– Pero ¿es agua de grifo? -insistió Barbara.
Como siempre lo había sido, fue la respuesta.
Brillante, pensó Barbara. Las piezas iban encajando. Tenía a Luxford en la vecindad recientemente y en el molino en su juventud. Ahora necesitaba poner el uniforme escolar de Charlotte en sus manos. Y tenía una idea bastante aproximada de cómo hacerlo.
En opinión de Lynley, Cross Key Close parecía la guarida de un anacoreta. Sus estrechas callejuelas, que serpenteaban hasta penetrar en un cañón de edificios que arrancaba de marylebone Lane, carecían completamente de vida humana, aislada prácticamente de la luz del día. cuando Lynley y Nkata entraron en la zona, tras haber dejado el Bentley aparcado en Bulstrode Place, Lynley se preguntó en que había pensado Eve Bowen cuando permitió que su hija anduviese sola por aquellos andurriales. ¿Nunca había estado allí?, se preguntó.
– Este lugar me pone la carne de gallina. – Nkata verbalizó los pensamientos de Lynley.-Por que venía a este antro una niña como Charlotte?
– Es la pregunta del millón -admitió Lynley.
– Joder, en invierno debía caminar por aquí a oscuras. -Nkata parecía disgustado-. Es como una invitación a… -Aminoró el paso hasta detenerse. Miró a Lynley, que le precedía tres pasos-. Una invitación a buscarse problemas -concluyó con aire pensativo-. ¿Cree que Bowen conocía a Chambers, inspector? Podría haberse tomado la molestia de indagar en el Ministerio del Interior y desenterrado la misma mierda que nosotros sobre este tío. Podría haber enviado a la niña a tomar clases y planeado todo, sabiendo que averiguaríamos sus antecedentes tarde o temprano. Y cuando lo hiciéramos, como así ha sucedido, nos concentraríamos en él y nos olvidaríamos de ella.
– Una hipótesis excelente -dijo Lynley-, pero no vayamos al mercado precediendo a nuestro caballo, Winston.
Las alusiones shakesperianas, por adecuadas que fueran, no eran el fuerte de Nkata.
– ¿Cómo qué cuándo dónde? -dijo.
– Vamos a hablar con Chambers. El miércoles por la noche, St. James pensó que ocultaba algo, y los instintos de St. james no suelen fallar. Vamos a ver si era verdad.
No habían concedido a Damien Chambers la ventaja de saber que iban a verle. No obstante, estaba en casa. Oyeron la música de un teclado eléctrico que surgía de su diminuta casa. La música cesó cuando Lynley golpeó la puerta con la aldaba de latón. La fláccida cortina de una ventana se movió cuando alguien echó un vistazo a los visitantes desde el interior de la casa. Un momento después la puerta se abrió y apareció la cara pálida de un hombre joven, enmarcada por un cabello lacio que le llegaba al pecho.
Lynley enseñó su identificación.
– ¿Señor Chambers? -dijo.
Dio la impresión de que Chambers se esforzaba por no mirar la tarjeta de Lynley.
– Sí.
– Inspector detective Thomas Lynley. DIC de Scotland Yard.
– Lynley presentó a Nkata-. ¿Podemos hablar, por favor?
No parecía muy contento por la perspectiva, pero Chambers se apartó y abrió la puerta de par en par.
– Estaba trabajando.
Una grabadora estaba funcionando y la voz meliflua de un actor entonaba: «La tormenta se prolongó a medida que Avanzaba la noche. Mientras ella yacía en la cama, pensaba en lo que habían sido el uno para el otro, comprendió que no podía olvidarle ni…»
Chambers apagó el aparato.
– Libros condensados en cinta. Estoy componiendo los fragmentos musicales entre escena y escena -explicó, y se trotó las manos in los tejanos, como si tuviera la intención de secarse el sudor. Empezó a sacar partituras musicales de las sillas y apartó dos atriles-. Pueden sentarse, sí gustan.
Fue a la cocina y abrió un grifo. Volvió con un vaso lleno de agua, en el que flotaba una rodaja de limón. Dejó el vaso en el borde del teclado eléctrico y se sentó como si tuviera la intención de continuar trabajando. Tocó un solo acorde, pero después dejó caer las manos en el regazo.
– Han venido por Lottie, ¿verdad? -dijo-. Ya me lo esperaba. No pensé que el tipo de la semana pasada fuera el único que viniera sí ella no aparecía.
– ¿Esperaba que apareciera?
– No había motivos para esperar lo contrario. Siempre le gustaron las travesuras. Cuando me dijeron que había desaparecido…
– ¿Quienes?.
– El tipo que vino el miércoles por la noche. Vino con una mujer.
– ¿El señor St. James?
– No me acuerdo de su nombre. Trabajaban para Eve Bowen. Estaban buscando a Lottie. -Bebió un sorbo de agua-. Cuando leí el artículo en el periódico, me refiero a lo sucedido a Lottie, pensé que alguien vendría tarde o temprano. Han venido por eso, ¿verdad?
Hizo la pregunta con tono indiferente, pero su expresión reflejaba cierta angustia, como si deseara que le tranquilizaran antes que informarle.
– ¿A qué hora se fue Charlotte Bowen de aquí el miércoles? -quiso saber Lynley, sin responder a su pregunta.
– ¿A qué hora? -Chambers consultó su reloj, sujeto a su fina muñeca con una correa de bramante. Un brazalete de cuero trenzado lo acompañaba-. Después de las cinco, diría yo. Se quedó a charlar, como de costumbre, pero le envié a casa poco después de que terminara la clase.
– ¿Había alguien en la callejuela cuando se fue?
– No vi a nadie merodeando, si se refiere a eso.
– Así pues, nadie la vio salir.
Los pies del músico se alzaron poco a poco debajo de su silla.
– ¿Adónde quiere ir a parar? -preguntó.
– Acaba de decir que en la callejuela no había nadie que pudiese ver a Charlotte salir de aquí a las cinco y cuarto. ¿No es así?
– Eso he dicho.
– Por consiguiente, nadie puede confirmar o refutar su afirmación de que salió de su casa.
El joven se pasó la lengua por los labios, y cuando volvió a hablar su Belfast de origen se transparentó en sus palabras, pronunciadas con prisa y creciente preocupación.
– ¿Adónde quiere ir a parar? -repitió.
– ¿Conoce a la madre de Charlotte?
– Claro que sí.
– Por lo tanto, sabe que es diputada del Parlamento, ¿verdad? Y subsecretaria de Estado.
– Supongo, pero no veo…
– Y poniendo un poco de esfuerzo para conocer sus opiniones, muy poco esfuerzo, puesto que usted vive en un distrito electoral, sabría cuál es su postura en determinados temas controvertidos.
– No me meto en política -respondió Chambers, pero la rigidez de su cuerpo (todos los nervios contenidos para no traicionarse) desmintió sus palabras.
Lynley reconoció que su mera presencia en casa de Chambers era la pesadilla de todo católico irlandés. Los espectros de los Seis de Birmingham y los Cuatro de Guilford abarrotaban la pequeña sala, agigantados por la ominosa proximidad de Lynley y Nkata, dos policías ingleses, protestantes y con una estatura superior al metro ochenta, en su plenitud de fuerzas, y uno con el tipo de cicatriz facial que sugería violencia en algún momento de su vida. Lynley percibió el miedo del irlandés.
– Hablamos con el RUC, señor Chambers -dijo.
Chambers no dijo nada. Uno de sus pies se frotó con el otro y cobijó las manos bajo las axilas, pero por lo demás mantuvo la calma.
– Habrá sido una conversación de lo más aburrida.
– Le tacharon de conflictivo. No un simpatizante del IRA, exactamente, pero sí alguien a quien valía la pena vigilar. ¿De dónde cree que sacaron la idea?
– Si quiere saber si he simpatizado con el Sinn Fein, pues si -contestó Chambers-, pero también la mitad de la población de Kilburn, así que ¿por qué no se deja caer por allí y los investiga? No hay ninguna ley que prohíba tomar partido, ¿verdad? Además, ¿qué más da ahora? La situación se ha calmado.
Читать дальше