– Maldita sea, Sim, nada de adornos. Eso es lo que quiero que comprendáis. Mira, yo no soy todo el espectáculo, yo no soy más que uno de los payasos. El jefe dice que tenemos que realizar un trabajo de policía honrado.
– De acuerdo, Jake, pero la labor de paisano es un trabajo de policía distinto -dijo Gant interviniendo en la conversación por primera vez.
– Mira -dijo Jacovitch exasperado -. ¿Quieres realmente atrapar a estas prostitutas? Si lo haces mediante un informe falso de arresto y cometes perjurio para demostrar su culpabilidad, no vale la pena. Siempre habrá prostitutas. ¿Por qué arriesgar el empleo por un miserable delito sin importancia? Y puesto que hablamos de eso, el jefe está un poco molesto por algunas de las vigilancias que habéis estado practicando siguiendo a la prostituta hasta la casa del cliente y escuchándola ofrecerle al individuo una sesión a la francesa por diez dólares.
– ¿Ah, sí? -dijo Simeone ahora sin sonreír-. Hicimos una así la semana pasada. ¿Qué tiene de malo?
– El lugarteniente me ha dicho que se trasladó a un edificio de apartamentos en el que una pareja de vosotros hizo una detención de esta clase. No ha dicho que fueras tú, Sim, pero ha dicho que el maldito sitio tenía una pared de hormigón sin ventanas en la parte donde parece ser que los oficiales escucharon el ofrecimiento.
– Maldita sea -dijo Gant levantándose de repente y cruzando la estancia para dirigirse donde se encontraba su bolsa de la comida y sacando de la misma otro cigarro -. ¿Pero qué se cree que es eso el maldito lugarteniente, una clase de discusiones universitarias en la que se respetan todas las reglas? Jamás le he criticado, Jake, pero, ¿sabes que una noche me preguntó si había estado bebiendo? ¿Te lo imaginas? Preguntarle a un policía de paisano si ha estado bebiendo. Yo le dije sí, lugarteniente, qué otra cosa cree que tengo que hacer cuando trabajo un bar. Después me preguntó si siempre pagamos nuestras borracheras y si aceptamos bocadillos de los taberneros que saben que somos policías. Quiere un rebaño de abstemios santurrones con el dinero de la comida prendido a la ropa interior con un alfiler. Yo dejo la sección si este individuo sigue aguijoneándonos así.
– Cálmate, por el amor de Dios -dijo Jacovitch mirando temerosamente hacia la puerta-. Es nuestro jefe. Le debemos un poco de lealtad.
– Este individuo quiere hacer méritos, Jake -dijo Simeone-. Quiere ser el capitán más joven de la policía. Hay que vigilar a estos tipos, se sirven de los demás como de abono para florecer ellos.
Jacovitch miró a Pioy con impotencia y Roy estuvo seguro de que más tarde Jacovitch le rogaría que guardara silencio acerca de todo lo que había escuchado en la sala de la sección. Era un pobre ejemplo de supervisor si dejaba así las cosas, pensó Roy. Nunca hubiera debido permitirles ir tan lejos pero, ya que lo había consentido, debiera darles una lección. El lugarteniente era el funcionario principal y si Roy fuera el principal esperaría que su sargento no permitiera que los hombres le insultaran.
– Hablemos de otra cosa, amotinados -dijo Jacovitch nerviosamente, quitándose las gafas y limpiándolas aunque a Roy le parecieron completamente limpias.
– ¿Os habéis enterado de la cantidad de marinos que detuvieron los oficiales de paisano de Hollywood el último fin de semana? -preguntó Simeone y Roy pensó que Jacovitch se alegraba de que la conversación hubiera cambiado de rumbo.
– ¿Qué pasa en Hollywood? -preguntó Gant.
– ¿Qué es lo que pasa siempre? -dijo Simeone -. Que está lleno de afeminados. Tengo entendido que detuvieron a veinte marinos en redadas de afeminados el último fin de semana. Van a notificárselo al general de Camp Pendleton.
– Esto me fastidia -dijo Gant -. Yo estuve en el cuerpo pero las cosas eran distintas entonces. Hasta los marinos son distintos ahora.
– Sí, me han dicho que hay tantos marinos afeminados y que detienen a tantos que los bromistas de Camp Pendleton afirman que temen ser vistos comiéndose un plátano -dijo Ranatti-. Se lo comen de lado como una mazorca de maíz.
– ¿Alguien ha tenido ocasión de trabajar en el informe secreto del Blasones del Regente? -preguntó Jacovitch.
– Quizás podríamos utilizar al interino para esto -dijo Ranatti señalando a Roy-. Creo que la única manera será trabajar el tugurio. Nosotros lo vigilamos. Yo subí con una escalera de mano hasta el balcón del segundo piso y vi la habitación en la que aquellas dos prostitutas reciben visitas pero no pude acercarme lo suficiente a los cristales.
– Lo malo es que seleccionan mucho las visitas -dijo Simeone -. Creo que tienen a uno o dos botones que trabajan para ellas y les envían los clientes. Quizás Roy podría ir y entonces podríamos demostrarlo definitivamente.
– Roy es demasiado joven -dijo Gant-. Necesitamos a alguien que sea mayor, como yo, por ejemplo, pero hace tanto tiempo que ando por ahí que probablemente una de las prostitutas me reconocería. ¿Y tú, Jake? Eres mayor y bien parecido. Te convertiremos en un elegante forastero y las pillaremos.
– Podría estar bien -dijo Jacovitch pasándose los dedos por el cabello negro algo escaso-. Pero al jefe no le gusta demasiado que los sargentos actúen. Veré qué le parece.
– Los Apartamentos Clarke están ampliando las operaciones también -dijo Ranatti-. Ahora los apartamentos seis, siete y ocho tienen "camas calientes". Sirn y yo estuvimos apostados allí anoche y en menos de una hora debimos ver a estas tres prostitutas recibir a doce o trece clientes uno detrás de otro. El cliente se detiene primero en el mostrador de recepción por lo que este sitio estará ganando una fortuna.
– Una "cama caliente" puede dar para mucho -dijo Jacovitch asintiendo.
– Estas tres están muy ocupadas, desde luego. Ni siquiera se molestan en cambiar las sábanas -dijo Ranatti.
– Antes era un sitio serio -dijo Gant-. Yo tenía la costumbre de reunirme allí con alguna mujer después del trabajo, siempre que tenía suerte. Lástima que se hayan mezclado con la prostitución. El encargado del edificio es un buen hombre.
– El vicio da mucho dinero -dijo Jacovitch mirándoles -. Puede corromper a cualquiera.
– Oíd, chicos, ¿sabéis lo que hizo Harwell en los retretes del teatro Garthwaite? -preguntó Simconc.
– Harwell es un policía secreto del turno del día-le dijo Jacovitch a Roy-. Es tan psicópata como Simeone y Ranatti. Todos tenemos nuestra cruz.
– ¿Qué ha hecho esta vez? -preguntó Gant, terminando de garrapatear unas notas en la página de un papel amarillo de tamaño legal.
– Trabajaba el retrete como consecuencia del informe secreto recibido del director y descubre un agujero recién hecho entre las paredes de los lavabos v se sienta en el último excusado sin bajarse los pantalones y empieza a fumarse un puro; pronto se acerca un afeminado, se dirige inmediatamente al agujero e introduce el miembro por el agujero en dirección a Harwell. López estaba mirando desde detrás de la instalación de acondicionamiento de aire de la pared Este y podía observarlo todo muy bien porque le habíamos dicho al director que quitara todas las puertas de los excusados para desalentar a los afeminados. Dijo que cuando el miembro del sujeto asomó por el agujero, el viejo Harwell sacudió la ceniza del grueso puro que se estaba fumando, sopló el extremo encendido hasta ponerlo al rojo vivo y después lo aplastó directamente contra la punta del miembro del individuo. Dijo que el afeminado seguía gritando tendido en el suelo cuando se marcharon.
– Este bastardo es un psicópata -murmuró Jacovitch -. Ya es su segundo desaguisado. Yo tenía mis dudas acerca de él. Es un psicópata.
– ¿No habéis oído hablar del agujero de los vestuarios de señoras de los Almacenes Bloomfield? -preguntó Ranatti-. El mirón lo introdujo en el agujero cuando una mujer se estaba cambiando de ropa y ella va y le clava una aguja de sombrero y se lo atraviesa y el hijo de perra aún estaba allí clavado cuando llegó la policía.
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