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Liza Marklund: Studio Sex

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Liza Marklund Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita… La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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– ¿No entiendes lo que va a pasar? -chilló Patricia-. ¡Joachim me echará la culpa! ¡Se ha follado a todas las chicas, todas han sido suyas! Yo era de Josefin, no me guarda ninguna lealtad. ¡Me arrastrará a la mierda con él! ¡Oh Dios!

La mujer rompió a llorar, Annika la cogió por los hombros, la agitó.

– ¡Eso no es cierto! -exclamó-. Las otras chicas contarán la verdad. Irán a la policía y dirán la verdad, te creerán.

Patricia lanzó la cabeza hacia atrás y rió, en voz alta y aguda.

– Annika, eres tan inocente… -respondió con las lágrimas cayéndole por las mejillas-. Crees que la bondad siempre vencerá al final. Crece de una vez, niñata: nunca es así.

Se zafó de ella y corrió al cuarto de servicio, metió sus cosas en la bolsa de deporte y arrastró el colchón tras de sí. Este se enganchó en la puerta, Patricia tiró y maldijo.

– No tienes por qué irte -dijo Annika.

El colchón se desenganchó, Patricia estuvo a punto de caerse. Temblaba a causa del llanto mientras tiraba de la gomaespuma.

– Voy a seguir aquí -anunció Annika-. Me han vuelto a dar un trabajo en el Kvällspressen. Puedes vivir conmigo todo el tiempo que quieras.

Patricia ya había alcanzado la puerta de la calle, pero ahora se quedó paralizada.

– ¿Qué has dicho? -preguntó-. ¿Has conseguido trabajo?

Annika sonrió nerviosa.

– He conseguido mucha información y se la he contado al director del periódico, me ha vuelto a contratar.

Patricia dejó caer el colchón al suelo, se volvió y se acercó a Annika. Sus ojos negros ardían como el fuego.

– ¡Joder! -espetó-. Menuda hija de puta que quema a una amiga.

Annika intentó explicarse.

– Pero no era nada contra ti, o el club…

– También se lo contaste a la policía, ¡hija de puta! ¿Cómo coño podían saber que los libros de contabilidad estarían justo ahí? Me has jodido, a tu amiga, ¡por un jodido trabajo! -Patricia perdió el control y berreó.

– ¡Joder, eres hija de puta! ¡Que te jodan!

Annika retrocedió, oyó sus propias palabras resonar en su cabeza. Dios mío, Patricia tiene razón, ¿qué he hecho, qué he hecho?

La joven corrió de nuevo hasta el colchón, tiró de él y abandonó el piso sin cerrar la puerta. Annika se apresuró hacia la ventana y vio a Patricia caminar arrastrando el colchón por la gravilla del patio. Apoyó la frente contra el cristal frío. Se dirigió lentamente hacia el cuarto de servicio. Había un vaso caído en el suelo, en la pared aún colgaba el vestido rosa de Josefin. Annika sintió que sus ojos se arrasaban en lágrimas.

– Lo siento -susurró-. No quería que pasara esto.

El aturdimiento duró todo el camino hasta Flen. Vio pasar volando las granjas de Sörmland, incapacitada para sentir o comer. El traqueteo de los raíles fue como un conjuro en su cerebro, Studio Sex, su culpa, Patri-ci-a, su culpa, enga-ño, su culpa, su culpa, su culpa…

Se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos.

El autobús estaba en la parada junto a la estación, siempre era un pequeño consuelo. Partió hacia Hälleforsnäs unos minutos después, pasó por Mellösa y se detuvo junto al supermercado de la construcción de Flenmo.

Quizá sea la última vez que volver a casa sea así, pensó.

Se apeó como de costumbre, permaneció parada junto a Konsum y vio cómo el autobús desaparecía cuesta abajo hacia el quiosco de salchichas. No tenías fuerzas para ir a casa, no tenía ánimos para encontrarse con el piso abandonado. Después de dudarlo un rato se decidió a ir a casa de su madre.

Sería una exageración decir que su madre se alegró.

– Pasa -dijo-. Acabo de hacer café.

Annika se sentó a la mesa de la cocina, todavía en un estado de vergüenza aturdida.

– He encontrado una casa -anunció su madre y sacó una taza más.

Annika simuló no oírla, miró hacia el techo de chapa de la fábrica.

– Porche y piscina -continuó su madre más alto-. Ladrillo mexicano. Es grande, siete habitaciones. Sven y tú también tendréis sitio.

– No quiero vivir en Eskilstuna -replicó Annika sin abandonar la vista.

– Está en Svista, en las afueras. Hugelstaborg. Es una buena zona. Gente bien.

Annika parpadeó borrando la imagen frente a ella, cerró los ojos irritada.

– ¿Para qué quieres siete habitaciones?

Su madre detuvo sus labores, ofendida.

– Sólo quiero tener sitio para vosotros, para ti y Sven y Birgitta. Y para los nietos, claro.

Annika se puso en pie, su madre parpadeó significativamente.

– Entonces tendrás que confiar en Birgitta -repuso Annika-. No voy a tener hijos en mucho tiempo.

Se dirigió al fregadero, cogió un vaso del armario superior y lo llenó de agua del grifo. La siguió la mirada de su madre, ligeramente desaprobadora.

– ¿Sven no tiene nada que decir a esto?

Annika se volvió.

– ¿Qué quieres decir?

Su madre irguió el cuello.

– Hay gente que piensa que tú pasas de él. Mudarte a Estocolmo así, sin preguntarle.

Annika palideció de rabia.

– ¿Y tú qué sabes? -espetó.

Su madre manipuló torpemente el paquete de cigarrillos, el celofán crujió, y cliqueó varias veces el encendedor antes de que el tabaco prendiera. Dio una calada profunda y tosió con fuerza.

– Tú no sabes nada de Sven y de mí -replicó Annika mientras la mujer concluía de toser-. Crees que debería haber dicho que no a esta oportunidad por él, ¿eh? ¿Mi carrera y mi trabajo tienen que depender de su jodido permiso? ¿Es ésa tu opinión? ¿Eh?

Su madre tenía lágrimas en los ojos cuando recuperó la respiración.

– ¡Huy, huy, huy! Tengo que dejar este veneno.

Intentó sonreír, pero Annika no respondió a la sonrisa.

– Claro que deseo que apuestes por tu trabajo. Tienes mucho talento. Pero ahí arriba es muy duro, eso lo sabemos todos. Nadie te culpa de tu fracaso.

Annika se volvió y rellenó el vaso una vez más. Su madre se acercó y le acarició torpemente el brazo.

– Annika -dijo-. No te enfades conmigo.

– No estoy enfadada -repuso Annika a media voz sin volverse.

Su madre dudó.

– A veces lo parece -contestó.

Annika giró, sus ojos estaban cansados cuando miró a su madre.

– No comprendo por qué siempre piensas en mudarte a una casa cara en Eskilstuna. ¡No tienes dinero! ¿Y dónde vas a trabajar? ¿Vas a venir a trabajar todos los días aquí a Konsum?

Ahora le tocó a la madre darse la vuelta.

– En Eskilstuna hay mucho trabajo -dijo ofendida-. Las cajeras honradas y cuidadosas no crecen en los árboles.

– Pero ¿por qué no empiezas por eso? ¡Busca trabajo! Lo erróneo es comenzar por la casa millonaria, ¿no lo entiendes?

La mujer le dio unas profundas caladas al cigarrillo.

– No me respetas -dijo.

– ¡Claro que sí! -exclamó Annika, y agitó los brazos-. ¡Dios mío, tú eres mi madre! Lo único que quiero es que tengas los pies en la tierra. Si quieres vivir en una casa, ¿por qué no comprarla en Hälleforsnäs? ¡Aquí no cuestan tanto! Hoy he visto un cartel de «Se vende» arriba en Flensvägen, ¿has preguntado cuánto piden por ella?

– Finlandeses -repuso la madre, desdeñosa.

– Ahora dices tonterías -dijo Annika.

– Y tú -le espetó su madre-. Tú no quieres vivir aquí. Tú solo quieres vivir en Estocolmo.

Annika agitó los brazos.

– ¡No es porque no me guste Hälleforsnäs! Adoro este pueblo. Pero el trabajo que deseo no está aquí.

Su madre apagó el cigarrillo en la aguachirle. Sus mejillas brillaban, la rabia había formado círculos rojos alrededor de sus ojos. La voz le temblaba.

– No quiero vivir en una vieja casucha en aquel agujero, ¿no lo entiendes? Antes prefiero seguir viviendo aquí, en este piso.

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