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Elizabeth George: Cuerpo de Muerte

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Elizabeth George Cuerpo de Muerte

Cuerpo de Muerte: краткое содержание, описание и аннотация

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Thomas Lynley vuelve de su permiso tras la muerte de su mujer porque su equipo no se fía de la capacidad de la nueva jefe del departamento, la inspectora Isabelle Ardery, cuyo estilo a la hora de liderarlos parece molestar a todos y cada uno de los componentes del equipo. El conflicto empieza cuando se encuentra el cadáver de una mujer apuñalada en un aislado cementerio de Londres. Mientras que Lynley empieza sus pesquisas en la ciudad de Londres, sus anteriores colegas Barbara Havers y Winston Nkata siguen la pista hacia el sur de la ciudad. Allí descubrirán que las pistas se dirigen hacia el hermoso bosque llamado New Forest. Lo que no saben es que más de un oscuro secreto acecha en el bosque y que la investigación va a llevarlos a un final que es tan sorprendente como terrible.

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– ¿La llamaste a su casa?

Lexie meneó la cabeza y se tocó un corte que estaba cicatrizando en el brazo. Era lo que hacía: autolesionarse. Meredith lo sabía porque la tía de Lexie era la dueña de la agencia de diseño gráfico donde ella trabajaba mientras esperaba para dedicarse a lo que realmente quería hacer, que era el diseño textil, y como Meredith sentía una gran admiración por la tía de Lexie y como la tía de Meredith se preocupaba por la chica y se preguntaba si no habría algo que pudiese sacarla de su casa y alejarla unas horas al día de sus padres medio chiflados…, Meredith le había sugerido a Jemima que contratase a Lexie como su primera empleada. El plan había sido que, al principio, la ayudase a instalar la tienda y luego trabajase detrás del mostrador. Jemima no podía hacerse cargo de todo y Lexie necesitaba el trabajo, y además Meredith quería ganar puntos con su jefa. Todo parecía haber salido a pedir de boca.

Pero era evidente que algo no había funcionado.

– Entonces ¿no hablaste con…, bueno, con él? ¿Ella no dijo nada acerca de lo que podría haber estado ocurriendo en su casa? ¿No la llamaste allí?

Lexie meneó la cabeza.

– Supongo que, simplemente, no me quería -contestó la chica-. En general, nadie lo hace.

De modo que no tenía más alternativa que ir a casa de Jemima. Era lo único que podía hacer. No le gustaba nada esa idea, porque sentía que le proporcionaba a su amiga una especie de ventaja sobre ella en la conversación. Pero sabía que si realmente su intención era reconciliarse, entonces tendría que hacer todo lo que hiciera falta para conseguir su propósito.

Jemima vivía con su novio entre Sway y Mount Pleasant. Allí, ella y Gordon Jossie, de alguna manera, habían conseguido lo que en Inglaterra se denomina «acceder a los derechos de un plebeyo», de modo que había tierra unida a la propiedad. En verdad no era mucha tierra, pero, aun así, media docena de hectáreas no eran una cantidad nada despreciable. En la propiedad había también algunas construcciones: una vieja cabaña de arcilla y paja, un granero y un cobertizo. Una parte de las tierras incluía antiguos prados para atender a las necesidades de los ponis de la finca durante los meses de invierno. El resto eran tierras desocupadas, llenas en su mayor parte de matorrales que, a lo lejos, dejaban paso a una zona boscosa que no formaba parte de la finca.

Las construcciones en la propiedad estaban a la sombra de un grupo de castaños dulces, todos ellos desmochados hacía tiempo, de modo que ahora sus ramas crecían por encima de la altura de la cabeza desde los restos bulbosos de aquellas primeras amputaciones que, cuando eran jóvenes, habían contribuido a salvar a los árboles de las bocas hambrientas de los animales. Eran unos castaños realmente enormes. En los meses de verano moderaban la temperatura alrededor de la casa y perfumaban el aire con una fragancia que resultaba embriagadora.

Cuando atravesó el alto seto de espino silvestre y accedió al camino particular que dibujaba una línea empedrada de guijarros entre la casa y el prado que se extendía hacia el oeste, Meredith vio que, debajo de uno de los castaños que se alzaban delante de la casa había una mesa de hierro oxidada, cuatro sillas y una mesilla rodante para el té que formaban una pintoresca zona para comer, completada con tiestos de helechos, velas sobre la mesa, cojines coloridos en las sillas y tres candelabros ornamentados. Todo ello daba al lugar el aspecto de una fotografía sacada de una revista de decoración para la casa. Aquello no era propio de Jemima en absoluto, pensó Meredith. Se preguntó en qué otras cosas habría cambiado su amiga en los meses que habían transcurrido desde la última vez que se vieron.

Un coche se detuvo cerca de la casa, justo detrás de la segunda señal de cambio. Era un Mini Cooper último modelo, rojo brillante con rayas blancas, recién lustrado, con los cromados relucientes y la capota bajada. Meredith se revolvió ligeramente en su asiento al ver el vehículo. Hizo que tomase conciencia del coche en el que había llegado, un viejo Polo que se mantenía unido de milagro con cinta para embalar, y cuyo asiento de copiloto estaba empezando a verse inundado por una especie de fango de chocolate derretido del pastel que había preparado.

En aquel momento, el pastel le pareció un regalo realmente ridículo. Tendría que haber escuchado a su madre, algo que no solía hacer. Entonces recordó que, cuando Meredith se quejaba de esa buena mujer, Jemima siempre le decía: «Al menos tú tienes una madre». Sintió, como una punzada en el corazón, la echaba de menos, de modo que reunió valor, cogió el pastel ladeado y se dirigió hacia la puerta de la casa. No hacia la puerta principal, que nunca había utilizado, sino a la puerta de atrás, la que comunicaba el cuarto de lavado con un espacio abierto entre la casa, el granero, un pequeño sendero y el prado del este.

Golpeó la puerta, pero nadie respondió. Tampoco logró respuesta alguna cuando dijo: «¿Jem? ¿Hola? ¿Dónde estás, cumpleañera?». Estaba pensando en entrar en la casa -nadie cerraba las puertas con llave en esta parte del mundo- y dejar el pastel acompañado de una nota cuando oyó que alguien decía:

– ¿Hola? ¿Puedo ayudarla? Estoy aquí.

No era Jemima. Meredith lo supo al instante por la voz sin necesidad de darse la vuelta. Pero lo hizo y fue para ver a una joven rubia que llegaba desde el granero, sacudiendo un sombrero de paja que luego se colocó en la cabeza mientras se acercaba.

– Lo siento -dijo-. Tenía problemas con los caballos. Es algo muy extraño: por alguna razón, este sombrero parece asustarlos, de modo que me lo quito cuando me acerco al prado.

Meredith pensó que tal vez esa mujer era alguien a quien Gordon y Jemima habían contratado. Por ley se les permitía tener ponis salvajes, y también debían cuidar de ellos si, por alguna razón, los animales no podían pastar libremente en el Forest. El trabajo de Gordon y el de Jemima los mantenía ocupados, así que no estaba completamente fuera de lugar que tuvieran que contratar a alguien en el caso de que se viesen obligados a mantener a los ponis dentro de la finca. Aunque… aquella mujer no parecía una moza de cuadra. Cierto, llevaba vaqueros, pero era el tipo de prenda de diseño que usan los famosos, algo que se ceñía a sus curvas. Calzaba botas, pero eran de cuero brillante y muy elegantes, no eran como las que se empleaban para meterse en el barro. Llevaba puesta una camisa de trabajo, pero con las mangas enrolladas mostrando los brazos bronceados y el cuello levantado que mostraba el rostro. Era como la «imagen» de una mujer de campo, no una auténtica mujer de campo.

– Hola -Meredith se sintió torpe y desgarbada. Las dos mujeres eran de la misma altura, pero allí se terminaban todas las semejanzas. Meredith no estaba vestida como esta visión de la-vida-en-Hampshire que se acercaba hacia ella. Con el caftán que cubría su cuerpo como una mortaja, se sentía como una jirafa-. Lo siento, creo que le he bloqueado la salida -dijo, señalando el coche con la cabeza.

– No hay problema -contestó la mujer-. No pienso ir a ninguna parte.

– ¿No…? -Meredith no había pensado que Jemima y Gordon pudieran haberse mudado de casa, pero ése parecía ser el caso-. ¿Gordon y Jemima ya no viven aquí? -preguntó.

– Gordon desde luego que sí -dijo la mujer-. Pero ¿quién es Jemima?

Al analizar todo lo que le ocurrió a John Dresser se debe comenzar por el canal. En el siglo xix, como parte del medio de transporte de mercancías de una zona a otra del Reino Unido, se construyó la sección específica del Midlands Tran-Country Canal que separaba la ciudad en dos, de modo tal que creaba una clara división entre áreas socioeconómicas. Un poco más de un kilómetro de su extensión discurre a lo largo del límite septentrional de la zona de Gallows. Como sucede con la mayoría de los canales en Gran Bretaña, un camino de sirga permite que ciclistas y peatones accedan al canal, y diferentes clases de viviendas lindan con esa vía navegable.

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