Mari Jungstedt - Nadie Lo Ha Oído

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Una fría mañana de noviembre el comisario Anders Knutas y sus colegas de la Brigada de Homicidios de Gotland reciben la noticia del cruel asesinato de Henry Dahlström, un fotógrafo de talento pero venido a menos por su adicción al alcohol. A pesar de que las primeres pesquisas policiales apuntan directamente a algunos de sus compañeros de juerga y el caso no reviste mayor misterio, la situación cambia cuando Knutas descubre que el fallecido cobró una importante cantidad de dinero el día anterior a su muerte.
Paralelamente, la señora Jannson denuncia la desaparición de su hija adolescente Fanny, un aparente caso de secuestro, pero nada parece indicar que los dos crímenes estén relacionados. Sin embargo, la investigación da un giro inesperado cuando en el piso de Dahlström se encuentra una caja con fotos de carácter pederasta en las que aparece la joven Fanny. El comisario Knutas necesitará todo su talento y la ayuda del periodista Johan Berg para descubrir qué se esconde detrás de este terrible caso. Entonces comprende que el perturbado asesino sigue sus pasos y se está acercando peligrosamente.

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– Hola, soy Ove Andersson, el portero de la calle Jungmansgatan. Nos conocimos por lo del asesinato de Henry Dahlström.

– Hola, sí claro.

– Bueno, pues el caso es que estamos limpiando el cuarto de revelado que tenía Dahlström, vamos a volver a usarlo para guardar las bicicletas. Bueno, yo estoy ahora aquí abajo.

– Sí…

– Hemos encontrado algo raro, ¿sabe?, detrás de un respiradero. Es una bolsa de plástico con un paquete dentro. Está precintado con cinta adhesiva y no he querido abrirlo porque he pensado que a lo mejor destruyo alguna huella.

– ¿Qué aspecto tiene?

– Es un paquete de papel marrón con cinta adhesiva normal alrededor, pesa poco y parece más o menos como un montón de tarjetas postales.

Bajo la atenta supervisión de Knutas, Sohlman abrió el paquete, cerrado a conciencia, que había sido enviado a la sección de técnicos criminalistas. El paquete contenía fotografías. Borrosas sin duda, pero no cabía ninguna duda de qué tipo de fotos se trataba. Eran casi idénticas y parecían tomadas desde el mismo ángulo. Pudieron distinguir la espalda de un hombre que estaba practicando sexo con una mujer joven o más bien con una niña. Ésta no aparentaba tener ni la mitad de años que él. No se veía la cara de la chica, tapada, en parte, por el hombre y, en parte, por su larga melena morena. Tenía los brazos estirados de una manera extraña, como si estuviera atada a algo. El hombre estaba inclinado sobre ella y tapaba casi a la muchacha con su cuerpo voluminoso, pero se veía con claridad una de sus piernas. La chica era negra.

Sohlman y Knutas se miraron.

– Esta tiene que ser Fanny Jansson -señaló Knutas finalmente-. ¿Pero quién es el hombre?

– Vete tú a saber.

Sohlman se pasó la mano por la frente. Sacó una lupa y empezó a estudiar la fotografía detenidamente.

– Mira esto. Hay un cuadro colgado detrás de ellos. Se ve algo rojo y un…, sí, ¿qué es esto…, un perro quizá?

Le pasó la lupa a Knutas. Se veía una esquina del cuadro.

– Parece un perro echado sobre una especie de tela roja. Puede que sea un cojín, o un sofá.

Sohlman hojeó las imágenes con ansiedad. Ninguna de ellas revelaba más detalles.

Se dejaron caer cada uno en una silla. Knutas buscó su pipa en el bolsillo.

– Bien, pues ahí tenemos la conexión -dijo Knutas en voz baja-. Dahlström sacó fotos de alguien que mantenía relaciones sexuales con Fanny Jansson. Tuvo que tomar las fotos a escondidas y luego debió de chantajear al hombre pidiéndole dinero. De ahí las veinticinco mil coronas. Eso lo explica todo; el hombre del puerto, el dinero, Fanny…

– Eso significa que el hombre al que vemos aquí es el asesino -afirmó Sohlman apuntando a la espalda blanca con su índice enguantado.

– Probablemente. Es fácil de imaginar por qué mató a Dahlström, ¿pero a Fanny? Si es que es ella, no podemos estar completamente seguros.

Knutas tomó una de las fotografías y la miró detenidamente.

– ¿Quién cojones será?

Tras el sorprendente hallazgo, Knutas convocó una reunión con el equipo que dirigía la investigación. Había cierta excitación nerviosa en el ambiente, el rumor de lo que contenía el paquete se había extendido por los pasillos. Sohlman había escaneado las fotos y las proyectó en la pantalla que había delante. Wittberg fue el primero que alzó la voz.

– ¿Estamos seguros del todo de que la chica de la foto es Fanny Jansson?

– Su madre ha estado aquí hace un momento y la ha identificado. ¿Veis la pulsera del reloj en el brazo izquierdo de la chica? Ese reloj lo recibió Fanny como regalo de cumpleaños el año pasado.

– ¿Cómo ha reaccionado la madre? -preguntó Karin.

– Se ha derrumbado -suspiró Knutas-. ¿Y quién no lo haría, después de ver a su hija de esta manera?

– ¿Quién es ese jodido asqueroso? -gruño Norrby.

– Todo lo que hemos deducido hasta ahora es que se trata de un hombre adulto, no se trata en absoluto de un chico de su edad.

– Parece que ella está atada -apuntó Kihlgård-. Tiene los brazos estirados por encima de la cabeza, seguro que está ligada a algo.

– Mirad esto, ya veréis -dijo Sohlman y proyectó una fotografía en la que se apreciaban mejor los detalles-. Aquí se ve un cuadro al fondo. Todo lo que hemos podido distinguir en él es un perro echado en un sofá rojo o algo así. Al fondo vemos también el papel pintado de color amarillo con rayas finas y parte del respaldo de una silla. Parece que se trata de una silla antigua con el respaldo alto y decoraciones labradas. El fotógrafo ha tomado todas las imágenes desde el mismo ángulo, el hecho de que sean tan borrosas puede deberse a que fueran tomadas desde el exterior, a través de una ventana. La cuestión es saber dónde se han hecho. Lo más lógico es pensar que tiene que haber sido en algún sitio aquí en la ciudad o cerca de aquí, en un lugar al que se pueda acceder con facilidad. Porque, si no, ¿cómo habría podido descubrir Dahlström a Fanny y a ese desconocido?

– Tal vez sea un cuarto trastero -propuso Norrby-. O una sala de reuniones. Puede ser en casa de alguno de los conocidos de Dahlström.

– La estancia parece luminosa, ¿no veis la luz que entra por la ventana? Da la sensación de que se trata de una habitación amplia -opinó Karin.

– La verdad, me pregunto cómo conoció ese hombre a Fanny -dijo Wittberg-. ¿Puede ser algún conocido de su madre?

– ¡Sería el colmo! Si es así, sería espantoso -Karin hizo una mueca.

– Yo creo que las fotografías parecen pornográficas -dijo Kihlgård mirando una de ellas-. También puede tratarse de algún delito sexual. Quizá fuera un grupo entero de hombres los que utilizaban a Fanny, y éste sólo sea uno de ellos. Quizá la habían arrastrado a la prostitución y la habían obligado a venderse a los hombres de la zona.

– Por suerte, hasta ahora en Gotland nos hemos librado de todo eso. Al menos que nosotros sepamos -suspiró Knutas.

– O pederastia -dijo Karin en voz baja-. Fanny puede haber sido una de los muchos niños que sufren abusos. A lo mejor tenemos una banda de pederastas a la vuelta de la esquina y no tenemos ni idea.

– La red, tenemos que controlar la red. Tengo una amiga que trabaja en la investigación de un caso grande de pedofilia en Huddinge. Puedo preguntarle si alguno de los implicados tiene relación con Gotland.

– Buena idea -dijo Knutas agradecido-. Esto puede tener que ver con cualquier cosa.

Lo interrumpió la señal del móvil. Los demás escuchaban en silencio su murmullo. Cuando apagó el teléfono, miró atentamente a sus colegas.

– Era Nilsson, del laboratorio. Ya tienen el resultado de las muestras tomadas en el dormitorio de Fanny. No coinciden con las de ningún delincuente registrado, pero la sangre y los pelos encontrados en su cama se han comparado con los que se hallaron en casa de Dahlström. No hay ninguna duda, coinciden.

Knutas volvió a casa tarde y se encontró a toda la familia junta delante del televisor. Respondieron a su saludo con un «¡Calla, que es muy interesante!».

Suspiró y fue hasta la cocina, abrió el frigorífico y sacó lo que había quedado de la cena y se lo calentó en el microondas. La única que se ocupó de hacerle compañía fue la gata, que se frotó contra sus piernas y luego saltó y se acomodó encima de sus rodillas. Parecía absolutamente indiferente a los problemas que causaba; no era fácil inclinarse hacia delante para comer con una gata hecha un ovillo en el regazo.

La idea de que un pederasta asesino anduviera suelto por Gotland hacía que se le erizara el vello. Al principio el asesino había cedido al chantaje de Dahlström y le había entregado dinero en dos ocasiones, después, evidentemente, le pareció demasiado. Sin embargo, tomar la decisión de matar a la persona que lo extorsionaba era ir demasiado lejos. Quizá pensó que se libraría fácilmente si hacía que su muerte pareciera una pelea de borrachos. Y, además, estaba el premio de las carreras. Es probable que lo supiera y aprovechara la ocasión; seguramente robó el dinero para despistar a la policía. El hecho de que registrara el piso indicaba que había estado buscando las fotografías. Y lo mismo en el cuarto de revelado. Pero no halló lo que buscaba.

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