Lawrence Block - Un baile en el matadero

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Un baile en el matadero: краткое содержание, описание и аннотация

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Matt Scudder ha pasado muchos de sus días sumergido en el alcohol, dejándose el alma en cada rincón de la Gran Manzana. Hace tiempo perteneció al Departamento de Policía de Nueva York, pero todo aquello ya quedó atrás. Ahora es un detective sin licencia, perseverante y de mente afilada, y no deja que sus obsesiones enturbien la investigación.
Lo acaban de contratar para que demuestre una sospecha: que Richard Thurman, personaje influyente de la vida pública, planeó el brutal asesinato de su esposa, estando ella embarazada. En medio de la investigación aparecerán pistas desconcertantes, aparentemente desligadas del caso, pero todos los misterios acabarán confluyendo para enseñar al detective que una vida joven e inocente puede ser comprada, corrompida y aniquilada.
`Un baile en el matadero` recibió el premio Edgar 1992.

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– Ah -dijo sorprendido-. Bueno, es usted muy amable. Iré en cualquier momento. Me había acostumbrado a ir a un sitio que está al lado del trabajo, pero pasaré por ahí cualquier noche de estas.

Le colgué el teléfono y taché a Accardo de la lista. Me quedaban veinticinco nombres y parecía que iba a tener que hacérmelos todos a pie.

A las cuatro y media de la tarde di la jornada laboral por concluida, y para entonces había conseguido tachar de mi lista otros diez nombres más. El proceso resultó ser de lo más tedioso, aún más lento de lo que me había imaginado. Las direcciones no estaban demasiado alejadas unas de otras, con lo cual se podía ir andando sin problema, pero eso no significaba que fuese capaz de comprobar si una persona en concreto vivía o no en determinado domicilio.

Para las cinco ya había regresado a la habitación de mi hotel. Me di una ducha, y me senté a ver la tele. A las siete me encontré con Elaine en un local marroquí de la calle Cornelia, en el Village. Los dos pedimos cuscús. Ella me dijo:

– Si la comida es tan deliciosa como el olor, nos llevaremos una agradable sorpresa. ¿En qué parte del mundo se come el mejor cuscús?

– No lo sé. ¿Casablanca?

– Walla Walla.

– Ah.

– ¿No te das cuenta? Cuscús, Walla Walla. Y si quieres comer buen cuscús en Alemania tienes que ir a Baden Baden.

– Ya, creo que ya entiendo el chiste.

– Claro que sí, eres muy rápido para estas cosas. Y, en Samoa, ¿dónde tomarías cuscús?

– En Pago Pago. Discúlpame, volveré dentro de un minuto, tengo que ir a hacer pipí.

El cuscús estaba estupendo y las raciones eran de lo más generosas. Mientras comíamos, le conté cómo me había ido el día.

– Resultó frustrante -le aseguré-. No podía ir simplemente a los buzones y mirar si la persona vivía o no allí.

– No, por supuesto, en Nueva York no se puede hacer eso.

– Claro que no. Un montón de gente deja, por una cuestión de principios, el espacio en blanco. Y yo lo comprendo, ya que formo parte de un programa que se basa en mantener el anonimato, pero para otra gente debe resultar extraño. Hay quien, incluso, pone nombres falsos, porque están alquilados de forma ilegal y no quieren que nadie lo descubra. Así que si estoy buscando a Bill Williams…

– Lo cual sería William Williams -dijo ella-. El rey del cuscús de Walla Walla.

– Ese mismo. El hecho de que su nombre no figure en el buzón no significa que no viva allí. Y aunque sí esté su nombre, tampoco me asegura nada.

– Pobrecito. Y entonces, ¿qué haces, llamar al casero?

– Si es que vive allí mismo, pero en la mayoría de los edificios pequeños no es así; y además, no tiene por qué estar en casa en todo momento, ni conocer el nombre de todos sus inquilinos. Total, que termino llamando a los timbres, aporreando puertas y hablando con gente, que en la mayor parte de los casos no sabe demasiado de sus vecinos, y además pone mucho cuidado en no revelar lo que sabe.

– Un trabajo muy duro, está claro.

– Algunos días, desde luego, sí lo es.

– Bueno, pero a ti te encanta.

– ¿Tú crees? Sí, supongo que sí.

– Claro que sí, o eso me parece a mí. Resulta muy satisfactorio cuando has estado insistiendo mucho en algo y al final le encuentras sentido. Aunque eso no siempre ocurre, ¿no?

Ya estábamos tomando el postre, que era un empalagoso pastel de miel, demasiado dulce para que me lo pudiese terminar. La camarera nos había traído también café marroquí, que era más o menos como el café turco, muy espeso y amargo, y con posos que llenaban aproximadamente un tercio de la taza.

– Desde luego, hoy he trabajado muchísimo -continué-. Y eso sí me resulta satisfactorio. Aunque la pena es que me estoy ocupando del caso que no es.

– ¿Y no puedes trabajar en los dos a la vez?

– Probablemente, pero en realidad nadie me paga por investigar lo de la película snuff. Se supone que debería estar intentando averiguar si Richard Thurman mató o no a su esposa.

– Pero ya estás trabajando en ello.

– ¿Tú crees? El jueves por la noche fui al boxeo con la excusa de que él era quien producía el programa para la tele. Y descubrí varias cosas, por ejemplo, que es el tipo de tío que se quita la corbata y la chaqueta cuando trabaja; y que es muy ágil, ya que se puede subir al ring de un salto y después bajarse sin ni siquiera empezar a sudar. Además vi cómo le daba una palmadita en el culo a la chica de los carteles, y…

– Bueno, eso sí es interesante.

– Desde luego, para él sí. Pero no sé por qué tiene que serlo para mí.

– ¿Estás bromeando? Hombre, si le puede tocar el culo a cualquier fulanita dos meses después de la muerte de su mujer…

– Dos meses y medio, para ser exactos -le corregí.

– Enorme diferencia.

– Así que una fulanita, ¿eh?

– Una fulanita, una putilla, una tontita sin más… ¿Y qué hay de malo en decir fulanita?

– Nada, nada. En realidad, no le estaba tocando el culo, simplemente le dio una palmadita.

– Sí, pero delante de millones de personas.

– No tendrán tanta suerte. Allí no había más de un par de cientos.

– Además de los telespectadores.

– No, ellos estaban viendo anuncios. De todos modos, ¿qué prueba eso? ¿Que es un hijo de puta insensible, que le echa la mano a otra mujer mientras el cuerpo de su esposa apenas ha tenido tiempo de asentarse en la tumba? ¿O que no tiene que demostrar nada porque realmente es inocente? Podría interpretarse de cualquiera de los dos modos.

– Bueno -dijo ella.

– Eso fue el jueves. Ayer, fíjate lo cruel que soy, me tomé un vaso de soda en el mismo garito que él. Fue un poco como estar en lados opuestos de un vagón de metro repleto de gente, pero en realidad estábamos los dos en el mismo local y al mismo tiempo.

– Bueno, ya es algo.

– Y anoche cené en Radicchio's, en la planta baja del edificio donde está su apartamento.

– ¿Y qué tal?

– Nada especial. La pasta estaba bastante buena. Ya la probaremos alguna vez.

– ¿Estaba él en el restaurante?

– No creo que estuviera ni en el edificio. Si se encontraba en casa, desde luego estaba con la luz apagada. Esta mañana llamé a su apartamento, ¿sabes? Como estaba llamando a toda esa gente, decidí telefonearlo a él también.

– ¿Y qué te contó?

– Saltó el contestador, y no dejé mensaje.

– Espero que eso le resulte a él tan frustrante como me resulta a mí.

– Esperemos que así sea. ¿Sabes qué debería hacer? Debería devolverle el dinero a Lyman Warriner.

– No, no hagas eso.

– ¿Por qué no? No puedo quedármelo si no hago nada para ganármelo, y parece que no se me ocurre nada que hacer al respecto. Me he leído el informe de la policía y ellos ya han intentado todo lo que a mí se me había ocurrido, e incluso más.

– No devuelvas el dinero -me recomendó ella-. Cariño, a ese tío le importa un bledo la pasta. Su hermana ha sido asesinada y si él cree que está haciendo algo por esclarecer los hechos, por lo menos morirá en paz.

– ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo, darle falsas esperanzas?

– Si te pregunta, dile que estas cosas llevan su tiempo. No le vas a pedir más dinero…

– Por Dios, claro que no.

– … así que no tiene ninguna razón para pensar que le estás intentando apretar las tuercas. Además, no tienes por qué quedarte con el dinero si sientes que no has hecho nada para ganártelo. Regálalo. Dónalo a la investigación sobre el sida, o dáselo a la asociación God's Love We Deliver, ellos tienen montones de sitios en los que emplearlo.

– Supongo que sí.

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