• Пожаловаться

P. James: La torre negra

Здесь есть возможность читать онлайн «P. James: La torre negra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Детектив / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

P. James La torre negra

La torre negra: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La torre negra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tras una grave enfermedad, Adam Dalgliesh, necesita descansar. Le ha llegado el momento de visitar a un antiguo amigo de la familia, capellán en una casa de reposo, para recuperar allí las fuerzas. Sin embargo, Dalgliesh tendrá que relegar a un segundo plano los problemas de salud y concentrar su energía en desvelar qué es lo que se oculta tras una serie de muertes en apariencia accidentales.

P. James: другие книги автора


Кто написал La torre negra? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

La torre negra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La torre negra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El automóvil traqueteaba por el camino en ascenso. Unos doscientos metros más allá alcanzó la cima de la loma, desde donde esperaba ver el Canal de la Mancha extendiéndose azul y ondulante ante él hasta el lejano horizonte, pero experimentó la recordada desilusión de las vacaciones de la infancia, cuando, tras las numerosas falsas esperanzas, el tan deseado mar todavía no estaba a la vista. Ante él había un pequeño valle salpicado de rocas y cruzado en todas direcciones por una red de toscos senderos; a su derecha se erigía evidentemente Toynton Grange.

Se trataba de una sólida casona de planta cuadrada que, según sus cálculos, databa de la primera mitad del siglo XVIII. Pero el propietario había tenido mala suerte con el arquitecto. La casa era una aberración que no merecía ser calificada de georgiana. Estaba orientada hacia el interior, hacia el noroeste le pareció, contraviniendo así un oscuro canon personal de gusto arquitectónico que para Dalgliesh establecía que una casa erigida en la costa debe siempre estar de cara al mar. Sobre el porche había dos hileras de ventanas, las del piso principal con gigantescas dovelas y las de encima sin adornos y de un tamaño mezquino, como si hubieran tenido dificultad en incluirlas debajo del elemento más importante de la casa, un enorme frontón jónico coronado por una estatua, un tosco y, a distancia, indefinible pedrusco. En el centro había una única ventana redonda, un siniestro ojo de cíclope que centelleaba al sol. El frontón desvalorizaba el insignificante porche y daba una apariencia achaparrada y pesada a la fachada. Dalgliesh pensó que la edificación hubiera tenido más gracia si la fachada se hubiera equilibrado mediante alas adicionales, pero o bien la inspiración o el dinero se les había acabado y la casa parecía curiosamente inacabada. No se veían señales de vida detrás del intimidatorio frontispicio. Quizá los internos -si era así como debían ser llamados- vivían en la parte de atrás. No eran más que las tres y media, la parte muerta del día según recordaba del hospital. Seguramente estaban todos descansando.

Desde allí veía tres casitas, un par a unos cien metros de la casona y una tercera sola en una zona más elevada del promontorio. Le pareció divisar un cuarto tejado en dirección al mar, pero no estaba seguro. Podía no ser más que una excrecencia de piedra. Puesto que no sabía cuál era Villa Esperanza, le pareció que lo más lógico era dirigirse al primer par. Mientras decidía qué hacer, había apagado brevemente el motor del coche, y ahora, por primera vez, oyó el mar, ese suave rugido rítmico y continuado que constituye uno de los sonidos más nostálgicos y evocadores. Todavía nada demostraba que su llegada hubiera sido advertida; el promontorio estaba silencioso, sin pájaros. Percibió algo extraño y casi siniestro en aquel vacío y aquella soledad que ni siquiera el suave sol de la tarde podía disipar.

Su llegada ante las casitas no hizo asomar un rostro a las ventanas, ni una figura con sotana a la entrada. Se trataba de un par de edificios antiguos de piedra caliza y de una sola planta; sus pesados tejados de piedra, típicos de Dorset, estaban adornados con vistosos almohadones de musgo esmeralda. Villa Esperanza quedaba a la derecha y Villa Fe a la izquierda; los nombres habían sido pintados en una época relativamente reciente. Era de suponer que la tercera casita, la más distante, fuera Villa Caridad, pero dudaba de que el padre Baddeley hubiera tenido algo que ver con la elección de aquellos nombres epónimos. No le hizo falta leer el letrero de la entrada para saber qué casa albergaba al padre Baddeley, pues resultaba imposible asociar el casi total desinterés por su entorno que recordaba de él con aquellas cortinas de chintz, la maceta de hiedra colgante y fucsias que pendía sobre la puerta de Villa Fe y las dos tinas pintadas de amarillo chillón todavía repletas de flores veraniegas que habían sido artísticamente colocadas a ambos lados del porche. Dos setas de cemento hechas en serie flanqueaban la verja y le daban un aire tan acogedor que a Dalgliesh le sorprendió que no estuvieran coronadas por dos gnomos en cuclillas. Por contra, Villa Esperanza era absolutamente austera. Ante la ventana había un banco de roble utilizado para sentarse al sol, y un cúmulo de bastones junto con un paraguas viejo se esparcían por el porche. Las cortinas, que parecían de tela gruesa y de un tono rojo apagado, estaban corridas.

Nadie respondió a su llamada. A nadie esperaba encontrar. Era evidente que las dos casas estaban vacías. En la puerta había un sencillo cerrojo, pero no cerradura. Tras aguardar un segundo, levantó el pestillo y entró en la penumbra interior, donde topó con un olor cálido, libresco, un poco mohoso, que inmediatamente le hizo retroceder treinta años. Descorrió las cortinas y la luz penetró a raudales por las ventanas. Ahora sus ojos reconocieron objetos familiares: la mesa redonda de palisandro y de un solo pie, cubierta de polvo, que ocupaba el centro de la habitación; el escritorio de persiana arrimado a una pared; la butaca de orejas, tan vieja que la guata asomaba por la deshilachada tapicería y el aplastado asiento dejaba la madera al descubierto. No podía ser la misma butaca. Aquel agudo recuerdo debía de ser una ilusión nostálgica. Pero había además otro objeto, igualmente familiar, igualmente antiguo. Detrás de la puerta colgaba la capa negra del padre Baddeley, y sobre ésta la boina, ajada y fláccida.

Lo primero que alertó a Dalgliesh de que algo malo había ocurrido fue ver la capa. Era extraño que su anfitrión no estuviera allí para recibirlo, pero podía haber muchas explicaciones. Se podía haber perdido la postal, podían haberlo llamado urgentemente de la casona, podía haber ido a Wareham de compras y haber perdido el autobús de regreso. Incluso era posible que se hubiera olvidado por completo de la llegada de su huésped. Pero, si estaba fuera, ¿por qué no llevaba puesta la capa? Resultaba imposible imaginárselo cubierto por cualquier otra prenda, ya fuera invierno o verano.

Fue entonces cuando Dalgliesh percibió lo que sus ojos ya debían de haber visto pero ignorado, el montoncito de hojas parroquiales que había sobre el escritorio con una negra cruz impresa. Cogió la de encima y se la llevó a la ventana, quizá con la esperanza de que la luz demostrara que se había equivocado. Pero era cierto, naturalmente, no había el menor error. El texto decía así:

Reverendo padre Michael Francis Baddeley

Nacido el 29 de octubre de 1896

Fallecido el 21 de septiembre de 1974

R.I.P.

Enterrado en St. Michael and All Angels,

Toynton, Dorset

22 de septiembre de 1974

Hacía once días que había muerto y cinco que lo habían enterrado. Pero hubiera sabido de todas maneras que el padre Baddeley había fallecido recientemente. ¿Cómo si no se explicaba aquella huella de su personalidad que todavía persistía en la casa, la sensación de que estaba tan cerca que sólo con llamarlo en voz alta su mano accionaría el pestillo? Mirando la familiar capa descolorida con el pesado cierre -¿de verdad no se la habría cambiado en treinta años?- sintió una punzada de remordimiento, incluso de dolor, que le sorprendió por su intensidad. Había muerto un anciano. Debía de haber sido de muerte natural, lo habían enterrado en seguida. Su muerte y su entierro no habían tenido publicidad. Pero algo le rondaba la cabeza y había muerto sin confiárselo a nadie. De pronto, asegurarse de que el padre Baddeley había recibido su postal, de que no había muerto creyendo que su llamada de ayuda había sido desatendida, adquirió mucha importancia.

El lugar más lógico donde buscar era el escritorio Victoriano que había pertenecido a la madre del reverendo Baddeley. Recordó que solía tenerlo cerrado con llave. Era el menos reservado de los hombres, pero incluso un sacerdote tenía que disponer de un cajón o un escritorio fuera del alcance de las fisgonas mujeres de la limpieza o de los feligreses demasiado curiosos. Dalgliesh recordaba que el padre Baddeley solía hurgarse los profundos bolsillos de la capa en busca de la diminuta llave, sujeta mediante un cordón a una anticuada pinza de tender ropa para más fácil identificación. Seguramente, todavía estaría en el bolsillo.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La torre negra»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La torre negra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Отзывы о книге «La torre negra»

Обсуждение, отзывы о книге «La torre negra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.