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Sharyn McCrumb: O que calle para siempre

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Sharyn McCrumb O que calle para siempre

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Todo está a punto para la boda. Eileen Chandler, la hija de los Chandler de Georgia, va a contraer matrimonio si nadie lo remedia con un joven indocumentado sin oficio ni beneficio. La convicción general es que él se casa por dinero y que se está aprovechando de la fragilidad mental de la pobre Eileen. Desgraciadamente, como observa su prima Elizabeth, el resto de la familia no parece estar mucho mejor: desde el abuelo que se cree aún capitán de navío, hasta la madre aficionada al brandy o el hijo tarambana que vive en una comuna. Por no hablar del primo Alban, que se ha construido una réplica exacta del castillo de Luis II de Baviera, llamado también el Rey Loco… Para Elizabeth, recién llegada para la boda pero avispada observadora del género humano, la cosa está clara: los Chandler son un "caso". Lo que no sabe es que muy pronto también van a serlo para el Departamento de Homicidios.

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– ¡Sheriff! -chilló Elizabeth-. ¡Estoy aquí! ¡Dese prisa! -Corrió hacia Shepherd y se arrodilló a su lado para tratar de ponerlo boca arriba. Entonces vio cómo el agua se agitaba a pocos metros de la orilla y alcanzó a ver los brazos de Alban, que se dirigía nadando hacia la maraña de algas que había en medio del lago.

– ¡Sheriff! -gimoteó.

De pronto oyó un ruido entre los arbustos y recordó la extraña voz que había hablado a Alban, aunque su poseedor seguía siendo tan sólo una sombra que se acercaba cada vez más.

– Mira, quienquiera que seas… tú no eres Richard Wagner… El sheriff llegará de un momento a otro y como sigas acercándote, te volará los sesos.

De repente surgieron dos siluetas más de entre los matorrales.

– Voy a por ese hijo de puta -dijo uno de ellos.

– A ver qué puedes hacer por él, Milo.

Elizabeth vio una figura alta y delgada que se zambullía en el agua. Se dejó caer al lado de Shepherd y murmuró:

– Mierda. Es Bill.

El tipo que había aparecido con Bill llevaba un uniforme del departamento del sheriff, pero no era ni Rountree ni su ayudante. De hecho abultaba como ellos dos juntos. Corrió hacia Shepherd e intentó reanimarlo haciéndole el boca a boca, mientras el falso Wagner se llevaba a Elizabeth del brazo.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

Elizabeth lo miró fijamente. Era un chico de la edad de Bill, con los pómulos altos y unos avispados ojos castaños.

– ¿Eres Milo) -dijo ella por fin.

– Sí, claro -respondió él mirando el lago-. Si estás bien, será mejor que vaya a ayudar a Bill.

Elizabeth oyó cómo se zambullía en el agua en el momento en que el sheriff y Taylor irrumpían en el claro. Tras examinar la escena, Rountree se acercó a ella y le preguntó:

– ¿Estás bien?

– Sí.

– Entonces ¿podrías decirme qué está pasando aquí?

Elizabeth clavó la mirada en el lago. Sólo alcanzaba a ver a dos personas nadando, no a tres.

– Fue Alban -dijo a media voz.

– Bueno, eso ya lo sabía -repuso Rountree en tono pausado-. Sólo quiero saber a qué vienen todas estas hazañas. ¿Y qué está haciendo aquí Hill-Bear? ¿Me lo puede explicar alguien?

Elizabeth sacudió la cabeza. Se sentía mareada.

– Bueno, cálmate -le dijo Rountree cogiéndola del brazo-. Clay, llévatela a casa y llama a una ambulancia. Ya me quedo yo a ayudar a estos chicos.

Elizabeth vio que el doctor Shepherd movía un poco las piernas, y el hombre uniformado se inclinó para decirle algo. Entonces decidió regresar a casa con Clay.

CAPÍTULO 15

Elizabeth no les volvió a ver hasta mucho más tarde, después de que la ambulancia viniera y se marchara, y de que Taylor, con su equipo de buceo, sacara el cuerpo de Alban del lago junto con un saco de huesos. Bill y Milo llevaban más de una hora en la biblioteca hablando con Rountree, el doctor Chandler y el abuelo, mientras Elizabeth y Mildred hacían todo lo posible por consolar al resto de la familia.

Era casi medianoche cuando terminó la reunión. El doctor Chandler anunció que se iba al hospital a ver a Shepherd y salió por la puerta principal al tiempo que Elizabeth bajaba del piso de arriba. Tras ver a Bill en el recibidor despidiéndose de Wesley Rountree, Elizabeth se metió en la cocina para preparar café y unos bocadillos, que esperaba intercambiar por una explicación acerca de los últimos acontecimientos.

Unos minutos más tarde, llevó la bandeja de plata a la biblioteca, donde Milo estaba sentado a una mesa dibujando en un folio y Bill contemplaba por la ventana el castillo de Alban, apenas visible con el cuarto de luna.

Elizabeth dejó la bandeja en una mesita y se sentó en el sofá.

– Os he traído café y unos bocadillos -dijo, mirando a Milo-. Venga, deberíais comer algo.

Milo escribió unas notas más antes de reunirse con ellos. Bill permaneció en silencio. Tenía la frente arrugada bajo un mechón de pelo rubio, como cuando estaba tenso o muy concentrado.

Elizabeth lo volvió a intentar.

– He llamado al hospital. Carlsen está bien, pero va a pasar la noche allí. Iré a hacerle una visita mañana. ¿Qué… qué ha dicho el sheriff?

– Que hemos sido unos estúpidos -repuso Milo sonriendo.

– Ya ha pasado todo -espetó Bill-. Caso cerrado.

– Pero ¿por qué habéis venido? ¿Cómo lo sabíais?

Bill se sirvió una taza de café y respondió:

– Estaba todo escrito en tus cartas, Elizabeth.

– ¿Cómo podía estar en mis cartas si yo no lo sabía?

– Quiero decir que ahí estaba toda la información, además de lo que me contaste por teléfono al día siguiente de que mataran a Eileen. Aunque tuve que ir relacionándolo todo.

Elizabeth le observó con aire incrédulo y se volvió hacia Milo, esperando ver la sonrisa de complicidad de otro bromista empedernido. Sin embargo, él tan sólo asintió con la cabeza.

– Mira -dijo Bill en tono impaciente-, me dijiste que había desaparecido el cuadro de Eileen y que siempre pintaba junto al lago, y entonces me pregunté si el lago en sí podría tener alguna trascendencia. Al haber muerto Eileen, la única persona en condiciones de saber si significaba algo especial para ella era la psiquiatra que mencionaste, Nancy Kimble. Así que se lo pregunté.

– ¡Pero si está en Viena!

– Sí. Conseguí su dirección en la facultad de medicina y le mandé un telegrama. -Se sacó un sobre amarillo y arrugado del bolsillo de los vaqueros y se lo entregó a su hermana.

– «Principio del tratamiento -leyó Elizabeth en voz alta-, paciente mencionaba rostro de mujer en el lago. Por favor, expliquen la pregunta. Nancy Kimble.» -Elizabeth alzó la vista e inquirió-: ¿Cómo conseguisteis que os contara esto?

Milo tosió.

– Creo que le dimos la impresión de ser colegas suyos.

– ¿Dijisteis que erais médicos? -De pronto se le ocurrió algo-: Pero Bill, por aquel entonces Eileen veía todo tipo de cosas: demonios, visiones y vete tú a saber. ¿Cómo sabías que no era una alucinación más?

– Porque Eileen estaba muerta.

– Si alguien robó el cuadro y Eileen decía que veía un rostro en el lago, dedujimos que tenía que ser verdad -explicó Milo.

– Pero ¿el rostro de quién?

– De la novia de Alban, Merrileigh Williams, la que nos dijiste que desapareció poco antes de la boda. Me pregunté si Alban lo tendría todo planeado. A lo mejor a ella sólo le interesaba casarse por dinero y Alban cambió de idea, o tal vez la chica le engañara con otro hombre. No lo sé. El caso es que encontramos sus huesos, pero no nos indican por qué la mataron.

– ¿Cómo quieres que un esqueleto te diga quién es? -espetó Elizabeth.

– Te aseguro que es posible -dijo Milo inclinándose hacia delante con entusiasmo-. Yo estudio ese tipo de cosas, ¿sabes? Antropología forense. En general túmulos y cosas por el estilo, pero el principio es el mismo. Tuvimos la suerte de recuperar el esqueleto entero. Él la arrojó al agua metida en un saco, con lo cual no se dispersaron los huesos. Si no, lo habríamos tenido muy difícil. En fin, el caso es que todo indica que se trataba de una persona de unos veintidós años de sexo femenino, sin lugar a dudas, porque encontramos el hueso pelviano. Y la dentadura indica…

– Está bien, te creo. La identificasteis a partir de los huesos.

– Bueno, la verdad es que no -admitió Milo-. Pero como has dicho que era imposible saber quién era a partir del esqueleto, he pensado que lo mejor sería explicártelo. Podríamos haberlo hecho así, pero lo cierto es que fue el doctor Chandler quien la identificó y fue a partir del cuadro.

– ¿También lo encontrasteis vosotros? -preguntó Elizabeth con un grito sofocado con la mano.

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