El teléfono repicó como a las dos. Era Ben Starlock.
– Déjame hablar aprisa, Ed, y dame una contestación rápida. Acaba de telefonearnos el empleado que sigue a Sideco. Se encuentra en el exterior de unos billares en Halsted, a los que Sideco llegó hace unos diez minutos. Entró cinco minutos después; sólo compró una cajetilla de cigarrillos y salió de nuevo cuando se dio cuenta de que era estrictamente un sitio en los que únicamente se habla español; hubiera resaltado allí como un dedo vendado si se quedaba dentro. Nada más mexicanos y filipinos. Sin embargo, vio que Sideco había colgado su americana y su sombrero y estaba jugando billar. Lo cual significa que bien pudiera quedarse allí toda la tarde.
»Pete García esta aquí en la oficina sin hacer nada. Puede ir para allá en un auto, en diez minutos; quizá hasta pueda ponerse a jugar con Sideco y darle un poco de cuerda. ¿Qué me dices?
– ¿Le será posible identificar a Sideco de los otros filipinos que se encuentras ahí?
– Healy dice – contestó Starlock riendo -, que trae puesta una camisa de seda morada, tirantes azules y una corbata de moño amarilla. Dudo de que nadie más tenga esa misma combinación.
No titubee nada, sabiendo cuál era la actitud de Dolan respecto a gastos:
– Mándalo aprisa para allá. Luego vuelve a llamarme.
El teléfono repicó una vez más en pocos minutos y era el mismo Starlock quien me llamaba.
– Pete está ya en camino. ¿Qué más querías decirme, Ed?
– Am se encuentra en un trabajito suyo y olvidé preguntarle esto. ¿Hizo algún arreglo para recibir el informe de su operador esta noche, después que regrese con Sideco a la casa?
– No, no hizo. ¿Debo de decírselo cuando llame de nuevo?
– No es asunto de vida o muerte, pero sería mejor. A menos de que algo surja, estaré en casa toda la noche, y Healy sabe en dónde vivo. Es a una cuadra de donde dejará a Sideco, así que dile que se detenga en nuestro cuarto si ve la luz encendida.
– Está bien.
Hubo otras dos llamadas esa tarde, ambas en la media hora anterior a las cinco. La primera fue de Ben Starlock: Pete García acababa de regresar y no tenía nada importante que informar, excepto que Sideco era un magnífico jugador de pool. Había jugado con los mismos compañeros toda la tarde, así que Pete no había podido jugar con él ni hablarle. Sí pudo advertir que no jugaban fuerte.
Sideco se había marchado a las cuatro y quince, y García, dejando que Healy lo remplazara, había hablado de los billares para informarse si habría nuevas instrucciones. Ben le contestó que diera a Healy mi recado, si lo alcanzaba, lo cual sí hizo.
La otra llamada, poco antes de las cinco, fue de Dolan. Primero me preguntó si tenía informes intermediarios, de Am o del operador que seguía a Sideco. Le contesté que no había nada de Am, pero le pasé lo que me había llegado acerca de Sideco.
Me informé que había hecho una cosa: registró el cuarto de Robert. Lo que había encontrado allí no había sido sospechoso, pero lo había sorprendido. Sideco era muy solvente para sus circunstancias, y su solvencia parecía justificada. Encontró una cajita de hojalata (que pudo abrir y cerrar con un ganchito), en la que estaban todos los apuntes de Robert, inclusive copia de sus datos sobre impuesto de la renta, durante ocho años. Las libretas de depósito por ese tiempo mostraban que había estado guardando exactamente veinte dólares a la semana, lo cual le daba ocho mil al cabo de ocho años. Había bastante más que eso, porque de vez en cuando había sacado dinero, alrededor de mil dólares cada vez, invirtiéndolos en acciones… y en buenas acciones. Su operación de 1959, por ejemplo, mostraba una ganancia de capital de seis mil dólares sólo en acciones de American Motors. Había comprado mil dólares en 1958 a diez, y las vendió en la cúspide, en 1959, a setenta. Tuvo unas cuantas pérdidas, aunque no muchas. En ese momento, además de pocos miles en el banco, calculaba que la cartera de acciones de Robert llegaría a la cantidad de treinta mil dólares.
– ¡Hijo de tal por cual! – exclamó riéndose -. La siguiente vez que desee un cañuto sobre el mercado, ya sé en dónde pedirlo.
Ambos convinimos en que, aunque el grado sorprendente de solvencia de Robert, considerando su empleo, no lo eliminaba como sospechoso, sí disminuía ciertamente la posibilidad de que estuviera mezclado en algo chueco; y si lo estuviera, con dificultad hubiera sido por algún pequeño soborno del exterior.
Dejé la oficina a las cinco, me fui a comer y luego a casa a pasarme otra noche leyendo. Me estaba aburriendo un poco de no hacer nada y hubiese preferido asistir a algún espectáculo, emborracharme, hacer algo, cualquier cosa, hasta sustituir al tío Am en la vigilancia de Elsie, si no fuera porque el hecho de que me conocía me eliminaba de ello; empero, mientras Dolan me estuviese pagando cien dólares al día nada más por estar a la expectativa, estarme sin hacer nada era lo mejor para ganar dinero.
John Healy se presentó como a las diez, con un informe bastante soso sobre Robert Sideco. Se había pasado la mayor parte de la mañana admirando los aparadores en el Loop; se estuvo una hora en la oficina de un comisionista contemplando el pizarrón – algo que me hubiese asombrado excepto por lo que había sabido por Dolan acerca de sus actividades en la Bolsa -; disfrutó de un almuerzo descansado, sin copas, y luego se fue a los billares. Después, caminó un poco con un amigo que lo acompañaba y posteriormente, solo. Por fin se había decidido y se echó un trago en una taberna, más tarde comió en una cafetería. Acabando de comer hizo una llamada telefónica, en seguida fue a un juego de bolos en donde, tras unos minutos, se le reunió un amigo con quien estuvo jugando un par de horas. Al final Robert se había ido a la casa en un autobús.
Healy estaba cansado después de tanto caminar, y deseaba marcharse a su casa en cuanto pudiera, especialmente porque yo no tenía ni siquiera una copa qué ofrecerle. Lo dejé que se fuera antes de telefonear a Dolan pasándole el informe.
Cuando le pregunté si deseaba que Am lo llamara cuando volviera a casa, me contestó que no, si el informe sobre Elsie era tan poco excitante como el de Robert. Pero que Am debía seguir espiándola hasta que Elsie consiguiera otro trabajo o hiciera algo.
El tío Am regresó a casa un poco después de las once; aparentemente la familia Aykers se acostaba todas las noches como a las diez y media. Había tenido un día más aburrido aún que el de Healy. Elsie había salido de la casa únicamente dos veces, ya tarde, en la mañana, con una mujer, al supermercado y luego a media tarde a efectuar algunas compras en una tienda cercana. Había tenido gente a cenar, una pareja joven con dos niños; el tío Am pensaba que la mujer fuese probablemente una hermana mayor de Elsie. Se fueron temprano, a las nueve, y las luces se apagaron a la misma hora que la noche anterior. El tío Am sintió alivio al saber que no tendría que telefonear a Dolan; declaró que aquello se oía como un trabajo muy insignificante por cien dólares, y que quizá deberíamos empezar a fijar a Dolan una tarifa rebajada. Le contesté que comenzaríamos a pensarlo seriamente si Elsie no buscaba un nuevo empleo para el lunes, y pareciera como si la tarea de seguirla se retardara.
El siguiente día, sábado, el tío Am me dejó en la oficina otra vez y me pasé un día todavía más muerto que el anterior, cuando contaba con poner los informes al día. Pasé el tiempo escribiendo algunas cartas a ciertas compañías financieras y de préstamos, ofreciéndoles nuestros servicios. Ni las feché ni las puse en el correo, pues no quería enviarlas hasta que supiera que habíamos concluido con el affaire Dolan y podíamos encargarnos de otro asunto si alguien nos llamaba por teléfono.
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