– No sé si usted lo llamaría así.
– ¿Qué quiere decir?
– Tomaba dinero de los hombres. Supongo que es lo que había estado haciendo desde que se instalara en el apartamento. Pero no sé si era exactamente una prostituta.
– ¿Cómo se dio cuenta de lo que estaba pasando?
Tomó su copa y bebió otro trago. Volvió a dejarla sobre la mesa y se toqueteó la frente con las puntas de los dedos.
– De manera gradual -dijo.
Esperé.
– Salía con muchos chicos. Hombres mayores, pero eso no me sorprendía. Y normalmente…, bueno, su acompañante y ella terminaban en la cama. -Bajó los ojos-. No es que yo fuera una cotilla, pero era imposible no darse cuenta de ello. En el apartamento ella tenía la habitación y yo el salón, en el cual había un sofá cama…
– He visto el apartamento.
– Entonces conoce la distribución. Hay que atravesar el salón para meterse en la habitación, por lo que si yo estaba en casa, ella atravesaba mi cuarto con su acompañante e iban al dormitorio, permanecían allí entre media hora y una hora, y después, o Wendy lo acompañaba a la puerta o él salía solo.
– ¿Eso le molestaba?
– ¿Que mantuviera relaciones sexuales con ellos? No, no me molestaba. ¿Por qué iba a hacerlo?
– No lo sé.
– Una de las razones por las que me fui de la Evangeline House fue para vivir como una adulta. Yo no era virgen. Y el hecho de que Wendy llevara hombres al apartamento significaba que yo era libre hacerlo si quería.
– ¿Lo hacía?
Se puso colorada.
– En ese momento no estaba con nadie en especial.
– Entonces sabía que Wendy era promiscua, pero no que recibía dinero a cambio.
– En ese momento no.
– ¿Se veía con gran cantidad de hombres diferentes?
– No lo sé. Vi a los mismos hombres en varias ocasiones, sobre todo al principio. Muchas veces no llegaba a ver a los tíos con los que se acostaba. Yo pasaba mucho tiempo fuera del apartamento, o llegaba a casa cuando ella ya estaba en la habitación con alguien, y salía a tomar una copa o algo y volvía cuando ya se había ido.
Me quedé mirándola fijamente y ella desvió los ojos. Dije:
– Sospechó algo desde el principio, ¿verdad?
– No sé a qué se refiere.
– Había algo en los hombres.
– Supongo.
– ¿Qué era? ¿Qué tipo de hombres eran?
– Mayores que ella, naturalmente, pero eso no me sorprendía. Además iban bien vestidos. Parecían…, mmm, no sé, ejecutivos, abogados, profesionales. Y tenía la sensación de que la mayoría de ellos estaban casados. No podría decirle por qué pensaba eso, pero daba esa sensación. Es difícil de explicar.
Pedí otra ronda y ella empezó a soltarse. La imagen empezaba a tomar forma. Había llamadas telefónicas que ella contestaba cuando Wendy estaba fuera del apartamento, mensajes crípticos que ella tenía que transmitir. Me contó el caso de un borracho que apareció una noche que Wendy no estaba en casa y que le dijo a Marcia que se conformaba con ella e intentó ligársela torpemente. Consiguió librarse de él, pero siguió sin caer en la cuenta de que los amigos de Wendy constituían una fuente de renta para ella.
– Pensé que era una golfa -dijo-. No soy una moralista, señor Scudder. Durante esa época me estaba convirtiendo en todo lo contrario. No tanto en la manera de comportarme, sino en la manera de percibir las cosas. Con todas ésas vírgenes nerviosas de la Evangeline House, lo que Wendy me inspiraba era una especie de mezcla de sentimientos.
– ¿Cómo?
– Pensaba que lo que estaba haciendo probablemente era una mala idea. Que sería malo para ella desde el punto de vista emocional. Ya sabe, ego herido, ese tipo de cosas. Porque en el fondo siempre fue demasiado inocente.
– ¿Inocente?
Se mordió la uña.
– No sé cómo explicarlo. Había en ella algo de niña. Yo tenía la sensación de que, fuera cual fuese el tipo de vida sexual que llevara, en el fondo continuaría siendo esa niña. -Se quedó pensativa un momento y luego se encogió de hombros-. De todas formas, consideraba que su comportamiento era básicamente autodestructivo y que acabaría haciéndose daño.
– No se referirá a daño físico.
– No, quiero decir daño emocional. Y al mismo tiempo tengo que decir que yo la envidiaba.
– ¿Debido a su libertad?
– Sí. No parecía tener problemas. Por lo que pude ver estaba completamente libre de remordimientos. Hacía lo que quería. Yo se lo envidiaba porque creía en ese tipo de libertad, o pensaba que lo hacía y, sin embargo, en mi propia vida no lo reflejaba. -Sonrió de repente-. También envidiaba su vida porque era mucho más interesante que la mía. Yo tenía algunas citas, pero ninguna excesivamente interesante, y los chicos con los que salía eran más o menos de mi edad y no tenían mucho dinero. Wendy salía a cenar a lugares como Barbetta's y el Forum, y yo solo iba a un montón de sitios cutres. No podía dejar de envidiarla un poco.
Se excusó y fue al baño. Mientras no estaba, pregunté a la camarera si había café del día. Me dijo que sí, y le pedí que trajera un par de tazas. Me quedé sentado esperando a Marcia Thal mientras me preguntaba por qué Wendy habría querido una compañera de piso, y sobre todo una que ignorara cómo se ganaba la vida. Los cien dólares al mes no parecían motivo suficiente, y la incomodidad de trabajar como prostituta en las condiciones en las que Marcia había descrito pesaba mucho más que la pequeña fuente de ingresos que Marcia representaba.
Ella volvió a la mesa justo en el momento en que la camarera traía los cafés.
– Gracias -dijo-. Estaban empezando a afectarme esas copas. Puede que me venga bien.
– A mí también. Me espera un largo camino de vuelta.
Sacó un cigarrillo. Cogí una cajetilla de cerillas y se lo encendí. Le pregunté cómo descubrió que Wendy recibía dinero a cambio de sus favores.
– Ella me lo dijo.
– ¿Por qué?
– ¡Caray! -dijo. Soltó el humo en una columna larga y fina-. Me lo dijo y punto, ¿vale? Además, vamos a dejarlo.
– Es mucho más fácil si me cuenta todo, Marcia.
– ¿Qué le hace pensar que hay algo más que contar?
– ¿Qué hizo? ¿Le pasó a uno de sus acompañantes?
Sus ojos se abrieron de par en par. Los cerró un instante y dio una calada.
– Fue algo parecido -dijo-. No exactamente, pero se aproxima bastante. Me dijo que un amigo suyo tenía un socio que venía de fuera de la ciudad, y que si quería tener una cita con él, una cita doble con su amigo y ella. Le dije que creía que no, y me habló del espectáculo que veríamos, de la cena y de todo lo demás. Y me dijo: «Sé práctica Marcia. Pasarás un buen rato, y te sacarás unos dólares con ello».
– ¿Cómo reaccionó?
– Bueno, no me escandalicé. Supongo que ya sospechaba desde hace tiempo de dónde sacaba el dinero. Le pregunté qué era lo que quería decir, una pregunta bastante estúpida en ese momento, y ella me dijo que los hombres con los que se citaba tenían mucho dinero y que eran conscientes de lo difícil que era para una joven ganarse la vida de una forma decente, y al final de la noche generalmente le daban algo. Hice algún comentario sobre si eso no era prostitución y ella me dijo que nunca les pedía dinero a los hombres, ni nada por el estilo, pero que ellos siempre le daban algo. Pensé en preguntarle cuánto, pero no lo hice, aunque de todas formas ella me lo dijo después. Dijo que como mínimo siempre le daban veinte dólares y que en alguna ocasión algún hombre le había dado cien. El hombre que iba a verla más a menudo le daba cincuenta dólares, dijo, por lo que si yo iba con ellos quería decir que lo más seguro es que su amigo me diera cincuenta dólares, y me preguntó si no pensaba que era una cantidad razonable por una noche que tan solo implicaba una buena cena, un buen espectáculo y después pasar media hora más o menos en la cama con una caballero agradable y digno. Esa fue su frase: «un caballero agradable y digno».
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