Encontré un fajo grueso de billetes en el bolsillo derecho delantero de sus vaqueros. No estaba tratando de comprar leche para sus hermanos y hermanas hambrientos, este no. Llevaba casi doscientos dólares encima. Le metí un pavo en el bolsillo para el billete de metro y el resto me lo guardé en la cartera. Él se quedó allí tirado, sin moverse y observando toda la operación. Me da la impresión de que no se creía lo que le estaba pasando.
Me incliné sobre una rodilla. Le cogí la mano derecha con mi mano izquierda y acerqué mi cara a la suya. Sus ojos se abrieron de par en par. Estaba atemorizado, y me alegré, porque eso era lo que quería. Quería que supiera lo que era tener miedo y cómo se sentía uno.
Dije:
– Escúchame. Estas calles son duras y peligrosas, y tú no eres lo bastante duro ni peligroso. Será mejor que consigas un trabajo decente porque no puedes desenvolverte aquí, eres demasiado blando para esto. Piensas que es fácil, pero es más duro de lo que hayas podido imaginar, y esta es tu ocasión de aprenderlo.
Doblé los dedos de su mano derecha hacia atrás a la vez hasta que se rompieron. Solo cuatro dedos, dejé el pulgar. Ni gritó. Supongo que el terror bloqueó el dolor.
Me llevé su cuchillo y lo tiré en la primera alcantarilla por la que pasé. Después caminé dos manzanas hasta Broadway y cogí un taxi de vuelta a casa.
Creo que en realidad no dormí nada.
Me quité la ropa y me metí en la cama. Cerré los ojos y me introduje rápidamente en el tipo de sueño que puedes tener sin estar completamente dormido, consciente de que es un sueño; mi consciencia quedó a un lado y asistí al sueño como un crítico hastiado en un teatro. Después fueron tomando forma una serie de cosas, y supe que no sería capaz de dormir, y que de todas formas tampoco quería hacerlo.
Entonces le di al grifo de la ducha para que saliera lo más caliente posible, y permanecí junto a la bañera con la puerta cerrada para improvisar un baño de vapor. Durante media hora más o menos estuve intentando extraer todo el agotamiento y el alcohol que había dentro de mí. Después bajé la temperatura del agua lo suficiente como para que se pudiera aguantar. Terminé con un minuto de rocío de agua helada. La verdad es que no sé si es bueno. Supongo que es algo espartano.
Me sequé y me puse un traje limpio. Me senté en la cama y cogí el teléfono. Allegheny tenía el vuelo que yo quería. Salía de LaGuardia a las cinco y cuarenta y cinco y llegaba a mi destino poco después de las siete. Reservé un billete de ida y vuelta, con la fecha de regreso abierta.
El Child's de la Cincuenta y Ocho y la Octava permanece abierto toda la noche. Tomé picadillo de carne de vaca en conserva con huevos y mucho café solo.
Eran cerca de las cinco de la mañana cuando me metí en la parte trasera de un taxi Checker y le dije al conductor que me llevara al aeropuerto.
El vuelo hacía escala en Albany. Por eso tardaba tanto. Aterrizó allí según el horario previsto. Algunas personas se bajaron y otras se subieron, y el piloto retomó el vuelo. Apenas habíamos tenido tiempo de estabilizarnos en la segunda etapa cuando empezamos nuestro descenso. Nos hizo dar unos botes sobre la pista de aterrizaje de Utica, pero no tantos como para quejarse.
– Que tengan un buen día -dijo la azafata-. Tengan cuidado.
Tengan cuidado.
Me daba la impresión de que la gente había estado diciendo esa misma frase en las despedidas durante los últimos años. De repente todo el mundo empezaba a decirlo, como si todo el país se hubiese dado cuenta súbitamente de que el nuestro es un mundo que requiere precaución.
Pensaba tener cuidado. De lo que no estaba tan seguro es de que fuera a tener un buen día.
Cuando llegué al aeropuerto de Utica, eran alrededor de las siete y media. Al poco llamé a Cale Hanniford a su oficina. Nadie contestó.
Probé en su casa y contestó su mujer. Le dije mi nombre y ella me dijo el suyo.
– Señor Scudder -dijo tímidamente-. ¿Está haciendo… algún progreso?
– Van apareciendo cosas -dije.
– Voy a buscar a Cale.
Cuando se puso al teléfono le dije que quería verlo.
– Entiendo. ¿Hay algo que no quiere decir por teléfono?
– Algo así.
– Bien, ¿puede venir a Utica? Para mí sería un trastorno ir a Nueva York a menos que sea absolutamente necesario, pero podría usted volar esta tarde o quizá mañana. No es un vuelo largo.
– Lo sé. Estoy en Utica ahora mismo.
– ¿Ah sí?
– Estoy en una tienda de la cadena Rexall, en la esquina entre Jefferson y Mohawk. Podría pasar a buscarme y nos acercábamos a su oficina.
– Muy bien. ¿En quince minutos?
– Perfecto.
Reconocí su Lincoln y me disponía a cruzar la acera hacia él cuando frenó enfrente de la tienda. Abrí la puerta y me senté a su lado. O bien llevaba traje en casa por costumbre o se había tomado la molestia de ponerse uno para la ocasión. Era un traje azul oscuro, con una raya discreta.
– Debería haberme dicho que iba a venir -dijo-. Podría haber ido a buscarlo al aeropuerto.
– De este modo he tenido la posibilidad de ver algo de su ciudad.
– No es un mal sitio. Probablemente muy tranquilo desde el punto de vista de Nueva York. Aunque eso no es necesariamente algo malo.
– No lo es, no.
– ¿Había estado aquí antes?
– Una vez y fue hace años. La policía local había cogido a alguien que estábamos buscando, por lo que me presenté aquí y me lo llevé a Nueva York. Esa vez hice el viaje en tren.
– ¿Qué tal el vuelo hoy?
– Muy bien.
Se moría de ganas de preguntarme por qué me había presentado ante él así, pero tenía modales. No se habla de negocios a la hora del almuerzo hasta que se ha servido el café, y nosotros no podíamos hablar del nuestro hasta que estuviéramos en su oficina. El almacén de Medicamentos Hanniford estaba en el extremo occidental de la ciudad, y me había recogido justo en el centro. Mantuvimos una pequeña conversación en el trayecto. Él me señalaba cosas que pensaba que podían interesarme, y yo daba muestras de estar ligeramente interesado. Entonces llegamos al almacén. Trabajaban cinco días a la semana y no había ningún otro coche alrededor, solo un par de camiones parados. Aparcó el Lincoln cerca de la zona de carga y descarga y me llevó por una rampa hacia el interior. Luego bajamos caminando hacia su oficina. Encendió la luz, me señaló una silla y se sentó detrás de su mesa.
– Bueno -dijo.
Yo no me sentía cansado. Tendría que haberlo estado, después de pasar la noche anterior sin dormir y bebiendo tanto. Pero no me sentía cansado. Tampoco me sentía muy vivo, pero no cansado.
Dije:
– He venido para informarle. No creo que llegue a saber más sobre su hija de lo que sé, y es todo lo que necesita saber. Podría seguir gastando mi tiempo y su dinero, pero no veo la razón para hacerlo.
– No le ha tomado mucho tiempo.
Su tono era neutral, y me pregunté qué significaría eso. ¿Estaba admirando mi eficiencia o le molestaba que sus dos mil dólares hubieran consumido solo cinco días de mi tiempo?
Dije:
– Me ha llevado el tiempo necesario. No sé si me habría llevado algo menos si usted me lo hubiera contado todo desde el principio. Probablemente no. Aunque me habría facilitado las cosas.
– No le entiendo.
– Puedo entender por qué no lo hizo. Pensaba que yo sabía todo lo que necesitaba saber. Si yo solo hubiera estado buscando hechos puede que hubiera estado en lo cierto, pero yo estaba buscando hechos que pudieran reconstruir una imagen, y me habría ayudado conocer todo lo que había. -Estaba perplejo y me miraba con sus hirsutas y oscuras cejas por encima de la montura de sus gafas. Dije-: La razón de que no le comunicara que iba a venir era que tenía que hacer algunas cosas en Utica. Tomé un vuelo de madrugada hasta aquí, señor Hanniford. He pasado cinco horas enterándome de cosas que usted podría haberme contado hace cinco días.
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