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Mark Billingham: En la oscuridad

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Mark Billingham En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía. La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– Y laxantes, ¿no?

– Sí, todo eso. Te pones hasta arriba y te cagas por los pantalones a la vez, lo que sea. -Pasó lentamente al triángulo del fondo y trazó con fuerza una línea a su alrededor, rompiendo la servilleta con el boli al repasarlo una y otra vez-. Aquí es donde estamos nosotros, que es la parte crucial, ¿lo pillas, T? Aquí abajo, en el fondo, tienes a tus vigilantes, eso es importante. Y luego, un poco más arriba, están los mensajeros y los camellos que van de un lado a otro todo el día, de la calle a la casa, entra uno y sale otro, con el dinero y los paquetes… Y luego, justo en la cima de este triángulo están los tíos que guardan el dinero y el que se encarga del alijo, ¿me sigues?

Theo giró la servilleta y la miró fijamente.

– Y esta es la parte buena -dijo Easy-: todo el mundo puede ascender. -Ahora se lo mostró con las manos, desrizándolas en el aire-. Todo el mundo, ¿me oyes? Te puedes mover por los lados del triángulo y más arriba, de un capullo al siguiente. -Cogió la servilleta otra vez y señaló-. Aquí mismo, justo por debajo de la cima del triángulo del fondo es donde estoy yo, ¿me entiendes? Soy el número dos y sigo subiendo, ¿vale?

Theo asintió. Tenía serias dudas.

– Ahí arriba, en la cima, está Wave. Está forrado, en serio, pero ahí arriba hay presión de verdad, tío. -Easy se terminó la Coca-Cola, se recostó en su silla y empezó a romper la servilleta en trozos diminutos-. Hay mucha gente que te presiona desde arriba, y mucha que te da por culo desde abajo…

Volvieron a utilizar la misma estrategia de pasar como por casualidad por delante de un semiadosado más bien pequeño en Southgate e Easy le dijo a Theo que aparcase al final de la calle. La casa estaba entre dos farolas, y no había indicios de que tuviese alarma.

– Pan comido -dijo Easy.

Fue al maletero y sacó una maleta vacía. Se mosqueó cuando Theo le preguntó para qué era.

– Bueno, es práctica para llevar cosas, ¿me entiendes? Y he pensado, bueno, ya sabes, las suyas estarán en Mallorca o Lanzarote o donde sea, como ellos. -Chasqueó la lengua y sonrió-. Y se supone que tú eres el listo…

Una vez dentro de la casa, Easy metió el DVD en la maleta en un minuto o dos. Le dijo a Theo que se quedase abajo y cogiese todo lo que pudiese mientras él examinaba el resto de la casa.

Theo sabía que la casa estaba vacía, pero aún así le asustaba ver a Easy paseándose por ella tan lleno de razón. Dio unas vueltas por la cocina y el salón, hojeó una pila de revistas que había sobre una mesa baja. Había un despachito empotrado debajo de las escaleras con un ordenador metido debajo de la mesa, un teclado y un monitor grande encima. Theo movió el ratón con un dedo enguantado y apareció una foto en la pantalla: una mujer y tres niños radiantes en una piscina, una colchoneta hinchable de colores y el sol rebotando en el agua a sus espaldas.

Unas vacaciones diferentes.

Easy bajó ruidosamente las escaleras y Theo se alejó de la mesa. Miró la maleta que Easy cargaba ahora con ambas manos.

– ¿Algo decente?

– Otro DVD en el cuarto de los críos, una radio digital. -Easy dio una palmadita sobre la maleta-. Y un iPod nuevecito, con caja y todo, tío. -Le hizo un gesto con la cabeza-. ¿Y tú?

Theo señaló el ordenador y se encogió de hombros.

– Nada portátil, tío. Creo que hemos terminado.

Easy miró a su alrededor, luego asintió y se acercó a Theo.

– Me he meado en la cama de arriba.

Theo dio un paso atrás, con una mueca.

– Eso es totalmente asqueroso, tío.

Easy se estaba divirtiendo.

– No lo he hecho, tío, joder, ¿qué te crees? -Izó la maleta-. Voy a empezar a llamarte «Toy», T. Como los cacharros de los críos… robots o lo que sea. Es tan fácil darte cuerda…

Helen se despertó con el ruido de la llave en la puerta y se quedó acostada escuchando entrar a Paul. Cómo tosía y se sorbía la nariz. Su gruñido al dejarse caer en el sofá para sacarse los zapatos.

Le oyó ir a la cocina, oyó el chirrido de la puerta de una de las alacenas y esperó que se estuviese preparando algo de comer. Con suerte, estaría dormida cuando él se fuese a la cama.

Paul entró en el dormitorio unos minutos más tarde, y ella se quedó con la espalda vuelta hacia la puerta, a sabiendas de que él se estaba desvistiendo con el mayor silencio posible para no despertarla. Posó su reloj con cuidado. Le olió a ajo cuando se metió a su lado en la cama, y supo que había cenado fuera.

Con gente del trabajo, probablemente.

No era la primera vez que se preguntaba si podía estar teniendo una aventura, y seguía pensando en ello cuando oyó cambiar el ritmo de su respiración y supo que estaba dormido.

No era la primera vez pero, como siempre, había un pensamiento más persistente que el «¿quién?» y el «¿dónde?», más aún que el «¿cómo has podido?».

Un pensamiento.

¿Qué derecho tengo yo a quejarme?

Theo notó el dinero en el bolsillo de atrás al sentarse. Echó la mano atrás, sacó los billetes y los tiró en la mesa de centro. Doscientas libras en billetes de diez y de veinte, era lo que le había dado Easy. Se las había pasado al dejarle en casa; antes de enseñarle el puño y rodear el coche otra vez para sentarse en el asiento del conductor.

– ¿Y esto por qué?

– Has ayudado -dijo Easy.

– No he hecho nada.

Era demasiado. Theo sabía que Easy no iba a sacar tanto por lo que habían levantado en aquella casa. Supuso que su amigo sólo estaba alardeando. Pero aun así…

– Ésta es la pasta que podrías sacarte -dijo Easy-, si ascendieses.

– ¿Y cómo se hace eso?

– Hablaré con Wave y haré que suceda.

– ¿Así de fácil?

– Sólo tienes que subir por el triángulo, T -Easy hizo aquel movimiento deslizante con la mano otra vez-, pasar un poco de tiempo dentro, conseguir que algunos de los chavales curren por ti. Ven conmigo en unos cuantos viajes como este, ¿vale? Diversión y guita, ¿qué más quieres, tío?

Theo pensó un momento en despertar a Javine para enseñarle el dinero, pero sabía que era una idea estúpida. Era como su madre: no quería saber. Claro, pensó Theo, pero bien que le gustaba el dinero cuando lo tenía. Intentaría decidir qué zapatos comprarse mientras meneaba la cabeza y le decía que no quería saber de dónde había salido la pasta.

Pero de algún lado tenía que salir, ¿no?

Cuando el Audi se alejó rugiendo, vio a un grupo de críos observando entre las sombras junto a los garajes; se comían el coche con los ojos.

Ahora, hizo el dinero a un lado y puso los pies sobre la mesa. Se quedó allí sentado escuchando los ruidos del bloque, la música y las voces levantadas que cantaban contra el hormigón, e intentó no pensar en la foto de la pantalla del ordenador.

Siete

Paul había salido de casa antes de las siete y había logrado adelantarse a gran parte del tráfico de Brixton hasta Kennington, pero sin duda no había sido el único que esperaba tener la oficina para él solo durante una hora o dos. Ya había unos cuantos madrugadores con gesto dolorido de lunes cuando llegó. Tampoco era que la mayoría de ellos no tuviesen la misma cara de cabreo cualquier otro día de la semana.

Los polis felices estaban en las series, o respirando el humo de la risa de los festivales de música.

Todas las conversaciones en torno al café, y el primer pitillo en el patio trasero tendían a dar vueltas sobre el mismo tema: el hecho de que a Paul no se le había visto demasiado el pelo por allí últimamente.

«¿A quién le has estado lamiendo el culo, cacho cabrón?» fue el comentario más amistoso. «¿Por qué tenemos nosotros que quedarnos aquí trabajando como mulas mientras tú te piras a hacer el vago por aquí, cacho gandul?» era más típico.

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