– Un asesinato por encargo.
A Harry le apetecía esperar aún más, pero vio en la mirada de Beate que estaba a punto de caer en lo melodramático.
– Lev se pagó el viaje a Oslo de este otoño con su propio dinero. No estaba sin blanca y no tenía intención de atracar un banco. Había vuelto a casa para llevarse a Stine a Brasil.
– ¿A Stine? -exclamó Møller-. ¿La mujer de su propio hermano?
Harry asintió. Los congregados se miraron sin comprender.
– ¿Y Stine se iba a mudar a Brasil sin contárselo a nadie? -continuó Møller-. ¿Ni a sus padres, ni a sus amigos? ¿Sin despedirse del trabajo?
– Bueno -dijo Harry-. Cuando decides compartir tu vida con un atracador buscado tanto por la policía como por tus compañeros de trabajo, no vas por ahí anunciando tus planes y tu nueva dirección. Sólo se lo había contado a una persona: a Trond.
– La última persona a quien debió contárselo -añadió Beate.
– Supongo que pensó que lo conocía bien, después de trece años de convivencia. -Harry se acercó a la ventana-. El contable sensible, pero bueno y fiable, que tanto la amaba. Especularé un poco sobre lo que ocurrió a continuación.
Ivarsson resopló.
– ¿Y lo que has hecho hasta ahora no era especular? ¿Cómo lo llamas?
– Cuando Lev llega a Oslo, Trond se pone en contacto con él. Dice que, como adultos y hermanos, tendrían que ser capaces de hablar tranquilamente del asunto. Lev se siente contento y aliviado. Pero no quiere que lo vean por ahí, es demasiado arriesgado, así que acuerdan verse en Disengrenda mientras Stine está trabajando. Aparece Lev y Trond lo recibe bien y le dice que al principio le dolió mucho, pero que ya se le ha pasado y que se alegra por ellos. Abre una botella de cola para cada uno, los dos beben y comentan los detalles de tipo práctico. Lev le da a Trond su dirección secreta en D'Ajuda para que pueda mandarle el correo a Stine, el sueldo que le deben y cosas así. Cuando Lev se marcha, no sabe que acaba de darle a Trond los últimos datos que necesitaba para llevar a cabo el plan que comenzó cuando su hermano visitó São Paulo.
Harry nota que Weber empieza a asentir lentamente con la cabeza.
– El viernes, el Día D, Stine volará a Londres con Lev por la tarde, y desde allí a Brasil a la mañana siguiente. El viaje se reserva a través de Brastour, donde su compañero de viaje figura como Petter Berntsen. Dejan las maletas preparadas en casa, pero ella y Trond salen a trabajar como de costumbre. A las dos, Trond sale del trabajo y se va al gimnasio SATS de la calle Sporveisgata. Una vez allí, paga con tarjeta una hora de squash que ha reservado, pero dice que no encuentra con quién jugar. Con eso ya se ha procurado la primera coartada. Un pago registrado del BBS, la central de cobro bancario automático, a las 14.34. Luego dice que, en vez de jugar, entrenará un rato, y entra en el vestuario. A esa hora hay mucha gente y mucho movimiento. Se encierra en los servicios con la bolsa, se pone un mono y probablemente una gabardina larga para ocultarlo, espera el tiempo suficiente como para que los que le vieron entrar se hayan marchado, se pone unas gafas de sol, coge la bolsa y sale rápido e inadvertido del vestuario cruzando la recepción. Apuesto a que entonces se dirige al parque Stensparken y sube por Pilestredet, donde hay un edificio en obras cuyos operarios acaban la jornada a las tres. Entra, se quita la gabardina y se pone un pasamontañas que dobla y disimula bajo una gorra de visera. Luego sube la cuesta y gira a la izquierda bajando por la calle Industrigata. Cuando llega al cruce con la calle Bogstadveien, entra en el 7-Eleven. Ya estuvo allí, unos quince días antes, para controlar los ángulos de la cámara. Y el contenedor que encargó sigue en su sitio. El escenario está listo para que los entregados investigadores controlen, como sabe que harán, cuanto encuentren en las grabaciones de la hora del atraco registradas en comercios y gasolineras de los alrededores. Luego lleva a cabo esa pequeña representación en la que no le vemos la cara, pero nos muestra con mucha claridad que, desprovisto de guantes, bebe de una botella de cola que mete en una bolsa de plástico: de este modo, se asegura, y nos asegura, que las huellas dactilares no se estropearán, por ejemplo, con la lluvia. Deposita la bolsa en el contendor verde que aún seguirá allí durante un tiempo. En realidad, sobreestimó nuestra eficacia y poco faltó para que esa prueba se fastidiase, pero tuvo suerte, Beate condujo como una loca y llegamos a tiempo de darle a Trond Grette esa sólida coartada, pues conseguimos una prueba definitiva e indiscutible contra Lev.
Harry guardó silencio. Los rostros que tenía delante reflejaban una ligera confusión.
– La botella de cola era la misma de la que Lev había bebido en Disengrenda -aclaró Harry-. O en algún otro lugar. Trond la había guardado para darle ese uso.
– Me temo que te olvidas de una cosa, Hole -objetó Ivarsson riendo entre dientes-. Vosotros mismos visteis que el atracador tocó la botella sin guantes. Si era Trond Grette, sus huellas también deberían estar en la botella.
Harry señaló a Weber con la cabeza.
– Pegamento -dijo el viejo policía escuetamente.
– ¿Perdón? -el jefe de la judicial se volvió hacia Weber.
– Conocido truco entre los atracadores de bancos. Te pones un poco de pegamento de Carlson en la yema de los dedos, lo dejas secar y, voilá, no dejas huellas.
El jefe de la judicial negó con la cabeza.
– Pero ¿no decís que es un contable? ¿Dónde ha aprendido estos trucos?
– Era el hermano pequeño de uno de los atracadores más profesionales de Noruega -dijo Beate-. Conocía muy bien los métodos y el estilo de Lev. Lev guardaba, entre otras cosas, grabaciones de vídeo de sus propios atracos en la casa de Disengrenda. Trond se había aprendido tan detalladamente la forma de operar de su hermano que hasta Raskol pensó que vio a Lev Grette. Además, la similitud física entre los dos hermanos permitió que la reconstrucción por ordenador mostrara que podía tratarse de Lev.
– ¡Joder! -profirió Halvorsen.
Se agachó y miró atemorizado a Bjarne Møller, pero el jefe miraba al vacío boquiabierto, como si una bala le hubiera atravesado la cabeza.
– No has soltado la pistola, Harry. ¿Me lo puedes explicar?
Harry intentaba respirar pausadamente a pesar de que hacía rato que tenía el corazón desbocado. Oxígeno para el cerebro, eso era lo más importante. Intentó no mirar a Beate, cuyo rubio y fino cabello se agitaba al viento. Vio que se le tensaban los músculos del cuello y que le temblaban los hombros.
– Elemental -replicó Harry-. Nos pegarás un tiro a los dos. Tienes que ofrecerme un trato mejor, Trond.
Trond se rió y apoyó la mejilla contra el cañón verde del fusil.
– Veamos qué te parece este trato, Harry: tienes veinticinco segundos para pensar en tus opciones y soltar el arma.
– ¿Los veinticinco segundos de rigor?
– Eso es. Supongo que te acuerdas de la rapidez con que pasaron. Así que piensa con rapidez, Harry.
Trond dio un paso hacia atrás.
– ¿Sabes qué fue lo que nos dio la idea de que Stine conocía al atracador? -gritó Harry-. Que estabais demasiado cerca el uno del otro. Mucho más cerca que tú y Beate ahora. Es curioso, pero hasta en situaciones de vida o muerte las personas respetan las zonas de intimidad, a ser posible. ¿No es llamativo?
Trond puso el cañón debajo de la barbilla de Beate y le levantó la cara.
– Beate, ¿puedes contar, por favor? -le pidió recurriendo de nuevo a un tono de voz melodramático-. Del uno al veinte. Ni demasiado rápido, ni demasiado despacio.
– Me pregunto una cosa -continuó Harry-. ¿Qué fue lo que te dijo justo antes de que disparases?
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