– ¿Qué te parece que hago? ¿Escapar cuando lo veo venir? No ando del brazo con el hombre, pero él sale y le doy un minuto y me deslizo detrás de él.
– Eso es peligroso, TJ. El hombre es un asesino.
– Tío, ¿se supone que debo impresionarme? Estoy en el Deuce casi todos los días de mi vida. No puedo pasar por esa calle sin ir detrás de algún asesino.
– ¿Dónde fue?
– Dobló a la izquierda y fue hasta la esquina.
– La Calle 49.
– Luego cruzó a la casa de comidas de la acera de enfrente. Entró, se quedó un par de minutos y salió. No supongas que se tomó un bocadillo, pues no estuvo dentro tanto tiempo. Pudo haber comprado una caja de seis botellas. El paquete que llevaba era más o menos de esa medida.
– ¿Dónde fue después?
– Volvió por donde había venido. El bobo pasó a mi lado, volvió a cruzar la Quinta Avenida y se fue derecho hacia la lavandería. Pensé: «Mierda, no lo puedo seguir de nuevo hasta ahí dentro. Tengo que quedarme rondando fuera hasta que haga su llamada».
– No volvió a llamar aquí.
– No llamó a ningún lado, porque no entró en la lavandería. Subió a su coche y se fue. Ni siquiera sabía que tenía coche hasta que se montó en él. Estaba estacionado al otro lado de la lavandería, donde no podías verlo si estabas sentado donde yo estaba.
– ¿Un coche o una furgoneta?
– He dicho un coche. Traté de seguirlo, pero no había forma. Yo estaba media manzana más atrás por no querer seguirlo demasiado cerca mientras regresaba a la lavandería y desapareció de mi vista antes de que yo pudiera hacer nada. Cuando pude llegar a la esquina, había desaparecido.
– Pero lo viste bien.
– ¿A él? Sí, lo vi.
– ¿Podrías reconocerlo?
– Hombre, ¿podrías reconocer a tu mamá? ¿Qué clase de pregunta es ésa? El hombre mide uno setenta y cinco, pesa ochenta y cinco kilos, tiene cabello castaño claro y usa gafas de armazón de plástico marrón. Lleva zapatos abotinados de cuero negro y pantalones marineros y una parka azul con cremallera. Y la camisa deportiva más anticuada que hayas visto en tu vida, de cuadros blancos y azules. ¿Si podría reconocerlo? Tío, si supiera dibujar lo habría dibujado. Llama a ese artista del que me hablaste y verás cómo conseguimos algo que se parezca más a él que una fotografía.
– Estoy impresionado.
– ¿Sí? El coche era un Honda Civic, pintado de una especie de gris azulado, un poco descuidado. Hasta el momento en que se subió a él, pensé que podría seguirlo al volver a su casa. Secuestró a alguien, ¿no?
– Sí.
– ¿A quién?
– A una chica de catorce años.
– ¡Hijo de puta! -dijo-. De haberlo sabido, tal vez lo hubiera seguido un poco más cerca y hubiera corrido un poco más ligero.
– Hiciste muy bien.
– ¿Qué te parece que haga ahora? ¿Controlar un poco el vecindario? Tal vez localice su coche aparcado.
– Si estás seguro de que lo reconocerías…
– Bueno, tengo el número de la matrícula. Hay un montón de Hondas, pero no tienen la misma matrícula.
Me la leyó y yo la anoté y empecé a decirle lo satisfecho que estaba de su labor.
No me dejó terminar.
– Tío -me interrumpió exasperado-, ¿cuánto tiempo vamos a seguir así, deslumbrado cada vez que hago algo bien?
– Nos va a llevar algunas horas reunir el dinero -le dije a Ray cuando volvió a llamar-. Es más de lo que tiene y le resulta difícil reunirlo a esta hora.
– No estás tratando de bajar el precio, ¿no?
– No, pero si lo quieres todo tendrás que tener paciencia.
– ¿Cuánto tienes ahora?
– No lo he contado aún.
– Te llamaré dentro de una hora -dijo.
Una vez hube colgado, le dije a Yuri:
– Puedes usar este teléfono. No llamará antes de una hora. ¿Cuánto tenemos?
– Un poco más de cuatrocientos mil -anunció Kenan-. Menos de la mitad.
– No es suficiente.
– No sé -repuso-. Una manera de enfocar el asunto es que ellos no tienen a nadie más a quien recurrir. Es el o lo tomas o lo dejas. Si se plantea así, tal vez acepten lo que tenemos.
– El problema es que no sabes de lo que son capaces.
– Tienes razón. Me olvido de que es un lunático.
– Piensa que necesita un motivo para matar a la chica. -No quería acentuar esto frente a Yuri, pero había que decirlo-. Eso es lo que los puso en movimiento desde un principio. Les gusta matar. Por ahora está viva y la mantendrán viva mientras ella sea su recibo para cobrar el dinero. Pero la matarán en el momento en que piensen que no les va a salir bien o que han perdido su habilidad para conseguir el dinero. No quiero decirles que tenemos apenas medio millón. Prefiero aparecer con medio millón y decirles que ahí lo tienen todo y esperar que no lo cuenten hasta que hayamos rescatado a la chica.
Kenan lo pensó.
– El problema es -murmuró- que el hijo de puta ya sabe cuánto abultan cuatrocientos mil.
– Mira a ver si puedes reunir algo más -le dije y me fui a usar el teléfono Snoopy.
Antes había un número al que solía llamar en el Departamento de Vehículos Automotores. Dabas el número de placa y le decías qué matrícula querías rastrear. Alguien la buscaba y te lo leía. Yo ya no sabía si ese número seguía funcionando y tenía el presentimiento de que había sido eliminado hacía mucho tiempo. Efectivamente, nadie atendió a mi llamada.
Llamé a Durkin, pero no estaba en el edificio de la delegación de policía. Kelly tampoco estaba en su oficina y no tenía sentido hacerlo buscar porque no podía hacer lo que yo quería que hiciera a distancia. Recordé cuando había estado allí para recoger el expediente Gotteskind, que Durkin me entregó, y me imaginé a Bellamy en el escritorio de al lado mientras tenía una conversación unilateral con el terminal de su ordenador.
Llamé a Midtown North y lo encontré.
– Matt Scudder -dije.
– ¡Ah, hola! -contestó-. ¿Cómo te va? Me temo que Joe no anda por aquí.
– Está bien. Tal vez puedas hacerme un favor. Iba en el coche con una amiga y un hijo de puta en un Honda Civic le golpeó en el guardabarros y se largó tranquilamente. La cosa más flagrante que hayas visto nunca.
– ¡Maldita sea! ¿Y tú estabas en el coche cuando ocurrió? El hombre es un estúpido por darse a la fuga. Lo más probable es que estuviera borracho o drogado.
– No me sorprendería. La cosa es que…
– ¿Tienes la matrícula? Te lo averiguo en un momento.
– Te lo agradecería de verdad.
– Eh, no es nada. Sólo tengo que preguntar al ordenador. No cuelgues.
Esperé.
– ¡Maldita sea! -dijo.
– ¿Pasa algo?
– Pues claro, han cambiado la maldita contraseña para entrar en la base de datos del DVA. Entro como se supone que debo hacerlo y no me da acceso. Repite «contraseña nula». Si llamas mañana, estoy seguro…
– Me encantaría avanzar en esto esta noche. Antes de que se le hayan pasado los efectos del alcohol. No sé si me entiendes.
– ¡Ah, claro! Si pudiera ayudarte…
– ¿No hay nadie a quien puedas llamar?
– Sí -dijo con resentimiento-. A esa perra de Informes, pero me va a decir que no me lo puede dar. Recibo esa mierda de su parte siempre que la llamo.
– Dile que es una emergencia Código Cinco.
– ¿Lo puedes repetir?
– Sólo dile que es una emergencia Código Cinco -repetí- y que será mejor que te dé la contraseña antes de que terminéis con los circuitos quemados de aquí a Cleveland.
– Nunca he oído eso -se sorprendió-. No cuelgues, lo voy a intentar.
Me dejó esperando. Del otro lado de la habitación, Michael Jackson me miraba a través de los dedos de sus guantes blancos. Bellamy volvió a la línea para decirme:
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