– En estos días se está tramitando mi divorcio. No pienso demasiado en mujeres ahora -dijo Roy y esperó que Gant le preguntara cuándo sería definitivo el divorcio o bien que hiciera algún otro comentario acerca de su problema porque experimentó una repentina necesidad de hablar con alguien, con cualquier persona, y tal vez Gant hubiera pasado también por aquel trance. Había muchos policías en las mismas condiciones.
– ¿Conoces bien la zona, Roy? -le preguntó Gant, decepcionándole.
– Muy bien.
– Bueno, puedes estudiar el plano de alfileres de la pared -dijo Gant señalando vagamente hacia la pared mientras comenzaba a escribir una hoja que más tarde se pasaría a máquina y constituiría un informe secreto.
– ¿Qué trabajaremos esta noche, prostitutas?
– Prostitutas, sí. Tenemos que pillar a unas cuantas. No liemos hecho muchas cosas últimamente. Quizás algunos maricas. Trabajamos maricas cuando nos hace falta material. Son los más fáciles.
Roy escuchó voces y poco después cruzó la puerta Phillips, un hombre joven y moreno de cabello enmarañado y bigotes erizados.
– Hola a todos -dijo dejando sobre la mesa un estuche de gemelos v portando un equipo de trasmisores portátiles bajo el brazo.
– ¿Para qué es todo eso? -preguntó Gant-. ¿Algún negocio importante esta noche?
– Quizás -dijo Phillips dirigiéndose a Roy -. Justo antes de volver a casa anoche, recibimos una llamada del informante de Ziggy comunicándonos que esta noche iban a proyectarse en La Cueva unas películas pornográficas. Podríamos trabajar este sitio.
– Por Dios, Mickey, el propietario nos conoce a todos. ¿Cómo vamos a trabajar? He practicado tantas detenciones allí que me reconocerían aunque fuera disfrazado de gorila.
– Un disfraz de gorila sería un traje normal en aquel cuchitril -dijo Phillips.
– ¿Conoces La Cueva? -le preguntó Gant a Roy.
– ¿El tugurio de maricas de la Main? -preguntó Roy recordando una llamada por riña que había recibido para acudir allí la primera noche de trabajar en la División Central.
– Sí, pero no se trata sólo de maricas. Hay lesbianas, sádicos, masoquistas, adictos a las drogas, prostitutas, embaucadores, vividores, timadores de todas clases y sujetos metidos en toda clase de líos. ¿Quién va a trabajar por nosotros, Phillips?
– ¿No lo adivinas? -dijo Phillips dirigiéndole a Roy una sonrisa.
– Ah, claro -dijo Gant-. Por estas calles todavía no te conoce nadie.
– He estado allí de uniforme una vez -dijo Roy porque le molestaba la idea de tener que ir solo a La Cueva.
– En uniforme no eres más que un hombre sin rostro – dijo Gant -. Nadie te reconocerá de paisano. Sabes una cosa, Phillips, creo que al viejo Roy se le dará muy bien por allí.
– Sí, los maricas enloquecerán por este cabello rubio – dijo Phillips, riéndose.
Entró la otra pareja del turno de noche. Símeone y Ranatti eran vecinos además de compañeros y se dirigían juntos al trabajo. El sargento Jacovitch vino el último y Roy, que todavía se sentía forastero y no estaba acostumbrado a la rutina del equipo de la secreta, se dedicó a leer informes de detenciones mientras los demás realizaban trabajo de oficina sentados junto a la alargada mesa del desordenado despacho. Todos eran jóvenes, no mucho mayores que él, exceptuando a Gant y al sargento Jacovitch que eran de mediana edad. Todos vestían más o menos igual, con camisas de sport de vistosos colores por encima de los pantalones y cómodos pantalones de algodón, que daba igual que se ensuciaran o rompieran al encaramarse a un árbol o bien arrastrarse pegados a una valla a través de la penumbra, tal como había necho la noche anterior cuando habían seguido a una prostituta y a su amigo hasta la casa de éste, pero los habían perdido al entrar ambos en el viejo edificio de apartamentos porque fueron descubiertos por un negro de elevada estatura y peinado con "proceso" que, sin duda, debía estar vigilando. Roy observó que todos llevaban zapatos de suela suave o bien de goma para poder serpear, atisbar, y curiosear; Roy no estuvo seguro de que pudiera llegar a gustarle trabajar dieciocho meses de paisano porque respetaba la intimidad de los demás. Creía que aquella vigilancia secreta sabía a fascismo y creía que la gente, que demonio, era digna de confianza y que había muy poca gente mala a pesar de lo que pudieran decir los policías cínicos. Después recordó la observación de Dorothy que le había dicho que aquel trabajo jamás le había gustado pero, qué demonio, pensó, el trabajo de paisano sería interesante. Por lo menos durante un mes.
– Trae aquí los informes de arrestos, Roy -le dijo Jacovitch desplazando a un lado su silla-. Es mejor que te sientes aquí y escuches toda esta porquería mientras lees las mentiras de estos informes.
– ¿Qué mentiras? -preguntó Ranatti, un apuesto joven de ojos líquidos que lucía una camisa polo con una funda de arma de bandolera encima. La chaqueta de algodón azul marino de manga larga la había colgado cuidadosamente del respaldo de la silla y la vigilaba con frecuencia para asegurarse de que no rozara el suelo.
– El sargento cree que a veces exageramos en nuestros informes de detenciones -le dijo Simeone a Roy.
Parecía más joven que Ranatti, con las mejillas sonrosadas y las orejas algo despegadas.
– Yo no diría eso -dijo Jacovitch-. Pero he mandado a una docena de hombres a Ruby Shannon y vosotros sois los únicos que habéis conseguido algo.
– ¿Pero de qué estás hablando, Jalee? ¿Conseguimos pillarla o no?
– Sí -dijo Jacovitch mirando primero a Ranatti y después a Simeone-. Pero ella me dijo que la engañasteis. Ya sabéis que el lugarteniente no quiere detenciones por engaño.
– No fue ningún engaño, Jake -dijo Simeone-; ella se encaprichó del viejo Rosso -dijo señalando a Ranatti con el dedo y sonriendo.
– Desde luego es curioso -dijo Jacovitch-. Generalmente, huele a los policías a una manzana de distancia y Ranatti consiguió engañarla. Miradle, parece que no haya roto nunca un plato.
– No, mira, Jake -dijo Ranatti-. La detuvimos legalmente, de veras que sí. La trabajé a mi inimitable estilo.
Interpreté el papel de elegante italiano de sala de apuestas y ella se lo tragó. Jamás soñó que pudiera ser una trampa.
– Otra cosa, Ruby no tiene la costumbre de perseguir a la gente -dijo Jacovitch -. Tú dices que te buscó, ¿verdad, Rosso?
– Te aseguro que me tocó la bocina -dijo Ranatti levantando la mano derecha algo gordezuela en dirección al techo -. La apretó dos veces con el pulgar y el dedo índice antes de que le pusiera el hierro alrededor de las muñecas.
– No os creo a ninguno de los dos, bastardos -les dijo Jacovitch a los dos sonrientes jóvenes -. El lugarteniente Francis y yo estuvimos recorriendo la semana pasada los lugares frecuentados por las prostitutas y nos detuvimos a hablar con Ruby en el cruce de la Quinta con Stanford. Ella mencionó al guapo policía italiano que la había detenido con engaños. Afirma que se limitó a colocarte una mano sobre la rodilla y que tú la detuviste inmediatamente por conducta inmoral.
– Mira, jefe, yo soy inmoral de la rodilla para arriba. ¿Acaso no crees estas historias de los amantes latinos?
Todos se echaron a reír y Jacovitch se volvió hacia Roy:
– Lo que quiero decirles a estos hombres es que se dejen de engaños. Tenemos un lugarteniente que es muy explícito en lo concerniente a la legalidad de las detenciones. Si la prostituta no dice las palabras oportunas o no le tienta a uno con manifiestos propósitos inmorales, no hay base legal para una detención.
– ¿Y qué si te manosea en busca del arma, Jake? -preguntó Simeone encendiendo un grueso cigarro que resultaba cómico en sus labios regordetes -. Si lo hace, yo digo que se la debe detener por conducta inmoral. Y puede adornarse un poco el informe.
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