Joseph Wambaugh - Cuervos de Hollywood

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Joseph Wambaugh, maestro del thriller policíaco, ha vuelto con una adictiva novela focalizada una vez más en los oficiales de la Hollywood Station del LAPD; en concreto en el papel que desempeñan los «cuervos», nombre popular dela Oficina de Relaciones Comunitarias (CRO), formado por policías que no están satisfechos en las calles y que se sienten más seguros velando por la «calidad de vida» de los vecinos.

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Cuando llegó a la señal de Mount Olympus vio el Jaguar de Alí en la carretera, encarado colina arriba. Aparcó en el lado opuesto de la carretera, salió con la carpeta y cruzó hacia el coche de Alí.

Pasó la carpeta a través de la ventana abierta y Alí dijo:

– Bien, Leonard. Has hecho un excelente trabajo. Dame el mando del garaje y el pedazo de papel con el código de la alarma, por favor.

– No fue fácil -dijo Leonard, mientras le pasaba el papel a Alí-. Tiene una puerta con un mecanismo nuevo. Si yo no hubiera sido un experto, jamás habría podido destrabar la cerradura.

Alí le dio a Leonard un rollo de billetes de cien y dijo:

– Ahí lo tienes, Leonard. Gracias por ayudarme.

– Era una cerradura diferente. No como la que dijiste -repitió Leonard.

– ¿La has dejado abierta? -preguntó Alí, repentinamente preocupado.

– Sí, claro -dijo Leonard.

– Muy bien, Leonard -dijo Alí, arrancando el motor-. Ven por la Sala Leopardo algún día. Te invitaré a una copa.

Leonard miró a Alí y dijo:

– He tenido mucho trabajo extra por culpa del nuevo mecanismo, invertí más tiempo y me expuse a mayores peligros. Creo que merezco una compensación.

Alí empujó el cambio de marchas y dijo:

– Tenemos un acuerdo.

– Sí, pero no lo expusiste bien y el trabajo ha sido más duro y estaba más expuesto a riesgos. Creo que me merezco cien pavos más.

– Adiós, Leonard.

Entonces hizo un giro de ciento ochenta grados y condujo de vuelta hacia el bulevar, de regreso a sus negocios.

En ese instante Leonard tuvo una corazonada y decidió seguirla. Se tomó su tiempo en regresar a su Honda, luego esperó hasta que el Jaguar de Alí se desvaneció en el tráfico de Hollywood. Entonces arrancó su coche, dio la vuelta y condujo de nuevo hacia Mount Olympus. Cuando pasó la casa de Aziz, giró en la calle que subía por la colina y aparcó justo detrás de una furgoneta de jardinería. Leonard salió del coche, caminó hasta la esquina y observó la casa de Margot Aziz cincuenta metros abajo.

Sólo tuvo que esperar cinco minutos hasta que apareció el Jaguar de Alí; lo vio avanzar más allá de su antiguo hogar y aparcar casi en el mismo sitio donde Leonard se había detenido antes del asalto. Y Leonard podía ver la carpeta de archivos en la mano de Alí. Quería devolverla a su lugar, tal y como Leonard supuso que haría. Esto no iba de una puta carpeta llena de cheques devueltos y mierda doméstica.

Alí vio por sí mismo que Margot había cambiado la cerradura de acceso al garaje tal y como había hecho con las demás. No había contado con ello, pero dudaba que hubiera supuesto una dificultad añadida para Leonard Stilwell. Alí aún estaba furioso por el intento de ese condenado ladrón de sacarle otros cien dólares. Luego se puso unos guantes de látex que había cogido del lavavajillas de su club nocturno, examinó la manilla, y abrió la puerta.

Usó el código de la sirvienta para silenciar el pitido de la alarma y cerró la puerta a sus espaldas. Comprobó su reloj. Margot era una mujer de costumbres fijas. Iba a pilates cada jueves y se quedaba hasta las 17.30 pasara lo que pasara. Luego iba a recoger a Nicky a casa de la niñera y lo llevaba a algún sitio a alimentarlo con productos basura, una comida que ella jamás comería. Alí también la odiaba por eso. Cuando consiguiera la custodia de su hijo después de que ella muriese haría que el chico siguiese una dieta saludable. Mucho yogur, cordero, arroz y vegetales.

Aplacó sus miedos recordando aquella historia que había visto en las noticias meses atrás, sobre dos mujeres de Los Ángeles que estaban de vacaciones en Rusia y fueron envenenadas con talio, un metal tóxico que se sospechaba había sido utilizado en el asesinato de un antiguo espía, Alexander Litivenko, hasta que se descubrió que se trataba de polonio 210. Recordó también que los funcionarios de salud del condado de Los Ángeles habían descubierto que una popular marca de agua mineral armenia contenía grandes cantidades de arsénico. Y después estaba la alerta local y nacional sobre las latas Premium para mascotas, que parecían estar mezcladas con matarratas y estaban matando a gatos y perros. El veneno estaba por todas partes. Si su mujer moría después de haber abandonado Los Ángeles no habría ninguna razón para que nadie sospechase de Alí Aziz, aun cuando él saliese beneficiado de la muerte de Margot. Nicky recibiría sus pertenencias y él recibiría a Nicky. En esencia, recuperaría todo lo que tenía, tal y como debía ser.

Tras devolver la carpeta a su sitio, Alí subió las escaleras hacia el dormitorio principal y sintió oleadas de nostalgia. Había amado esta casa. Al principio adoraba estar casado con Margot, disfrutaba teniendo a la chica más maravillosa que jamás había visto mientras amasaba más dinero con sus dos clubes, sobre todo con la Sala Leopardo, de lo que nunca había soñado. Había amado a Margot. Había sido embrujado por ella. Era la mujer más perfecta que jamás había pisado su escenario. Tan natural, nada de silicona. Antes de convertirse en una perra calculadora, el sexo con ella no tenía punto de comparación con nada que hubiese experimentado ni antes ni después. Durante aquellos primeros años con Margot y el pequeño, Alí había sido un hombre completo y feliz. Un marido devoto, un padre amante, un jefe considerado, que a veces solicitaba felaciones a sus empleadas.

Alí sintió la nostalgia más dolorosa cuando entró en el dormitorio principal. Antes había una foto de él en la pared junto al vestidor, pero ahora había desaparecido. El inmenso armario estaba todavía más lleno de ropa de lo que había estado cuando él vivía allí. Las facturas que llegaban al despacho de su abogado eran un ultraje, pero después de tantos esfuerzos y de tantos argumentos para convencer al juez Alí había decidido que era más barato abonar las facturas que pagar las horas que el abogado le cargaba.

Echó un vistazo a su antiguo vestidor, preparado para ver la ropa del amante que Jasmine le había dicho que ahora tenía su ex mujer; pero tan sólo estaba medio lleno con las prendas que a ella le sobraban. Supuso que tenía una cincuentena de pares de zapatos, quizá más. Y ésos eran sólo los de vestir. Zapatos planos, sandalias, bambas, también de ésos tenía docenas. De ropa de hombre, en cambio, no había ni rastro.

Entró en el baño y se alegró de comprobar que tampoco había rastros de ningún hombre que viviese en la casa. Después de hablar con Jasmine tuvo miedo de que el novio del que Margot había hecho ostentación en sus conversaciones telefónicas, se hubiera hecho con el control de esta suite dormitorio. No quería que se le metiera en la mente la imagen de ese hombre caminando por la habitación, desnudo, acostado con Margot. ¿Y dónde andaba Nicky mientras pasaban esas cosas?

Alí no podía distraerse más. Tenía que hacer el terrible trabajo que había venido a hacer. Sacó el sobre de su bolsillo y entonces abrió el armario de las medicinas. Pero las pastillas de Margot no estaban. ¡Golpe de pánico! Deberían estar ahí. Siempre estaban ahí, en el estante alto al que Nicky no llegaba. Empezó a abrir cajones. Abrió incluso los armarios más bajos, aunque sabía que ella no guardaría medicamentos ahí.

Alí corrió hacia el dormitorio principal y empezó a abrir los cajones de los dos inmensos armarios de cedro. Después fue a las cajoneras y empezó a abrirlas. Hacía calor en la casa cuyo aire acondicionado estaba programado para encenderse treinta minutos antes de que ella volviese a casa. Estaba transpirando mucho. Se olía a sí mismo. Se dijo que debía calmarse, y sólo mirar en lugares altos donde Nicky no pudiera llegar.

Alí entró en su antiguo vestidor, el que ahora guardaba lo que a ella no le cabía. En el estante más alto vio el pequeño cofre que ella usaba para guardar sus joyas. Lo bajó: el frasco con las cápsulas magenta y turquesa estaba ahí. Estaba tan agitado que tuvo que sentarse.

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