Skip dijo:
– Al menos lo intentaste.
– No estoy en forma -dijo Bobby. Se dio unos golpecitos en la barriga-. No me funcionan las piernas, ni tengo energía y tampoco ando muy bien de la vista. No podría arbitrar un partido de baloncesto de verdad corriendo de un lado para otro de la cancha. ¡Joder! Me moriría allí mismo.
– Podrías haber tocado el silbato -propuso Skip.
– Si lo hubiera tenido, a lo mejor lo habría hecho. ¿Crees que se habrían detenido al oírlo y se habrían rendido?
– Creo que seguramente te habrían disparado -dije-. Olvida lo de la matrícula.
– Por lo menos lo he intentado -dijo. Miró hacia Billie-. Keegan estaba más cerca, pero no se ha movido. Ha estado sentado debajo del árbol como el toro Ferdinando, oliendo las flores.
– Oliendo mierda de perro -dijo Keegan-, que es lo que tenía más a mano.
– ¿Le has estado dando a las botellitas, Billie?
– Nada, lo justo para mantenerme -respondió Keegan.
Le pregunté a Bobby si se había fijado en la marca del coche. Arrugó la boca, resopló y sacudió la cabeza.
– Un sedán negro último modelo -dijo-. No sé, hoy en día, todos se parecen mucho.
– Eso es verdad -dijo Kasabian y Skip asintió. Yo iba a empezar a formular otra pregunta cuando Billie Keegan dijo que el coche era un Mercury Marquis, de unos tres o cuatro años, y que era de color negro o azul marino.
Todos nos quedamos quietos, mirándolo. Su rostro carecía de expresión, sacó un trozo de papel del bolsillo de su camisa y lo desdobló.
– LJK-914 -leyó-. ¿Os dice algo? -Y mientras seguíamos mirándolo, añadió-: es el número de la matrícula. La placa es de Nueva York. Para no morirme de aburrimiento antes he estado entreteniéndome apuntando todas las marcas y las matrículas de los coches. Me parecía más sencillo que ponerme a correr detrás de los coches como un jodido cocker spaniel.
– ¡Hay que joderse con Billie Keegan! -dijo Skip asombrado. Se acercó a él y lo abrazó.
– Vosotros corréis a juzgar al hombre que bebe un poco -dijo Keegan. Sacó una botellita del bolsillo, giró el tapón hasta que el sello se rompió, echó su cabeza hacia atrás y se bebió el güisqui-. Mantenimiento -dijo-. Eso es todo.
Bobby no podía soportarlo. Casi le dolía la ingenuidad de Billie.
– ¿Por qué no has dicho nada? -preguntó-. Yo también podría haberme puesto a anotar números, podríamos haber apuntado más coches.
Keegan se encogió de hombros.
– Supuse que era mejor no decir nada -dijo-. Así no quedaría como un gilipollas si pasaban corriendo al lado de los coches y cogían un autobús en la avenida Jerome.
– La avenida Jerome está en el Bronx -dijo alguien. Billie dijo que sabía dónde estaba la avenida porque tenía un tío que había vivido allí. Pregunté si los dos estaban disfrazados cuando aparecieron corriendo por la calle.
– No sé -dijo Bobby-. ¿Cómo se supone que iban? Llevaban puestos unos pequeños antifaces. -Unió los dedos pulgares con los índices para formar dos círculos y se los acercó a la cara, como si llevara un antifaz.
– ¿Y todavía llevaban barba?
– Claro que llevaban barba. ¿Qué te crees? ¿Que se pararon un rato para afeitarse?
– Las barbas eran postizas -dijo Skip.
– ¡Ah!
– ¿También llevaban puestas las pelucas? ¿Una oscura y otra clara?
– Supongo. No sabía que fueran pelucas. Yo… no se veía una mierda, Arthur. Hay farolas ahí y ahí, pero aparecieron corriendo por la carretera y se metieron al coche. No se han parado para dar una conferencia ni han posado para los fotógrafos.
Yo dije:
– Será mejor que nos larguemos de aquí.
– ¿Y eso por qué? Me gusta estar así, en medio de Brooklyn, me recuerda a cuando era pequeño y me quedaba hasta las tantas en la calle. ¿Es que crees que vendrá la pasma?
– Bueno, ha habido disparos. Lo último que necesitamos es llamar la atención quedándonos aquí en medio de la calle.
– Tiene sentido.
Caminamos hasta el coche de Kasabian, entramos y dimos otra vuelta a la manzana. Paramos en un semáforo en rojo y le dije a Kasabian por dónde ir para volver a Manhattan. Teníamos los libros, habíamos pagado el rescate y todos seguíamos vivos, podíamos contarlo. Además de eso, teníamos que celebrar la inventiva de Keegan en estado de embriaguez. Todo aquello hizo que nuestro humor cambiara para mejor, y entonces sí que pude indicarle bien para volver a la ciudad y Kasabian, por su parte, pudo entender mis indicaciones.
Al pasar cerca de la iglesia, vimos un grupo de gente delante, hombres con camisetas de interior, adolescentes, todos parecían estar esperando a alguien. En la distancia, pude oír el sonido ondulante de la sirena de la policía.
Quería decirle a Kasabian que nos llevara a todos a casa, que podíamos volver a por el coche de Skip al día siguiente. Pero estaba aparcado junto a una boca de incendios y llamaría la atención. Se detuvo, no debió de relacionar la multitud con el sonido de la sirena, y Skip y yo bajamos. Uno de los hombres que había al otro lado de la calle, un tipo medio calvo y con barriga cervecera, estaba mirando hacia nosotros.
Le grité, le pregunté qué ocurría. Él quería saber si yo era de la comisaría. Negué con la cabeza.
– Alguien ha entrado en la iglesia -dijo-. Niños, probablemente. Tenemos las salidas cubiertas y la pasma está de camino.
– Niños -dije en alto, y él se rió.
– Creo que me he puesto más nervioso ahora que cuando estaba en el sótano de la iglesia -dijo Skip, después de habernos alejado unas cuantas manzanas-. Yo allí, de pie, con una bolsa colgada del hombro como si hubiera cometido un robo y tú con una 45 metida en tu pantalón. Pensé que estábamos jodidos si veían la pistola.
– Me he olvidado de que la llevaba ahí.
– Y encima nos hemos bajado de un coche lleno de borrachos. Otro punto a nuestro favor.
– Keegan era el único que iba borracho.
– Y era el que estaba más lúcido. ¡Imagínate! Hablando de beber…
Saqué el güisqui de la guantera y le quité el tapón. Él le dio un buen trago y luego me lo pasó. Y así, nos fuimos pasando la botella hasta que nos la acabamos. Skip dijo:
– A la mierda Brooklyn. -Y tiró la botella por la ventana. Hubiera preferido que no lo hubiera hecho porque el aliento nos apestaba a alcohol y teníamos una pistola sin licencia, pero me lo guardé.
– Eran muy profesionales -dijo Skip-. Con sus disfraces y todo. ¿Por qué le disparó a la luz?
– Para que no saliéramos corriendo.
– Por un momento creí que iba a dispararme. ¿Matt?
– ¿Qué?
– ¿Cómo es que no lo disparaste?
– ¿Cuando te estaba apuntando? Lo habría hecho, si hubiera sentido que iba a disparar. Lo tenía cubierto. Del modo en que estábamos, si yo lo disparaba, él te dispararía a ti.
– Quiero decir después. Después de que le disparara a la luz. Todavía lo estabas apuntando. Seguías haciéndolo cuando salió por la puerta.
Me tomé un momento para responder y entonces dije:
– Decidiste pagar el rescate para que no les entregaran los libros a los de la Hacienda Federal. ¿Qué te crees que ocurre si te relacionan con un tiroteo en una iglesia en Bensonhurst?
– ¡Jesús! No había pensado en eso.
– Además, disparándolo no habrías recuperado el dinero. Ya lo tenía el otro.
– Ya. No había pensado en eso. Pero yo sí que lo habría disparado. No porque fuera lo correcto, sino porque me habría dejado llevar por la tensión del momento.
– Bueno -dije-, nunca se sabe lo que uno puede llegar a hacer en una situación así.
En el siguiente semáforo, saqué mi libreta y comencé a hacer unos bosquejos. Skip me preguntó qué estaba dibujando.
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