Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– Está muy ocupado -dijo Helen-. A mí apenas me da la hora.

Era un intento de hacer una gracia, pero algo en su cara debía de haberla traicionado. Su padre asintió, como si la comprendiese.

– Espera a que vea al niño -dijo-. Ver la carne de tu carne por primera vez te afecta. Lo cambia todo.

Helen ya estaba levantándose trabajosamente.

– El cabroncete me está presionando la vejiga -dijo-. ¿Por qué no haces un poco más de té?

– Hay un poco de ese jabón líquido que te gusta junto al lavabo…

En el cuarto de baño, bajó el asiento de la taza y se sentó allí unos minutos, esperando a que se calmase el revoloteo que sentía en el estómago, luchando por contener el impulso de ceder y derrumbarse. Últimamente las lágrimas surgían con demasiada facilidad, se habían convertido en su estado por defecto, y estaba harta.

Cuando volvió a entrar en la cocina, su padre le dio las magdalenas congeladas en una bolsa de plástico y ella dijo que esperaba que la mujer de la acera de enfrente supiese lo bueno que era. Él se sonrojó, pero pareció complacido de todas formas.

– No estoy seguro de que esté tan interesada, si te digo la verdad.

– Por supuesto que lo está -dijo Helen-, si no, no te dejaría aparcar en su hueco.

– Supongo que no.

– Te lo digo yo. -Se sentó, removió su té y le observó, pensando en lo que le había dicho y queriéndole un poco más por no haber pillado su estúpida gracia.

A Easy no se le daba mejor el billar inglés que el golf. El billar americano sí le gustaba, era más sencillo y más rápido, y echó unas partidas con SnapZ y Mikey al fondo del salón para matar el tiempo mientras esperaba a que Wave terminase con sus cosas.

Mikey y SnapZ eran las dos personas con las que Easy pasaba más tiempo después de Theo, pero no creía que ninguno de los dos tuviese muchas posibilidades de convertirse en campeón de Saber y ganar. SnapZ sólo pensaba en su música, se creía batería o algo. Siempre andaba tamborileando ritmos en las mesas, con los auriculares puestos y tarareando cuando, en opinión de Easy, debía estar callado.

– ¿Cómo voy a concentrarme en mi tiro, tío? -Easy se incorporó y extendió los brazos-. Siempre estás moviéndote y chasqueando los putos dedos como un tarado.

SnapZ dio un bufido y un paso atrás, se metió los pulgares en los bolsillos de sus Levi's caídos.

Mikey se rio, dijo «tarado», y volvió a reírse con voz chillona y un ligero ceceo. Era el más alto de los tres, y la mayor parte del tiempo su altura disimulaba su peso, pero, cuando hacía calor, ni una camiseta floja podía ocultar lo que Easy describía como «un buen par de tetas». A Easy y SnapZ les gustaba acercársele sigilosamente y sobárselas y, aunque normalmente Mikey se reía cuando se los quitaba de encima a empujones, Easy creía que no lo encontraba tan divertido.

Easy se inclinó para tirar, falló un tiro largo y dijo:

– Me distraéis.

Mikey y SnapZ se rieron.

El salón de billar Cue Up quedaba entre una agencia de viajes y una fontanería, en la calle ancha que había por detrás de la estación de autobuses de Lewisham. Tenía veinticuatro mesas grandes en la primera planta, con una pequeña zona para sentarse en la segunda, junto a las oficinas y los almacenes. Había una barra en un extremo, junto a las escaleras, que separaba media docena de mesas de billar de una serie de máquinas tragaperras y videojuegos matamarcianos. En teoría, servían comida y bebida, pero el servicio era irregular y raras veces iba acompañado de una sonrisa.

Podía llenarse los fines de semana, pero un miércoles a la hora del almuerzo estaba bastante tranquilo. Había luces encendidas sobre cuatro de las mesas. Aparte de los pocos que estaban jugando al billar inglés o americano, sólo estaban el de la limpieza, la mujer de rasgos afilados de detrás de la barra y el viejo que se pasaba el día por allí pidiendo tabaco y comiendo tostadas con salsa negra, metiendo en las tragaperras todo el dinero que se ahorraba en comida.

Easy perdió diez libras contra SnapZ al meter la negra, pero se las ganó a Mikey, que tiraba con demasiada fuerza en todos los tiros, como si estuviese rompiendo, el muy imbécil. Mientras se movía alrededor de la mesa, Easy tenía un ojo en las escaleras todo el tiempo para ver si Wave bajaba.

Estaba a media partida con SnapZ cuando oyó la voz de Wave, grave y rápida, como una línea de bajos de ragga. Le pasó el taco a Mikey y le dijo que terminase la partida.

Wave apareció en la escalera, hablando con un hombre blanco vestido con un elegante traje gris. Asintió cuando el hombre se le acercó para susurrarle algo, le dio la mano y el hombre bajó las escaleras trotando hacia la salida. Un triángulo o dos por encima, pensó Easy mientras veía marchar al hombre. Tal vez más arriba. Era como le había dicho a Theo aquella vez: gran parte del dinero de allá arriba acababa en bolsillos de gente blanca.

Easy se quedó mirando mientras Wave caminaba hacia la barra. Se le unió Asif, un asiático enorme a quien Easy y sus colegas de la banda llamaban Asi. Andaba con Wave desde hacía un par de meses, se había quedado unos pasos por detrás mientras Wave y el blanco hablaban y se despedían.

Wave pidió unos botellines de Stella para él y su sombra y se fueron a una mesa vacía al fondo del salón.

Easy dejó pasar unos minutos, compró un par de botellines más y les siguió, zigzagueando por entre el entramado de mesas, con aire desenfadado y lleno de razón, meneando la cabeza como si sonase una melodía en su interior.

Mientras Así se preparaba para tirar, Easy dejó un botellín junto al que Wave ya había dejado sobre la mesa.

– Te he traído otra -dijo.

Wave asintió y observó a Así fallar un tiro a una roja. Se acercó a la mesa y falló un tiro a su vez.

– ¿Quién va ganando? -preguntó Easy.

– Llevamos dos minutos, tío -dijo Wave-. Nadie ha metido ninguna todavía.

Mientras Wave estaba en la mesa, Así se acercó y le echó una ojeada a Easy de arriba abajo. Easy vestía de rojo y blanco hoy, con la misma gorra lisa de siempre y bajo ningún concepto iba a dejar de hacerle algún comentario a Así.

– ¿Qué? -Así no dijo nada-. Mírate, con esa mierda de baratijas de pies a cabeza. ¿Hay rebajas en tallas especiales? -Así se encogió de hombros y se fue a lanzar otro tiro.

Siguieron jugando otros diez minutos. Easy dijo «Mala suerte, tío» un par de veces y «dentro» cuando Wave metió una roja que estaba junto a una de las troneras. Contuvo un bufido cuando una rosa se quedó renqueando en el borde.

– ¿Qué quieres? -le preguntó Wave por fin.

– ¿Sabes mi amigo, T? -Wave esperó-. Ahora mismo se dedica a vigilar, pasar y todo eso.

– ¿Un tipo flaco con una mosca en la barbilla?

Easy asintió.

– Está prácticamente listo para ascender, no hay duda.

– ¿Tú crees? -Wave dejó su cerveza y retomó la partida.

– Te lo juro. -Easy se quedó mirando el triángulo de madera que colgaba de uno de los extremos de la mesa-. Es de fiar, tío, ¿sabes? No se anda con tonterías. Trabaja duro y es listo, más listo que nadie.

– Ya hablaremos.

– Vale. -Easy rebotó sobre sus talones-. Sólo te digo, bueno, ya sabes, puede subir rápidamente si hace falta, no hay fallo.

– Ya te lo he dicho.

– Yo respondo por él, tío.

Wave se giró y le miró por encima del hombro.

– Pues pónmelo por escrito.

Easy tragó saliva, trató de tomárselo a risa.

– ¿Vas puesto?

Wave se dio la vuelta para tirar.

– Ponme ese testimonio tuyo por escrito, para que pueda estudiarlo como es debido cuando tenga tiempo. Si estás pensando en ascender a alguien, hay que hacer las cosas bien. Dame referencias, ¿me entiendes?

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