Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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Whiskas no hizo caso a sus palabras y saltó alegre hacia la verja.

– No -dijo Annika, cogió al gato y lo llevó en brazos a la casa-. Voy a ir en bicicleta por la carretera, te pueden atropellar. Ahora te quedas aquí.

El gato se revolvió y salió corriendo hacia el bosque, Annika suspiró.

– Enciérralo en cuanto vuelva -le dijo a su abuela-. No quiero que corra por la carretera.

Se dirigió hacia la bicicleta moviendo los brazos. El sol iluminaba el paisaje claro y afilado. Desde lejos se veía relucir el cromo de la bicicleta, descansando junto a la verja.

No fue hasta que estuvo realmente cerca cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Sujetó el manillar y la bicicleta se tambaleó. Las dos ruedas estaban rasgadas, al igual que el sillín. Lo observó incrédula, sin comprender lo que veía.

– Esto es sólo el principio, puta de mierda.

Vaciló un instante y levantó la vista. Sven se encontraba en la zanja un par de metros más allá. Ella comprendió lo que se avecinaba.

– He destrozado tu piso de mierda -espetó él-. He cortado toda tu jodida ropa de puta.

El hombre sollozó y se tambaleó. Annika comprendió que estaba borracho. Bordeó con cuidado la verja sin perderle de vista.

– Sven, estás enfadado -dijo-. Estás borracho. No eres tú mismo. Piensa en lo que dices.

Él comenzó a llorar, agitando los brazos.

– ¡Eres una puta y ahora vas a morir!

Ella dejó caer el bolso en el suelo y salió corriendo. La visión desapareció, todo quedó en blanco. Corría ciega de rabia, una rama le golpeó el rostro y le hizo un corte en la mejilla, se cayó y se levantó. El sonido, dónde estaban los sonidos, Dios mío, corre, corre, pies golpeando la tierra, coño, coño, dónde está él, ¡Dios mío, ayúdame!

Corría sin ver nada, por entre los árboles, cruzando el camino, por zanjas, hasta que desapareció entre la maleza. Allí, tropezó con la raíz de un árbol y permaneció en el suelo bocabajo con las hormigas bullendo por su cara. Cerró los ojos y esperó la muerte, pero ésta no llegó. En cambio, sí volvieron el sonido, el viento entre los árboles, su propia respiración, el silencio.

No le veo detrás de mí, pensó, y también: Tengo que ir hacia una zona habitada. Necesito ayuda.

Se levantó vacilante y en silencio, se sacudió las ramas y las hormigas, escuchó, ¿dónde estaba?

Aquí no, ahora no. Miró a su alrededor, no debía de encontrarse lejos de la casa del Viejo-Gustav.

Con cuidado y ligeramente agachada corrió hacia Lillsjötorp. Los níscalos se deshacían bajo sus zapatillas deportivas. Los troncos pasaban volando, marrones, rugosos, le rozaban las manos, saltó por encima de un riachuelo junto a la acería abandonada.

Allí vislumbró el rojo Falun por entre los árboles, la casa del Viejo-Gustav. Se enderezó y subió corriendo todo lo que pudo hacia la casa.

– ¡Gustav! -gritó-. Gustav, ¿estás en casa?

Corrió hacia la baranda, tiró de la puerta: cerrada. Se dio la vuelta hacia la leñera donde el viejo siempre solía estar, y allí había alguien, pero no era Gustav.

– Sabía que vendrías aquí ¡puta de mierda!

Sven cogió impulso y corrió hacia ella, llevaba algo en la mano.

Ella saltó por encima de la verja y aterrizó sobre las rosas de Gustav, las espinas y el aroma dulzón se le metieron por la nariz.

– Annika, sólo quiero hablar contigo. ¡Detente!

Ella corrió hacia el bosque, de nuevo a la hondonada, sobre el riachuelo, bordeó el pantano, el jadeo tras ella no remitía, sus pisadas retumbaban sobre el musgo, voló sobre ramajes y piedras. Visión de túnel y sofoco, todo a su alrededor pasaba bailando en fragmentos.

Corro, pensó, no estoy muerta. Me muevo, vivo, no se ha acabado, tengo una oportunidad. Correr no es peligroso, correr es una solución, soy buena corriendo.

Se despertó en ella la necesidad de afrontar un durísimo entrenamiento, forzó la vuelta de la adrenalina, se concentró en la respiración, en la toma de oxígeno, respira, respira, la visión retornó, el estrépito de su cabeza disminuyó, los pensamientos tomaron forma.

Él corre más rápido que yo, pensó, pero está borracho y yo conozco el bosque mejor. Sven corre más rápido sobre superficies planas, debo mantenerme en el monte.

Giró repentinamente hacia el norte, abandonó el camino. Allí arriba estaban el Gorgsjön y el Holmsjön, si los bordeaba podría ir hacia el este, subir al camino de Sörmland y entrar en el pueblo por la acería.

Sintió que le pesaban las piernas, acababa de comer medio kilo de níscalos. Las obligó a aumentar el ritmo, apretó los dientes para combatir el dolor. Ya no se oía el jadeo tras ella. Lanzó una mirada por encima del hombro, árboles y vegetación, cielo y piedras.

Puede haber cogido un camino forestal, intentar atajarme, pensó de pronto, se detuvo de golpe.

El pulso le latía, fuerte y alto, escuchó el bosque. Nada, sólo el viento.

¿Dónde están los caminos forestales?

Algo crujió a su espalda, miró a su alrededor, sintió el pánico acechando tras los troncos.

Dios mío, ¿dónde está el camino? Aquí hay un camino, pero ¿dónde?

Respiró, se obligó a pensar. ¿Cómo era el camino?

Se trataba de un sendero de tala por el que conducían los troncos. La vegetación había comenzado a crecer y el bosque había alcanzado la altura de una persona.

Corre hacia la maleza, pensó.

En ese mismo instante saltó el gato frente a ella y se apretó contra sus piernas, ella tropezó con él.

– Whiskas, estúpido gato. Vete a casa.

Le dio una patada, intentó espantarlo.

– Corre a Lyckebo. Corre con la abuela.

El animal maulló y desapareció tras un matorral.

Annika corrió hacia el este, de pronto el bosque se volvió monte bajo. Tenía razón, ahí estaba el camino. Esperó algunos segundos en el matorral donde se había encontrado al gato, y antes de salir recuperó la respiración, el camino estaba libre. Al poco pasó Gorgnäs, nadie en la casa, Mastorp, nadie tampoco ahí, luego directo hacia el este, para salir al camino, en línea recta.

Sven estaba en la última curva antes de llegar al camino de Sörmland. Ella lo vio con tres segundos de ventaja, se lanzó hacia el norte, subiendo hacia el pantano de la acería. Algo relucía en su mano; comprendió qué. La razón abandonó su cuerpo. Corrió, gritó, se cayó, se tambaleó, se acercó al lago, entró en él, jadeó de frío, nadó, nadó, salió a la playa, escupió, se tambaleó hacia los barracones, y estaba el cercado. Corrió hacia la izquierda, trepó por un gran álamo, que estaba entre las casas de la acería.

– No te escaparás, ¡puta de mierda!

Miró a su alrededor, no lo vio, pasó corriendo una casa blanca, tiró de una puerta de hierro azul claro blanqueada por el sol, corrió hacia dentro en la oscuridad. Cegada, tropezó con una pila de escombros, escupió polvo, fue hacia dentro, más lejos, lloró. La oscuridad se disolvió, las sombras tomaron forma, un horno de fusión, y calderos de tambor abandonados. Filas de pequeñas ventanas de un marrón cenagoso bajo el tejado, hollín y herrumbre. La puerta que había abierto se dibujó como un rectángulo de luz a lo lejos, la silueta del hombre se acercaba lentamente. Vio relucir el arma en su mano. Reconoció su machete de caza.

Ella se giró y corrió, el suelo de chapa retumbaba bajo sus pies, pasó el horno. Subió la escalera, oscuridad, otra escalera, tropezó y se golpeó una rodilla, regresó a la luz, una plataforma, ventanas, grúas, se golpeó la cabeza contra el suministrador de arena de moldear.

– Ya no tienes salida.

El respiró agitadamente, los ojos brillantes de odio y alcohol.

– Sven -gimió ella, retrocediendo hacia el pozo de escombros-, Sven, no lo hagas, en realidad no quieres…

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