Mari Jungstedt - Nadie Lo Ha Oído

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Una fría mañana de noviembre el comisario Anders Knutas y sus colegas de la Brigada de Homicidios de Gotland reciben la noticia del cruel asesinato de Henry Dahlström, un fotógrafo de talento pero venido a menos por su adicción al alcohol. A pesar de que las primeres pesquisas policiales apuntan directamente a algunos de sus compañeros de juerga y el caso no reviste mayor misterio, la situación cambia cuando Knutas descubre que el fallecido cobró una importante cantidad de dinero el día anterior a su muerte.
Paralelamente, la señora Jannson denuncia la desaparición de su hija adolescente Fanny, un aparente caso de secuestro, pero nada parece indicar que los dos crímenes estén relacionados. Sin embargo, la investigación da un giro inesperado cuando en el piso de Dahlström se encuentra una caja con fotos de carácter pederasta en las que aparece la joven Fanny. El comisario Knutas necesitará todo su talento y la ayuda del periodista Johan Berg para descubrir qué se esconde detrás de este terrible caso. Entonces comprende que el perturbado asesino sigue sus pasos y se está acercando peligrosamente.

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– Probablemente para que no se viera.

Knutas encendió la luz y miró seriamente a sus colaboradores.

– Ahora tenemos dos asesinatos en los que trabajar. La cuestión es si existe algún tipo de relación entre ellos. ¿Qué tiene en común una chica de catorce años que va a la escuela con un alcohólico de sesenta años?

– A mí me parece que hay dos vínculos evidentes -dijo Kihlgård-. Uno es el alcoholismo, la madre de Fanny bebe y Dahlström era un alcohólico. Otro son las carreras hípicas. Dahlström apostaba a los caballos y Fanny trabajaba en una de las cuadras del hipódromo.

– Ésas son dos relaciones muy posibles. ¿Pueden tener alguna otra cosa en común que no sea tan evidente? ¿Alguien?

No hubo respuesta.

– Está bien -dijo-. Esto es más que suficiente. Vamos a investigar objetivamente esas dos pistas.

Viernes 14 de Diciembre

Era como si el día no quisiera amanecer del todo aquella mañana húmeda y fría de diciembre. Knutas desayunó gachas en la cocina con su mujer y sus hijos. Las velas encendidas hacían más agradable aquel rato que pasaban juntos por la mañana. Line y los niños habían hecho los bollos de azafrán típicos del día de Santa Lucía mientras él estuvo fuera viendo el lugar donde había aparecido el cuerpo de Fanny. No le vendrían mal. Hoy tenía que ir al aeropuerto a recoger al forense y regresar al bosque. Se puso un jersey de lana y buscó su cazadora de invierno más abrigada. Persistía el frío de las últimas semanas.

Los niños estaban desolados e inquietos y hablaban de la muerte de Fanny. Ese suceso los había afectado mucho. Fanny no era mucho mayor que ellos. Les acarició las mejillas, pálidas en aquel tiempo invernal, cuando estaban ya en la puerta de la calle preparados para irse a la escuela.

En el coche de camino al aeropuerto empezó a notar un sudor frío y le sorprendió un malestar tan fuerte que se vio obligado a echarse a un lado de la carretera y pararse un momento. Se le nublaba la vista y sentía una fuerte opresión en el pecho. A veces sufría ligeros ataques de pánico, una especie de angustia, pero hacía ya tiempo que no le ocurría. Abrió la puerta del coche y trató de acompasar su agitada respiración. La imagen de Fanny junto con la inquietud que sentía por los niños probablemente hubiera desencadenado el ataque. Con su trabajo era imposible que los niños no se vieran afectados por toda la mierda en la que tenía que desenvolverse: borrachos, drogas y violencia. A medida que crecían parecía que la sociedad se estaba volviendo también cada vez más dura. Quizá lo peor estaba en las grandes ciudades, pero incluso en Gotland se notaba el cambio.

Knutas procuraba no hablar demasiado de las cosas negativas relacionadas con el trabajo. Pero también eran contadas las ocasiones en que volvía a casa y había tenido un buen día. Por supuesto, se sentía aliviado cuando resolvían un caso, pero no podía decirse que lo asaltara precisamente una intensa alegría. Cuando una investigación daba resultados positivos, después sólo se sentía cansado. No experimentaba, como cabría pensar, ningún descanso tras el esfuerzo, sino que lo invadía sobre todo una sensación de vacío, como si se hubiera quedado sin fuerzas. Entonces sólo quería irse a casa y dormir.

Pasados unos minutos, se sintió mejor. Bajó el cristal de la ventanilla y continuó, conduciendo despacio, hasta el aeropuerto.

El forense lo estaba esperando fuera de la terminal; el avión había aterrizado antes de lo previsto. El médico era el mismo con el que había trabajado el verano anterior, un hombre delgado con el pelo ralo y cara de caballo. Su larga experiencia le confería fuerza y autoridad. En el trayecto hasta el lugar donde había aparecido el cuerpo, Knutas le fue contando todo lo que sabía la policía.

Cuando llegaron eran las diez y cuarto de la mañana y la mirada clara de Fanny Jansson seguía clavada en el cielo plomizo de diciembre. Knutas hizo una mueca de desagrado y volvió a pensar en qué podía haberle ocurrido a aquella hermosa chica que yacía en el suelo. Su cuerpo parecía pequeño y delgado bajo la ropa. Las mejillas marrones y tersas, la barbilla suavemente infantil. Knutas notó con irritación que los ojos se le estaban llenando de lágrimas.

Se volvió de espaldas y contempló la frondosa e impenetrable maleza del bosque. Pudo observar que después del camino rural el bosque clareaba y, tras haber estudiado previamente el mapa de la zona, sabía que un poco más allá se extendían los campos abiertos y las parcelas de cultivo. Una corneja graznó a lo lejos, pero por lo demás todo estaba en silencio y sólo se oía el apacible murmullo de las verdes ramas de los árboles. El forense estaba totalmente absorto en la exploración del cadáver y así estaría unas cuantas horas más. Erik Sohlman y otro par de técnicos lo ayudaban en su trabajo.

Knutas se dio cuenta de que allí sobraba. Nada más sentarse en el coche para regresar a la comisaría recibió una llamada de Karin.

– Hay una persona que tiene relación tanto con Dahlström como con Fanny Jansson.

– ¿Ah, sí? ¿Quién es?

– Se llama Stefan Eriksson, y es el hijastro de la tía de Fanny que vive en Vibble. La tía tiene una hija, pero se separó pronto del padre de la niña y conoció a otro hombre que tenía un hijo de un matrimonio anterior. Fanny y este tal Stefan se han visto a lo largo de los años en las celebraciones familiares y cosas así. Tiene cuarenta años, está casado y tiene dos hijos y, además, es dueño de uno de los caballos de la cuadra.

– Lo sé, ya les hemos echado un vistazo -replicó Knutas impaciente-. ¿Qué es lo que pasa con él?

– Que hizo prácticas con Dahlström cuando estudiaba en el instituto. Estuvo haciendo prácticas dos semanas. Después trabajó esporádicamente en Gotlands Tidningar e incluso con Dahlström cuando éste tenía su propia empresa. Este Eriksson es el dueño de un café aquí en Visby, el Café Cortado en la calle Hästgatan, pero aún sigue practicando la fotografía como hobby.

– Ya entiendo -exclamó Knutas sorprendido-. Eso es algo nuevo.

– Tal vez Dahlström y él hayan seguido en contacto a lo largo de los años, aunque lo negó en el interrogatorio que le hicimos Wittberg y yo. Un tipo muy desagradable, no me extrañaría que él…

– Ya, ya, pero no podemos dedicarnos a meras suposiciones -interrumpió Knutas-. ¿Sabemos algo más?

– Le pregunté si solía frecuentar la cuadra, y se pasa por allí de vez en cuando. El personal de la caballeriza asegura que es así. Parece que incluso ha llevado a Fanny a casa en su coche alguna vez.

– ¿Figura en el registro de delincuentes?

– No. Sin embargo, ha recibido una serie de denuncias por negligencia en el cuidado del ganado. La familia tenía antes ovejas y parece que estaban mal cuidadas, según el denunciante. Dejó la cría de ovejas.

– Quiero hablar personalmente con él. ¿Dónde está?

– Creo que estará en casa. Vive en… no, ¡mierda!

Karin se calló de repente.

– ¿Qué ocurre?

– Stefan Eriksson vive en Gerum, está a tan sólo unos kilómetros del sitio donde apareció muerta Fanny.

– Estoy a diez minutos de allí. Voy para allá.

Gerum no era un pueblo propiamente dicho. Sólo una iglesia con unas cuantas fincas alrededor, justo al lado del páramo de Lojsta, vasto e inaccesible. El paisaje era llano, pero la casa de Stefan Eriksson y el terreno que la circundaba constituía una excepción. Estaba admirablemente situada en un alto con vistas sobre los alrededores. La finca constaba de una casa de piedra con dos alas y un gran establo. Un jeep último modelo estaba aparcado fuera junto a un BMW.

Cuando Knutas llamó al timbre de la puerta, se oyeron los ladridos de un perro en el interior de la casa. No abrió nadie.

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