Lawrence Block - Los pecados de nuestros padres

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Una joven prostituta aparece asesinada en un apartamento de Greenwich Village. El principal sospechoso acaba de suicidarse en la cárcel. La policía de Nueva York ha cerrado el caso, pero el padre de la víctima quiere reabrirlo. Y nadie mejor que Matthew Scudder para buscar respuestas en un entorno sórdido de perversión y placeres… Un mundo donde los hijos se ven abocados a morir para expiar los pecados más secretos de sus padres.
La novela negra norteamericana tiene tres grandes autores: los clásicos son Dashiell Hammett y Raymond Chandler. El tercero se llama Lawrence Block.

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– ¿Cuánto dinero supone que ganaba?

– No lo sé. En realidad no era algo de lo que habláramos. Supongo que su tarifa media era de treinta dólares. Por lo general. No más que eso. Muchos hombres daban veinte. Me habló de hombres que llegaron a darle cien, pero creo que eso era bastante poco frecuente.

– ¿A cuántos clientes a la semana cree que se ligaba?

– Sinceramente, no lo sé. Puede que tuviera alrededor de tres noches a la semana o puede que cuatro. Pero también veía a gente en otros momentos del día. No estaba intentando reunir una fortuna, sino vivir de la manera en que quería vivir. Muchas veces anulaba las citas. Nunca veía a más de una persona por noche. Siempre era una cita completa, con cena y todo lo demás. A veces llegaba un hombre y ella se iba directa a la cama con él. Pero rechazaba muchas citas, y si salía con un hombre y no le gustaba, no volvía a verlo. Además, cuando se veía con alguien que no conocía de antes, si no le gustaba no se iba a la cama con él, y entonces, como es natural,?1 no le dejaba ningún dinero. Había hombres que conseguían su número de otros hombres, ya sabe, y ella salía con ellos, pero si no eran su tipo o algo, bueno, decía que tenía dolor de cabeza y se iba a casa. Su intención no era la de acumular un millón de dólares.

– Entonces debía de ganar doscientos dólares a la semana.

– Es probable. Era una fortuna, comparada con lo que ganaba yo, pero a la larga no era una cantidad enorme de dinero. No creo que lo hiciera por el dinero, no sé si me entiende.

– No estoy seguro de entenderlo.

– Creo que era, ya sabe, ¿una puta feliz? -Se sonrojó al decir la frase-. Creo que disfrutaba con lo que hacía. Lo creo de veras. La vida, los hombres y todo eso, creo que disfrutaba con ello.

Había obtenido de Marcia Thal más de lo que esperaba. Puede que fuera todo lo que necesitaba.

Hay que saber cuándo parar. Nunca puedes descubrirlo todo, pero casi siempre puedes descubrir algo más de lo que ya sabes, y hay un momento en el que los datos adicionales que descubras son irrelevantes y el tiempo que inviertas en ello es tiempo perdido.

Podría volar a Indiana. Seguramente me enteraría de algo más. Pero después de hacerlo no creo que necesariamente supiera más de lo que ya sabía. Podría completar nombres y fechas. Podría hablar con gente que recordara a Wendy Hanniford. ¿Pero qué conseguiría para mi cliente?

Hice un gesto para pedir la cuenta. Mientras la camarera estaba calculándola, pensé en Cale Hanniford y le pregunté a Marcia Thal si Wendy había hablado alguna vez de sus padres.

– A veces hablaba de su padre.

– ¿Qué decía de él?

– Ah sí, se preguntaba cómo sería.

– ¿Sentía que no lo conocía?

– Bueno, naturalmente que no. Quiero decir, tengo entendido que murió antes de que ella naciera, o más o menos. ¿Cómo podía haberlo conocido?

– Quiero decir a su padrastro.

– Ah. No, nunca hablaba de él que yo recuerde, salvo para decir de pasada que tenía que escribirlos y hacerles saber que todo andaba bien. Lo dijo varias veces, pero yo tenía la impresión de que no llegaría a hacerlo.

Asentí.

– ¿Qué decía sobre su padre?

– No lo recuerdo, salvo que creo que lo tenía muy idealizado. Una vez, recuerdo que estaba hablando sobre Vietnam, y dijo algo sobre si la guerra estaba mal o no, que los hombres que combatían en ella eran buenos, y habló de que a su padre lo mataron en Corea. Y una vez dijo: «Si hubiera vivido, creo que todo habría sido diferente».

– ¿Diferente en qué sentido?

– Eso no lo dijo.

11

Llevé el coche de vuelta a la gente de Olin un poco después de las dos. Paré para tomar un bocadillo y un trozo de tarta y repasé mi libreta, tratando de encontrar la manera de que todo cuadrase.

Wendy Hanniford. Tenía algo con los hombres mayores, y si querías podías remontar la raíz de eso a los sentimientos pendientes por el padre que no llegó a conocer. En la escuela se dio cuenta del poder que tenía y tuvo aventuras con varios profesores. Uno de ellos se enamoró locamente de ella, tuvieron un lío y cuando se terminó ella abandonó la escuela para irse sola a Nueva York.

Hubo multitud de hombres mayores en Nueva York y uno de ellos la llevó a Miami Beach. El mismo, u otro, le proporcionó una referencia de trabajo cuando alquiló su apartamento. A lo largo de toda su trayectoria debió de haber multitud de hombres mayores que la llevaran a cenar, le soltaran veinte dólares para el taxi y dejaran sobre la cómoda veinte, treinta o cincuenta dólares.

Nunca había necesitado un compañero de piso. Había subvencionado a Marcia Maisel pidiéndole una cantidad considerablemente inferior a la mitad de la renta. Probablemente también había subvencionado a Richie Vanderpoel, y lo había aceptado como compañero de piso por la misma razón que lo hizo con Marcia y por la que quería que Marcia se quedara.

Que era un mundo solitario y que siempre había vivido sola en él, con el fantasma de su padre como única compañía. Los hombres con los que ligaba, hacia los que se sentía atraída, eran los que pertenecían a otras mujeres y volvían a sus casas después de estar con ella. Quería tener a alguien en ese apartamento de la calle Bethune que no quisiera llevarla a la cama. Alguien que solo fuera una buena compañía. Primero fue Marcia. ¿No se decepcionó un poco Wendy cuando Marcia estuvo de acuerdo en acompañarla a las citas? Supongo que fue porque al mismo tiempo que ganó una compañera de citas, perdió otra, no de ese mundo quebradizo, sino con un poco de la inocencia que Marcia había percibido en la propia Wendy.

Después estuvo Richie, que probablemente fuera una compañía incluso mejor. Un homosexual tímido y reticente, que había mejorado la decoración y la gastronomía e hizo un hogar para ella mientras él guardaba su ropa en el salón y pasaba las noches en el sofá cama. Y ella a cambio le había proporcionado un hogar. Le había proporcionado la relación con una mujer sin el consiguiente desafío sexual que pudiera haber constituido otra mujer. Se trasladó a vivir con ella y dejó de frecuentar los bares de gays.

Pagué la cuenta y me marché, me dirigí hacia Broadway y volví al hotel. Un mendigo andrajoso con los ojos enrojecidos se interpuso en mi camino. Quería saber si tenía algo suelto. Sacudí la cabeza y pasé de largo, y él salió corriendo del camino. Me miró como si quisiera decirme «jódete. Si tuviera valor…».

¿Hasta dónde quería indagar? Podía volar a Indiana y dar la lata en el campus en el que Wendy había aprendido a definir su papel en la vida. Podía enterarme con bastante facilidad del nombre del profesor cuya aventura con ella había tenido unos resultados tan dramáticos. Podía encontrar a ese profesor, tanto si seguía en la escuela como si no. Hablaría conmigo. Podía hacer que hablara conmigo. Podría averiguar el paradero de otros profesores que se habían acostado con ella, otros estudiantes que la hubieran conocido.

¿Pero qué podrían contarme que no supiera ya? No estaba escribiendo su biografía. Estaba intentando capturar la esencia suficiente de ella como para ir a Cale Hanniford y decirle quién era y cómo escogió esa vida. Probablemente ya había hecho un trabajo razonable. No encontraría mucho más en Indiana.

Solo había un problema. En realidad, mi acuerdo con Hanniford era más que una forma de burlar las leyes sobre licencias de detectives e impuesto de la renta. El dinero que me dio era un regalo, así como el dinero que yo había dado a Koehler, a Pankow y al empleado de correos. Y a cambio le estaba haciendo un favor, así como ellos me habían hecho favores a mí. Yo no estaba trabajando para él.

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