– Mi nombre es Matt y soy alcohólico, y lo único que sé acerca de un poder superior es que actúa de modos misteriosos para alcanzar sus objetivos.
Estaba sentado junto a Jim Faber, quien me susurró que si mi trabajo como detective se iba al diablo, siempre podría dedicarme a escribir galletas de la fortuna.
Otro miembro de la asociación, una mujer llamada Jane, dijo:
– Si una persona normal se levanta por la mañana y a su coche se le ha pinchado una rueda, llama a un taller. Un alcohólico, en cambio, llama a la Liga de Prevención de Suicidios.
Jim me dio un buen codazo en las costillas.
– Eso no puede ir por mí -le aseguré con mucha sorna-. Ni siquiera tengo coche.
Cuando volví al hotel, tenía otro mensaje de TJ y seguía sin tener modo alguno de contactar con él. Me di una ducha y me fui a la cama, y ya estaba empezando a dormirme cuando sonó el teléfono.
– Cuesta encontrarte, tío -me dijo.
– Tú sí que eres difícil de localizar. Me has dejado un montón de mensajes, pero no tengo forma de llamarte.
– Te los he dejado precisamente porque la última vez me dijiste que no te había dejado ninguno.
– Pues esta vez sí me has dejado los mensajes, pero no me has dicho cómo podía ponerme en contacto contigo.
– ¿Quieres decir un número al que llamarme?
– Pues sí, algo así.
– Ya, pero es que no tengo teléfono.
– Me lo imaginaba.
– Sí -asintió-. Bueno, ya lo solucionaremos un día de estos. El caso es que he descubierto lo que me habías encargado.
– ¿Lo del chulo?
– Sí, y me he encontrado con un montón de mierda.
– Pues suéltala.
– ¿Por teléfono, tío? Bueno, si es lo que quieres…
– No.
– La verdad es que no parece muy buena idea.
– No, probablemente no lo sea -le dije, mientras me sentaba en la cama-. Hay una cafetería que se llama Flame, en la esquina de la Cincuenta y Ocho con la Novena, o sea, en la esquina sudoeste…
– Si está ahí, la encontraré.
– Vale, claro que sí -le dije-. Nos vemos allí dentro de media hora.
Se reunió conmigo fuera del local, entramos y nos sentamos en una mesa. Hizo un gesto muy teatral, como si estuviera olfateando el aire, y dijo que algo olía de maravilla. Me reí, le pasé el menú y le dije que pidiera lo que quisiera. Pidió una hamburguesa con queso y bacón, patatas fritas y un batido doble de chocolate. Yo me tomé una taza de café y una tostada inglesa.
– He encontrado a una tipa -me dijo- que vive más allá de Alphabet City. Dice que ella antes trabajaba para ese chulo, que se llama Juke. Probablemente ese sea su nombre de guerra. Tío, estaba asustadísima. Dejó de tratar con él el verano pasado; se escapó de donde la tenía viviendo, o algo así, y aún sigue girándose mientras camina por si la persigue. En una ocasión le dijo que si alguna vez lo metía en un lío, le iba a cortar la nariz, y todo el tiempo que estuve con ella se la estuvo tocando, como si quisiera asegurarse de que aún la tenía.
– Si le dejó el verano pasado, no habrá llegado a conocer a Bobby.
– Sí, claro -me dijo-, pero es lo único que tenemos, el tipo que conocía a Bobby me dijo que todo lo que sabía del chulo era que era el mismo que llevaba a…
Se detuvo un segundo, y luego continuó:
– Le dije que no diría su nombre. Supongo que no importa que te lo diga a ti, pero…
– No, no necesito que me lo digas. Los dos tenían el mismo chulo, pero no al mismo tiempo; así que si has descubierto quién era el de ella, sabremos quién era el de Bobby.
– Sí, eso es.
– Y dices que el tío se llama Juke.
– Sí. No sabe su apellido. Box, probablemente -dijo, riéndose- No sabe tampoco dónde vive. A ella la tenía viviendo en Washington Heights, pero me contó que tenía varios apartamentos, y que en todos tenía chavales metidos.
Cogió una patata y la mojó en k é tchup.
– Ese Juke está todo el tiempo buscando chavales nuevos.
– Así va el negocio, ¿eh?
– Eso es lo que dice ella, que siempre está buscando chavales nuevos porque los que tiene no le duran mucho -dijo, echando la cabeza hacia atrás, como si no quisiera demostrar que lo que había dicho le afectaba, pero la verdad es que no consiguió disimularlo-. Solía decirle a ella y a todo el mundo que hay dos maneras para ir a una cita: con billete de ida y vuelta o solo con billete de ida. ¿Sabes lo que significa eso?
– Dímelo tú.
– Con ida y vuelta significa que volverás de la cita, pero si es solo de ida, no volverás. Es como si el cliente te comprase para él y no tuviese que devolverte. O sea, que puede hacer contigo lo que le dé la gana -dijo, mirando hacia su plato-. Te puede matar, si eso es lo que quiere, y no tendrá ningún problema con Juke. Dice que le decía: «Sé buena o te mandaré con billete solo de ida». Y el problema es que nunca sabes cuándo te llega la hora. Te dice: «Oh, no te preocupes por este cliente, es un tipo fácil, probablemente hasta te compre algo de ropa bonita, te tratará bien». Y en cuanto ella sale por la puerta, él le dice a los demás: «Ya no vais a ver a esa zorra nunca más, porque la he mandado con billete de ida». Y después lloran un rato, como si fueran sus amigos…, pero no la vuelven a ver.
Cuando terminó la comida le di tres billetes de veinte y le dije que esperaba que le pareciese suficiente. Él me dijo:
– Sí, está muy bien. Ya sé que no eres un tipo rico.
Una vez fuera del local, le comenté:
– Ya puedes dejarlo, TJ. No quiero que investigues más sobre Juke.
– Podría preguntarles a un par de tipos para ver lo que me dicen.
– No, no lo hagas.
– No te costará nada.
– No es eso lo que me preocupa. No quisiera que Juke se enterase de que alguien lo está buscando. Podría cabrearse y tratar de vengarse de ti.
Se le entornaron los ojos.
– Eso sería malo, tío -me dijo-. La chica dice que es un puto cabrón, además dice que es muy grande, aunque a ella todo el mundo debe de parecérselo.
– ¿Qué edad tiene?
– No, si tiene doce -me respondió-, pero es algo pequeña para su edad.
El sábado me quedé cerca de casa. Solo salí para tomar un sándwich y una taza de café y asistir a una reunión al mediodía en un local situado al otro lado de la calle del videoclub de Phil Fielding. A las ocho menos diez me reuní con Elaine frente al Carnegie Recital Hall, en la Cincuenta y Siete. Tenía entradas para una serie de conciertos de música de cámara y ya se encontraba lo suficientemente recuperada como para poder asistir. El grupo que actuaba aquella noche era un cuarteto de cuerda. La violonchelista era una mujer negra con la cabeza afeitada. Los otros tres eran hombres de origen chino, todos ellos vestidos y arreglados como ejecutivos.
En el intermedio, decidimos que luego iríamos al Paris Green y que nos pasaríamos por Grogan's, pero para cuando acabó la segunda parte ya no nos quedaba energía. Nos fuimos a su apartamento y pedimos comida china. Me quedé a pasar la noche, y al día siguiente fuimos a comer juntos.
El domingo fui a cenar con Jim y luego a la reunión de las ocho y media de Roosevelt.
El lunes por la mañana me dirigí a la Midtown North. Había llamado antes, así que Durkin ya estaba esperándome. Llevaba mi cuadernillo, como casi siempre hago. También me había traído el videocasete de Doce del pat í bulo. Lo llevaba conmigo desde que salí del apartamento de Elaine el día anterior.
– Siéntate -me dijo-. ¿Quieres café?
– No, acabo de tomarme uno.
– Ojalá pudiese decir yo lo mismo. ¿Qué te ronda por la cabeza?
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