– Sí. ¿Conoces un buen sitio donde podamos apostarnos? ¿Un buen sitio donde podamos poner una buena multa?
– Un manzanal, ¿verdad? Bueno, pues baja por Broadway, te enseñaré un manzanal, una señal de parada en la que la gente no gusta de detenerse. Podrás poner seis multas si quieres.
– Me basta una. Creo que debiera procurar poner una al día. ¿Tú qué crees?
– Una en días alternos es suficiente para satisfacer al jefe. Tenemos cosas más importantes que hacer que poner multas en esta maldita división. ¿No te has dado cuenta?
– Sí -dijo Dugan riendo -, creo que aquí estamos ocupados con cosas más importantes.
– ¿Cuántos años tienes, Dugan?
– Veintiuno, ¿por qué?
– Me lo preguntaba.
– ¿Parezco muy joven, verdad?
– Unos dieciocho. Ya sabía que tenías que tener veintiuno para conseguir el empleo pero parece que tengas dieciocho.
– Lo sé. ¿Tú cuántos años tienes, Roy?
– Veintiséis.
– ¿Sólo? Creía que eras mayor. Me parece que, al ser un novato, creo que todo el mundo es mayor.
– Antes de poner la multa, baja por Vermont.
– ¿A algún sitio determinado?
– Al apartamento. Donde hicimos el informe del robo.
– ¿Algún motivo especial? -preguntó Dugan mirando a Roy astutamente y exhibiendo grandes porciones del blanco de sus grandes ojos ligeramente saltones; y aquellos ojos brillando en la oscuridad hicieron reír a Roy.
– Voy a hacer un poco de relaciones públicas, Dugan, muchacho, quiero decir relaciones públicas.
Dugan condujo en silencio y cuando llegaron a la casa, giró en la primera travesía y apagó los faros.
– Todavía estoy en período de prueba, Roy, No quiero meterme en líos.
– No te preocupes -dijo Roy riendo y dejando caer la linterna al suelo al descender del coche.
– ¿Y yo qué tengo que hacer?
– Esperar aquí, ¿qué otra cosa? Sólo voy a concertar algo para después. Volveré dentro de dos minutos, hombre.
– Muy bien. Lo decía porque estoy en período de prueba -dijo Dugan mientras Roy avanzaba vacilante hacia la fachada del edificio echándose a reír casi en voz alta al tropezar con el primer peldaño.
– Hola -dijo sonriendo antes de que ella tuviera ocasión de hablar mientras el timbre de la puerta resonaba todavía por el aire-. Estoy a punto de terminar el servicio y me preguntaba si va usted a emborracharse en serio. Yo tengo intención de hacerlo y un borracho triste siempre busca a otro, ¿verdad?
– No me asombra demasiado verle -dijo ella sosteniéndose una bata blanca a la altura del pecho, con un aire ni especialmente amistoso ni especialmente hostil.
– Estoy triste -dijo él detenido todavía en el umbral -. La única cara más triste que he visto últimamente es la suya. Tal como estaba usted esta noche. He pensado que podríamos beber juntos y simpatizar mutuamente.
– Yo ya le llevo una cabeza de ventaja -dijo ella sin sonreír señalándole la botella de la mesa del desayuno que ya no estaba llena.
– Puedo ponerme al corriente -dijo Roy.
– Mañana tengo que levantarme temprano e ir a trabajar.
– No me quedaré mucho. Uno o dos tragos y un par de ojos amigos es lo único que necesito.
– ¿No puede encontrar los tragos y los ojos en casa?
– Los tragos sí. Mi casa es tan solitaria como ésta.
– ¿A qué hora termina el turno?
– Antes de la una. Estaré aquí antes de la una.
– Será muy tarde.
– Por favor.
– De acuerdo -dijo ella y sonrió un poco por primera vez y cerró la puerta suavemente mientras él bajaba la escalera asiendo fuertemente la barandilla.
– Hemos recibido una llamada -dijo Dugan -. Estaba a punto de salir a ir en tu busca.
– ¿De qué se trata?
– Ir a la comisaría, clave dos. ¿Te imaginas lo que puede ser?
– Vete a saber -dijo Roy encendiendo un cigarrillo y abriendo otro chicle para el caso de que tuviera que hablar con un sargento de la comisaría.
El sargento Schumann estaba esperando en el aparcamiento cuando ambos llegaron al mismo tiempo que otros dos coches radio. Roy caminó cuidadosamente tras haber aparcado el coche y se reunió con los demás.
– Muy bien, ya estáis todos, creo -dijo Schumann, un joven sargento de modales autoritarios que a Roy no le gustaba.
– ¿Qué sucede? -preguntó Roy sabiendo que Schumann era capaz de convertir en una aventura la tarea de escribir multas de tráfico.
– Vamos a patrullar por Watts -dijo Schumann-. Hemos recibido la pasada semana varias cartas del despacho del concejal Gibbs y un par procedentes de asociaciones de vecinos quejándose de los borrachos que proliferan por Watts. Vamos a hacer una redada esta noche.
– Será mejor que alquile un par de autocares entonces -dijo Betterton, un veterano fumador de puros-, una pequeña furgoneta no será suficiente para recoger a los borrachos de una sola esquina.
Schumann carraspeó y sonrió afectadamente mientras todos los demás policías se echaban a reír, todos menos Benson, un negro que no se rió, observó Roy.
– Bien, vamos a practicar algunas detenciones -dijo Schumann-. Todos vosotros conocéis la zona de la Cien y la Tercera y de la Imperial y quizá también la Noventa y Dos y Beach. Fehler, tú y tu compañero llevaréis la furgoneta. Los demás, id en vuestros coches. Esto hará seis policías, por lo tanto no creo que tengáis dificultades. Permaneced juntos. Primero llenad la furgoneta y después meted algunos en los coches radio y traedlos. Aquí no, a la Prisión Central. Ya me encargaré de que estén preparados en la Central. Nada más. Buena caza.
– Dios mío -gruñó Betterton mientras se encaminaban hacia los coches -. Buena caza. ¿Habéis oído? Dios mío. Me alegro de retirarme dentro de dos años. ¿Ésta es la nueva caza? Buena caza, hombres. Ay, Dios mío.
– ¿Quieres que conduzca la furgoneta, Roy? -preguntó Dugan ansiosamente.
– Claro. ¿No eres tú quien conduce el coche esta noche? Pues entonces tú conducirás la furgoneta.
– ¿No se necesita carnet de chófer, verdad?
– Es una simple furgoneta, Dugan -dijo Roy mientras ambos se encaminaban hacia la parte de atrás del aparcamiento. Después Roy se detuvo diciéndole -: Se me ha ocurrido una cosa. Voy a buscar una cajetilla de cigarrillos a mi coche. Coge la furgoneta y recógeme en la parte de delante del aparcamiento.
Roy escuchó a Dugan poner en marcha el motor de la furgoneta mientras buscaba en la oscuridad las llaves del coche viéndose obligado al final a utilizar la linterna; de todos modos, aquella zona del aparcamiento era oscura y tranquila y sabía que se estaba preocupando sin motivo. No lo haría de no ser porque empezaba de nuevo a sentirse deprimido. Finalmente abrió el coche, apretó con una mano el botón de la luz del techo mientras con la otra abría expertamente la botella y se sentaba con las piernas fuera del coche dispuesto a levantarse inmediatamente en caso de que oyera pasos. Se terminó el cuartillo de cuatro o cinco tragos y buscó en la guantera la otra botella pero no pudo encontrarla y entonces recordó que no había ninguna otra. Se la había terminado por la mañana. "Curioso -se rió en silencio-, es muy curioso." Cerró el coche y caminó con paso rígido hacia la camioneta que Dugan mantenía con el motor encendido frente a la comisaría. Masticó caramelos de menta mientras se acercaba y encendió un cigarrillo que, en realidad, no le apetecía.
– Debe ser divertido trabajar con una furgoneta de borrachos -dijo Dugan -, no lo he hecho nunca.
– Sí -dijo Roy -. Cuando un borracho te vomite encima o se te restriegue contra el uniforme con los pantalones cubiertos de mierda ya me dirás si te gusta.
– No lo había pensado -dijo Dugan -. ¿Crees que sería mejor que me pusiera los guantes? Me he comprado unos.
Читать дальше