– Había un problema con el árbol. Está en un estanque cuadrado, lo que significa confinamiento y problemas. Y ahora estamos encerrados y con problemas a montones. Justo como yo había dicho.
– Tonterías.
– Y podría decirte más cosas. Pero ¿qué sentido tiene? El caso es que el edificio no trae buena suerte. Me parece que ni siquiera tú puedes negarlo, Marty.
– ¿Suerte? ¿Y qué es eso? Yo nunca he confiado en la suerte. El éxito depende del trabajo duro y de una planificación cuidadosa, no de las visceras de las aves. -Se rió-. Ni del aliento del dragón.
– Es simbólico -repuso Jenny, encogiéndose de hombros-. Tú eres una persona culta. Deberías ser capaz de entenderlo. Creer en el aliento del dragón no significa necesariamente creer en los dragones. Pero en la tierra existen muchas clases de fuerzas de las que aún no sabemos nada.
– Jenny, cariño, pareces directamente sacada de un libro de Stephen King, ¿lo sabías?
Birnbaum cerró los ojos y adquirió un aire ligeramente dispéptico. Helen frunció el ceño.
– ¿Cuántas copas te has bebido ya, Marty? -le preguntó.
– ¿Y eso qué tiene que ver? Quien está diciendo majaderías eres tú, no yo. ¿Y por qué no te pones la blusa? Estás dando un espectáculo.
– Tú sí que estás dando un espectáculo, Marty -replicó ella-. ¿Por qué no vas a la cocina a comer algo con los otros? A empapar un poco el alcohol.
– ¿Y a ti qué te importa?
– Nada, pero cuando bajemos por la escalera de servicio será un peligro cargar con un borracho.
– ¿Quién está borracho?
– ¿Queréis callaros? -saltó Beech-. Estoy tratando de concentrarme en esto.
– ¿Por qué no descansas un poco? -le sugirió Jenny-. Llevas horas con la vista fija en esa cosa.
Los ojos de Beech no se apartaron de la pantalla.
– No puedo -contestó-. Ahora no. Creo que he encontrado la manera de jugar a este puto juego. A una parte, al menos.
– ¿Y cuál es? -preguntó Curtis.
– He logrado acceder al Maestro de Ajedrez. Si gano, podré impedirle que derrumbe automáticamente el edificio sobre nuestras cabezas.
– ¿Va a jugar al ajedrez con el ordenador?
– ¿Se le ocurre algo mejor? Tal vez pueda ganarle.
– ¿Tiene alguna posibilidad?
– El jugador humano siempre tiene una posibilidad -declaró Ismael.
– He jugado algunas veces con Abraham, sin mucho éxito -explicó Beech-. Su aplicación se basaba en el mejor programa informático del mundo. No sé si Ismael utilizará el mismo. -Beech se encogió de hombros-. Pero al menos jugaremos, ¿sabe? Como jugador no soy una completa mierda. Vale la pena intentarlo.
Curtis hizo una mueca y luego se arrodilló junto a Willis Ellery, que se estaba incorporando sobre el codo.
– ¿Cómo se encuentra?
– Como si me hubiera atropellado un camión. ¿Cuánto tiempo he estado…?
– Unas cuantas horas. Tiene suerte de estar vivo, amigo mío, mucha suerte.
Ellery se miró las manos quemadas y asintió.
– Ya lo creo. ¡Qué calor hace, coño! ¿Y su amigo Nat? ¿Salió?
– Ha muerto. Y Arnon también.
– ¿David? -Ellery sacudió la cabeza y emitió un hondo suspiro-. ¿Puede darme un vaso de agua, por favor?
Curtis le llevó un vaso y le ayudó a beber.
– Quédese ahí tumbado y esté tranquilo -recomendó a Ellery-. Mitch tiene un plan para sacarnos de aquí.
Quedan nueve vidas, Jugador humano pierde vidas más rápidamente de lo previsto. Partida terminada dentro de poco. Jugador humano a punto de perder otra vida en pozo ventilación. Luego había falso suelo en sala de juntas. Cortocircuito cable de pozo dio idea. Pero vida en pozo ventilación se revela esquiva. Destruirla antes de pasar a las demás. Reglas son reglas.
hEl Maestro de Ajedrez decide quién vive y quién muere.
Desde abertura pozo de ventilación, vista de lenta torsión de cable y avance de jugador humano bajando escalera de servicio. Jugador humano pasa por cajetín telecomunicaciones del nivel décimo. Dentro de cinco minutos vida llegará a final de la escalera y saldrá. Considerar parámetros de control que pudieran frenarlo, hasta que cable electrificado haga contacto con escalera de servicio y elimine.
Mitch se llevó tal sobresalto cuando el teléfono montado en la pared empezó a sonar delante de su cara, que casi perdió el equilibrio. Se detuvo y alzó la vista hacia la abertura del pozo. ¿Es que Curtis había encontrado un medio de que funcionaran los teléfonos? ¿O sería otro truco de Ismael? Antes de cogerlo, lo examinó por todas partes. Era de plástico, lo que eliminaba toda posibilidad de electrocución. Pero después de lo que le había pasado a Willis Ellery, no iba a correr ningún riesgo innecesario.
El teléfono volvió a sonar y, al parecer, con mayor urgencia.
Plástico. ¿Qué peligro había? A lo mejor era Jenny. Quizá querían avisarle de un nuevo peligro. Habían supuesto que los teléfonos de servicio no funcionaban, pero ¿y si no era así? ¿Y si formaban parte de un sistema de conmutación distinto?
Con cautela, Mitch cogió el aparato y, manteniéndolo apartado de la oreja, como esperando que del auricular surgiese un objeto puntiagudo, contestó:
– ¿Sí?
– ¿Mitch?
– ¿Quién es?
– ¡Gracias a Dios! Soy yo, Allen Grabel. ¡Cómo me alegro de oír tu voz, muchacho!
– ¿Allen? ¿Dónde estás? Creí que habías podido escaparte.
– Casi lo consigo, Mitch. Por unos minutos, maldita sea. Oye, tienes que ayudarme. Estoy encerrado en el sótano, en uno de los vestuarios. El ordenador se ha vuelto loco y ha bloqueado todas las puñeteras puertas. Me estoy muriendo de sed aquí dentro.
– ¿Cómo sabías que estaba en el pozo de ventilación?
– No lo sabía. Me he pasado las últimas veinticuatro horas llamando a esos teléfonos. Son los únicos que funcionan. Ya casi había perdido la esperanza de que contestara alguien, ¿sabes? Creí que me iba a quedar aquí todo el fin de semana. No sabes cómo me alegro de oír tu voz. Pero dime, ¿qué estás haciendo ahí?
La voz era exactamente igual que la de Allen Grabel, pero Mitch seguía desconfiando.
– Estamos todos encerrados, Allen. El ordenador se ha vuelto loco. Y han muerto varias personas.
– ¿Qué? ¿Estás de broma? ¡Dios santo!
– Tardamos en comprenderlo pero, bueno, me temo que todos creíamos que el culpable eras tú -reconoció Mitch.
– ¿Yo? ¿Y por qué coño creíais eso?
– ¿Te extraña? ¿Después de lo que dijiste de que ibas a joder a Richardson y a su edificio?
– Vaya cogorza debía tener, ¿eh?
– Ya lo creo.
– Bueno, pues ya he tenido tiempo de que se me pase.
– Me alegro de volverte a oír, Allen. -Mitch hizo una pausa-. Es decir, si eres verdaderamente tú.
– Pero ¿qué dices? Pues claro que soy yo. ¿Quién coño iba a ser? ¿Te pasa algo, Mitch?
– Tengo que ser prudente, sólo eso. El ordenador actúa con mucha malicia. ¿Puedes decirme tu fecha de nacimiento?
– Claro, 5 de abril de 1956. En mi cumpleaños viniste a cenar a casa, ¿recuerdas?
Mitch maldijo para sus adentros. Ismael sabría eso: tenía el archivo personal de Grabel y su agenda en el disco duro. Debía pensar en algo que no estuviera en los archivos. Pero ¿en qué? ¿Hasta qué punto conocía verdaderamente a Grabel? Quizá no muy bien, a juzgar por lo que le había pasado.
– ¿Sigues ahí, Mitch?
– Aquí sigo. Pero tengo que pensar en una pregunta que sólo el verdadero Allen Grabel podría contestar.
– ¿Y si yo te dijera algo de ti que sólo tú supieras?
– No, un momento. Creo que tengo algo. ¿Crees en Dios, Allen?
Grabel soltó una carcajada.
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