Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones

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En Los nuevos centuriones Joseph Wambaugh nos presenta los cinco años de complejo aprendizaje de tres policías de Los Ángeles durante la década de los sesenta. En este tiempo, investigan robos y persiguen a prostitutas, sofocan guerras entre bandas y apaciguan riñas familiares. Pero también descubren que, a pesar de coincidir en una base autoritaria, sus puntos de vista divergen en la necesidad de cada uno de rozar el mal y el desorden. Con un ritmo vertiginoso, en esta historia de casos urgentes y frustraciones cada semana implica nuevos peligros y nuevas rutinas, largas horas de trabajo de oficina o la violenta y repentina erupción de disturbios raciales. Tanto en el vehículo de patrulla nocturna, como en el escuadrón de suplentes, cada hombre tiene que aprender -y pronto- la esencia de las calles y la esencia de las gentes. Para escribir Los nuevos centuriones, su primera novela, Wambaugh partió de sus propias experiencias como policía de Los Ángeles. Algunos de sus antiguos compañeros se sintieron incómodos con la imagen inquietante de agentes de moral ambigua que reflejaba, pero eso no impidió que el debut literario de Wambaugh causara sensación entre la crítica y se convirtiera en un éxito de ventas. "Me lo zampé de un tirón. Es un tratado implacable del trabajo policial visto como un periplo inquietante y de moral ambigua." – JAMES ELLROY

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Mientras el oficial del despacho escribía a máquina, Gus pensó en Gus hijo, de tres años, y su fuerte tórax. Gus sabía que iba a ser un muchacho fornido. Ya podía arrojar una pelota de baloncesto hasta el centro del salón y éste era su juego favorito a pesar de haber roto ya uno de los jarrones preferidos de Vickie. Gus recordó claramente los juegos con su propio padre aunque no había vuelto a verle tías el divorcio. Recordaba sus bigotes entrecanos y las grandes y duras manos que le echaban al aire hasta que él apenas podía respirar de risa. Se lo describió a su madre cuando tenía doce años y vio cuán triste se había puesto. Jamás volvió a mencionar a su padre y desde entonces se mostró más amable con su madre porque tenía cuatro años más que John y ella le decía que era su hombrecito. Gus pensó que estaba muy orgulloso de haber empezado a trabajar de niño para contribuir a la manutención de los tres. Ahora ya no sentía orgullo y le resultaba muy difícil apartar cincuenta dólares al mes para ella y John, ahora que él y Vickie estaban casados y tenían familia propia.

– ¿Dispuesto a que nos marchemos, compañero? -le preguntó Kilvinsky.

– Claro.

– ¿Estabas soñando?

– Sí.

– Vamos a comer ahora y más tarde escribiremos el informe de la detención.

– Muy bien -dijo Gus alegrándose ante esta idea-. No estarás demasiado enfadado para comer, ¿verdad?

– ¿Enfadado?

– Por unos momentos pensé que te ibas a comer vivo al sospechoso.

– No estaba enfadado -dijo Kilvinsky mirando a Gus asombrado mientras se encaminaban hacia el coche -. Es mi manera de actuar. Cambio las palabras de vez en cuando, pero siempre uso la misma canción. ¿Ya no enseñan interrogación en la academia?

– Yo creía que estabas perdiendo los estribos.

– Ni hablar. Me imaginé que se trataba de un individuo que sólo respetaba la fuerza bruta y no la educación. No puede utilizarse la misma técnica con todo el mundo. Es más, si lo haces con algunos sujetos, es posible que te encuentres tendido boca arriba. Me imaginé que se calmaría si yo hablaba su idioma y lo hice. Tienes que captar rápidamente el carácter del sospechoso y decidir cómo vas a hablarle.

– Ah -dijo Gus-. ¿Pero cómo sabías que era el sospechoso? No se parecía a la descripción. Ni siquiera llevaba una camisa roja.

– ¿Cómo lo sabía? -murmuró Kilvinsky -. Vamos a ver. Tú nunca has asistido a un juicio, ¿verdad?

– No.

– Bien, tendrás que empezar por contestar a las preguntas: "¿Cómo lo sabías?". Sinceramente, no sé cómo lo sabía. Pero lo sabía. Por lo menos, estaba muy seguro. La camisa no era roja pero tampoco era verde. Era un color que se podía calificar de rojo por parte de una borracha de ojos enturbiados. Era un marrón oxidado. Y ya era casualidad que Gandy se encontrara en el aparcamiento. Tenía una apariencia demasiado fría y daba demasiado la sensación de "No tengo nada que ocultar" cuando yo pasaba y me fijaba en todos los que pudieran ser aquel individuo. Y cuando volví a pasar, se había trasladado al otro lado del aparcamiento. Aún estaba andando cuando yo giré la esquina pero, al vernos, se detuvo para dar a entender que no huía. No tiene nada que ocultar. Ya sé que esto no significa nada en sí pero son pequeños detalles. Te digo que lo sabía .

– ¿Instinto?

– Creo que sí. Pero no lo diría ante un tribunal.

– ¿Tendrás problemas ante los tribunales por este caso?

– No. No es un caso de búsqueda y captura. Si se tratara de un caso de búsqueda y captura, la intuición y todas estas pequeñas cosas no serían suficiente. Perderíamos. A no ser que estiráramos la verdad.

– ¿Tú estiras la verdad alguna vez?

– No. No me importa tanto la gente en general, como para sentirme emocionalmente interesado. Me importa un comino si fracaso con el mismo Jack el Destapador y le pierdo en una búsqueda equivocada. Mientras el muy cerdo no me moleste a mí, no me preocupo. Algunos policías son como ángeles vengadores. Tienen a un verdadero animal que ha perjudicado a mucha gente y están dispuestos a demostrar su culpabilidad aunque ello signifique mentir ante los tribunales, pero yo creo que no merece la pena. La gente no se merece que corras el riesgo de ser acusado de perjurio. Y de todas maneras el sujeto volverá a la calle. Hay que ser tranquilo. No molestarse. Así es cómo se hace este trabajo. Entonces puede uno estar seguro. Recibe uno el cuarenta por ciento al cabo de veinte años y con la familia, si aún la tiene, vive feliz. Y se va a Oregón o Montana.

– ¿Tienes familia?

– Ahora estoy solo. Este trabajo no permite establecer relaciones familiares permanentes, según dicen los consejeros matrimoniales. Creo que ocupamos los primeros lugares en las clasificaciones de suicidios.

– Espero poder hacer este trabajo -dijo Gus bruscamente, sorprendiéndose ante el tono de desesperación de su propia voz.

– El trabajo de la policía es de sentido común en un setenta y cinco por ciento. Esto es lo que hace a un policía, el sentido común, y la habilidad de tomar decisiones rápidas. Tienes que cultivar estas habilidades o marcharte. Aprenderás a apreciarlas en tus compañeros policías. Muy pronto sentirás lo mismo con respecto a tus amigos de la logia o la iglesia o a tus vecinos, porque no podrán compararse con policías en este aspecto. Podrás llegar a una rápida solución en cualquier clase de situación extraña porque es cosa que tendrás que hacer cada día y te enfadarás con tus viejos amigos si no lo hacen así.

Gus observó que ahora que estaba llegando la noche, las calles se estaban poblando de gente, gente negra, y las fachadas de los edificios resplandecían. Parecía como si cada manzana tuviera por lo menos un bar o una tienda de licores y todos los propietarios de las tiendas de licores eran blancos. Le parecía a Gus que ahora no se distinguían las iglesias, sólo bares y tiendas de licores abarrotadas de gente. Observó a ruidosas muchedumbres alrededor de los tenderetes de hamburguesas, tiendas de licores, algunas entradas de determinados edificios de apartamentos, aparcamientos, tenderetes de limpiabotas, tiendas de discos y un lugar sospechoso cuyos escaparates anunciaban que se trataba de un "Club Social". Gus observó la mirilla de la puerta y pensó que ojalá pudiera encontrarse dentro sin ser visto, y su curiosidad fue más intensa que el miedo.

– ¿Qué te parecería un poco de comida "soul", hermano? -le preguntó Kilvinsky con acento negro, mientras aparcaba frente a un pulcro restaurante de la Normandie.

– Probaría cualquier cosa -dijo Gus sonriendo.

– El Gordo Jaek hace el mejor gumbo [1]de la ciudad. Montones de gambas y cangrejos y pollo y quingombó, con arroz y muchas hierbas aromáticas de allí abajo. Auténtico gumbo de Luuus-iana.

– ¿Eres del Sur?

– No, pero me gusta la comida -dijo Kilvinsky y sostuvo la puerta mientras entraban en el restaurante. Muy pronto les sirvieron una enorme escudilla de gumbo y a Gus le gustó la forma en que el Gordo Jack dijo: "Está lleno de gambas esta noche". Vertió un poco de salsa picante sobre el gumbo a pesar de ser éste ya muy fuerte, pero estaba delicioso, hasta los cuellos de pollo picados y las pinzas de los cangrejos que había que coger y chupar. Kilvinsky se vertió más cucharadas de salsa picante sobre el fuerte atole y se comió medio cuenco de pan de maíz. Pero todo se estropeó un poco porque ambos dejaron un cuarto de dólar de propina para la camarera y nada más y Gus se sintió culpable por haber aceptado comida gratis y se preguntó cómo podría explicárselo a un sargento. Se preguntó si el Gordo Jack y la camarera les llamarían gorrones…

A las once de la noche, mientras recorrían las oscuras calles al Norte de la avenida Slauson, Kilvinsky dijo:

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