Donna Leon - Líbranos del bien

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Tres hombres, entre ellos un carabiniere, irrumpen en el apartamento de un pediatra en plena noche, lo atacan y se llevan a su hijo de dieciocho meses. ¿Qué ha motivado un ataque tan violento por parte de las fuerzas del orden? Cuando el comisario Brunetti es convocado al hospital en que ingresa la víctima del cruel asalto, deberá enfrentarse a más preguntas que respuestas. Sl mismo tiempo, el inspector Viaenllo descubre una estafa que implica a los farmacéuticos y médicos de Venecia. Y tras la estafa… algo más que dinero. Líbranos del bien, el decimosexto caso protagonizado por el cominsario Brunetti, el más negro y el primero sin crimen, urde dos tramas paralelas en torno a tráfico ilegal de menores para la adopción y a un dilema médico. Con el ingenio y la lucidez habitual en ella, Donna Leon demuestra que el camino del Infierno puede estar sembrado de buenas intenciones.

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– Ya -murmuró Vianello.

– A los seis meses, volvió con dos costillas rotas. -Se caería rodando por la escalera, imagino -apuntó Vianello.

– Justo -respondió Pucetti. Pasó otra hoja y dijo-: Después, una rodilla, rotura de ligamentos: se cayó en un puente.

Ni Brunetti ni Vianello hablaban. El crujido de la siguiente hoja sonó con fuerza en el silencio.

– Luego, el mes pasado, se dislocó un hombro.

– ¿Volvió a caer por la escalera? -preguntó Vianello.

Pucetti cerró la carpeta.

– No lo dice.

– ¿Son residentes? -preguntó Brunetti.

– Tienen un apartamento, pero vienen como turistas -respondió Pucetti-. Ella paga las facturas del hospital en metálico.

– Entonces, ¿cómo ha ido a parar al ordenador del farmacéutico? -preguntó Brunetti.

– La primera vez fue a comprar analgésicos a la farmacia -dijo Pucetti.

– Le habrá hecho falta un montón -musitó Vianello.

Haciendo caso omiso de la observación de Vianello, Pucetti terminó su explicación:

– Por eso está en el ordenador.

Brunetti consideró la conveniencia de intervenir en el caso y desistió.

– Empecemos por los venecianos o, por lo menos, los italianos, a ver si conseguimos que nos digan algo. Si comprenden que estamos enterados del motivo del chantaje, quizá hablen. Y quizá descubramos quién destrozó la farmacia.

– Están las muestras de la sangre -les recordó Vianello, aunque sin grandes esperanzas de que hubiera resultados-. Sería más fácil si pudiéramos cotejar las muestras con la sangre de alguna de esas personas. Las tiene Bocchese desde el día del asalto a la farmacia.

– O algún laboratorio -dijo Brunetti. Agarró el teléfono y marcó el número de Bocchese. El técnico contestó.

– ¿Y esas muestras de sangre? -preguntó Brunetti.

– Estoy bien, gracias, dottore. ¿Y usted? También yo me alegro de oírle.

– Perdone, Bocchese, pero tenemos prisa.

– Ustedes siempre tienen prisa, comisario. Nosotros, los científicos, nos tomamos las cosas con más calma. Por ejemplo, tenemos que esperar a que las muestras nos lleguen de los laboratorios, y eso nos enseña a tener paciencia.

– ¿Cuándo las tendrán?

– Los resultados tenían que haber llegado ayer -dijo Bocchese.

– ¿No podría usted llamarles?

– ¿Y preguntarles qué?

– Si pueden decirle lo que encontraron en la sangre.

– Si tuvieran los resultados, me los habrían enviado por e-mail.

– De todos modos, ¿hará el favor de llamar y preguntarles si ya los tienen? -preguntó Brunetti, procurando mantener la voz lo más plácida y cortés posible.

– Desde luego. Encantado. ¿Quiere que le llame cuando sepa algo?

– Si es tan amable -dijo Brunetti.

Bocchese resopló y colgó.

Ninguno de los otros dos se molestó en preguntar, sabedores del personal y soberano régimen de trabajo de Bocchese, pautado y conocido sólo por él mismo.

Brunetti colgó el teléfono con estudiada paciencia.

– Los caminos del Señor son infinitos -fue todo lo que se le ocurrió decir.

– ¿Cómo lo enfocamos? -preguntó Vianello, sin mostrar ni la menor curiosidad por los caminos del Señor.

– ¿Conocéis a alguna de las personas de la lista? -preguntó Brunetti.

Vianello asintió levantando una carpeta. Pucetti tuvo que buscar un poco más.

– Veamos -dijo Brunetti, repasando la lista de nombres. Reconoció dos, el de una compañera de Paola a la que había visto una vez y el de un cirujano del hospital que había operado a la madre de un amigo suyo.

Vista la hora, acordaron que lo mejor sería que cada uno llamara a sus conocidos y concertara una cita para el día siguiente. Brunetti subió a su despacho y leyó las carpetas. Al dottor Malapiero le habían recetado L-dopa por primera vez tres años antes. Hasta Brunetti sabía que éste era el fármaco más utilizado en el tratamiento de los primeros síntomas de Parkinson.

Por lo que se refería a Daniela Carlon, la colega de Paola, Brunetti la había visto en una ocasión, un encuentro casual durante el cual él y Paola se habían sentado con ella a tomar café. La conversación había resultado mucho más agradable de lo que él esperaba: al principio, no le había parecido muy atractiva la idea de asistir como oyente a una conversación entre una profesora de Literatura Inglesa y una profesora de Persa, pero, al descubrir que Daniela había pasado años en el Próximo Oriente con su marido, un arqueólogo que seguía trabajando en Siria, Brunetti sintió que se le despertaba el interés. Al poco rato, él y Daniela estaban hablando de Arriano y de Quinto Curcio, mientras Paola escuchaba en silencio, eclipsada por una vez en materia de libros aunque no molesta por ello.

Constaba en el historial clínico de Daniela Carlon que hacía dos meses había estado ingresada en el hospital, para un aborto. El feto se hallaba en el tercer mes de gestación. Por lo que Brunetti recordaba de aquella conversación, que había tenido lugar poco antes, el marido llevaba ocho meses en Siria.

El comisario decidió hacer en primer lugar la llamada más fácil y, por la esposa del médico, se enteró de que el dottor Malapiero estaba en Milán y no regresaría hasta dentro de dos días. No dejó mensaje y dijo que volvería a llamar.

Daniela contestó al teléfono y, después de un momento de extrañeza porque fuera Brunetti y no Paola quien llamaba, preguntó:

– ¿Qué sucede, Guido?

– Deseo hablar contigo.

La pausa que siguió se prolongó hasta sugerir implicaciones embarazosas.

– Asunto de trabajo -agregó Brunetti, incómodo.

– ¿Trabajo tuyo o mío?

– Mío, lamentablemente.

– ¿Por qué lamentablemente? -preguntó ella.

Ésa era precisamente la situación que Brunetti deseaba evitar: mantener semejante conversación por teléfono, sin poder observar las reacciones ni estudiar las expresiones de ella mientras hablaban.

– Porque se trata de algo relacionado con una investigación.

– ¿Una investigación policial? -preguntó ella sin ocultar el asombro-. ¿Qué puede tener que ver conmigo una investigación policial?

– No estoy seguro, y por eso preferiría hablar de ello personalmente -dijo Brunetti.

– Pues yo prefiero hablar ahora -dijo ella, ya con la voz áspera.

– ¿No podría ser mañana por la mañana? -sugirió él.

– Mañana por la mañana voy a estar ocupada -dijo ella sin dar explicaciones. Como Brunetti no decía nada, prosiguió-: Mira, Guido, no se me ocurre por qué ha de querer hablar conmigo la policía, pero reconozco que siento curiosidad.

Brunetti sabía cuándo una persona no iba a dejarse convencer.

– De acuerdo -dijo-. Se trata de tu historial médico.

– ¿Qué le pasa a mi historial médico? -preguntó ella con frialdad.

– En él consta una interrupción de embarazo practicada hace tres meses.

– Sí.

– Daniela -empezó Brunetti, sintiéndose como un sospechoso-, lo que deseo averiguar es si alguien…

– ¿Si alguien lo sabe? -terminó ella, con encono-. ¿Además de ese gusano de farmacéutico?

Brunetti sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Esforzándose por controlar la voz, preguntó:

– ¿Te llamó?

– Llamó a la madre de Luca. ¡La llamó a ella! -estalló Daniela-. Le preguntó si estaba enterada de lo que había hecho su nuera, si sabía que su nuera, embarazada, había ido al hospital y había matado a la criatura.

Los dedos de Brunetti oprimieron el teléfono. La mujer se echó a llorar y él estuvo escuchando sus sollozos durante más de un minuto. Al fin dijo:

– Daniela, Daniela, ¿me oyes? ¿Puedo hacer algo? -No hubo otra respuesta que más sollozos, y Brunetti pensó en llamar a Paola para pedirle que fuera a casa de Daniela, pero se resistía a involucrar a Paola, ni quería que su mujer supiera que él había hecho aquella llamada.

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