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Sharyn McCrumb: O que calle para siempre

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Sharyn McCrumb O que calle para siempre

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Todo está a punto para la boda. Eileen Chandler, la hija de los Chandler de Georgia, va a contraer matrimonio si nadie lo remedia con un joven indocumentado sin oficio ni beneficio. La convicción general es que él se casa por dinero y que se está aprovechando de la fragilidad mental de la pobre Eileen. Desgraciadamente, como observa su prima Elizabeth, el resto de la familia no parece estar mucho mejor: desde el abuelo que se cree aún capitán de navío, hasta la madre aficionada al brandy o el hijo tarambana que vive en una comuna. Por no hablar del primo Alban, que se ha construido una réplica exacta del castillo de Luis II de Baviera, llamado también el Rey Loco… Para Elizabeth, recién llegada para la boda pero avispada observadora del género humano, la cosa está clara: los Chandler son un "caso". Lo que no sabe es que muy pronto también van a serlo para el Departamento de Homicidios.

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Simmons le tendió la hoja de papel y replicó:

– Está escrito a mano. Pueden examinarlo si lo desean. -Entonces se dirigió a Satisky, que tenía la mirada clavada en el suelo, con aire aturdido-. Naturalmente, no tenía derecho a legar la herencia de su tía abuela puesto que no llegó a casarse.

– Ella lo sabía -murmuró Satisky sin levantar la vista.

– Robert, ¿qué querría decir con eso? -inquirió su mujer-. ¡El maniquí! ¡Yo siempre fui una buena madre! -Alzó el tono de voz y estuvo a punto de caerse de bruces, pero recobró el equilibrio agarrándose al brazo del sofá-. Será desagradecida…

El capitán y el doctor Chandler se levantaron rápidamente y acudieron a su lado exclamando:

– ¡Amanda! ¡Ya basta!

– ¡Es una aberración que me haya dejado una cosa así! -le chilló a Simmons.

– ¡Amanda! ¡Cállate! -El doctor Chandler intentó hacerla sentar de nuevo en el sofá, pero ella se soltó con brusquedad y siguió gritándole a Simmons.

– Discúlpela -dijo el capitán-. Está fuera de sí.

– Lo comprendo -repuso Simmons, quien arrugó la nariz al oler a distancia el desagradable aliento a bourbon.

– Será mejor que la subamos a su cuarto -dijo el abuelo rápidamente.

Michael y los jóvenes Chandler presenciaron la escena con aire cohibido, mientras que el sheriff y su ayudante optaron por mantenerse al margen y actuar como si no pasara nada. Al tratarse de una discusión familiar, Wesley indicó a Clay disimuladamente que permaneciera sentado. Cuanta menos atención les prestaran, menos violenta resultaría la situación.

Simmons guardó el documento tomándose un tiempo excesivo en abrir la carpeta y cerrar el maletín con llave. Tampoco le parecía apropiado que un extraño presenciara tal escena.

– ¡Se ha reído de mí! ¡Siempre me echó la culpa a mí por haberla internado, Robert! ¡A ti nunca! ¡Qué va! -Amanda alzaba más la voz por momentos y se volvía cada vez más incoherente. Por fin lograron llevarla, medio a rastras, hasta la puerta.

Incapaz de reprimir su curiosidad, Clay Taylor miró de soslayo a Geoffrey, quien le devolvió una mirada impasible. Clay giró la cara de inmediato.

– ¿Qué hacemos, Wes? ¿Nos vamos? -susurró.

– No podemos -repuso Wesley en voz baja-. Necesito comentarle al doctor lo del lago, aunque la verdad es que siento mucho tener que molestarle. Como si el pobre no tuviese ya bastantes problemas.

Clay asintió con la cabeza.

– Eso seguro.

Elizabeth se hallaba ante la pared cubierta de libros frente a la chimenea, deslizando el dedo por los diferentes títulos. Entre clásicos encuadernados en cuero y novelas de guerra manoseadas, encontró una enciclopedia. Su mano vaciló al llegar al volumen marcado con la «L», pero en lugar de cogerlo siguió examinando el resto de la biblioteca. Sin embargo, aquellos minutos más de búsqueda no le sirvieron de nada, puesto que había muchos libros sobre barcos, decoración, y numerosos volúmenes de medicina, pero apenas vio obras de historia o biografías: De manera que decidió consultar la enciclopedia.

Cuando se hubo acomodado en el sillón orejero con el libro en el regazo, se metió la mano en el bolsillo de la falda y sacó el telegrama. «Si es una broma, lo mato», pensó.

A través de la puerta entornada, alcanzaba a oír débilmente los gritos de la otra habitación, y se preguntó qué habría escrito Eileen en el misterioso testamento para provocar semejante discusión. Sin embargo, se alegró de no haberse quedado a presenciar la escena. Más tarde le pediría a Geoffrey que le contara lo sucedido, pero de momento el mensaje de Bill la intrigaba más que la repartición de los bienes de Eileen.

Volvió a leer el telegrama:

«LEE LA HISTORIA DEL REY LUIS/CUÉNTASELO AL SHERIFF/TÚ NO TE METAS. BILL

¿Qué significaba aquello? Al principio pensó que se trataba de una adivinanza satírica para comunicarle cuándo llegaría su familia para el funeral, o bien de una provocación para que hiciese de detective. En ocasiones el sentido del humor de Bill se asemejaba al de Geoffrey por lo rocambolesco que era. No obstante, cuanto más examinaba dichas posibilidades, menos plausibles le parecían. Cuando Elizabeth le contó por teléfono lo del asesinato de Eileen, Bill no se lo había tomado a broma, sino todo lo contrario. «CUÉNTASELO AL SHERIFF/TÚ NO TE METAS.» Bill no solía darle órdenes tan apremiantes. La expresión «TÚ NO TE METAS» le recordó al día en que empezó a arder la alfombrilla de la chimenea. Ambos se abalanzaron sobre ella al mismo tiempo, pero él la apartó de un empujón y le gritó: «¡Tú no te metas!» Elizabeth corrió a la cocina por una jarra de agua pero, cuando volvió al salón, él ya había logrado apagar las llamas. Bill tuvo las manos vendadas durante una semana. Elizabeth sonrió al recordar el comentario que hizo su padre sobre el incidente: «Bill debería utilizar parte de su valor como entrada para comprar un poco de prudencia.»

Volvió a mirar el mensaje y suspiró, preguntándose si valdría la pena llamar al encargado de los apartamentos donde vivía Bill para ponerse en contacto con su hermano y pedirle una explicación.

Sin embargo, decidió no molestarle y seguir las instrucciones del telegrama. Pero ¿qué era lo que tenía que decirle al sheriff? ¿Darle una lección de historia sacada de la enciclopedia? ¿Qué tendría eso que ver con el asesinato? De todas formas ella ya tenía intención de informarse acerca del rey Luis por si Alban se volvía a meter con el príncipe Carlos Eduardo. Con aire resignado, Elizabeth abrió el volumen diez de la enciclopedia y comenzó a leer el artículo sobre el rey Luis II de Baviera.

El artículo sólo ocupaba media página y venía acompañado de una pequeña fotografía de un joven con el mentón huidizo luciendo un elegante uniforme militar. «Parece un soñador -pensó Elizabeth-, como los que hoy en día leen novelas de ciencia ficción y hacen de magos o de paladines en los juegos de rol.» Se preguntó qué habría hecho aparte de construir castillos de cuento de hadas en su insignificante reino. Leyó la entrada dos veces, la segunda más despacio, siguiendo con el dedo cada palabra del último párrafo. Ahí debía de estar la conexión con la muerte de Eileen, pero no acababa de encontrarla. Tal vez el sheriff supiera adónde pretendía llegar Bill. Elizabeth dejó el telegrama entre las páginas del libro y abandonó la habitación.

Al estar sentado más cerca de la puerta, Clay Taylor fue quien percibió que llamaban con unos toquecitos. Se puso el lápiz detrás de la oreja, indicó a los demás que permanecieran sentados y se levantó para ver quién era. Mientras tanto, al ver que el doctor Chandler y el abuelo tardaban tanto, Wesley había decidido organizar el dragado del lago, y se encontraba al teléfono ultimando los preparativos.

– Bueno, pero ¿dónde está Hill-Bear, Doris? ¡Necesito hablar con él! -gritó.

Clay se apresuró a abrir la puerta.

– ¡Ah, hola! -dijo con una sonrisa al ver que era Elizabeth-. ¿Quieres pasar?

– Me gustaría hablar con el sheriff -dijo buscándolo con la mirada.

Le vio inclinado sobre una mesita hablando por teléfono con aire excitado, aunque la conversación que mantenía quedaba ahogada por el murmullo de voces de la otra punta de la habitación, donde Tommy Simmons estaba hablando con Geoffrey y Charles. Entretanto, Satisky hojeaba sin el menor interés una revista de decoración.

– Wes está hablando por teléfono -dijo Taylor-. Ha llamado a Doris para pedirle el número de la patrulla de salvamento, después de pedirle permiso al doctor Chandler para dragar el lago. Yo creo que podríamos haberlo hecho de todos modos, puesto que se trata de un homicidio, pero Wesley dice que «no hay que andar a paso de carga cuando se puede ir de puntillas». Así que se lo hemos preguntado, y naturalmente nos ha dicho que sí. Ahora el sheriff lo está organizando todo para mañana por la mañana. -Hizo una pausa al advertir que ella no le prestaba atención-. ¿Te puedo ayudar en algo?

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