– Bueno, la magulladura tiene el color de tu miembro.
AI entrar en la estancia Marie, la delgada esposa color caoba de Hunter y decir con expresión muy seria "¿Cómo, encarnada"?, Gus empezó a disfrutar de aquella camaradería que no era fingida ni forzada ni presuponía que el ser policías les convirtiera en hermanos o más que hermanos.
Pero poseían un secreto que les unía más íntimamente que cualquier amistad normal y era la conciencia de saber cosas, cosas básicas acerca de la fuerza y la debilidad, el valor y el miedo, el bien y el mal, sobre todo el bien y el mal. Aunque se produjeran frecuentes discusiones, sobre todo cuando Bonelli estaba bebido, todos se mostraban de acuerdo en las cuestiones fundamentales y no solían discutir acerca de estas cuestiones porque cualquier policía con sentido común que llevara siendo policía bastante tiempo conocía la verdad y resultaba inútil hablar de ella. Hablaban sobre todo del trabajo y de mujeres y también de pesca, golf o base-ball, según fuera Farrell, Schulman o Hunter quien llevara la voz cantante en la conversación. Cuando Petrie trabajaba, hablaban de películas porque Petrie tenía un tío que era director y seguía experimentando la fascinación de los astros aunque llevara ya cinco años trabajando como policía.
Hubo unos cuantos chistes más acerca del insignificante aspecto de Gus que hacía que ninguna prostituta pudiera creer que fuera un policía y le convertía en el mejor agente de prostitutas del turno, pero después empezaron a hablar de otras cosas porque Gus jamás contestaba y no resultaba tan divertido como meterse con Bonelli que poseía una lengua cáustica y era agudo en sus respuestas.
– Oye, Marty -le dijo Farrell a Hunter que estaba redactando una continuación de una demanda secreta. Éste apoyaba la frente en su suave mano oscura mientras el lápiz se movía velozmente deteniéndose a menudo cuando Hunter se reía por algo que había dicho Bonelli. Resultaba evidente que a Hunter le gustaba más trabajar con Bonelli que con cualquiera de los demás, pero el sargento Anderson había establecido cuidadosamente los despliegues de tal manera que determinados hombres trabajaran en determinadas noches porque tenía ideas fijas acerca de la supervisión y el despliegue. Les había informado de que estaba a punto de alcanzar el título en dirección y que había estudiado doce asignaturas de psicología por lo que sólo él estaba en condiciones de saber quién debía trabajar con quién y Bonelli murmuró ásperamente:
– ¿Cómo debió llegar este imbécil al equipo de la secreta?
– Oye, Marty -repitió Farrell hasta que Hunter levantó los ojos -. ¿Cómo es posible que siempre os estéis quejando de que no hay suficientes negros en este trabajo o en este grupo o en lo que sea y después cuando ponemos suficientes, seguís armando alboroto? Escucha este artículo del Times : "La NAACP ha exigido una acción en nombre de todos los hombres de la hilera de la muerte porque afirma que un número desproporcionado de ella son negros".
– La gente nunca está contenta -dijo Hunter.
– A propósito, Marty, ¿tienes algo que ver con este movimiento liberal blanco que se está promiciendo en el ghetto estos días? -preguntó Bernbaum.
– Esta vez Marty va a pasar el examen del sargento, ¿verdad, Marty? -dijo Bonelli -. El sargento le dará cuarenta puntos y ellos le darán cuarenta más por ser negro.
– Y cuando estemos en la cumbre, lo primero que haré es quitarle la chica, Sal -dijo Hunter, levantando los ojos del informe.
– Por el amor de Dios, Marty, hazme un favor, quítame a Elsie ahora mismo. La muy perra no hace más que hablarme de matrimonio y yo con tres divorcios a la espalda. Necesitaría otra mujer como…
– ¿Alguno de vosotros tiene gomas? -preguntó el sargento Anderson acercándose de repente a la zona de trabajo del despacho de la secreta, separada de su escritorio por una hilera de armarios.
– No, si creemos que una mujer no sirve para gomas, generalmente preferimos un trabajo de cabeza-dijo Farrell mirando divertidamente a Anderson con sus ojos azules contraídos.
– Me refería al empleo de gomas como contenedores de pruebas -dijo Anderson fríamente -. Las seguimos usando para verter bebidas, ¿no es cierto?
– Tenemos una caja en el armario, Mike -dijo Bonelli y todos guardaron silencio al ver que al sargento le había desagradado el chiste de Farrell-. ¿Trabajamos un bar esta noche?
– Hemos recibido una denuncia acerca de La Bodega, de eso ya hace dos semanas. He pensado que podríamos intentar sorprenderles.
– ¿Sirven después de haber cerrado? -preguntó Farrell.
– Si no perdieras tanto tiempo escribiendo chistes y miraras las denuncias secretas verías que el propietario de La Bodega vive en el apartamento de arriba y que, después de las dos de la madrugada, invita a veces a algunos clientes a su casa donde sigue explotando el bar. Después de cerrar.
– Iremos esta noche, Mike -dijo Bonelli en tono conciliador, pero Gus pensó que los ojos castaños de éste enmarcados por espesas cejas no poseían expresión conciliadora. Miraban fijamente a Anderson con expresión blanda.
– Quiero trabajarlo yo -dijo Anderson -. Me encontraré contigo y Plebesly a las once en la esquina de la Tercera con Oeste y decidiremos entonces si ir juntos o por separado.
– Yo no puedo ir de ninguna manera -dijo Bonelli -. He practicado demasiadas detenciones por allí. El propietario me conoce.
– Sería quizás una buena idea que fueras con uno de nosotros- dijo Bernbaum rascándose su hirsuto cabello rojo en cepillo con el lápiz-. Podríamos tomar un trago y marcharnos. No sospecharían que todo el tugurio estuviera lleno de policías. Probablemente se tranquilizarían cuando nosotros dos nos marcháramos.
– Creo que hay un par de prostitutas que trabajan allí -dijo Hunter-. Yo y Bonelli estuvimos allí una noche y había una pequeña morena muy fea y una vieja que, desde luego, parecían rameras.
– Muy bien, nos encontraremos todos en el restaurante Andre's a las once y lo decidiremos -dijo Anderson regresando a su escritorio-. Y, otra cosa, me dicen que las prostitutas callejeras son muy numerosas las noches del domingo y del lunes. Deben saber que son las noches libres de los equipos secretos, o sea que algunos de vosotros vais a empezar a trabajar los domingos.
– Escuchad, ¿habéis visto estas revistas que los del turno de día han encontrado en casa de un individuo? -preguntó Bernbaum reanudando la conversación tras haber terminado Anderson.
– He visto suficiente basura de ésta para que me dure el efecto toda la vida -dijo Bonelli.
– No, no eran desnudos corrientes -dijo Bernbaum -. Eran desnudos de mujeres pero alguien había sacado como unas cien fotografías Polaroid de miembros de hombres, las había recortado y las había pegado a las mujeres de las revistas.
– Psicópatas. El mundo está lleno de psicópatas -dijo Farrell.
– A propósito, ¿vamos a trabajar afeminados esta noche, Marty? -preguntó Petrie.
– No, por el amor de Dios. La semana pásada atrapamos suficientes para todo el mes.
– Creo que trabajaré una temporada de día -dijo Bernbaum -. Me gustaría trabajar en apuestas y apartarme de todos estos cerdos que hay que detener por la noche.
– Pues te garantizo que los corredores de apuestas son unos sinvergüenzas -dijo Bonelli-. La mayoría son judíos, ¿verdad?
– Ah, sí, y en la Mafia son todos judíos también -dijo Bernbaum -. Según me han dicho hay algunos corredores de apuestas italianos por la calle Octava.
Gus advirtió que Bonelli le miraba a él al decir eso Bernbaum y comprendió que Bonelli estaba pensando en Lou Scalise, el agente corredor de apuestas y recaudador por cuenta de los usureros que Bonelli odiaba con un odio que hizo que a Gus le sudaran las manos al pensarlo.
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