Benjamin Black - El otro nombre de Laura

Здесь есть возможность читать онлайн «Benjamin Black - El otro nombre de Laura» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El otro nombre de Laura: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El otro nombre de Laura»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Ha pasado el tiempo para Quirke, el hastiado forense que conocimos en El secreto de Christine. La muerte de su gran amor y el distanciamiento de su hija han conseguido acentuar su carácter solitario, pero su capacidad para meterse en problemas continúa intacta.
Cuando Billy Hunt, conocido de sus tiempos de estudiante, le aborda para hablarle del aparente suicidio de su esposa, Quirke se da cuenta de que se avecinan complicaciones, pero, como siempre, las complicaciones son algo a lo que no podrá resistirse. De este modo se verá envuelto en un caso sórdido en el que se mezclan las drogas, la pornografía y el chantaje, y que una vez más pondrá en peligro su vida.

El otro nombre de Laura — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El otro nombre de Laura», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

En el cuarto de baño, dejó con cuidado la botella sobre el estante, en la cabecera de la bañera, y tomó el vaso del lavabo. Cuando se inclinó para poner el tapón en la bañera estuvo a punto de caerse de cabeza. Se desnudó, despojándose de la ropa como si fueran otras tantas fundas de piel abandonada, como la muda de una serpiente. El penetrante olor a vapor, que a nada olía, le picó en la nariz. Se introdujo en el agua -estaba tan caliente que a duras penas pudo soportarlo- y se tendió con un suspiro. Se miró el cuerpo pálido debajo del agua, sus líneas móviles, sus planos en constante transformación. Se arrodilló entonces y se sirvió el final de la botella en el vaso del lavabo -¿era posible que se hubiese bebido la botella entera?-, arrellanándose de nuevo en la bañera, con el agua hasta el cuello, sujetando el vaso entre los pechos que se le mecían con lentitud, flotando en el agua. Se devanó los pensamientos con una inconcreta inquietud repasando escenas de su pasado, la Navidad en que su padre le llevó de regalo una bicicleta, el día en que le saltó un diente a Tommy Goggin, la gloriosa mañana en que se presentó en la botica y le dijo al sucio, al viejo, al bruto de Plunkett que se olvidara de ella para siempre, que renunciaba al empleo, que iba a emprender un negocio propio.

Se adormiló un rato, hasta que se hubo enfriado el agua de la bañera y despertó con un temblor. Se envolvió en una toalla y se dirigió al dormitorio tambaleándose al pasar por la puerta, donde se golpeó el hombro contra la jamba y se hizo daño. Ya era de noche, pero no se tomó la molestia de encender la luz. Había aminorado su temblor, aunque le castañeteaban los dientes. Retiró la colcha y la sábana y, envuelta todavía en la toalla húmeda, se tumbó y se subió la sábana hasta la barbilla. La luz de la luna llena entraba por la ventana, y la propia luna la miraba como un ojo gordo, que se refocilara. Lloró un rato, y el temblor dio un acusado hipido a sus sollozos. ¿Por qué estaba llorando? ¿De qué le iba a servir el llanto? Todo se había partido por la mitad.

Miró a la luna y de pronto se vio con toda claridad, envuelta por la luz radiante, de pie en aquellas noches de verano en la ventana del piso, cuando era niña, disfrutando del delicioso olor que llegaba desde la fábrica de galletas y escuchando el trinar del mirlo posado en un negro alambre. Había dejado de llorar. Tal vez todavía quedara alguna posibilidad, tal vez todavía fuera posible salvar algo del desastre que había causado Leslie en todo cuanto la rodeaba. «Sí -se dijo en voz alta-, a lo mejor todavía podemos salvar algo». Se acordó entonces de cómo le había rozado Kate White la cara con los dedos, con tanta delicadeza. Le había caído bien a pesar de los pesares. Podrían haber sido amigas si las cosas hubieran sido de otro modo. Podrían incluso haber iniciado un negocio juntas, podrían haber montado otro salón de belleza, sin necesidad de Leslie. Con estos pensamientos por todo consuelo suspiró, y sonrió mirando la negrura que iluminaba la luna y cerró los ojos. Y cerró los ojos.

III

Capítulo 1

Leslie White no acertó a entender por qué había abandonado un alojamiento perfecto, como era el que encontró en el piso de la chica, pasada tan sólo una semana, para meterse en cambio en aquel agujero que era la habitación de Percy Place. ¿En qué pudo estar pensando al tomar esa decisión? En primer lugar, eran demasiadas las cosas de la habitación de Percy Place que le recordaban a Deirdre -empezando por la cama-, a la pobre y difunta Deirdre, y eso era algo sin lo cual podría haberse pasado perfectamente. La echaba de menos, sin ninguna duda la echaba de menos. Había sido una buena chica, y una calentona de miedo por añadidura. Al final, lógicamente, hubo que pasarse sin ella, y así fue. No podía engañarse, no podía decirse que se había quedado destrozado. A fin de cuentas, y hablando de alojamientos, ella había sido la causa de que a él lo echaran a patadas del mejor alojamiento que había tenido en su vida, cuando Kate encontró las fotos y, peor incluso, las cartas guarras. Tenía gracia, sin embargo, que después de que aquellos cabrones le dieran la paliza fuese por puro instinto a casa de la chica, sin poner nunca en duda que ella le daría cobijo y que cuidaría de él. Tal como habían ido las cosas no pudo haber hecho nada mejor, pues si bien se las dio de doncella de hielo y actuó con absoluta frialdad, no tardó apenas nada en derretirse. Lo cierto es que había demostrado ser una pequeña calentona también ella, a pesar de que saltaba a la vista que apenas tenía experiencia, situación que sin embargo él había remediado en gran medida al cabo de los cuatro días que pasaron juntos, a despecho de las magulladuras y de las costillas doloridas. Así pues, ¿por qué se había marchado?

Sabía a pesar de todo que no podía haber seguido mucho tiempo con ella. Era de ese tipo de mujer, con hambre de sexo, con nervio, con demasiada inteligencia para su propio bien, y para el de cualquiera que estuviera cerca de ella, que con sólo encontrar motivo de aliento se sujetaría a él con uñas y dientes, y que en un visto y no visto estaría gimiendo palabras de amor y todo lo demás. En sus buenos tiempos había conocido muy bien a más de una de ese mismo estilo, y era dificilísimo quitárselas de encima cuando uno se quedaba a tiro durante más de unos cuantos días. Por eso resolvió salir zumbando cuando aún estuvo a tiempo, y por eso se encontraba ahora en Percy Place -vaya nombrecito, todavía le daban ganas de reír cada vez que lo pensaba-, escondido tras las polvorientas cortinas de redecilla, tratando de recuperar la salud y el vigor por sus propios medios y lo mejor que pudiera. No iba a ser fácil.

Lo primero que tuvo que hacer, antes que nada, fue echar mano de una provisión de medicina, y no perdió el tiempo en ir de ronda a donde debía, sin perder de vista su entorno más inmediato, no fuera que le estuvieran esperando en cualquier esquina los tipos de las cachiporras -alguna especie de hachas de madera, le parecieron en su momento-, decididos a darle otro repaso. No le llevó mucho tiempo localizar lo que estaba buscando. Maisie Haddon nunca le había fallado si se trataba de conseguir un chute, y cuando aquella noche decidió darse una vuelta por el garito en el que se dedicaba ella a dar unos cuantos tijeretazos a quien se lo pidiera, en Hatch Street, no le decepcionó. Sin embargo, al darse ella perfecta cuenta de lo mal que se encontraba, de lo acuciante que era su necesidad de meterse algo en las venas, quiso cobrarle lo servido, y él tuvo que amenazarle con darle un toquecito en caso de que no le proporcionara ella de inmediato lo que había ido buscando. No es que Maisic no se hubiera llevado unos cuantos toquecitos a lo largo de su vida, a veces de cierta consideración; lo malo era que sabía muy bien de qué clase de asuntos podía Leslie delatarle, y sabía que no dudaría en buscarle la ruina caso de que ella se resistiese, todo lo cual fue mucho más convincente que la perspectiva de quedar con un ojo amoratado y unos cuantos dientes rotos.

La señora T fue mucho más acomodaticia. Su marido era un médico que la había echado a patadas, y que ahora se negaba a verla, a hablar con ella, aunque la mantenía bien provista, no fuera que le diese por presentarse en su trabajo y pedir a gritos la droga en la puerta de su vistosa consulta, un lujoso local de Fitzwilliam Square. Leslie resolvió encontrarse con ella en la librería, como de costumbre. Aunque ella se quedó visiblemente trastornada al ver en qué estado le habían dejado la cara, con las magulladuras y el ojo amoratado, él pasó los primeros minutos temeroso de que ella pudiera echársele al cuello allí mismo, sobre la marcha, en plena librería, por lo mucho que lo había echado de menos, según le dijo sin esperar a más. Quiso, le dijo, que se la llevase con él a donde fuera y que se la llevase cuanto antes, así que él tuvo que estrujarse los sesos, deprisa, y decirle que era imposible que fuesen juntos a ninguna parte, ya que el salón de belleza estaba cerrado y él había hecho las paces con Kate y estaba de nuevo viviendo con ella, lo cual era mentira, cómo no; Kate, él tenía una total certeza en esto, jamás aceptaría su regreso. Se dio cuenta de que la señora T no le creía; había cometido el error de llevársela a Percy Place un par de veces sin que Deirdre llegara a saberlo, de modo que conocía la habitación, por lo que tuvo que jurarle que ya la había dejado, si bien tenía en esos momentos preocupaciones de mayor envergadura que la decepción de la señora T, desilusionada al no haber sido capaz de atraparlo entre las sábanas. Por fin pudo escabullirse y huir de ella,

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El otro nombre de Laura»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El otro nombre de Laura» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Benjamin Black - The Black-Eyed Blonde
Benjamin Black
Benjamin Black - Even the Dead
Benjamin Black
Benjamin Black - Holy Orders
Benjamin Black
Benjamin Black - Vengeance
Benjamin Black
Benjamin Black - El lémur
Benjamin Black
Benjamin Black - El secreto de Christine
Benjamin Black
Benjamin Black - Christine Falls
Benjamin Black
Benjamin Black - Elegy For April
Benjamin Black
Benjamin Black - The Silver Swan
Benjamin Black
Benjamin Black - The Lemur
Benjamin Black
Cristián Pérez - La vida con otro nombre
Cristián Pérez
Jorge Gutiérrez Reyna - El otro nombre de los árboles
Jorge Gutiérrez Reyna
Отзывы о книге «El otro nombre de Laura»

Обсуждение, отзывы о книге «El otro nombre de Laura» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x