Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– Debió de ser aterrador. Lo del coche.

Ruston asintió. Parecía que todavía estaba aterrada.

– Sucedió increíblemente rápido. Sé que todo el mundo dice eso, pero en un minuto ese coche estaba a mi lado y entonces llegaron los disparos. Y, de repente, ya estaba en la ambulancia.

Probablemente así era como ella lo recordaba, pensó Helen. Tampoco podía reprocharle a la mujer que fuese selectiva, teniendo en cuenta con quién estaba charlando ante un café.

Y entonces me empotr é en aquella parada de autob ú s y recuerdo con claridad a su novio volando por encima del cap ó

– Lo siento -dijo Ruston. Parecía que estaba a punto de llorar otra vez.

– ¿Qué hacía en Hackney? -preguntó Helen.

Eso pareció mantener las lágrimas a raya. Ruston miró fijamente a Helen como si no acabase de pillar un chiste.

– ¿Qué tiene eso que ver con nada?

Helen se avergonzó. Fingió una risa.

– La poli que hay en mí, supongo. Preguntas rutinarias, todo eso.

– ¿También quiere saber si había estado bebiendo?

– Lo siento. Por favor, no…

– Había tomado una copa de vino y estaba muy por debajo del límite. Lo sé seguro, porque los suyos me sacaron una muestra de sangre en el hospital. Muy amable por su parte.

– Es el procedimiento habitual.

– Volvía de casa de una amiga -dijo Ruston.

Helen asintió, todavía avergonzada, haciéndose la pregunta que el compañero de Ruston había evitado. ¿Por qué demonios estaba allí sentada, manteniendo una educada charla con aquella mujer? Pensó en lo que había dicho Deering sobre cómo el hablar con la gente que había tenido relación con su difunta esposa le había ayudado. Desde luego, a Helen no le estaba funcionando eso y, con todo, no parecía poder contenerse. No podía haber sabido lo que iba a descubrir sobre Paul, las dudas y las sospechas que albergaría, pero esta conversación en particular en ningún momento iba a hacer que se sintiese mejor, ¿no? Tal vez esa fuese la cuestión.

¿Se estaba castigando a sí misma por lo que había hecho?

– ¿Creía que iba a odiarme?

Helen parpadeó. Era como si Ruston supiese exactamente lo que había estado pensando.

– Lo había pensado -dijo-. Pensaba que tal vez fuese así, pero sabía que sería absurdo. Fue su coche el que atropelló a Paul, pero no fue culpa suya. Fue el hombre que disparó quien mató a Paul -Ruston asintió, como agradecida-. ¿Pudo verle bien?

– Ya se lo he dicho, todo fue tan rápido… Pero he repasado cientos de fotos. Fichas policiales o como se llamen. Después de un rato, todos empezaban a parecer iguales -Ruston se llevó la mano a la cara-. Dios, no lo digo… en un sentido racista. Quiero decir que estaba tan cansada y atiborrada de calmantes… Señor, todavía estoy atiborrada de calmantes.

Helen le quitó importancia con un gesto de la mano y ambas lograron reírse. El sol se derramaba por las grandes ventanas que había en ambos extremos de la habitación, rebotando en las pulidas tablas del suelo. La música de la cocina y del piso de arriba se había apagado y durante unos segundos se hizo el silencio.

Helen se terminó su té y dijo:

– Estaba borracho.

– ¿Quién?

– Ha dicho que usted estaba por debajo del límite; Paul, desde luego, no. Había estado en la juerga de despedida de un poli, bebiendo cerveza toda la noche. Tal vez si no hubiese bebido tanto habría podido apartarse. No sé -miró a su alrededor en busca de un lugar donde dejar su taza vacía. Finalmente, se inclinó y la colocó en el suelo-. En cualquier caso…

– ¿Era buen tío?

Helen pensó en su aventura. En la cara de Paul cuando la había descubierto. En su cara hacía una semana, pálida como una sábana, en el depósito de cadáveres.

– Demasiado bueno para mí -dijo.

Ruston tomó aliento y explotó un segundo después en un sollozo. Luchó por controlar su llanto, mirándose fijamente los pies y diciéndole a Helen lo mucho que lo sentía; luchando por hacer salir las palabras.

Helen buscó más pañuelos en su bolso y le pasó un paquete sin abrir. Moviendo la cabeza para indicar que no pasaba nada. Sintiendo una repentina punzada de resentimiento hacia aquella mujer, hacia otra persona más que parecía bastante más alterada por la muerte de Paul que ella.

En el piso franco había habido poco movimiento desde que Theo llegó, pero llevaba así varios días. La presencia de la policía en la calle no era suficiente, nunca sería suficiente para pararlo del todo, pero siempre había unos cuantos camellos un poco más prudentes, unos cuantos clientes que preferían ir a comprar a otro sitio donde hubiese más capuchas que uniformes azules en la calle.

Theo medio veía la MTV. Una estrella de rap de la que nunca había oído hablar alardeaba de su mesa de billar de paño morado mientras un crío llamado Sugar Boy revolvía en la cocina, preparando té para los dos. Había una pistola en la mesa de centro que había delante del sofá, junto al móvil de Theo y un cuaderno donde tenía que llevar la cuenta del dinero que entraba y la mercancía que salía.

– Por si el fisco necesita ver las cuentas -había dicho Wave.

Se oyeron tacos procedentes de la cocina, luego:

– Esta leche huele a rancio que te cagas, tío.

– Yo estoy servido -gritó Theo.

Esperaría media hora más, luego iría a ver qué hacía su madre. Sabía que querría verle, que habría hecho comida de domingo bastante para media urbanización. Que con una hora o así se animaría, aunque le decepcionaría que no estuviesen Javine y el niño y le daría la lata con eso.

De camino desde el piso, había pasado junto al lugar donde habían matado a Mikey, junto a media docena de ramos de flores marchitas apoyados contra la pared y tirados en el sumidero. A la mayoría de las notas se les había corrido la tinta, emborronando los tradicionales mensajes de la familia.

Los homenajes en lenguaje SMS de quienes no le conocían tan bien.

«DEP Mikey. Ers l mjor. T as ido pro n t olvdmos» Y todo eso.

Había habido una pequeña ceremonia el sábado, cuando se habían colocado las flores. Theo no había llevado ninguna. Las flores no parecían adecuadas para alguien que había hecho lo que Mikey le había hecho a aquella puta. Sí le había dado un abrazo a la madre de Mikey, justo después de abrazar a la suya, con la sensación de que iba a partirle las costillas cuando se agarró a él, susurrándole chorradas en el oído con su voz bronca.

Alguna gente había dicho cosas, trabajadores sociales y respetados miembros de la comunidad o lo que fuesen, y la madre de Mikey parecía avergonzada cuando la gente empezó a girarse hacia ella. Pero ella no dio uno de esos discursos sobre lo buen chico que había sido Mikey, que no tenía nada que ver con las drogas y cosas así. Theo conocía a la madre de Mikey de toda la vida y no era idiota. No iba a engañarse a sí misma ni a nadie, como su propia madre.

Empezarían a hacer el mural el lunes, había dicho Easy.

Theo no sabía quién iba a hacerlo, pero habían escogido un trozo de pared cerca de donde Mikey se había criado (en el mismo sitio donde le habían disparado, más o menos) e iban a pintar un bonito dibujo en su homenaje. Todos los de la pandilla lo firmarían una vez terminado. Para que todo el mundo supiese que seguían unidos.

Sugar Boy volvió de la cocina, puso una taza delante de Theo y dijo:

– He encontrado un poco de leche en polvo en la alacena -había partículas blancas flotando en el té.

Theo le dio las gracias y repasó los canales de televisión mientras observaba a Sugar Boy jugando con la pistola. El chaval llevaba toda la mañana acariciándola como si fuesen las tetas de su novia, diciendo que alguien debería pagar por lo de Mikey. Mirando a Theo como si fuese él quien debía pensar en hacerlo. Como si él fuese el que tenía buena reputación porque, ya sabes…

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