El motor traqueteaba como una máquina de coser, pero era un sonido engañoso porque la aceleración hizo que Harry sintiera la dureza del respaldo. Subieron la cuesta volando, pasaron por el parque Stensparken y continuaron por la calle Suhm.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Harry.
– Aquí -dijo Waaler, torciendo bruscamente a la izquierda justo ante un coche que venía a su encuentro.
La ventanilla seguía abierta y Harry percibía el sonido chasqueante de las hojas que lamían los desgastados neumáticos.
– Bienvenido de nuevo a la Brigada de Delitos Violentos -dijo Harry-. ¿No te querían en el CNI?
– Reestructuración -explicó Waaler-. Además, el jefe de la policía judicial y Møller querían que volviese. No sé si te acuerdas de que logré resultados bastante buenos en esta brigada.
– ¿Cómo iba a olvidarlo?
– Bueno, se dicen tantas cosas sobre los efectos a largo plazo del consumo de alcohol.
Harry tuvo el tiempo justo para apoyar un brazo en el salpicadero antes de que el brusco frenazo lo desplazara hasta el parabrisas. La puerta de la guantera se abrió y algo pesado golpeó la rodilla de Harry antes de caer al suelo.
– ¿Qué coño era eso? -suspiró.
– Jericho 941, una pistola de la policía israelí -dijo Waaler apagando el motor-. No está cargada. Déjala, hemos llegado.
– ¿Por qué no? -preguntó Harry sorprendido, al tiempo que se agachaba para contemplar el edificio amarillo que tenía delante.
Harry notaba que el corazón le empezaba a latir con violencia. Y, mientras buscaba la manilla de la puerta, uno de los muchos pensamientos que le pasaron por la cabeza permaneció: debía llamar a Rakel.
Había vuelto la niebla. Llegó muy despacio desde la calle, desde las rendijas que rodeaban las ventanas cerradas, desde detrás de los árboles de la avenida de la ciudad; salía por la puerta azul que se abrió después de que oyeran el breve ladrido que lanzó Weber a través del portero automático; surgía de las cerraduras de las puertas que iban dejando atrás al subir las escaleras. Envolvió a Harry como un edredón de algodón y, cuando cruzaron la puerta del apartamento, Harry tuvo la sensación de ir caminando sobre nubes y de que todo en su derredor, las personas, las voces, el chisporroteo de los intercomunicadores, la luz parpadeante del flash, habían adquirido un aura de ensueño, un baño de indolencia, porque aquello no era, no podía ser, real. Pero, al llegar ante la cama en la que yacía la muerta con una pistola en la mano derecha y un agujero en la sien, no soportó ver la sangre en la almohada, ni fijar la vista en la de ella, vacía y acusadora, y optó por mirar hacia ese lugar del cabecero hacia el caballo de la cabeza arrancada a mordiscos, a la espera de que la niebla se disipara pronto y él despertase.
Sorgenfri
Las voces iban y venían a su alrededor.
– Soy el comisario Tom Waaler. ¿Alguien me puede dar una versión abreviada de los hechos?
– Llegamos hace tres cuartos de hora. Fue este electricista quien la encontró.
– ¿A qué hora?
– A las cinco. Llamó a la policía enseguida. Su nombre es… vamos a ver… Rene Jensen. Aquí tengo su número de identidad y también su dirección.
– Bien. Llama para que te den sus antecedentes.
– Vale.
– ¿Rene Jensen?
– Soy yo.
– ¿Puedes acercarte? Me llamo Waaler. ¿Cómo entraste?
– Como le dije al otro policía, con esta llave de repuesto, ella se pasó por la tienda el martes porque no iba a estar en casa cuando viniera a hacerle un trabajo.
– ¿Porque estaría trabajando?
– No tengo ni idea. No creo que trabajase. Me refiero a un trabajo normal. Dijo que iba a organizar una exposición grande de no sé qué cosas.
– Artista, supongo. ¿Alguien de aquí ha oído hablar de ella?
Silencio.
– ¿Qué hacías en el dormitorio, Jensen?
– Buscaba el baño.
Otra voz.
– El baño está detrás de esa puerta.
– Vale. ¿Te pareció notar algo extraño cuando llegaste al apartamento, Jensen?
– Pues… extraño, ¿cómo qué?
– ¿Estaba cerrada la puerta? ¿Había alguna ventana abierta? ¿Algún olor o sonido fuera de lo normal? Lo que sea.
– La puerta estaba cerrada. No vi ninguna ventana abierta, pero tampoco me fijé mucho. El único olor era como a disolventes…
– ¿Trementina?
La otra voz:
– Hay útiles de pintura en uno de los salones.
– Gracias. ¿Te fijaste en alguna otra cosa, Jensen?
– ¿Qué fue lo último que preguntaste?
– Por algún sonido.
– ¡Eso, sonido! No, no oí ningún ruido, un silencio sepulcral. Bueno…, ja, ja, no era mi intención…
– No pasa nada, Jensen. ¿Conocías a la difunta?
– Nunca la había visto antes de que viniera a la tienda. Parecía muy segura de sí misma.
– ¿Qué clase de trabajo te encargó?
– Arreglar los cables del termostato de la calefacción, en el baño.
– ¿Puedes hacernos el favor de mirar si realmente hay algún problema? Si es verdad que el termostato está estropeado, vamos.
– Por qué… ya entiendo, por si lo había planeado todo para que la encontrásemos, ¿no es eso?
– Algo así.
– Vale, pero el termostato está kaputt.
– ¿Kaputt?
– Estropeado.
– ¿Cómo lo sabes?
Pausa.
– Te dijeron que no tocases nada, ¿verdad, Jensen?
– Sí, pero tardasteis tanto en llegar que me puse un poco nervioso; necesitaba hacer algo.
– ¿De modo que ahora la difunta tiene un termostato que funciona?
– Bueno…, je, je… sí.
Harry intentó salir de la cama, pero los pies no querían moverse. El médico había cerrado los ojos de Anna, y ahora parecía dormida. Tom Waaler había mandado al electricista a su casa con la advertencia de que permaneciera localizable durante los días siguientes, y despachó a los agentes de guardia que se habían presentado. Harry no creía que pudiera llegar a sentirlo alguna vez, pero se alegraba de que Tom Waaler estuviese presente. De no ser por la presencia de aquel colega experimentado, no se habría planteado ninguna pregunta racional, ni tampoco habría tomado ninguna decisión sensata.
Waaler le preguntó al médico si podía emitir alguna conclusión preliminar.
– Obviamente, la bala ha entrado por el cráneo, ha destruido el cerebro y, por lo tanto, paralizó todas las funciones vitales. Si damos por supuesto que la temperatura ambiente ha permanecido constante, la temperatura corporal indica que lleva por lo menos dieciséis horas muerta. No hay señales de otro tipo de violencia. Pero… -El médico hizo una pausa calculada-. Las cicatrices de las muñecas indican que ha intentado hacer esto anteriormente. Una conjetura meramente especulativa, pero cualificada, es que era maníaca depresiva o únicamente depresiva y suicida. Apuesto a que hallaremos algún expediente sobre ella en la consulta de algún psicólogo.
Harry intentó decir algo, pero la lengua tampoco obedecía.
– Lo sabré con más seguridad cuando la estudie más a fondo.
– Gracias, doctor.
– ¿Quieres decir algo, Weber?
– El arma es una Beretta M92F, un arma muy común. Encontramos sólo una serie de huellas dactilares localizadas en la empuñadura y que, necesariamente, tienen que ser de ella. El proyectil estaba alojado en uno de los listones de la cama, y el tipo de munición se corresponde con el del arma, así que el análisis balístico indica que el proyectil se disparó con esta pistola. Pero tendréis el informe completo mañana.
– Muy bien, Weber. Una cosa más. Entiendo que el apartamento estaba cerrado cuando llegó el electricista. Me fijé en que la cerradura era de pestillo y no de resorte, lo cual descarta que alguien pudiera haber estado dentro del apartamento y luego saliera por la puerta. A no ser que tal persona se llevase la llave de la difunta para abrir, claro. Si encontramos su llave podemos acercarnos a una conclusión rápida.
Читать дальше