Jo Nesbø - Nemesis

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Una cámara de seguridad muestra a un atracador en un banco de Oslo apuntando a un empleado. Le ha dado veinticinco segundos al director para que vacíe el cajero. Dispara. Ha tardado treinta y uno. A Harry Hole, el impredecible detective que ha dado fama mundial a Jo Nesbø, la imagen granulada del homicidio no se le va de la cabeza. Junto a la inexperta Beate Lønn deberá encontrar al asesino. Siguen la pista hasta un famoso atracador. Sólo que está en la cárcel. Además, Harry Hole tiene un gran defecto: nadie como él sabe crearse problemas y casi siempre huelen a alcohol. Cuando parecía que su vida privada había alcanzado la paz con Rakel y sus problemas en la comisaria estaban resueltos, amanece con una resaca que despierta sus peores pesadillas. Sólo recuerda la insensatez que cometió la noche anterior: atender la llamada y la invitación de Anna, una antigua novia, nada más. Lo peor es que Anna ha aparecido muerta esa misma mañana. Y él es el sospechoso, a menos que pueda aclarar y demostrar lo que ha hecho durante las últimas doce horas.

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¿Jugamos? Imaginemos que cenas en casa de una mujer y al día siguiente la encuentran muerta. ¿Qué harías?

S#MN

Resonó el timbrazo del teléfono. Harry sabía que era Rakel. Lo dejó sonar.

17

Las lágrimas de Arabia

Halvorsen se sorprendió mucho al ver a Harry cuando abrió la puerta del despacho.

– ¿Ya en tu puesto? Sabes que no son más que las…

– No podía dormir -murmuró Harry que, de brazos cruzados, contemplaba la pantalla del ordenador-. ¡Joder, qué lentas son estas máquinas!

Halvorsen miró por encima del hombro de Harry.

– Depende de la velocidad de transferencia cuando se busca en internet. Ahora estás en una línea normal de ISDN, pero alégrate, pronto tendremos banda ancha. ¿Buscas artículos en el periódico Dagens Næringsliv?

– Eh… sí.

– ¿Arne Albu? ¿Conseguiste hablar con Vigdis Albu?

– Pues sí.

– ¿Qué tienen ellos que ver con el atraco al banco?

Harry no levantó la vista. No había dicho que se tratara del atraco, pero tampoco había dicho lo contrario así que era lógico que su compañero lo relacionara. Harry no tuvo que contestar porque en ese momento el rostro de Arne Albu llenó la pantalla que tenían ante sí. Sobre el nudo firme de la corbata apareció la sonrisa más amplia que Harry había visto en su vida. Halvorsen chasqueó la lengua emitiendo un sonido fuerte y leyó en voz alta:

– Treinta millones por la empresa familiar. Hoy, Arne Albu ingresará treinta millones de coronas en su cuenta corriente, después de que la cadena hotelera Choice se hiciera cargo ayer de todas las acciones de Albu AS. Arne Albu ha declarado que la principal razón de que venda la próspera empresa es su deseo de dedicar más tiempo a la familia. «Quiero ver crecer a mis hijos -aseguró Albu-. La familia es mi mayor inversión.»

Harry pulsó «imprimir».

– ¿No vas a mirar el resto del artículo?

– No, sólo quiero la foto -dijo Harry.

– Treinta millones en el banco, ¿y se dedica a atracarlos?

– Te lo explicaré luego -dijo Harry al tiempo que se levantaba-. Entre tanto, me gustaría que me explicaras cómo se puede averiguar quién es el remitente de un correo electrónico.

– La dirección del remitente figura en el correo que recibes.

– Y luego la encuentro en la guía telefónica, ¿no?

– No, pero puedes saber qué servidor lo ha enviado. Eso aparece en la dirección. Y los dueños del servidor guardan un registro con el abonado al que pertenece cada dirección. Muy sencillo. ¿Has recibido algún correo interesante?

Harry negó con la cabeza.

– Dame la dirección y te lo buscaré en un tris -dijo Halvorsen.

– ¿Conoces una dirección de servidor que acabe en «bolde.com»?

– No, pero puedo averiguarlo. ¿Cómo es el resto de la dirección?

Harry titubeó.

– No me acuerdo -mintió.

Pidió un coche en el garaje y condujo despacio a través de Grønland. Un viento desapacible arremolinaba a lo largo del bordillo de las aceras las hojas resecas por el sol del día anterior. La gente llevaba las manos metidas en los bolsillos y la cabeza hundida entre los hombros.

En la calle Pilestredet, Harry se situó detrás de un tranvía y buscó NRK Todo Noticias, de la radio nacional noruega. No dijeron una palabra sobre el asunto de Stine. «Se teme que, durante el crudo invierno afgano, mueran cien mil niños refugiados. Ha muerto un soldado estadounidense. Una entrevista con la familia. La familia clama venganza…» A la altura de Bislett, Harry halló el desvío.

– ¿Sí? -aquel monosílabo pronunciado a través del portero automático bastó para saber que Astrid Monsen sufría un fuerte catarro.

– Harry Hole. Me gustaría hacerte un par de preguntas. ¿Tienes tiempo?

Ella se sonó un par de veces antes de contestar.

– ¿Sobre qué?

– Preferiría no tener que hacerlo desde aquí fuera.

Volvió a sonarse otras dos veces.

– ¿No te viene muy bien? -preguntó Harry.

La cerradura emitió un zumbido y Harry empujó la puerta.

Cuando Harry subió las escaleras, Astrid Monsen aguardaba en el rellano con un chal sobre los hombros y los brazos cruzados.

– Te vi en el funeral -dijo Harry.

– Pensé que al menos uno de los vecinos debía hacer acto de presencia -respondió la traductora como a través de un megáfono.

– Quería saber si conoces a esta persona.

Cogió la arrugada fotografía con un gesto vacilante.

– ¿A cuál de ellas?

– A cualquiera de las dos.

La voz de Harry retumbaba en el rellano.

Astrid Monsen miró la imagen fijamente. Un buen rato.

– ¿Y?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Segura?

La mujer hizo un gesto afirmativo.

– Ya. ¿Sabes si Anna tenía novio?

– ¿Un novio?

Harry respiró hondo.

– ¿Quieres decir que tenía varios?

Ella se encogió de hombros.

– Aquí se oye todo. Digamos que a veces se oían pasos en la escalera.

– ¿Algo serio?

– No lo sé.

Harry esperó. Ella no resistió demasiado.

– Este verano había un papel con un nombre pegado junto al suyo en el buzón. Pero no sé si sería algo muy serio…

– ¿No?

– Parecía escrito por ella. Sólo ponía «Eriksen». -Sus delgados labios apenas insinuaron una sonrisa-. ¿A lo mejor se había olvidado de decirle su nombre de pila? De todas formas, el papelito desapareció a la semana.

Harry miró hacia arriba desde la barandilla. Era una escalera empinada.

– Una semana quizá sea mejor que ninguna, ¿no?

– Para algunas, puede -dijo ella poniendo la mano en el picaporte-. Tengo que irme, he oído que acaba de entrarme un mensaje de correo electrónico.

– Bueno, no se te va a escapar, ¿verdad?

De repente, sufrió un ataque de estornudos.

– No, pero tengo que contestar -dijo con los ojos llorosos-. Es el autor. Estamos discutiendo unos aspectos de la traducción.

– Entonces seré breve -dijo Harry-. Sólo quiero que le eches un vistazo a esto también.

Le entregó una hoja de papel. Ella la cogió, echó una ojeada y miró a Harry con desconfianza.

– Observa bien la foto -le advirtió Harry-. Tómate el tiempo que necesites.

– No hace falta -dijo ella devolviéndole el folio con la foto impresa.

Harry tardó diez minutos en cubrir la distancia existente entre la comisaría y la calle Kjølberggata, número 21A. El viejo edificio de hormigón había sido, a lo largo de los años, una curtiduría, una imprenta, una forja y, seguramente, varias cosas más. Un recordatorio de que Oslo albergó industrias en otro tiempo. Ahora lo ocupaba la Policía Científica. A pesar de la modernidad de la iluminación y del interior, el edificio tenía cierto aire industrial. Harry encontró a Weber en uno de los grandes y fríos habitáculos.

– Mierda -dijo Harry-. ¿Estás completamente seguro?

Weber le dedicó una sonrisa cansina.

– La huella de la botella es tan buena que si estuviera en nuestros archivos, el ordenador la habría identificado. Por supuesto que podríamos buscar manualmente para asegurarnos al cien por cien, pero tardaríamos dos semanas y no encontraríamos nada. Te lo garantizo.

– Sorry -dijo Harry-. Es que estaba tan seguro de que ya lo teníamos… Contaba con que la probabilidad de que un tío así nunca haya estado detenido era microscópica.

– El hecho de que este tipo no figure en nuestros archivos sólo significa que debemos buscar en otro sitio. Ahora, al menos, tenemos pistas concretas. Esta huella y algunas fibras de la calle Kirkeveien. Si encontráis al hombre, tenemos pruebas incriminatorias. ¡Helgesen! -rugió Weber.

Un joven que pasaba se detuvo de repente.

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