– Tres-A-Trece, Tres-A-Trece -dijo la locutora -. Vean al hombre, riña familiar, veintiséis, treinta y cinco, Hobart Sur.
– Bueno, resulta agradable hablar en una noche tranquila -dijo Gus -pero el deber nos llama.
Craig confirmó la recepción de la llamada mientras Gus giraba al Norte y después al Este en dirección a Hobart.
– Me gustaría haber tenido a este Kilvinsky de profesor -dijo Craig -. Creo que me hubiera gustado.
– Le hubieras apreciado mucho-dijo Gus.
Al apearse del coche radio, Gus advirtió que había sido una noche insólitamente tranquila tratándose de un jueves. Escuchó unos momentos pero la calle bordeada de casas particulares de un solo piso a ambos lados aparecía absolutamente en silencio. El jueves, preparación de la actividad del fin de semana, era normalmente una noche muy bulliciosa y entonces recordó que los cheques de la beneficencia no llegarían hasta al cabo de unos días. Sin dinero, la gente se estaba quieta aquel jueves.
– Creo que es la casa de atrás -dijo Craig iluminando con la linterna la parte derecha de la fachada de una casa de estuco rosa. Gus vio el porche iluminado y siguió a Craig por el camino que conducía a la casa de atrás donde un negro sin camisa emergió de las sombras con un palo de base-ball en la mano y Gus extrajo el revólver y lo sostuvo fuertemente sin saber por qué. El hombre arrojó el bastón al suelo.
– No dispare. Yo soy quien Ies ha llamado. Yo he llamado. No dispare.
– Dios mío -dijo Gus al ver al negro medio borracho acercarse a ellos agitando las grandes manos por encima de su cabeza.
– Le podíamos haber matado por haber aparecido con este palo -le dijo Craig cerrando la funda de su arma.
Gus no podía encontrar la funda y tuvo que utilizar las temblorosas dos manos para guardar el revólver y no podía hablar, no se atrevía a hablar porque Craig comprendería, cualquiera comprendería, que se había asustado sin motivo. Le humillaba comprobar que Craig se había asombrado simplemente y ya le estaba dirigiendo preguntas al negro borracho mientras a él su corazón le martilleaba sangre en los oídos de tal manera que ni siquiera podía entender la conversación hasta que el negro dijo:
– He golpeado al muy cerdo con e! palo. Está tendido allí. Creo que le he matado y pagaré el precio.
– Enséñenoslo -le ordenó Craig, y Gus les siguió a ambos hasta la parte posterior de la casa que era rosa como la de delante pero se trataba cíe una casa de madera, no de estuco, y Gus aspiró aire profundamente para acallar los latidos de su corazón. En el patio posterior, encontraron a un negro delgado con la cabeza como una bola ensangrentada tendido boca abajo y golpeando el suelo con un huesudo puño al tiempo que gemía débilmente.
– Creo que no le he matado -dijo el negro borracho -. Estaba seguro de que estaba muerto.
– ¿Puede levantarse? -preguntó Craig, acostumbrado ya a las escenas de sangre y sabiendo que la mayoría cíe la gente puede perder gran cantidad de sangre y que, a no ser que las heridas sean de un determinado tipo, puede funcionar generalmente bastante bien con ellas.
– Me duele -dijo el hombre del suelo y giró apoyándose en un codo. Gus vio que también estaba borracho y el hombre les sonrió estúpidamente y les dijo:
– Lléveme al hospital a que me cosan, ¿querrán, oficiales?
– ¿Llamo una ambulancia? -dijo Craig.
– En realidad no le hace falta -dijo Gus con la voz ya más tranquila -pero es mejor que sí. Nos llenaría todo el coche de sangre.
– No quiero causar ninguna molestia, oficiales -dijo el hombre ensangrentado -. Sólo quiero que me cosan.
"¿Y si le hubiera matado?", pensó Gus, mientras la voz de Craig resonaba por el estrecho pasadizo seguida de una explosión de ruido. Una voz de mujer retumbó por el aire y Craig ajustó el volumen y repitió su solicitud de una ambulancia. "Algún día me asustaré así y mataré a alguien y lo disimularé bien de la misma manera que lo hubiera disimulado en este caso porque un hombre había emergido de entre las sombras con un bastón levantado." Craig se había asombrado nada más; ni siquiera extrajo el arma y él en cambio había estado presionando el gatillo y gracias a Dios no amartilló el arma inadvertidamente porque, de lo contrario, seguro que le hubiera matado. "El percutor se movía hacia atrás en doble efecto, se movía, y, Dios mío, si Craig no hubiera estado delante de mí, sé que le hubiera matado." Su cuerpo había reaccionado independientemente de su cerebro. Tendría que pensar en ello más tarde. Esto podría ser lo que le salvara si se presentaba un verdadero peligro. "Si éste se presenta, espero que se presente de improviso", pensó, sin previo aviso, como un hombre emergido de entre las sombras. "Entonces es posible que me salve el cuerpo", pensó.
Latiendo su corazón más despacio, Gus pensó que había prescindido de su programa de carreras durante una semana y que no debía hacer tal cosa porque, si se pierde el impulso, uno lo deja. Decidió acudir a la academia y correr esta misma noche cuando terminara el servicio. Sería una noche bonita y desde luego no habría nadie en la pista a excepción quizás de Scymour, un curtido oficial motorizado que era un hombre tosco de enorme estómago, anchas caderas y una cara como arcilla erosionada por haber montado en moto más de veinte años. Algunas veces, Gus encontraba a Seymour corriendo por la pista de la academia de la policía a las tres de la madrugada, resoplando y sudando. Después de la ducha, vestido con el uniforme azul, pantalones de montar, botas negras y casco blanco, entonces Seymour tenía un aspecto formidable e incluso no parecía tan grueso. Conducía la moto con soltura y podía hacer maravillas con la pesada máquina. Había sido amigo de Kilvinsky y cómo había disfrutado Gus de las carreras nocturnas cuando Kilvinsky estaba a su lado y cómo descansaban ambos sobre el césped. Le gustaba escuchar a Kilvinsky y a Seymour hablando de los viejos tiempos del departamento de policía cuando las cosas eran más sencillas, cuando el bien y el mal eran algo definitivo. Recordaba cómo fingía estar tan cansado como Kilvinsky cuando habían cubierto las quince vueltas completas a la pista y se trasladaban a la sala de vapor y después a las duchas aunque, en realidad, el hubiera podido correr otras quince vueltas sin cansarse. Era una bonita noche hoy. Sería agradable tenderse sobre la fresca hierba y correr, correr. Esta noche intentaría correr ocho quilómetros, ocho quilómetros a toda marcha, y después no le haría falta un baño de vapor. Se ducharía, regresaría a casa y dormiría hasta la tarde del día siguiente si no hacía demasiado calor para dormir y si Vickie no le necesitaba para que la ayudara a cambiar una bombilla situada demasiado arriba para que ella pudiera alcanzarla tras haber sufrido vértigos al encaramarse a una silla. O para que la ayudara a ir de compras porque resultaba imposible ir sola de compras hoy en día, aunque se dejaran los niños con los vecinos, porque los mercados son tremendamente complicados y no se puede encontrar nada y a veces se sienten deseos de gritar, sobre todo cuando se piensa que hay que volver a una casa con tres niños y, "Dios mío, Gus, ¿y si quedo embarazada otra vez? Llevo cinco días de retraso. Sí, estoy segura, segura".
– La ambulancia ya está en camino -dijo Craig, avanzando ruidosamente por el pasadizo y Gus tomó mentalmente nota de sugerirle a Craig que usara zapatos con suela de goma o por lo menos que les quitara el hierro de los tacones porque incluso patrullando uniformados resulta útil andar silenciosamente en muchas ocasiones. Ya bastante difícil resultaba tenerlo que hacer con un tintineante llavero, un crujiente Sam Browne y una agobiante porra.
– ¿Por qué le ha golpeado? -preguntó Craig y ahora el ensangrentado hombre ya se había sentado y se lamentaba porque, al parecer, el dolor le estaba penetrando a través de la euforia de la borrachera.
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