»El viernes por la noche, entonces, vio que Yseut penetraba en la habitación do Donald, o quizá sabía que iría. Y provisto del revólver con silenciador, un par de guantes, y la pistola de fogueo, que por otra parte sacó del teatro junto con el otro, y que usaban para lograr efectos de escena entre bastidores. Pensando que seguramente había una en el teatro, interrogué a Jean al respecto y así descubrí que… -se interrumpió en seco-. ¿De qué estaba hablando?
– De que Warner había visto a Yseut entrar en el colegio -le sopló cortésmente sir Richard.
– Ah, sí. Bueno, Warner entró en el patio que da al oeste por una puertecita exterior, disparó en el momento preciso, salió por donde había entrado, ocultó momentáneamente el silenciador en algún lado, después fue hasta la portería, y lo demás ya lo sabemos. En el momento apropiado bajó e hizo la falsificación. ¿Ves ahora, Nigel, por qué tu lista de horas era tan reveladora? No solamente decía que él era la única persona que podía haber preparado el cuadro de un suicidio, sino que además indicaba que la hora en que afirmaba haber salido del hotel estaba sin confirmar, lo mismo podía haber sido antes o después. En sí eso sólo no habría dicho nada, pero lo echó todo a perder tratando de hacer un criptograma y fraguando un suicidio improbable. Cualquiera (tú, Helen, Rachel, Sheila, Donald, o Nicholas) podía haber disparado desde el patio del oeste; si lo hubiera dejado así, todavía estaría vivo para contarlo, y en libertad; pero como les dije, nadie más que él podía hacer la falsificación.
»Diría que también hubo cierta evidencia fortuita que en sí había sido extremadamente sugestiva, aunque no concluyente. Por un lado estaba el hecho (que tú me comunicaste, Nigel, y que después me tomé el trabajo de verificar) de que Warner había hecho que Jane estudiara el papel de Yseut. Ahora bien, hasta yo sé lo suficiente sobre esta clase de compañías para comprender que, por motivos prácticos, normalmente no tienen dobles, menos todavía para papeles tan pequeños como el que debía representar Yseut. Pero en su ansiedad por hacer de su obra un éxito cometió ese desliz fundamental. Además nos dijo que había tenido que preguntar el camino al portero porque no había estado nunca en el colegio; y sin embargo, conversando con mi mujer inmediatamente después del crimen, sugirió que el criminal podía haber entrado por el patio del lado oeste, de cuya existencia, de ser cierta su otra afirmación, no podía estar enterado. Ése fue otro error nacido de su tendencia a complicar demasiado las cosas.
»Sin embargo, confieso que al principio me pareció que ciertos detalles no encajaban en esta simple y bastante elocuente exposición de los hechos. Y uno de ellos, Nigel, me lo diste tú al recalcar repetidas veces que Donald no se sorprendió al enterarse de la muerte de Yseut. Pero, en tanto te inclinaste a considerarlo consecuencia de cierto estado psicológico anormal, irrazonable, lo estudié desde un ángulo más simple. Significaba que: (a) Donald sabía que se iba a cometer el crimen; o (b) había visto a alguien conocido rondando el lugar antes de que Yseut apareciera muerta (y alguien que la odiaba), y al saber la noticia lo primero que pensó fue que el criminal era esa persona. Ahora bien, (a) era muy improbable. Por cierto que Robert no iba a confiar sus proyectos a Donald, y la probabilidad de que hubiera descubierto el plan de Robert (que en el mejor de los casos dependía en gran parte del azar) era tan mínima que por fuerza había que descartarla. Eso dejaba a (b). En primer lugar, tal vez Donald hubiese visto a Robert. Pero en ese caso ¿por qué encubrirlo? Warner le desagradaba, Donald lo tenía por rival en potencia. Enterado de la muerte de Yseut (no olvides que estaba locamente enamorado), de haber visto a Warner lo más seguro era que lo denunciase. Y sin embargo estaba protegiendo a alguien, pero ¿a quién? Jean Whitelegge era la única respuesta. Y supuse que la había visto en el patio que da al oeste (que era el único sitio donde podía haber estado), probablemente mientras procedía a correr las cortinas de ese lado del cuarto. En tales circunstancias, y siempre sobre suposiciones, llegué a la conclusión de que, primero, Donald había hablado con ella, y segundo, como ella había estado ahí a esa hora quizá vio al asesino, aunque tal vez no en el momento de cometer el hecho; no olvides que oscureció casi en seguida.
»Hasta ahí, pura especulación. Pero me pareció que valía la pena seguir esa pista, aunque sólo fuera por pasar el rato (los hechos primarios del caso estaban dilucidados fuera de toda duda). Y entonces apelé primero a Nicholas, sonsacándole sin dificultad la información de que Donald había encontrado y hablado con alguien esa noche, si bien Nicholas no quiso decirme con quién; de todos modos eso no importaba, porque tenía bastante certeza al respecto. Pese a mostrarme duro con Donald, no conseguí sacarle nada; se había puesto en el papel del caballero andante, creo que hasta cierto punto la muerte de Yseut fue un alivio para él, y no quiso que Jean, la autora del crimen, a su entender, pagara las consecuencias. En cuanto a la propia Jean, la sometí a una prueba para comprobar la segunda parte de mi teoría, con resultados más positivos. Menospreciando la calidad de la mente del asesino, provoqué un hermoso estallido de furia e indignación. La deducción lógica era que Jean estaba admirando al crimen in vacuo, de modo que sabía quién lo había cometido. Y como en ese momento ella todavía no tenía ninguna noción de las circunstancias que rodeaban al hecho, y por lo tanto no podía haber sacado las mismas conclusiones que yo, era razonable suponer que lo había visto. Dicho sea de paso, no era de extrañar que optase por proteger al criminal. No tenía ningún motivo para querer a Yseut y, como todos sabemos, sentía gran admiración por Warner y su obra; imagino que sus escrúpulos eran los míos: una fuerte renuncia a entregar a una mente creadora brillante, aún no sazonada, a las manos del verdugo. De ahí su negativa a admitir que había estado en el colegio esa noche.
»Le sugerí que viniera a decirme en privado lo que sabía, como en efecto hizo cuando mataron a Donald. Parece ser que entró en el patio siguiendo a Warner y prácticamente lo vio cometer el crimen. Como le habría pasado a cualquiera, en el primer momento no atinó a otra cosa que a esconderse, y aguardó detrás de una columna hasta que él se marchó. Fue entonces, en el momento de salir, cuando Donald la vio y habló con ella. Dadas las circunstancias, la conversación debió de ser un suplicio para la pobre, y con toda seguridad su actitud forzada ratificó luego las sospechas de Donald en el sentido de que era la asesina.
– Supongo -dijo lentamente sir Richard- que después de la muerte de Donald Fellowes habrá querido acudir sin más trámites a la policía, a decir lo que sabía. ¿Cómo hizo para disuadirla? Tengo entendido que ella y Fellowes se habían reconciliado y pensaban casarse.
Fen soltó un quejido.
– Sí -dijo-. La pobre muchacha estaba enloquecida de pena. Pero al mismo tiempo -añadió irritado- yo parecía ser la única persona que sabía lo que estaba pasando, y de ningún modo iba a permitir que estropearan mis planes. Me proponía dejar que el estreno de Metromania transcurriese sin tropiezos, como a la larga ocurrió.
Sir Richard gruñó.
– Sí -dijo-, esa fue la condición que puso para abrirnos las puertas de su admirable cerebro.
Fen lo miró con el ceño fruncido.
– De cualquier forma -dijo- lo cierto es que mentí a Jean, inventé los cuentos más fantásticos para hacerle creer que distintas personas habían cometido los crímenes. La convencí a medias, cuando menos lo bastante para apaciguarla momentáneamente; pero sólo a medias. Al fin terminó por comprender, con los resultados que todos sabemos… -esbozó un ademán de fastidio. No quería recordar lo sucedido.
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