano- que sabía que se llevaría a la tumba. Siempre había pensado que aquella viejecita, y el misterio que la acompañó, serían una de ellas.
Pero ahora, allí de pie, en el falso fondo de aquel viejo garaje, algo estaba adquiriendo por fin un sentido.
Tenía la creciente certeza de que ahora sabía quién era.
Molly Winifred Glossop.
Pero ¿a quién habían enterrado el lunes 12 de enero de 1998 a las once de la mañana en el Lawn Memorial Cemetery de Woodingdean?
Estaba bastante seguro de cuál era la respuesta correcta.
Domingo, 18 de enero de 2010
Una vez más, Jessie oyó la vibración de su teléfono en la semioscuridad. Estaba muerta de sed. De vez en cuando sentía que la vencía el sueño, pero luego se despertaba de nuevo presa del pánico, esforzándose por respirar a través de la nariz congestionada.
Los hombros le dolían terriblemente, de tener los brazos estirados hacia los lados y hacia delante. A su alrededor se oían ruidos de todo tipo: sonidos metálicos, crujidos, golpes, chirridos… Con cada uno de ellos volvía el temor de que aquel hombre hubiera regresado, de que estuviera acercándose por detrás en aquel mismo momento. Su mente flotaba en un torbellino constante de miedo y pensamientos confusos. ¿Quién era aquel tipo? ¿Por qué la había llevado hasta aquel lugar, dondequiera que estuviera? ¿Qué pensaba hacer? ¿Qué quería?
No podía dejar de pensar en las películas de terror que más la habían asustado. Intentó apartarlas de su mente, pensar en momentos felices. Como sus últimas vacaciones con Benedict en la isla griega de Naxos. Los planes de boda que habían hecho, sus proyectos para una vida en común.
«¿Dónde estás ahora, Benedict, cariño mío?»
El sonido vibratorio del teléfono se repitió. Cuatro tonos, y luego se detuvo otra vez. ¿Significaba aquello que tenía un mensaje? ¿Sería Benedict? ¿O sus padres? Intentó liberarse una y otra vez, desesperadamente. Agitándose y revolviéndose, intentando aflojar las ataduras de las muñecas, soltar las manos. Pero lo único que conseguía era acabar rebotando, haciéndose más daño, con los hombros casi desencajados y dando con el cuerpo contra el duro suelo para volver a subir luego, hasta quedar exhausta.
Al final lo único que pudo hacer fue permanecer allí tendida, frustrada. La mancha húmeda de la ingle y los muslos ya no estaba caliente y empezaba a picarle. También le picaba la mejilla y tenía unas ganas irrefrenables de rascarse. Y tenía que hacer un esfuerzo constante por tragar saliva para contener la bilis que le subía por la garganta y que podría llegar a ahogarla, era consciente de ello, si daba rienda suelta a sus ganas de vomitar teniendo la boca amordazada.
Lloró de nuevo, con los ojos irritados por la sal de sus lágrimas.
«Por favor, que alguien me ayude, por favor.»
Por un momento se preguntó si no debería dejarse llevar y vomitar, ahogarse y morir. Acabar con todo antes de que aquel hombre volviera a llevar a cabo las aberraciones que tuviera pensadas. Al menos, le quitaría esa satisfacción.
Pero no lo hizo: decidió depositar una confianza que ya sentía mermada en el hombre que amaba, cerró los ojos y rezó por primera vez en mucho tiempo, más del que podía recordar. Tardó un poco en rememorar las palabras exactas.
En cuanto acabó, el teléfono volvió a sonar. Los cuatro tonos de siempre, y luego se paró. Entonces oyó un sonido del todo diferente.
Un sonido que reconoció.
Un sonido que la dejó helada.
El ruido del motor de una motocicleta.
Domingo, 18 de enero de 2010
La jueza de instrucción de Brighton y Hove era una mujer de carácter. Cuando estaba de mal humor, con su actitud podía llegar a asustar a unos cuantos de sus subordinados, así como a más de un aguerrido policía. Pero Grace sabía que era una persona con un gran sentido común y con sensibilidad. De hecho nunca había tenido ningún problema con ella.
Quizá fuera porque acababa de llamarla a casa pasada la medianoche y la había despertado, a juzgar por el tono somnoliento de su voz. Al irse despertando, se mostró más inquisitiva. Pero era lo suficientemente profesional como para escuchar con atención, interrumpiéndole solo para pedirle alguna aclaración.
– Lo que me está pidiendo no es poco, superintendente -dijo por fin, con un tono de voz de maestra de escuela, cuando Grace acabó su exposición.
– Lo sé.
– Eso solo ha pasado dos veces en Sussex. No es algo que se pueda hacer a la ligera. Me está pidiendo mucho.
– No es habitual encontrarse en una situación de vida o muerte, señora -alegó Grace, que había optado por dirigirse a ella en tono formal-. Pero creo que esta lo es.
– ¿Basándose solo en la declaración del novio de la chica desaparecida?
– En nuestra búsqueda de Jessie Sheldon, hemos contactado con amigos suyos, a partir de una lista que nos ha dado su novio. La que aparentemente es su mejor amiga recibió un mensaje de texto de Jessie el martes pasado, con una fotografía de un par de zapatos que se había comprado para esta noche. Los zapatos de la fotografía son idénticos al zapato que hemos encontrado en la acera frente a su piso, exactamente donde tuvo lugar el secuestro, según los testigos.
– ¿Está seguro de que el novio no está implicado de ningún modo?
– Sí, se le ha descartado como sospechoso. Y también se ha descartado la implicación de tres de los cuatro sospechosos principales de la investigación del Hombre del Zapato.
Se había confirmado que Cassian Pewe se encontraba en un curso presencial en el Centro de Formación de la Policía en Bramshill. Darren Spicer había vuelto al Centro de Noche Saint Patrick's a las 19.30, hora que no encajaba para poder culparlo, y John Kerridge seguía en custodia preventiva.
La jueza se tomó unos momentos para responder:
– Estas intervenciones se realizan siempre a primera hora de la mañana, generalmente de madrugada, para evitar alterar el orden público. Eso significaría el lunes por la mañana como muy pronto.
– Eso queda muy lejos. Supondría treinta horas antes de que pudiéramos siquiera ponernos a buscar cualquier prueba forense que nos fuera de ayuda. Antes de encontrar coincidencias positivas nos plantaríamos a mediados de la semana que viene, como muy pronto. Creo que cada hora que pasa puede ser esencial. No podemos esperar tanto. Podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Hubo un largo silencio. Grace sabía que estaba pidiéndole un enorme voto de confianza. Y al hacer aquella petición él también se la estaba jugando. Aún no estaba seguro al cien por cien de que Jessie Sheldon hubiera sido secuestrada. Además, lo más probable era que, después de doce años, no quedaran pruebas forenses que pudieran ser de utilidad a la investigación. Pero había hablado con Joan Major, la arqueóloga forense a la que consultaba regularmente el D.I.C. de Sussex, y ella le había dicho que valía la pena intentarlo.
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