– ¿Qué tipo de cosas?
– He ido a algunos sitios. Al despacho de estadísticas demográficas del ayuntamiento. A las oficinas del Times-Sentinel. A la comisaría de policía…
– No le he contratado para que ande haciendo preguntas aquí en Utica.
– Usted no me ha contratado, señor Hanniford. Usted se casó con su mujer en… bueno, no creo que sea necesario decirle la fecha. Era el primer matrimonio para los dos.
No dijo nada. Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa, frente a sí.
– Podía haberme dicho que Wendy era hija ilegítima.
– ¿Por qué? Ni ella misma lo sabía.
– ¿Está seguro de eso?
– Sí.
– Yo no. -Exhalé un suspiro-. Dos marines de EE.UU. murieron en el desembarco de Inchon. Uno de ellos era negro, por lo que lo descarté. El otro se llamaba Robert Blohr. Estaba casado. ¿Lo estaba también el padre de Wendy?
– Sí.
– No estoy intentando levantar heridas, señor Hanniford. Creo que Wendy sabía que era ilegítima. Aunque es posible que no sea importante si lo sabía o no.
Se puso en pie y caminó hacia la ventana. Yo permanecí sentado, preguntándome si Wendy sabía lo de su padre. Apostaría diez contra uno a que sí. Su figura tenía un papel principal en la mitología personal de la chica, y ella había pasado toda su vida buscando una encarnación suya. La ambivalencia de sus sentimientos hacia los hombres parecía derivar de algún conocimiento ajeno a lo que le habían contado Hanniford y su madre.
Se quedó de pie junto a la ventana durante un tiempo. Después se dio la vuelta y se me quedó mirando con aire pensativo.
– Quizá debería habérselo dicho -dijo finalmente-. No lo he ocultado a propósito. Además, he pensado poco en la… ilegitimidad de Wendy. Ha sido un capítulo completamente cerrado durante tanto tiempo que no se me ocurrió mencionarlo.
– Puedo entenderlo.
– Ha dicho que tiene algo de lo que informar -dijo. Volvió a su silla y se sentó-. Adelante, Scudder.
Volví a empezar por indiana. En la escuela universitaria, Wendy no estaba interesada en los chicos de su edad, sino siempre en hombres mayores. Había tenido aventuras con algunos de sus profesores, la mayoría de las cuales probablemente fueran relaciones esporádicas, pero al menos una fue algo más que eso, al menos para él. Había tratado de dejar a su mujer. Esta había ingerido pastillas, tal vez en un auténtico intento de suicidio, o tal vez como estratagema para salvar su matrimonio. Puede que ni ella misma supiera cuál era la verdad.
– En cualquier caso, fue un auténtico escándalo. Todo el campus se enteró, tanto si se reconoció oficialmente como si no. Eso explica por qué Wendy se marchó a tan solo un par de meses de la graduación. No podía quedarse allí.
– Naturalmente que no.
– También explica por qué la escuela no se preocupó demasiado por su desaparición. Eso me extrañaba. Por lo que usted dijo, su actitud fue bastante despreocupada. Evidentemente querían que ustedes supieran que se había marchado, pero no estaban preparados para contarles por qué lo había hecho, aunque sabían que tenía buenas razones para marcharse y no se preocuparon por su bienestar.
– Entiendo.
– Se fue a Nueva York, como usted sabe. Empezó a relacionarse con hombres mayores casi de inmediato. Uno de ellos la llevó a Miami. Podría darle el nombre, pero no es importante. Murió hace un par de años. Sería difícil decir ahora el papel que desempeñó en la vida de Wendy; pero además de llevarla a Miami, le permitió dar su nombre cuando ella quiso alquilar el apartamento. Lo consignó como su jefe y él la respaldó cuando la agencia de alquiler llamó.
– ¿Le pagaba el alquiler?
– Es posible. Si le pagaba todo, o solo parte de su manutención en ese momento, es algo que solamente él podría decirle, y no hay forma de preguntárselo. Si quiere mi opinión, no era el único hombre con el que andaba.
– ¿Había varios hombres en su vida al mismo tiempo?
– Creo que sí. Este hombre en concreto estaba casado y vivía con su familia en una zona residencial de las afueras. Dudo que pudiera haber pasado mucho tiempo con ella aunque ambos lo quisieran. Y tengo la sensación de que ella tenía miedo de implicarse demasiado con un hombre. Debió de afectarle mucho que la mujer del profesor ingiriera las pastillas. Si él hubiera llegado a encapricharse con ella lo suficiente como para dejar a su mujer, probablemente se habría comprometido con él, o al menos eso pensaba. Después de su fracaso se cuidó mucho de no dedicarse demasiado a un solo hombre.
– Así que veía a muchos hombres.
– Sí.
– Y aceptaba dinero de ellos.
– Sí.
– ¿Lo sabe por algo en concreto? ¿O es una conjetura?
– Es un hecho. -Le hablé un poco de Marcia Maisel y de cómo fue enterándose de forma gradual de lo que hacía Wendy para mantenerse. No añadí que Marcia había probado la profesión por si le convenía.
Agachó la cabeza, y algo de almidón asomó por los hombros.
– Entonces los periódicos estaban en lo cierto -dijo-. Era una prostituta.
– Una especie de prostituta.
– ¿Qué quiere decir? Eso es como un embarazo ¿No? O se está embarazada o no se está.
– Creo que es más como la honradez.
– ¿Ah sí?
– Algunas personas son más honradas que otras.
– Siempre he pensado que la honestidad también era inequívoca.
– Puede que sea así. Pero yo pienso que hay diferentes niveles.
– ¿Y hay diferentes niveles de prostitución?
– Yo diría que sí. Wendy no hacía la calle. No tenía un cliente tras otro, no le daba su dinero a un chulo.
– ¿No es eso lo que era Vanderpoel?
– No. Luego le hablo de él. -Cerré un momento los ojos. Los abrí y dije-: No hay manera de saberlo con exactitud, pero dudo que Wendy buscara ser prostituta. Probablemente aceptara dinero de unos cuantos hombres antes de que ella misma estuviera dispuesta a ponerse esa etiqueta.
– No le sigo.
– Digamos que un hombre la sacaba a cenar, la llevaba a casa y se iba a la cama con ella. Al salir por la puerta puede que le ofreciera un billete de veinte dólares. Él diría algo como «me gustaría enviarte un gran ramo de flores o hacerte un regalo, pero ¿por qué no aceptas el dinero y te compras algo que te guste?» Puede que las primeras veces ella intentara no aceptarlo. Pero más tarde aprendería a esperarlo.
– Entiendo.
– Eso sería antes de empezar a recibir llamadas de teléfono de hombres que ella no conocía. A muchos hombres les gusta pasarse entre ellos los números de teléfono de las chicas. Algunas veces se trata de un acto de caridad. Otras piensan que de esta manera mejoran su imagen. «Es una chavala estupenda. No es exactamente una puta, pero pásale después discretamente unos cuantos pavos porque no tiene trabajo, ya sabes, y es muy difícil para una chica conseguir algo en esta ciudad». Así que una mañana te despiertas y te das cuenta de que eres una prostituta, al menos según la definición rigurosa del término, pero para entonces ya es tu forma de ganarte la vida y no te parece tan antinatural. Hasta donde he podido averiguar, nunca pedía dinero. Nunca veía a más de un hombre por noche. Rechazaba las citas si no le gustaba el tipo. Incluso ponía el pretexto de un dolor de cabeza si salía con un hombre a cenar y decidía que no quería acostarse con él. Por lo que, aunque se ganaba la vida así, no lo hacía por dinero.
– ¿Quiere decir que disfrutaba con ello?
– Sin duda lo encontraba aceptable. No estaba en manos de ninguna red de trata de blancas. Podía haber encontrado un trabajo si hubiera querido. Podía haber vuelto a su hogar de Utica, o llamar y pedir dinero. Si está preguntando si era una ninfómana, no conozco la respuesta, pero lo dudo. Creo que se sentía obligada.
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