– A lo mejor te haces un agujero en el cuerpo, amigo -le previno Richardson-. ¿Has pensado en eso? Podrías quedarte ciego. Los rayos se extienden con la distancia, de manera que cuanto más cerca se esté del láser, mayor será el peligro.
– Ya he pensado en eso -repuso Mitch-. En el mostrador hay unas gafas infrarrojas para el mantenimiento de emergencia.
– Vaya, me impresiona tu valentía -observó Marty Birnbaum-. Pero ¿es que el láser no funciona con electricidad? ¿Qué le impide a Ismael cortar la corriente?
– El programa de control del holograma está incluido en los sistemas de gestión del edificio que controla Ismael, pero el láser no. Según el diagrama de los cables que vemos en el ordenador, para desconectar el láser holográfíco Ismael tendría que cortar la corriente de toda la planta baja, con lo que automáticamente se abriría la puerta principal. -Sonrió-. Yo casi lo preferiría.
– ¿No te olvidas de algo? -preguntó Richardson-. Gracias al difunto señor Dukes, el atrio está bloqueado.
– Bajaré a la primera planta -contestó Mitch-, saltaré la balaustrada y desde allí me deslizaré por uno de los tirantes. Cuando llegue al suelo recuperaré el walkie-talkie de Dukes y os llamaré en cuanto haga un agujero en la puerta.
Joan, que se estaba dando crema hidratante de Helen en las quemaduras químicas de las piernas, alzó la cabeza y preguntó:
– ¿Y cómo vas a llegar a la primera planta? Si estás pensando en bajar por el árbol, no te lo recomiendo.
– No es preciso. Según los planos, por el otro lado del edificio hay un local técnico. Telecomunicaciones, sistemas de gestión de cables, esas cosas. Pero también hay un hueco de ventilación, un pozo que baja al sótano y que distribuye los servicios TI. En la mayoría de los edificios, ese pozo estaría lleno de cables, pero como éste es tan inteligente se dejó bastante espacio para las futuras exigencias TI. Incluso está provisto de una escalera de mano para reparaciones que llega hasta abajo, con una instalación eléctrica alimentada por baterías, por si se produce un apagón. A lo mejor resulta un poco estrecho. No se pensó más que como comunicación entre dos o tres niveles, pero ahí está. Más seguro que el árbol, en cualquier caso. Cuando llame por radio, bajáis vosotros. -Se encogió de hombros-. Eso es todo.
– A mí no me parece buena idea -dijo Richardson, arrastrando las palabras-. Y no sólo porque nos pone en ridículo a los que hemos arriesgado la vida trepando por el árbol. Lo mismo podíamos habernos quedado en el atrio. Es decir, que subimos trepando hasta aquí y ahora Mitch dice que hay que bajar otra vez, ¿no?
– Pero por una escalera de servicio -puntualizó Mitch.
Curtis movió la cabeza con aire pensativo.
– Muy bien -dijo-. Comisión 2. ¿Cuál es su gran idea?
Richardson esbozó una desagradable sonrisa.
– Nosotros tenemos un millón de ideas. Pero la mejor es bebemos unas cervezas mientras vemos las Series Mundiales en la tele y esperamos al lunes, cuando…, y corrígeme si me equivoco, Helen…, cuando se presente Warren Aikman con el señor Yu y su gente. Hasta ellos tendrían que darse cuenta de que pasa algo.
– Nos quedamos sentados tranquilamente hasta que llegue la jodida caballería. ¿No es eso?
– ¿Por qué no? Tenemos comida y agua en cantidad suficiente.
– ¿Y dentro de cuánto tiempo calcula que llegará el maestro de obras? ¿Cuarenta y dos, cuarenta y tres horas, quizá?
– Sí, más o menos. Si hay algo que reconocer a Warren, es que es madrugador. Se presentará el lunes por la mañana, a las ocho en punto. Como un clavo.
– ¿Y cuánto tiempo llevamos encerrados aquí, menos de veinticuatro horas?
– Treinta -le corrigió Helen Hussey- Treinta horas y cuarenta y cinco minutos, para ser exactos. Desde que se bloqueó la puerta, en todo caso.
– Y nueve de nosotros han muerto -prosiguió Curtis.
– ¡Joder, cómo me gustaría que estuviera aquí mi ex! -declaró Helen Hussey, con una sonrisa burlona.
– Así habla una verdadera pelirroja -murmuró Richardson.
– Puede que diez, si un médico no ve pronto a Ellery. -Curtis echó una mirada al hombre dormido en el suelo, junto a la pared-. Lo que hace una media de algo más de una víctima cada dos horas. Si Ismael mantiene ese ritmo de ataque, los que quedamos tendremos suerte de seguir vivos un día más. Y usted quiere quedarse tranquilamente sentado. -Sonrió y señaló la habitación con un amplio gesto del brazo-. Pues elija su sitio, amigo.
– Como he dicho, esperamos tranquilos. Sin correr riesgos. Vigilándonos mutuamente, ¿no?
– Ray tiene razón -intervino Joan-. Sólo debemos tener paciencia. Hay sitios peores para estar encerrados que este edificio. El primer principio de la supervivencia es esperar a que vengan socorros.
– ¿Y han trepado hasta aquí para decirnos eso? -inquirió Curtis-. ¿Es que se han atiborrado de Prozac o algo así? Tratan de cazarla, señora. Está en la lista de un jodido ordenador que quiere jugar a Super Mario con su culo. ¿Cree con sinceridad que Ismael nos va a dejar en paz aquí arriba? En este mismo momento probablemente estará planeando cómo atrapar a su próxima víctima. Esperar tranquilos, dicen. Esperar a que los maten, mejor. ¡Joder, y yo que creía que los arquitectos tenían una mentalidad constructiva!
Beech dio un empujón a la silla y se retiró del terminal.
– Últimas noticias -anunció-. Quedarnos de brazos cruzados hasta el lunes no servirá de nada. Probablemente, el domingo por la tarde ya será demasiado tarde. Acaban de subir las apuestas.
– ¿Nos lo vas a explicar? -dijo Richardson al cabo de unos momentos-. ¿O esperas que nos lo traguemos por las buenas? No podemos esperar tranquilamente porque nos lo ha dicho el gran Bob Beech. El tío que concibió este ordenador psicótico. Y yo poniendo verde a Kenny, cuando no ha tenido culpa de nada. Él sólo utilizaba una parte insignificante del ordenador. No creo que nadie pueda reprocharle nada.
– Pero era tu mejor candidato, ¿no? -dijo Beech con sarcasmo-. Y ahora me echas la culpa a mí.
– Nadie está echando la culpa a nadie -terció Curtis.
– ¡Y una mierda que no! -replicó Richardson-. Para eso se paga a la gente, inspector. Para que carguen con la culpa. Y cuanto más se cobra, más se tiene que aguantar. Espere a que termine todo esto. Habrá cola para darme una patada en el culo.
– Si es que todavía lo conserva para que puedan dársela -le recordó Curtis-. Y ahora escuchemos lo que tenga que decirnos.
Hizo una seña con la cabeza a Beech, que sin embargo siguió fulminando a Richardson con la mirada.
– Bueno, no nos haga pedírselo de rodillas -insistió el policía-. Díganos lo que ha descubierto.
– Está bien. He echado un vistazo a esas órdenes, para tratar de entender el juego en que estamos metidos -explicó Beech-. Si es que es posible entenderlo. Pero he descubierto una cosa que lo cambia todo. Hay un factor tiempo que ni siquiera conocíamos. Desde el punto de vista de Ismael, debemos concluir el juego dentro de las próximas doce horas, si no… -Se encogió de hombros-. Si no, nos ocurrirá algo catastrófico.
– ¿Como qué? -quiso saber Richardson.
– Ismael se muestra un poco vago, pero lo llama su bomba de relojería. Como en el edificio no hay explosivos, habrá que suponer, lógicamente, que Ismael piensa utilizar otra cosa. Yo apostaría por el generador de emergencia del sótano. Funciona con petróleo, ¿no?
Mitch asintió.
– Un incendio de petróleo en el sótano sería desastroso. -Emitió un suspiro-. Sobre todo si Ismael desactiva todos los dispositivos de seguridad y deja que se propague. Sin el aire acondicionado, moriremos asfixiados por el humo incluso antes de que aparezcan los bomberos.
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