Simon se detuvo.
– ¿Qué significa spiuni ?
Simon volvió a reír.
– Es la abreviatura de spiuni gjerman, «espía alemán». Pero no te preocupes, amigo, no es un insulto, se usa incluso para nombrar a los niños en algunos sitios.
Cerró la puerta tras de sí y desapareció.
El viento había amainado y lo único que se oía era el zumbido de la calle Finnmarksgata. Aun así, Harry no logró conciliar el sueño.
Beate estaba en la cama oyendo los coches que transitaban por la calle. Cuando era pequeña solía dormirse al arrullo de su voz. Los cuentos que relataba no podían leerse en un libro, se creaban a medida que hablaba. Nunca eran exactamente iguales a pesar de que a veces empezaban de la misma manera y tenían los mismos personajes: dos ladrones malos, un papá bueno y su valiente pequeña. Y acababan siempre bien, con los dos ladrones capturados y encerrados.
Beate no recordaba haber visto nunca leer a su padre. De mayor comprendió que su padre padecía de algo que llaman dislexia. De no ser por eso, habría llegado a letrado, solía decir su madre.
– Lo que queremos que seas tú.
Pero los cuentos no hablaban de abogados y, cuando Beate contó que la habían admitido en la Academia de Policía, su madre lloró.
Beate abrió los ojos de repente. Habían llamado a la puerta. Dio un suspiro y bajó los pies de la cama.
– Soy yo -dijo la voz en el portero automático.
– He dicho que no quiero verte más -dijo Beate tiritando en la fina bata-. Vete.
– Me voy en cuanto te haya pedido perdón. Ése no era yo. Yo no soy así. Me volví… un poco loco. Por favor, Beate. Sólo cinco minutos.
Ella titubeó. Aún tenía el cuello tieso y Harry había aludido a los cardenales.
– Te traigo un regalo -dijo la voz.
Ella suspiró. Tenía que volver a verle de todas formas. Era mejor arreglar las cosas aquí y no en el trabajo. Pulsó el botón, se ató la bata con firmeza y esperó en la puerta mientras escuchaba los pasos en la escalera.
– Hola -dijo él al verla y sonrió.
Una sonrisa amplia y blanca, al estilo David Hasselhoff.
Gyrus Fusiforme
Tom Waaler le dio el regalo pero se contuvo de tocarla, ya que aún tenía el temeroso lenguaje corporal de un antílope que huele a un depredador. Pasó por delante de ella hasta el salón y se sentó en el sofá.
– ¿No lo vas a abrir? -preguntó.
Ella lo abrió.
– Un disco -dijo ella desconcertada.
– Pero no un disco cualquiera -puntualizó él-. Purple Rain. Ponlo y lo entenderás.
La estudió mientras encendía la miserable minicadena compacta que ella y sus congéneres llamaban equipo estereofónico. La señorita Lønn no era exactamente guapa, pero a su manera era maja. Un cuerpo algo aburrido, con pocas curvas que agarrar. Pero era esbelta y estaba en buena forma. Le había gustado lo que le hizo y había mostrado un entusiasmo sano. Por lo menos durante las primeras rondas, cuando se lo había tomado con tranquilidad. Sí, porque había habido más de una ronda. Algo extraño, puesto que ella no era su tipo.
Pero una noche le había dado la sesión completa. Y ella, igual que la mayoría de las mujeres con las que se topaba, no se había mostrado del todo por la labor. Lo que a él le resultaba mucho más satisfactorio en realidad, pero también solía significar que se convertía en la última vez que querían verlo. Algo que también le parecía muy bien. Pero Beate debería estar contenta. Pudo haber sido peor. Un par de noches antes, en su cama, ella le contó de repente dónde lo había visto por primera vez.
– En Grunerløkka -le dijo-. Era de noche, tú estabas sentado en un coche rojo. Había mucha gente por las calles y tenías la ventanilla bajada. Era invierno. El año pasado.
Se asombró bastante. Sobre todo, porque la única noche que recordaba haber estado en Grunerløkka el invierno pasado fue la noche de sábado que acabaron con Ellen Gjelten.
– Recuerdo las caras -le dijo ella con una sonrisa triunfal cuando vio la expresión de extrañeza en su rostro-. Gyrus fusiforme. Es esa región del cerebro que reconoce la forma de la cara. La mía es enorme. Debería estar en un parque de atracciones.
– Vale -dijo él-. ¿Qué más recuerdas?
– Estuviste hablando con otra persona.
Se levantó y se apoyó en los codos, se inclinó sobre ella y le pasó el pulgar por la laringe. Notaba que el pulso le latía dentro como una pequeña liebre asustada. ¿O era su propio pulso?
– Entonces, también recordarás la cara de la otra persona -añadió empezando a maquinar algo.
¿Sabría alguien que ella estaba allí aquella noche? ¿Había mantenido la boca cerrada acerca de su relación, tal como le pidió? ¿Tenía bolsas de basura en la cocina?
Ella se volvió hacia él preguntándole asombrada:
– ¿Qué quieres decir?
– ¿Reconocerías a la otra persona en una fotografía?
Lo miró durante un buen rato. Lo besó con suavidad.
– ¿Y bien? -dijo sacando la otra mano de debajo del edredón.
– Nooo. Estaba de espaldas.
– Pero te acordarás de la ropa que llevaba, ¿no? Si tuvieras que identificarla, quiero decir.
Ella negó con la cabeza.
– El gyrus fusiforme sólo recuerda caras. El resto de mi cerebro es bastante normal.
– Pero te acuerdas del color del coche en el que estaba sentado.
Ella se echó a reír y se acurrucó a su lado.
– Supongo que significa que me gustó lo que vi.
Retiró la mano del cuello, con cuidado.
Dos noches después le había representado la función completa. Y entonces no le gustó lo que vio. Ni lo que escuchó. Ni lo que sintió.
«Dig if you will the picture of you and I engaged in a kiss – the sweat of the body covers me…»
Ella bajó el volumen.
– ¿Qué quieres? -le preguntó sentándose en el sillón.
– Lo que te dije. Pedirte perdón.
– Pues ya lo has hecho. Lo olvidamos. -Ella le brindó un bostezo bastante revelador-. Estaba a punto de acostarme, Tom.
Él notó que le entraba la ira. No la variante roja, que altera y ciega, sino la blanca, que ilumina y aporta claridad y energía.
– Bien, entonces iré al grano. ¿Dónde está Harry Hole?
Beate se rió. Prince gritaba en falsete.
Tom cerró los ojos, notó que la ira le fluía por las venas como refrescante agua helada y lo fortalecía cada vez más.
– Harry te llamó la noche que desapareció. Te reenvió los correos. Tú eres su contacto, la única persona de quien se fía en este momento. ¿Dónde está?
– Estoy muy cansada, Tom. -Beate se levantó-. Si tienes más preguntas de las que no esperes una respuesta, te propongo que sigamos mañana.
Tom Waaler se quedó sentado.
– Hoy tuve una conversación muy interesante con uno de los funcionarios de la cárcel de Botsen. Harry estuvo allí anoche, delante de nuestras narices, mientras nosotros y la mitad del equipo de guardia lo buscábamos. ¿Sabías que Harry trabaja con Raskol?
– No tengo ni idea de lo que me estás hablando, ni de qué relación puede tener con el asunto.
– Yo tampoco, pero te propongo que te sientes, Beate. Y escuches una pequeña historia que creo que te hará cambiar de opinión en cuanto a Harry y sus amistades.
– La respuesta es no, Tom. Fuera.
– ¿Ni siquiera si tu padre interviene en la historia?
Apreció una pequeña tirantez en su boca y supo que ése era el camino correcto.
– Tengo fuentes que, ¿cómo te diría?, no son accesibles a cualquier policía pero me permiten saber qué ocurrió cuando tirotearon a tu padre aquella vez en Ryen. Y quién lo hizo.
Ella lo miró.
Waaler se rió.
– No contabas con esto, ¿verdad?
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