Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones

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En Los nuevos centuriones Joseph Wambaugh nos presenta los cinco años de complejo aprendizaje de tres policías de Los Ángeles durante la década de los sesenta. En este tiempo, investigan robos y persiguen a prostitutas, sofocan guerras entre bandas y apaciguan riñas familiares. Pero también descubren que, a pesar de coincidir en una base autoritaria, sus puntos de vista divergen en la necesidad de cada uno de rozar el mal y el desorden. Con un ritmo vertiginoso, en esta historia de casos urgentes y frustraciones cada semana implica nuevos peligros y nuevas rutinas, largas horas de trabajo de oficina o la violenta y repentina erupción de disturbios raciales. Tanto en el vehículo de patrulla nocturna, como en el escuadrón de suplentes, cada hombre tiene que aprender -y pronto- la esencia de las calles y la esencia de las gentes. Para escribir Los nuevos centuriones, su primera novela, Wambaugh partió de sus propias experiencias como policía de Los Ángeles. Algunos de sus antiguos compañeros se sintieron incómodos con la imagen inquietante de agentes de moral ambigua que reflejaba, pero eso no impidió que el debut literario de Wambaugh causara sensación entre la crítica y se convirtiera en un éxito de ventas. "Me lo zampé de un tirón. Es un tratado implacable del trabajo policial visto como un periplo inquietante y de moral ambigua." – JAMES ELLROY

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– ¿No? -dijo Serge esperando que Ralston no empezara a aburrirle con el relato de sus problemas maritales tal como hacían tantos compañeros durante las largas horas de patrulla cuando la noche era tranquila por ser una noche floja, cuando la gente no había cobrado las pagas ni recibido los cheques de la beneficencia y no tenían dinero para beber -. Leo mucho, sobre todo novelas. Juego a balonmano tres o cuatro veces a la semana, por lo menos, en la academia. Voy al cine y miro un poco la televisión. Voy mucho a los partidos de los Dodger. No es toda la juerga que te imaginas. -Pero volvió a acordarse de Hollywood -. Por lo menos ya no. Esto también puede llegar a aburrir.

– Quizá lo averigüe yo por mi cuenta -dijo Ralston dirigiéndose hacia Hollenbeck Park.

Serge extrajo la linterna de debajo del asiento y la colocó a su lado sobre el asiento. Subió ligeramente el volumen de la radio con la esperanza de que ello disuadiera a Ralston de competir con ésta pero Serge temió verse obligado a escuchar una parrafada doméstica.

– Cuatro-Frank-Uno, listo -dijo Serge al micrófono.

– Es posible que puedas engatusar a la pequeña Dolores del Río y llevártela a casa si juegas bien las cartas -dijo Ralston mientras la locutora de Comunicaciones confirmaba la recepción del comunicado.

Ralston inició una lenta y desganada patrulla de vigilancia contra robos a domicilios en la zona Este del parque que había sido afectada seriamente por los robos en las semanas anteriores. Ya habían decidido que, pasada la medianoche, vigilarían las calles a pie porque ésta parecía ser la única manera eficaz de atrapar a los ladrones.

– Ya te he dicho que las jovencitas no me interesan -dijo Serge.

– A lo mejor tiene una prima o una tía gorda o algo parecido. Necesito un poco de acción. Mi mujer me ha cerrado las puertas. Podría dejarme crecer unos bigotes grandes como los de este actor que actúa en todas las películas mexicanas, ¿cómo se llama?

– Pedro Armendáriz -dijo Serge sin pensarlo.

– Sí, este sujeto. Creo que aparece en todos los anuncios de por aquí, él y Dolores.

– Ya eran grandes astros cuando yo era niño -dijo Serge contemplando el cielo sin nubes apenas velado por una ligera niebla.

– ¿Sí? ¿Ibas a ver películas mexicanas? Creía que no hablabas español.

– Entendía un poco cuando era pequeño -contestó Serge incorporándose en el asiento-. Cualquiera podía entender aquellas películas tan sencillas. Todo eran pistolas y guitarras.

Ralston se calló, la radio siguió resonando y él pudo tranquilizarse de nuevo. Se sorprendió pensando en la pequeña Paloma y se preguntó si resultaría tan satisfactoria como Elenita, la primera chica que tuvo, la morena hija de quince años de un bracero que ya tenía mucha experiencia cuando le sedujo a él, que también tenía por aquel entonces quince años. A partir de entonces, regresó a ella todos los viernes por la noche durante un año y unas veces le aceptaba pero otras se encontraba en compañía de otros chicos y él se marchaba para evitar discusiones. Elenita era la chica de todo el mundo pero a él le gustaba imaginarse que sólo era suya hasta que una tarde de junio corrió el rumor de que Elenita había sido expulsada de la escuela por estar embarazada. Varios chicos, la mayoría de ellos pertenecientes al equipo de fútbol, empezaron a hablar en asustados susurros.

Algunos días más tarde, corrió la voz de que Elenita era sifilítica y arreció la intensidad de los asustados susurros. Serge sufrió terribles pesadillas imaginándose genitales elefantinos llenos de pus y rezó y encendió tres velas cada dos días hasta suponer que el período de peligro ya había pasado si bien nunca lo supo de forma cierta y ni siquiera supo si la pobre Elenita estaba efectivamente aquejada de dicha enfermedad. Difícilmente podía permitirse gastar treinta centavos en aquella época cuando el trabajo a horas en una estación de servicio sólo le reportaba nueve dólares a la semana que tenía que entregar a su madre.

Después se sintió culpable por pensar en Mariana de esta manera porque dieciocho años, en contra de lo afirmado por la ley, no convierten en adulta a una persona. Él tenía ahora veintiséis años y se preguntaba si otros diez años le convertirían efectivamente en adulto. Si podía seguir aprovechando todas las mentiras, la crueldad y la violencia que el trabajo le había mostrado, tal vez pudiera crecer antes. Si podía dejar de ver a una santa en el moreno rostro de un pequeño animal saludable como Mariana, podría estar mucho más cerca de la madurez. "Tal vez sea ésta la parte de chicano de la que no puedo librarme", pensó Serge; el anhelo supersticioso- magia morena-. La Hechicera de Guadalupe, o Guadalajara; un bastardo cualquiera suspirando por la Madona en un miserable restaurante mexicano.

14 El agente secreto

– No me extraña que Plebesly reciba más ofrecimientos de prostitutas que nadie. Miradle. ¿Parece un policía este chico? -rugió Bonelli, rechoncho, de mediana edad y calvo, con bigotes oscuros que, cuando tenían dos días, eran de un gris sucio. Y siempre parecía que tenían dos días y cuando el sargento Anderson le ponía reparos, Bonelli le recordaba que estaban en el equipo secreto de Wilshire y no en una maldita academia militar y que lo único que pretendía era parecerse a los individuos corrientes de la calle para poder actuar mejor como agente secreto. Siempre se dirigía a Anderson llamándole por su nombre, que era Mike, y lo mismo hacían los demás porque era costumbre en los equipos secretos tratar a los superiores con más familiaridad, pero a Gus no le gustaba ni confiaba en Anderson y lo mismo hacían los demás. Figuraba en la lista del lugarteniente y algún día sería nombrado capitán como mínimo pero aquel joven delgado de ralo bigote rubio era un ordenancista y se encontraría más en su ambiente, decían todos, en un cargo de patrulla con matiz militar que en un equipo secreto.

– Una prostituta que Gus detuvo la semana pasada, no podía creer que éste fuera un policía -dijo Bonelli riéndose, colocando los pies encima de una mesa del despacho y echando ceniza de puro sobre un informe que el. sargento Anderson estaba escribiendo. Anderson apretó los labios bajo el pálido bigote pero no dijo nada, se levantó y se dirigió a su propio escritorio para trabajar.

– La recuerdo, Sal -le dijo Petrie a Bonelli-. El viejo Salvatore tuvo que salvar a Gus de aquella prostituta. Ella creía que era uno que fingía ser "PO-Iicía" cuando al final la detuvo.

Todos se echaron a reír ante la simulada entonación negra de Petrie, incluso Hunter, el delgado oficial que era el único negro de la guardia nocturna. Se echó a reír de buena gana pero Gus se rió nerviosamente, en parte porque bromeaban a costa suya y en parte porque no podía acostumbrarse a los chistes de negros delante de un negro si bien ya llevaba tres meses de policía secreto y ya tendría que haberse habituado a las bromas despiadadas que, como un ritual, tenían lugar todas las noches antes de salir a las calles. Se sometían mutuamente a toda clase de bromas sin respetar la raza, ni la religión ni los defectos físicos.

Sin embargo, los seis policías y el sargento Handle, que era uno de los sutjos, acudían al apartamento de Bonelli por lo menos una vez por semana después del trabajo a jugar a las cartas y beber por lo menos una caja de botellas de cerveza. O algunas veces iban a casa del sargento Handle y jugaban al poker toda la noche. Una vez que habían acudido al apartamento de Hunter situado allí mismo en Wilshire, en el barrio racialmente mixto cerca de Pico y La Brea, Bonelli le comentó a Hunter en voz baja que una prostituta le había dado un puntapié en el hombro en el transcurso de una detención por conducta inmoral y que, a su edad, era posible que ello diera comienzo a un proceso de artritis. Bonelli no pudo subirse la manga de la vistosa camisa hawaiana por encima de su velloso hombro para mostrárselo a Hunter porque tenía el hombro demasiado grueso, por lo que al final le dijo:

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